21 DE OCTUBRE, 1879
EDISON ENCIENDE
LA BOMBILLA ELÉCTRICA
EL
POSTE
DE LUZ
Danilo Sánchez Lihón
Fotos:
Jaime Sánchez Lihón
A Don Pablo Alcántara, gestor
de la luz eléctrica de mi pueblo, siendo alcalde
de Santiago de Chuco, en el año 1954.
1. Mirar
el mundo
“Árbol que crece
torcido nunca su tronco endereza", es el refrán que escucho día tras día
en boca de mis padres, maestros y mayores. Tanto se repite esta sentencia que
de niño lo primero que he producido en mi mente es una paráfrasis con las
palabras y aquel concepto, que dice:
“Árbol que crece
derecho, nunca su corazón es deshecho”.
Y otro resultado en
mí es resquemor y antipatía por todo lo torcido, sea una pared, la cumbrera de
un techo e inclusive una calle que camino enderezándola con mis ojos.
Así, voy
descartando a todo árbol que tiene alguna torcedura en su tronco o en su tallo;
y, a la inversa, dando mi adhesión unánime a todo árbol que encuentro y es
rectilíneo.
Y esto, hasta el
punto de detenerme, buscar una perspectiva para hacer subir y bajar mi mirada a
plomo por todo su tallo. Mirar un árbol es entonces cotejar su derechura y
constatarla con el perfil de la pared de una casa o con otros árboles.
2. El ahogo
que tengo
Por eso me duermo
embelesado de arrobamiento al contemplar el eucalipto que ha crecido a la vera
del río Huayatán, cerca del molino de piedra, en la carretera que sale de
Santiago de Chuco hacia Trujillo, muy cerca de “La Colpa” y que suben desde lo
hondo del río y sobrepasa la colina en donde estoy sentado.
Es el árbol más
bello que hasta ahora he visto jamás, y el único con esa espesura de copa que
puede existir sobre la faz de la tierra. Tiene que ser mío, me prometo en
secreto. Para eso cuento con la complicidad de mi padre, que se pone muy
confidente conmigo cuando, trepado a la mesa donde trabajaba, le hago algunas
preguntas muy de fondo sobre la vida.
Dicho y hecho, el
árbol ha terminado siendo mío en base a no sé qué arreglos que mi padre ha
hecho con el molinero, un hombre huraño, pero que se vuelve muy amable cuando
habla con mi padre.
Y hasta allí me voy
cada tarde con el pretexto de repasar alguna lección para algún examen. Y me
duermo bajo su sombra, buscando siempre la luna en el cielo anubarrado del
crepúsculo mirándola entre las ramas. ¡Cuántas veces me ha vencido el sueño
bajo su tronco sonoro!
3. Días
interminables
Pero, hoy es un día
de alboroto en mi pueblo. Y también entre los niños, que empezamos a correr en
dirección a la plaza.
Ha llegado el motor
eléctrico largamente esperado para generar la luz artificial, que no tenemos
hasta ahora en mi comarca, pues nos alumbramos con lámparas, candiles y
mecheros.
¡Ya tenemos por fin
un generador, tan grande como dos yuntas de bueyes! ¡O como las piedras, la
tolva y la rueda juntas del molino que está a la vera del río!
El camión que lo ha
traído ha sido escoltado por nosotros los chiquillos, y ya en la plaza es
rodeado por curiosos de toda traza: autoridades, maestros de la escuela, niños
que alargaban sus manos por entre las rendijas del cajón que lo contiene.
Los días resultan
interminables mientras lo instalan en un terraplén detrás de “El Cabildo”.
4. La noche
iluminada
Pero una noche
inolvidable se enciende el primer foco de luz eléctrica que ven nuestros ojos.
Es justo delante de
la Municipalidad, casi en el mismo balcón desde donde se hace la proclama de la
Independencia del Perú el 28 de julio de cada año. En poco tiempo el perímetro
de la Plaza de Armas ya está iluminado.
Allí ha nacido la
costumbre de pasearnos dando vueltas y vueltas alrededor del cuadrilátero
empedrado que hay en su contorno.
Costumbre que en un
principio ha sido para gozar mirándonos las caras bajo los haces de luz, que
caen desde la cercha que hay debajo de los tejados polvorientos.
Con el correr de
los días vemos que los postes y los cables avanzan por una y otra calle. Es
emocionante ver en la noche iluminada una esquina donde nunca antes se
adivinaba nada en la oscuridad y la lobreguez del ambiente.
5. Bombilla
titubeante
Cuando la luz ha
brillado en la esquina del Hotel Bolívar, de don Gilberto Santa María, a una
cuadra de mi casa, nos ha inquietado tanto que nos hemos mantenido desvelados
casi toda la noche.
Y hemos sabido que,
para tener luz en nuestra calle, y para de allí poder llevarla a nuestras casas
los vecinos tenemos que hacer una colecta para comprar cables, aisladores y una
serie de otros materiales.
Además de tener que
cubrir el pago del ingeniero y los ayudantes para hacer la obra.
Y, lo más
importante, tenemos que donar un árbol alto y derecho para que cumpla la
función de poste.
¿Se requiere el
sacrificio de un árbol? ¿Justifica ese precio la luz que irradiará una bombilla
titubeante?
6. Él
sabía
Pasan los días y
las semanas y los postes de luz avanzan por uno y otro sector y contorno del
pueblo, menos por nuestra calle. El problema es que el poste tiene que estar
ubicado a mitad de cuadra, justo delante de nuestra casa, casi delante de
nuestra puerta, y se piensa que a nosotros corresponde donarlo.
Además, tenemos el
árbol alto, recio y derecho como el que se necesita.
Subido, como al
principio, a la mesa de trabajo de mi padre le pregunto qué puede significar
todos los alcances de la aforisma que yo mismo he entretejido, y cuál es:
nunca su corazón es
deshecho”.
Creo que, con mucha
intención, él me responde:
– Que quien afronta
con coraje toda situación, por difícil que ella sea nunca su corazón es
deshecho. –¡Él entonces sabía el conflicto por el cual yo atravesaba!
7. Bajo
la luz
– ¿Crees que yo
debo obsequiar mi árbol para el poste de luz? Y, ¿por qué ha de ser justo el
más derecho el que ha de sacrificarse?
– Porque así es
siempre, el más derecho tiene como destino y signo en su vida el sacrificio.
– ¿Muerto?
– No. Porque hay
otras maneras de permanecer. Porque se consagrará de cómo es ahora. Y ayudará a
vivir. Ayudará a que la gente bajo la luz del poste no se tropiece en las
piedras. A que alguien lea bajo la luz la receta de un médico.
Las palabras de mi
padre han puesto en claro aquello en lo que yo me debatía. Hemos anunciado a
los vecinos que ya tenemos el árbol para el poste de luz.
Es noche de luna
cuando lo hemos ido a cortar y a traer, en que la carretera reverbera de
blancura. Estamos mis padres, mis primos, casi todos los niños del barrio con
sus padres y los vecinos de la cuadra.
8. Ahogaron
mi pena
Es grande la
alegría de los niños que corretean por el campo, la emoción de tener el poste
con luz encendida en nuestra calle, se convierte en fiesta de risas, de apuro y
de ilusión.
– Ahora tendremos
luz en nuestra calle y pronto ya podremos tener luz en nuestra casa! –Oigo
decir a mi madre.
El ruido de la
caída del tronco en el suelo, con sus ramas y sus hojas, me despierta de mis
pensamientos. Siento que es demasiada vida la de un árbol que cae derribado de
este modo. Arrastramos el árbol con ramas y todo desde la orilla del río a la
vera del camino.
Moverlo y ponerlo
al borde de la carretera consumió los últimos gritos de júbilo y bromas que
habíamos tenido guardadas para esa noche. A una voz de mando jalamos todos, y
así lo hemos traído de trecho en trecho, oyendo en cada descanso cómo se hacían
más hondas las horas. Los sapos croan y los grillos arañan las sombras con su
ruido estridente.
Así como al
principio creíamos que no íbamos a poder con el peso que tiene el árbol, poco a
poco hemos ido cobrando confianza y haciéndonos fuertes ante el reto de
arrastrarlo. Y vuelve la alegría.
9. Y
esta noche
Son las doce de la
noche. Sentados a descansar nos entretenemos escuchando el deslizarse del agua
en la quebrada y con la mirada correteamos las luces de las luciérnagas.
Cerca del amanecer
dejamos el árbol al frente de nuestra casa, para más tarde cortar sus ramas,
desprender la corteza y embrearlo en la base que irá a tierra, mientras un peón
ya hace el pozo al borde de la acera en donde quedará plantado para siempre.
Antes de ponerlo en
pie se clavan, a poca distancia de la punta, los aisladores, que son del color
de los huevos de las perdices.
Y ya cuando está
parado, se pasan y tiemplan los cables que rozan los aleros vetustos de las
casas.
¡Y esta noche ha
encendido la luz, ligeramente unos pasos más arriba de la puerta de mi casa, en
plena mitad de la cuadra!
10. Podrá perder
ramas y nidos
Debajo de su
reflejo jugamos hasta muy tarde, y cantamos todos los niños del barrio.
Los adultos han
sacado sus bancas y silletas y están conversando felices, haciéndonos compañía
en nuestros juegos.
Yo contemplo la
luz, la bombilla luciente y la luna que boga serena. Y también la alegría de
todos.
E imagino lo qué
podrá sentir un árbol en esa nueva vida de sacrificio que le ha tocado vivir.
Y para mi consuelo
cobra sentido el lema y tintinea en mi mente ya toda una estrofa, la primera
que escribo, y que dice:
Árbol que crece derecho,
podrá perder ramas y nidos
su copa, corteza y sus trinos.
Pero su corazón generoso
no conocerá el olvido ni su
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