martes, 22 de octubre de 2019

22 de octubre. Aniversario de La Perla. Con ese nombre has de llamarla.


22 DE OCTUBRE
ANIVERSARIO DE LA PERLA

LA PERLA,
CON ESE NOMBRE
HAS DE LLAMARLA


Danilo Sánchez Lihón




1. La metáfora
de su nombre

La primera vez que la conocí no podía vivir sino dentro de su nombre. Era imposible olvidar que se llamaba La Perla. ¿Por qué?
Porque su nombre coincide con todo lo que ella es. Porque su nombre está en la luz que la ilumina, en la iridiscencia de la niebla que la arroba: La Perla.
Su nombre está en el reflejo del sol, en las cosas donde el sol se posa, o en el dinamismo y en la quietud que la colman.
Como en el resplandor del aire que la envuelve, sea en las mañanas, sea en las tardes, sea en las noches. Sobre todo, en los amaneceres.
Tanto así que nunca he sentido mayor relación entre la realidad que la integra y la metáfora que contiene su nombre: La Perla.
También por el aire, el cielo, la tierra y el mar que la hacen y la contienen. Por el aura que se desprende de sus bordes, por el fulgor de sus farallones al atardecer.
En ella vivo. En La Perla.



2. Así
se le nombra

Vista desde lejos hacia el litoral, todo en ella canta, entona o modula endechas y armonías e indica inequívoco su distintivo y enseña.
Es la Perla de los mares del sur, cuyo nombre coincide con sus éxtasis, con sus trances y arrobamientos.
Y es que aquello que define a La Perla son los acantilados cuyo tamaño o altura va descendiendo desde unos treinta metros sobre el nivel del mar, en La Perla Alta, hasta casi llegar al ras del suelo que coincide con el mismo nivel que alcanza el mar, como es en La Perla Baja.
Este descenso visto en lontananza o desde las islas, es el de un collar que se hunde en un seno a la vez terrestre y marino, en esa conjunción de tierra y agua, de aire y fuego inaugural, como se siente cuando uno desde lejos se acerca.
Es desde el mar desde donde se divisa cómo el borde terráqueo hace una curva y una línea de inflexión para besar las olas del océano.
Y produce la ilusión de lo que su nombre resume: un collar de perlas que unen el continente con la isla San Lorenzo, haciendo de este un paisaje onírico y de hermosura sin par.

3. No podré
vivir sin ti

Pero, ¿cómo es que nace ese título?
Son dos jóvenes del señorío de Maranga, linaje y heredad que puebla esta ensenada hace miles de años quienes le han dado la gracia o patronímico que ahora tiene:
Que se esclarece y hace evidente cuando riela la luz en las aguas del mar al atardecer.
Que es realidad que se conecta con la historia, justo cuando ella sabe que es irremediable su partida y su adiós hacia aquella región de donde nunca más se puede volver, y entonces le habla así a su amado:
– Mira el mar.
– Prefiero mirarte a ti
– Pero aprende a mirarme a mí en la estela de luz que hace el sol en el mar.
– Es que parecen lágrimas. Las lágrimas que ya he empezado a derramar por tu partida.
– Aun siendo lágrimas, si vienes aquí no te será tan dolorosa mi ausencia. Pero, en vez de lágrimas, ¿por qué no reconocerlas como perlas?
– Es imposible, no podré vivir sin ti.


4. Un collar
de perlas

– Pero aquí yo sé que encontrarás la paz y el sosiego. Y hasta todo el consuelo que tu alma requiera.
– ¿Y con el consuelo el olvido? ¿Eso quieres?
– No, al contrario, quiero vivir siempre en tu corazón.
– Pero con el consuelo llega la resignación, y tras la resignación habita el olvido.
– Por eso, para que nunca se albergue en ti la indiferencia, mira bien: estas, ¿qué son?
– Lágrimas. Y en verdad son mis lágrimas, por tener que perderte.
– Y también son las mías por tener que dejarte.
– Es un collar de lágrimas.
– Pero, en vez de lágrimas, ¿por qué no reconocerlas como perlas?
– ¡Perlas! Pero para mí es una solo perla, que eres tú.
– Está bien. Perla. ¡La Perla! Y yo te pido por nuestro amor que has de venir aquí cada tarde y has de mirarlas como si yo estuviera contigo. Mira hacia ese paisaje.



5. ¡Una
perla!

– Pero tú no estarás.
– Sí. Me tendrás, porque juntos estaremos aquí para siempre. Así en la vida como en la muerte, sin que nada nos separe.
– Y será este suelo y océano el que nos una y nos cobije ayer, hoy y siempre.
– Porque aquí te conocí y te amé.
– Y estuve esperándote y viniste.
– Y aquí también me consolé; sin que deje de arrodillarme y reverenciar lo que fuimos y lo que somos.
– Amaré este lugar por ti a quién extrañaré tanto.
– Y mira lo que te traje para que me recuerdes.
– ¡Un collar de perlas!
– ¡Con una perla mayor al centro!
– ¡Una perla!
– Nombre como has de llamar por siempre a este sitio. 

6. Rosario
de luces

  Y con el nombre de ese lugar surgió La Perla, una ciudad en la costa del Océano Pacífico de Lima que se empina y luego levemente se inclina, se hinca y arrodilla, y se sume en el mar.
Se aduerme y se acuna allí donde las olas son apenas más altas que el quicio de las puertas.
Y el mar encrespado de blanco pareciera salirse y echarse a jugar con los niños por las bocacalles y las esquinas.
Forma una ensenada con el rosario de luces que parpadean al atardecer desde el Morro Solar de Chorrillos, pasando por Barranco, Miraflores, Magdalena y el viejo San Miguel.
En medio de ese rosario está La Perla.
Para quienes la miran desde lejos sumida en un manto de neblina iridiscente. Ensimismada en su propio éxtasis. Pero en el fondo, extendiendo los brazos, a los distritos de la Punta, San Miguel, Magdalena, San Isidro, Miraflores, Barranco y Chorrillos.

Plaza de Armas de La Perla. Callao.

7. Alzándose
a volar

Y entre todos ellos hacen un rosario de luces que rebrilla en la lejanía.
 haciendo un abrazo entrañable y profundo que emerge de la tierra y se interna en el mar que se eleva hacia lo etéreo.
Donde en las noches se escucha el rumor del oleaje nocturno arrastrando las piedras de su orilla, llevándoselas y volviéndolas a traer en el dilema de ser tierra o ser mar, o ser música de piedras en el viento.
Ahora tengo abiertas las ventanas por donde entran todos los aromas de las flores que estallan en el jardín, ingresando despiertas o dormidas. Los ruidos más lejanos de los barcos que se van. Y de otros que arriban a la rada del puerto del Callao.
Otro tanto hace la brisa y las voces de los niños que juegan en el parque. Tal vez tus ojos absortos hayan podido posarse desde lejos en la forma que tiene este litoral.
Y en la vasta extensión de casas recostadas suavemente unas al lado de otras en el gesto de aves o palomas alzándose a volar desde una orilla que es La Perla de los Mares del Sur.


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