domingo, 27 de octubre de 2019

27 de octubre. Nace Martín Adán. En las calles de Lima.


NACE MARTÍN ADÁN

MARTÍN ADÁN
EN LAS CALLES
DE LIMA


Danilo Sánchez Lihón


Martín Adán. Imagen: Copy Paste Ilustrado


Martín Adán, al lado de Eguren y Vallejo
forma parte de la tríada galáctica
de la eximia poesía peruana


1.

Te encontré
oculto y ausente Martín Adán;
perdido
en ese bar de Azángaro, en el
sinsabor
antiguo del no vivir, y no poder
morir.
Viviendo en el vacío oscilante.
Pude
auscultar tu pasmado corazón
y leí
tus anotaciones sobre esta vida
en esa libreta
aterrada que adormecías en tu
 sobaco, como
sienten los mares la tempestad.
Estuve
delante tuyo mirándote cuando
calzabas
al revés tus zapatos. Destornillé
pacientemente
tu asombro, y me asomé atónito
a las escaleras
empinadas de tus sentidos, a ver
volar
en tus sienes lo vago, terrible, y
deshecho.
¡Cuando tus barbas en desasido
embeleso
crecían esos días en el espanto
sin límites!


Martín Adán

2.

La rosa
para ti era lo concreto del absoluto
aquí.
Soporte firme del infinito tangible.
Su corola
es la puerta de entrada y también
de salida,
donde el peregrino toca vanamente
la aldaba.
Única orilla por la cual lo inmortal
se abre.
Era, si acaso sirviera decírnoslo,
la nave
encallada en tu alma y en tus ojos.
Porque aquella,
que sólo tú la has sabido cantar,
no es la flor
sino la esencia del ser, que está
más lejos de todo,
más al fondo que la genealogía,
de la forma y teoría
y la cosa nacida y de la otra cosa
 por nacer.
Pero la rosa, igual que nosotros,
 además
de existencia es grito y agonía.
Es síntesis
de belleza de todo lo creado y
dejado
de crear. ¡Y esto último te dolía
muy dentro
del alma como a mí tu abandono
y derrumbamiento,
porque la rosa brota aquí y allá
y hay
rosas del lodazal, pero no nace
así no más
un poeta exacto y estupefacto!
Como tú lo
eres tú, en constante y terrible
deslumbramiento.


Rosa Blanca. Foto: María Estrella

3.

Martín,
tú presentiste la ruta del halcón
y el arco
 iris de donde yo vengo. Pero sólo
te importaba
¡la frágil barquichuela de la rosa!
Eso sí,
rosa de la totalidad, de lo íntimo
y absorto,
y quizás adverso; del hundirse y
naufragar.
Barca para ti sin ancla, ni siquiera
proa, ni
faro que guíe, alumbre y lo peor:
sin siquiera
línea de flotación para saber. Nave
a la deriva,
en quien lo hondo del movimiento
es estarse
suspendida, en quien lo fugaz es
la eternidad.
Es lo que te estaba prometido, el
tema
asignado y que te esperaba desde
 la infinidad. Y
 era aquello que te había de matar:
la espera
en el camino, la ávida mitad de tu
otra mitad.

Barrio del Rímac

4.

Huyendo
de ti ya perdido en la fascinación
más remota,
metido en ese desastroso gabán
que unías
por las solapas y el pecho con un
imperdible.
Absorto tú en la destrucción más
límpida,
extasiado en tu tranquila agonía,
en esa playa
amarilla donde es inevitable ser
lúcido,
y mucho más con tu descomunal
desparpajo.
Así anduvimos por los huariques
y bares del
Rímac, con tus ojos desorbitados
de inevitable
felino, abiertos irreparablemente
a ver
rodar el mundo. Ambos arrojados
al vacío
sin compasión ni asidero; lanzados
a un río
pardo, hosco y mísero. ¡Inmenso
viejo con
tus setenta y seis años gloriosos
y deplorables!




5.

Descendías
aquellos días al eslabón perdido
del lenguaje
animal y su relación con la honda
y perpleja
palabra humana. Al signo exacto
del vocablo
visto por el lado inverso, la unión
gutural
del pálpito y su raíz griega y latina,
entrando
en esos recovecos por ser tú gato
que trasnocha,
por tu manera de mirar las cosas:
al revés,
desde dentro y en forma convexa.
Entonces
me reí de tu genialidad, así como
lo hice
de tu noción de casa, que tenía
que ser para ti
un hospital de locos. No aquella
de la percha
ni de la cocina bajo techo o sin
él,
de la llave haya o no haya puerta;
del perro
que olisca y ladra moviéndonos
 el rabo.


Martín Adán. Hospital Larco Herrera. Imagen USI. Perú 21

6.

Tus cabellos
van revueltos desde el pleistoceno
de la tierra,
encima del exorcismo de tus ojos
sin dormir,
enfundado en esa capota gris sin
saber
que a quien abriga es nada menos
que a Martín
Adán, nombre adoptado por mono
y primer
hombre a la vez, pero más querer
ser cruel
y maltratado enemigo gratuito de
sí mismo.
¡Aunque fue gracias al exceso de
experiencias
¡arribar a las ideas puras! Y sólo
quienes
traspasaron ese delirio pudieron
hacer girar
sus ojos y sumergirse, como tú,
en la utopía!
Pero tu derrota no fue únicamente
la de tu clase
social; ni tú, absurdo y renegado
aristócrata, con
fincas y propiedades en el centro
de Lima. Así:
Ahora estás pagando una cerveza
con un billete
de cien soles, recién impreso por
el Banco Central
de Reserva, sospechosos para el
mozo,
que sin auscultar los rompe ante
tus barbas
decrépitas, hirsutas y malolientes.


Calle de Lima

7.

Yo no sé
si tu salvación o derrota también
sean estas
calles que ávidamente recorremos
como sueños a pie,
en esta ciudad sumergida, hasta
llegar al borde
de lo real que siempre en verdad
es espejismo.
¡Al oasis que el sediento figura, y
que solo
en uno mismo, o bien es engaño,
o bien existe.
Porque uno a la vez es la mirada
y el madero
que flota a la deriva, la eternidad
y la nuez
que rebota. Uno el paisaje y el ojo
que descifra.
Uno el sentido y la palabra que va
y lo recoge.
¡Uno quien mata y el mismo quien
resarce,
perdona y resucita! Y al final llora.



8.

Pero, ¡qué poco
o nada contenía este mundo para
ti! Ni cruz
que se erija ni lanza que atraviese.
Ni pardo
ataúd, ni esposa llorosa. Ni el fingir
 ni el despertar.
Ni el homicida que no se refugia, ni
el niño
de hambre que fenece. Nada. Sólo
la eternidad
de la rosa que es abismo y es piedra,
y, sobre todo,
oído, mudo misterio y atroz soledad.
Donde
sucumbe espacio y tiempo, ni hay
sendero
para el pie, donde todo es arbitrario
e incierto!


Danilo Sánchez Lihón

9.

Viejo
de caída violenta y detenimiento
estático.
Mirando sin ver, el mar sin flujo,
el velamen
ya sin viento, en su inmutabilidad
total!
Con el blanco del ojo penetrando
en el vacío,
en lo intrincado de cada latido y
suspiro.
En la playa arisca y su avestruz
intacta,
con la uña en la pata y la pestaña
en la pupila.
Y así amanecimos idos, ojerosos
y absortos
en aquel mercado de Chorrillos,
leyéndote yo
jubiloso un manuscrito de mitos
andinos,
abrazado a mi tierra, para luego
beber
y charlar en la clara mañana de
aquel verano.
Y después morir ya solos aquí
en el ataúd
de una página irremediablemente
blanca,
como la rosa que cantaste, pero
ya amortajada,
llena de nostalgia, pero aún con
más de asombro
y de admiración sin límites por ti
viejo querido.



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