20 DE OCTUBRE, 1578
FUNDACIÓN DE LA VILLA
DE CERRO DE PASCO
EL COLIBRÍ,
EL AMARU Y LA
MONTAÑA NEVADA
Danilo Sánchez Lihón
1. La
sequía
Hace mucho tiempo,
sobre la tierra se abatió una gran sequía.
Como si todo
estuviera condenado a desaparecer, ya no quedaban rastros ni de molles ni de quinuales;
ni siquiera del ichu que es tenaz y crece en los altos pajonales.
Perecieron plantas
y yerbas de colinas y bajíos, y hasta los líquenes y musgos que se entretejen
entre las rocas y las piedras se extinguieron bajo el sol implacable.
Los campos se
cuarteaban de sed, y la tierra endurecida era cortada a pedazos por hondas
grietas.
En el lecho de
antiguos ríos y estanques se abrieron fosas y desde allí emergía el polvo que se
extendía por las llanuras ahora polvorientas.
Las piedras se
caldeaban sin árboles ni arbustos que les dieran sombra.
Sobre la tierra
parda, de guijarros menudos y cortantes, silbaba ululante el viento.
2. El
colibrí
Hasta la flor del
qantu, la única que persiste y florece en la aridez y el estío, sintió cómo se
marchitaban sus pétalos.
Luego se calcinaron
sus hojas y después se fueron consumiendo sus raíces con el ardor de la tierra agrietada
y sin agua.
Pero de ella permanecía
una rama con un capullo intacto, que poco a poco brotó entre unos tallos
retorcidos.
Al abrirse en flor,
giró en dirección a la montaña sagrada y, resistiéndose a morir, se fue
transformando.
Primero sus pétalos
en alas; luego su corola en pecho; y, después, las espinas de su tallo en
plumas cordales.
Y del estambre
amarillo-azul-rojo, sobresalió la fina cabeza de un colibrí.
Que, agitándose en
el aire, se desprendió dificultosamente de la planta que irremediablemente
quedó incinerada y sus raíces hechas carbones.
3. En
la cima
Un breve instante revoloteó el colibrí en el
aire caliente.
Y, convirtiendo su
debilidad en fuerza, enrumbó hacia la cumbre, hacia la cima de la cordillera
nevada.
Llegó hasta el
borde de la laguna de Wacracocha incrustada en lo alto y en la roca más dura.
La sobrevuela por
su orilla, sin atreverse a beber, pese a su sed; ni siquiera osando refrescar
sus alas.
Ni a salpicar gotas
de agua en su plumaje hirviente, pese a que sus aguas se extienden quietas,
frescas y transparentes en su cuenco plateado.
Después de
contemplar la penumbra insondable vuela hacia lo más empinado del Waitapallana.
Y que es el cerro
más alto entre una cadena de moles encrespadas, con escarpas de vértigo; y de
hondos precipicios jamás alcanzados por el halcón ni por el cóndor ni el
águila.
4. La flor
del qantu
Casi exhausto, el
colibrí se posó en su cima helada por el viento.
Con el corazón sangrante y el latido final que
aún le queda en el pecho, le suplica a la montaña:
– Padre
Waitapallana. A ti te adoramos y a ti te pedimos, porque en tu entraña hemos
sido engendrados, y de ti hemos nacido.
Se detuvo el
colibrí y aspiró su último aliento:
– ¡Escúchanos
Padre! –Dijo–. ¡Siente ternura por la tierra! Apiádate padre. ¡Y sálvanos de la
sequía!
Dicho esto, se
desplomó. Y un haz de plumas quedó esparcido en la roca intocada, manchándose
de rojo.
El viento antes
impetuoso se detuvo, guardó silencio y se inclinó reverente en señal de
respeto.
5. Ruedan
dos lágrimas
El Waitapallana
siente una profunda congoja, que se une a la aflicción de ver a la tierra
estéril y devastada.
Reconoce en el
colibrí el perfume de su amada flor del qantu.
Tanto es su pesar y
tan hondos sus latidos de dolor que dos lágrimas de durísima roca resbalan por
sus mejillas.
Y caen desde lo
alto sus los hondos precipicios.
Golpean en las
aguas de la laguna de Wacracocha, que se abren haciendo retumbar el universo.
El estruendo, la
congoja y las lágrimas del Waitapallana llegan hasta el fondo del lago y
despiertan al poderoso Amaru.
Es él que duerme
enroscado en las profundidades a lo largo de la cordillera.
Lentamente se
despereza. La tierra se agita y se mueve con violencia.
Y es el momento en
que el Amaru alza su cabeza que descansa en el lecho de la laguna encantada.
6. Fulgor
transparente
Caen los cerros
envueltos en polvo. Ruedan las peñas con un ruido bronco.
El Amaru desliza
suavemente su cuerpo, mientras en la tierra se producen derrumbes y
cataclismos.
Al principio sólo un leve temblor se percibe
en la superficie del lago contenido en un cuenco de jaspe, de amianto y
granito.
Luego hay un
bamboleo de olas en las aguas translúcidas que gorgotean en el lecho de breves
y pulidos cantos rodados.
Y pronto un oleaje
crecido estremece las orillas y hace retumbar las montañas, alzándose después
una turbulencia de espumas y aguas agitadas.
Por el centro del
lago aparece el divino Amaru, serpiente alada con cabeza de llama y cola de pez
sin tiempo, de ojos cristalinos y de un fulgor transparente.
7. Se eleva
en el aire
De hocico rojizo y
párpados perfectos, con dos amplias alas de mariposa que se mueven a lo largo
de su cuerpo.
Hunde y levanta la
cabeza de lana blanca y bermeja que cubre su cuello, su frente y sus orejas.
Y pasea su mirada
inocente en un extraño encuentro entre el día de afuera y la noche de adentro.
Con sinuosos
movimientos se desprende del agua y se eleva en el aire ondulando
estruendosamente su cuerpo de fábula.
El sol, al verlo, se turba.
Reverberan confusos sus rayos en el espacio sideral.
El amarillo de su faz inclemente se vuelve violeta-granate-negro. Su
cabeza de fuego y sus ojos flameantes estallan de ira.
Y allí luchan ardorosamente.
8. Lanzas, armaduras
y estrépitos
Diez mil rubicundos guerreros del sol de mentones con barbas de plata,
ataviados de yelmos, corazas y espuelas de oro, cabalgando en corceles briosos envueltos
en llamaradas se lanzan a combatirlo.
El Amaru al verlos venir se dirige a su encuentro elevándose imponente y
moviendo la cola de serpiente, arremete desorganizando los haces de fuego.
Un remolino de espanto, un ciclón de furia los envuelve, cubriendo la
bóveda del cielo.
Estalla una andanada de rayos, un traqueteo de escudos y lanzas que se
quiebran.
Se observan fulgores y se escuchan estrépitos.
El Amaru ondula su cuerpo ágil en el viento. ¡La lucha es feroz e
incierta!
Del hocico agitado del Amaru se desprende la niebla que se enreda en las
cumbres de los cerros y se deshilacha entre las peñas.
9. Luchan
el sol y el agua
Del movimiento de sus alas se precipitan las lluvias que van cayendo gota
a gota y luego en torrentes.
De su cola de pez se desgaja el granizo en bolas redondas y transparentes
que golpetean y resbalan por las laderas o se quedan extasiados hasta fundirse
con las piedras.
Fuegos dorados y brillos de plata desprende su cuerpo ardoroso. Y del
reflejo que deja nace el lento arco iris.
Así vuelve a desprenderse el agua, y a correr bajando impetuosa cuando
la vida parece extinguirse.
Cae la lluvia y espejean
rebosantes los ojos de los manantiales.
Reverdece la hierba
y son llenadas las quebradas, los arroyos y puquiales. Se suavizan las praderas
y se llenan los cauces de los ríos y arroyuelos. Y la vida canta jubilosa.
10. Allí
nacen
Así nos narran nuestros
antepasados.
Diciéndonos que es el Amaru el que sintetiza el poder del sol y la virtud
del agua, dando como resultado la fertilidad y con ella la creación.
Y nos advierten que en las escamas relumbrantes del Amaru están inscritos
todos los signos, los asuntos y paisajes.
Allí están presentidos todos los destinos, el diminuto rocío y las
cataratas impetuosas.
Allí están todas las letras, todos los números y todas las claves:
Las canastas llenas o vacías, como los ataúdes lentos.
En ellas están trazados todos los caminos, como erigidas y borradas todas
las ciudades.
En ella habitan todos los pálpitos y todos los desatinos.
De allí nacen realidades y sueños, entre todos ellos nosotros que también
somos agua, tierra, viento y sol.
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