LO QUE
IMPORTA
ES LA VIDA
Danilo Sánchez Lihón
1. Peñas
y boscajes
¿Qué
contenía la poesía de César Vallejo –me pregunto ahora yo–, para que, a
jovencitos de apenas doce a quince años, como éramos los que cursábamos la
Educación Secundaria en mi comarca, y que fue la generación que tan
apasionadamente lo asumimos, nos encandilaba tanto, mientras estudiábamos en el
colegio que llevaba el nombre del poeta? ¿Cuáles eran las razones por las
cuales nos atrapara, al punto de recitar su poesía a solas o acompañados,
muchas veces en grupo, por calles oscuras o iluminadas, en las esquinas o bajo
los aleros y balcones, y de andar por los caminos declamándola a los cuatro
vientos!, ¡y esto a cualquier hora del día!
Y de
evocarla aún más frente a la naturaleza misteriosa, encantada y hasta salvaje.
Por ejemplo, nos encantaba decirla frente a un chorro de agua gigantesco y
apabullante que hacía el río Patarata antes de caer en un revoltijo de hervores
en una poza recóndita que en mi pueblo la denominamos hasta ahora La Pamplona.
Y mucho
más cuando sus aguas eran temibles, porque caían en turbiones y dando
latigazos, tanto que todo el caudal del río en ese punto se torna una inmensa
columna de espuma blanca que se eleva al cielo, mientras el agua se revuelve
abajo atronadora y encima fantasmal. Ante ese fragor recitábamos a
Vallejo. Como otras veces lo hacíamos frente a una hondonada llamada El
Infiernillo, o más simplemente, frente a la pared de los cerros cubiertos de
peñas y boscajes que repetían en eco los versos que les íbamos diciendo.
2. Para
siempre
Pero
también ella estaba presente ante la turbación del amor juvenil que estallaba en
esos días en nuestros corazones como se abre una flor en el día más radiante o
en la noche más tenebrosa. Igual a lo que ocurre ahora, cuando constatamos en
Santiago de Chuco a una juventud pletórica que vibra estremecida con la poesía
de César Vallejo. Así, repetíamos, cuando dice:
MEDIALUZ
He soñado una fuga. Y he soñado
tus encajes en la alcoba.
A lo largo de un muelle, alguna
madre;
y sus quince años dando el seno a una hora.
He soñado una fuga. Un "para
siempre"
suspirado en la escala de una
proa;
he soñado una madre;
unas frescas matitas de verdura,
y el ajuar constelado de una aurora.
A lo largo de un muelle...
Y a lo largo de un cuello que se ahoga!
3. Vida
incipiente
Era por
estas razones, entonces, la adhesión incondicional y el fervor sin cortapisas
que le dedicábamos a César Vallejo, y del que veníamos hablando.
Pero hay
algo más que trata de contestar con más propiedad las interrogantes planteadas
y expuestas, del por qué tanto fervor. Y mi respuesta es:
Concitaba
esa adhesión y vigencia un hecho, entre muchos otros, pero que quizás este sea
el que más nos entusiasmaba y encantaba hasta ahora, a la juventud anterior y
presente. Y este hecho era y es:
¡Por la
vida que la poesía de César Vallejo explora, trasmite y trasunta! ¡Por la vida
que a través de su poesía se cierne, se acrisola y se hace cada vez más inmensa!
Es por esa intensidad de vida que tanto en su transcurrir diario con sus pasos,
como en su poesía, alcanza a contenerse, a borbotar y trascender.
Es por la
vida que se acumula, que se acrisola y estalla; y que en cada poema y en cada
verso suyo se manifiesta, y que hace estallar al fondo de nuestro ser y delante
de nuestros ojos la evidencia. La evidencia de la vida incipiente, pugnaz y
pujante; que batalla y aparece por el enrejado de sus poemas que él nos lo
ofrece, y del que vuelve a ser el detonador. Y que a nosotros nos envuelve y
conmueve y compromete, hasta ahora.
4. Sangre
tinta
Aquella
vida que, por ejemplo, rezuma en el poema Ascuas, donde se expresa así:
ASCUAS
Luciré para Tilia, en la tragedia
mis estrofas en ópimos racimos;
sangrará cada fruta melodiosa,
como un sol funeral, lúgubres
vinos,
Tilia tendrá la cruz
que en la hora final será de luz!
Prenderé para Tilia, en la
tragedia,
la gota de fragor que hay en mis
labios;
y el labio, al encresparse para
el beso,
se partirá en cien pétalos
sagrados.
Tilia tendrá el puñal,
el puñal floricida y auroral!
Ya en la sombra, heroína, intacta
y mártir,
tendrás bajo tus plantas a la
Vida;
mientras veles, rezando mis
estrofas,
mi testa, como una hostia en
sangre tinta!
Y en un lirio, voraz,
mi sangre, como un virus,
beberás!
5. Sin
horarios
Es el
descubrimiento de la vida. De la vida en esencia y presencia, con más coraje y
conciencia asumida.
Aquello
que nos convencía y sigue convenciendo en Vallejo es la vida, que en él se la
ve tan concentrada y a la vez tan desasida; tan simple y a la vez tan honda y
compleja; la vida tan poderosa y tan indefensa.
Aquí
pasmada y sin saber qué hacer. O bien que corre a refugiarse. O bien que se
expone o permanece. La vida aquí, que nos honra y apabulla. La vida como una
herida abierta, y que sangra.
La vida
que es leve y es vasta, que tiene la hondura y la riqueza que Vallejo la supo
dar, resultando él ser un vitalista.
Pero,
¿qué es la vida? Con Vallejo, ¿qué es la vida? Es vivir sin atajos y sin
interferencias, descarnadamente. Es la vida pura, directa y sin ambages.
Es vivir
en vilo. Es vivir el día a día. Sin horarios ni tapujos.
Y es
poesía en defensa de la vida. Defendiendo lo vivido. Es hallazgo de la vida
desde el principio y sin término.
6. Ya
no llores
Como la
constatamos en este poema:
VERANO
Verano, ya me voy. Y me dan pena
las manitas sumisas de tus
tardes.
Llegas devotamente; llegas viejo;
y ya no encontrarás en mi alma a nadie.
Verano! Y pasarás por mis balcones
con gran rosario de amatistas y
oros,
como un obispo triste que llegara
de lejos a buscar y bendecir
los rotos aros de unos muertos novios.
Verano, ya me voy. Allá, en
setiembre
tengo una rosa que te encargo
mucho;
la regarás de agua bendita todos
los días de pecado y de sepulcro.
Si a fuerza de llorar el
mausoleo,
con luz de fe su mármol aletea,
levanta en alto tu responso, y
pide
a Dios que siga para siempre
muerta.
Todo ha de ser ya tarde;
y tú no encontrarás en mi alma a nadie.
Ya no llores, Verano! En aquel
surco
muere una rosa que renace
mucho...
7. El
hombre
Todo ello
hace que César Vallejo resulte ser un poeta fundamental para el aquí y para el
ahora. Para la realidad circundante, cualquiera sea el lugar donde nos
encontremos. Y ello es porque su mensaje es de naturaleza esencial para los
tiempos presentes.
Y, ¿cuál
es ese mensaje? El valor de la vida cotidiana, que en César Vallejo alcanza su
nivel más elevado e inhiesto, nítido e imperecedero, como también la solidaridad.
Su
mensaje primordial es que lo que importa en realidad es el torrente de la vida.
Sus batallas, sus ganancias y sus pérdidas. Lo que importa es el aliento y el
pálpito de lo que el corazón siente.
Lo que
importa es el borbotón de sangre. Y el abrazo. Lo que importa es reconocernos
vivos y, en ese espejo o lago, reflejarnos íntegros.
Lo que
importa es la mirada. La dicha como su reverso: no soslayar el mirar de frente
a la desgracia que él encara, desnuda y combate, como lo hizo en Los heraldos
negros que ahora celebramos.
Importa
el camino, la noche y la alborada.
Su
mensaje en síntesis es el de un himno de humanismo indestructible, e indesmayable.
Y dentro de ese núcleo y centro, ¡el hombre! Sus emociones y pensamientos. Y
frente a la mecanización, importa lo humano siempre, aún más que Dios, a quien
él, como ningún otro humaniza.
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