domingo, 20 de octubre de 2019

20 de octubre. Fundación de la Villa de Cerro de Pasco. El colibrí, el amaru y la montaña nevada.


20 DE OCTUBRE, 1578
FUNDACIÓN DE LA VILLA
DE CERRO DE PASCO

EL COLIBRÍ,
EL AMARU Y LA
MONTAÑA NEVADA


Danilo Sánchez Lihón 


  

1. La
sequía

Hace mucho tiempo, sobre la tierra se abatió una gran sequía.
Como si todo estuviera condenado a desaparecer, ya no quedaban rastros ni de molles ni de quinuales; ni siquiera del ichu que es tenaz y crece en los altos pajonales.
Perecieron plantas y yerbas de colinas y bajíos, y hasta los líquenes y musgos que se entretejen entre las rocas y las piedras se extinguieron bajo el sol implacable.
Los campos se cuarteaban de sed, y la tierra endurecida era cortada a pedazos por hondas grietas.
En el lecho de antiguos ríos y estanques se abrieron fosas y desde allí emergía el polvo que se extendía por las llanuras ahora polvorientas.
Las piedras se caldeaban sin árboles ni arbustos que les dieran sombra.
Sobre la tierra parda, de guijarros menudos y cortantes, silbaba ululante el viento. 

2. El
colibrí

Hasta la flor del qantu, la única que persiste y florece en la aridez y el estío, sintió cómo se marchitaban sus pétalos.
Luego se calcinaron sus hojas y después se fueron consumiendo sus raíces con el ardor de la tierra agrietada y sin agua.
Pero de ella permanecía una rama con un capullo intacto, que poco a poco brotó entre unos tallos retorcidos.
Al abrirse en flor, giró en dirección a la montaña sagrada y, resistiéndose a morir, se fue transformando.
Primero sus pétalos en alas; luego su corola en pecho; y, después, las espinas de su tallo en plumas cordales.
Y del estambre amarillo-azul-rojo, sobresalió la fina cabeza de un colibrí.
Que, agitándose en el aire, se desprendió dificultosamente de la planta que irremediablemente quedó incinerada y sus raíces hechas carbones. 

3. En
la cima

 Un breve instante revoloteó el colibrí en el aire caliente.
Y, convirtiendo su debilidad en fuerza, enrumbó hacia la cumbre, hacia la cima de la cordillera nevada.
Llegó hasta el borde de la laguna de Wacracocha incrustada en lo alto y en la roca más dura.
La sobrevuela por su orilla, sin atreverse a beber, pese a su sed; ni siquiera osando refrescar sus alas.
Ni a salpicar gotas de agua en su plumaje hirviente, pese a que sus aguas se extienden quietas, frescas y transparentes en su cuenco plateado.
Después de contemplar la penumbra insondable vuela hacia lo más empinado del Waitapallana.
Y que es el cerro más alto entre una cadena de moles encrespadas, con escarpas de vértigo; y de hondos precipicios jamás alcanzados por el halcón ni por el cóndor ni el águila.
 
4. La flor
del qantu

Casi exhausto, el colibrí se posó en su cima helada por el viento.
 Con el corazón sangrante y el latido final que aún le queda en el pecho, le suplica a la montaña:
– Padre Waitapallana. A ti te adoramos y a ti te pedimos, porque en tu entraña hemos sido engendrados, y de ti hemos nacido.
Se detuvo el colibrí y aspiró su último aliento:
– ¡Escúchanos Padre! –Dijo–. ¡Siente ternura por la tierra! Apiádate padre. ¡Y sálvanos de la sequía!
Dicho esto, se desplomó. Y un haz de plumas quedó esparcido en la roca intocada, manchándose de rojo.
El viento antes impetuoso se detuvo, guardó silencio y se inclinó reverente en señal de respeto.


5. Ruedan
dos lágrimas

El Waitapallana siente una profunda congoja, que se une a la aflicción de ver a la tierra estéril y devastada.
Reconoce en el colibrí el perfume de su amada flor del qantu.
Tanto es su pesar y tan hondos sus latidos de dolor que dos lágrimas de durísima roca resbalan por sus mejillas.
Y caen desde lo alto sus los hondos precipicios.
Golpean en las aguas de la laguna de Wacracocha, que se abren haciendo retumbar el universo.
El estruendo, la congoja y las lágrimas del Waitapallana llegan hasta el fondo del lago y despiertan al poderoso Amaru.
Es él que duerme enroscado en las profundidades a lo largo de la cordillera.
Lentamente se despereza. La tierra se agita y se mueve con violencia.
Y es el momento en que el Amaru alza su cabeza que descansa en el lecho de la laguna encantada.

6. Fulgor
transparente

Caen los cerros envueltos en polvo. Ruedan las peñas con un ruido bronco.
El Amaru desliza suavemente su cuerpo, mientras en la tierra se producen derrumbes y cataclismos.
   Al principio sólo un leve temblor se percibe en la superficie del lago contenido en un cuenco de jaspe, de amianto y granito.
Luego hay un bamboleo de olas en las aguas translúcidas que gorgotean en el lecho de breves y pulidos cantos rodados.
Y pronto un oleaje crecido estremece las orillas y hace retumbar las montañas, alzándose después una turbulencia de espumas y aguas agitadas.
Por el centro del lago aparece el divino Amaru, serpiente alada con cabeza de llama y cola de pez sin tiempo, de ojos cristalinos y de un fulgor transparente.


7. Se eleva
en el aire

De hocico rojizo y párpados perfectos, con dos amplias alas de mariposa que se mueven a lo largo de su cuerpo.
Hunde y levanta la cabeza de lana blanca y bermeja que cubre su cuello, su frente y sus orejas.
Y pasea su mirada inocente en un extraño encuentro entre el día de afuera y la noche de adentro.
Con sinuosos movimientos se desprende del agua y se eleva en el aire ondulando estruendosamente su cuerpo de fábula.
  El sol, al verlo, se turba. Reverberan confusos sus rayos en el espacio sideral.
El amarillo de su faz inclemente se vuelve violeta-granate-negro. Su cabeza de fuego y sus ojos flameantes estallan de ira.
Y allí luchan ardorosamente.

8. Lanzas, armaduras
y estrépitos

Diez mil rubicundos guerreros del sol de mentones con barbas de plata, ataviados de yelmos, corazas y espuelas de oro, cabalgando en corceles briosos envueltos en llamaradas se lanzan a combatirlo.
El Amaru al verlos venir se dirige a su encuentro elevándose imponente y moviendo la cola de serpiente, arremete desorganizando los haces de fuego.
Un remolino de espanto, un ciclón de furia los envuelve, cubriendo la bóveda del cielo.
Estalla una andanada de rayos, un traqueteo de escudos y lanzas que se quiebran.
Se observan fulgores y se escuchan estrépitos.
El Amaru ondula su cuerpo ágil en el viento. ¡La lucha es feroz e incierta!
Del hocico agitado del Amaru se desprende la niebla que se enreda en las cumbres de los cerros y se deshilacha entre las peñas.


9. Luchan
el sol y el agua

Del movimiento de sus alas se precipitan las lluvias que van cayendo gota a gota y luego en torrentes.
De su cola de pez se desgaja el granizo en bolas redondas y transparentes que golpetean y resbalan por las laderas o se quedan extasiados hasta fundirse con las piedras.
Fuegos dorados y brillos de plata desprende su cuerpo ardoroso. Y del reflejo que deja nace el lento arco iris.
  Así vuelve a desprenderse el agua, y a correr bajando impetuosa cuando la vida parece extinguirse.
Cae la lluvia y espejean rebosantes los ojos de los manantiales.
Reverdece la hierba y son llenadas las quebradas, los arroyos y puquiales. Se suavizan las praderas y se llenan los cauces de los ríos y arroyuelos. Y la vida canta jubilosa.


10. Allí
nacen

 Así nos narran nuestros antepasados.
Diciéndonos que es el Amaru el que sintetiza el poder del sol y la virtud del agua, dando como resultado la fertilidad y con ella la creación.
Y nos advierten que en las escamas relumbrantes del Amaru están inscritos todos los signos, los asuntos y paisajes.
Allí están presentidos todos los destinos, el diminuto rocío y las cataratas impetuosas.
Allí están todas las letras, todos los números y todas las claves:
Las canastas llenas o vacías, como los ataúdes lentos.
En ellas están trazados todos los caminos, como erigidas y borradas todas las ciudades.
En ella habitan todos los pálpitos y todos los desatinos.
De allí nacen realidades y sueños, entre todos ellos nosotros que también somos agua, tierra, viento y sol.



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