DÍA DE LOS ANIMALES
¡RESPETAR
Y VENERAR
LA VIDA!
Danilo Sánchez Lihón
Fotos de Ruben Lettieri,
de Capulí, Vallejo y su Tierra
1. Aliento
y latido
El Perú
es maravilla universal. Somos el tercer país con mayor biodiversidad del mundo.
Y poseemos alrededor del 10% de las plantas vasculares registradas. Más de 25
mil especies. Son nuestras más de 1.850 tipos de aves. Son nuestros 508 mamíferos,
408 anfibios y más de 4.000 variedades de mariposas, además de un número
considerable de muchas otras manifestaciones de la vida animal.
En
nuestro territorio la vida aflora pródiga, espontánea y tenaz. Aquí la vida se
expande y canta en celebración de todo lo creado, sea en el mar, en los lagos, en
los ríos y hasta en los aparentes desiertos; sea en el suelo y en el subsuelo,
sea en el aire fresco de la mañana. Desde cualquier grieta o resquicio, en el
tejado o entre las piedras y el cascajo de las casas abandonadas, y hasta en
las resquebrajaduras de lo roto y deshecho, la vida surge y brota incontenible,
y dentro de ella el temblor de lo que tiene aliento y latido, emoción, razón y
fe.
Tenemos,
además, uno de los mejores climas del mundo. En general, sin mayores
temperaturas rígidas, donde el invierno es suave, y las temperaturas del verano
leves. Ni qué decir comparado a climas como el de Brasil, que está a nuestra
misma latitud, o el del África. O climas de países, como el de Estados Unidos y
Canadá, que se ubican en nuestra misma longitud terráquea.
2. Celebrando
el día
Sin
embargo, lo digo con vergüenza y espanto, de niños entre mis compañeros de
barrio o de escuela un arma constante en nuestras manos ha sido una honda o
huaraca, hecha de una cinta de jebe con una lengüeta de cuero amarrada centro.
Y con
la cual a todo lo que era vida, con frecuencia la más preciosa, colorida y
exuberante, así fuera mínima, se la apuntaba y se disparaba sobre ella sin
atenuantes; casi siempre con una piedra pulida, filuda y escogida entre las que
pudieran ser más duras y contundentes.
¡Siempre
en contra de la vida convertida en blanco, o bull, de dichas tropelías y
manifestaciones salvajes! ¡Y qué héroes he visto que se sentían quienes mataban
algo! Felizmente en mi caso mi padre a nosotros nos tenía prohibido el uso de
esas hondas, pero era común su uso entre mis compañeros. Grandes desgracias se
han producido por su uso, dejando sin vista incluso a propios y extraños.
Y me
estremezco ahora de habernos ufanado de que alguien destrozara el pecho de un
pajarillo que trinaba celebrando el día en lo alto de una rama. A veces subiendo
a los árboles y bajándolos a tierra los nidos con dos o más huevos extasiados y
aún tibios, que ahí mismo eran rotos y dejados a la intemperie.
3. Moral que
se hace nítida
Nuestros
maestros y personas mayores no he visto que reprendieran a los niños que lo
hacían, ni los llamaban la atención por estos actos. Al contrario, a veces
veíamos que ellos mismos cometían las mismas tropelías y crueldades.
Y he
visto el solaz del tropel persiguiendo a pedradas a una lagartija que asomaba
su cabecita alucinada entre las hojas de una penca, como si se tratara de un
enemigo temible y cruel.
O
arrastrábamos a un sapo que salía a tomar el sol sobre una piedra en el
arroyuelo. Y se apresaba a los saltamontes, libélulas, y se secuestraba a las
mariposas.
He
visto cómo se amarraba a los moscardones por la cintura con un hilo de carrete,
y se los hacía volar como si fueran juguetes mecánicos. Esto mismo se hacía con
los grillos y saltamontes, hasta que morían.
No me
consuela haber sido solo espectador de estas maldades. No me exime tampoco saber
que la conciencia ecológica no existía en aquel tiempo y que recién ella sea una
moral que se hace nítida en los tiempos recientes.
4. Sobresale
del manantial
Porque
antes, todo lo que se movía y era vida, inmediatamente hacía reaccionar a niños
y muchachos, para coger aquellas hondas que he descrito, que casi siempre se las
llevaba colgadas al cuello.
O cruzadas
en bandolera, como un emblema en el pecho de sus portadores, y con las cuales se
mataba todo lo que fuera, con frecuencia solo para probar puntería.
Y me
espanta el pensar que siga siendo así la misma práctica, y más aún en el mundo
rural, en el campo de la serranía y la selva donde la vida es profusa y brota
sin par.
Pero lo
que me espanta es que en algún lugar todavía se siga cometiendo estos actos
criminales, como los que acabo de referir, avergonzado en mi conciencia y en mi
alma pese a no haberlos directamente cometido.
¡Que
eso jamás ya ocurra ni se dé rienda suelta a estos atavismos nefastos!
Desterremos estas armas de nuestras vidas. Amemos y respetemos la naturaleza.
Complazcámonos
más bien de cuando cantan las aves y nos solazan con sus trinos. Admiremos la
vivacidad de la lagartija que explora, y de la maravilla de una rana que croa soleándose
en una piedra que sobresale del manantial.
5. El prodigio
de la creación
¡Maestros,
padres de familia, autoridades, desterremos esas armas aparentemente nimias, y
divertimentos ofensivos en manos de niños, jóvenes y adultos!
Instauremos
más bien en nuestras aulas y escuelas, en nuestros programas de estudio y de
trabajo, y desarrollemos en nuestras clases, prácticas de cuidado y protección
a la naturaleza.
inauguremos
viveros, almácigos, y todo aquello en donde la veneración a la vida se ponga de
manifiesto.
Eduquemos
a nuestros niños y jóvenes, y seres humanos en general, en el respeto y
veneración a la vida en todas sus manifestaciones.
Enseñemos
a valorarla e incluso a reverenciarla, tal como hicieron nuestros antepasados
los Incas; como fue, y sigue siendo, la conciencia y la actitud en las culturas
originarias del mundo andino.
Y exaltemos
la vida hasta en lo más breve, como el excelso milagro y prodigio de la
creación.
6. La tierra,
el agua y el cielo
Sensibilicemos
a nuestros niños con la adhesión a nuestras culturas nativas que supieron
reconocer en la Mama Pacha y en la Mama Cocha, las fuentes de todo aquello que
nos prodiga la naturaleza, dándonos recursos para vivir, cuidando el medio
ambiente y el clima.
Culturas
que nos han dado el prodigio de tantos valores, entre ellos el de la filiación
y el de la pertenencia, además de la solidaridad, amando la tierra, al agua y a
la atmósfera benefactoras. Enseñarle que las diez más grandes culturas de
América del Sur, todas ellas, florecieron en el ámbito del mundo andino, y en
el espacio de lo que hoy es el Perú.
Y todas
ellas construyeron maravillas que son asombro de la civilización humana
universal. En quienes su cosmovisión era la adoración a todos los dones que nos
prodiga la tierra, el agua y el cielo, destacando siempre la defensa de la
vida.
Y no
prioritariamente, para poner un ejemplo, los minerales; si se trata de comparar
la economía de aquellos tiempos con las economías extractivistas del mundo
actual, políticas de consumo y de mercado de la sociedad contemporánea, de la
sociedad globalizada que nos están llevando al descalabro total.
7. Identidad
y diversidad
Y en
ese contexto respetemos la vida de los animales, como ineludible moral. Porque
ellos sienten al igual que nosotros, y como nosotros son sujetos de derechos. Así,
un sentimiento que nos conmueve en ellos, por ejemplo, es el de la maternidad,
que tiene el mismo código de defensa y protección al débil y desvalido, como
son las criaturas recién nacidas y que es un signo hasta de la divinidad.
El
nivel superior de una sociedad o una cultura se refleja de manera nítida en el
trato y consideración que sus pobladores muestran a toda expresión de la vida,
como son los animales. Y mejor aún, si es que nuestra emoción hacia ella está
marcada por la bondad y la identificación con sus destinos.
Porque
los animales al igual que los seres humanos sufren y sienten dolor. Y es en ese
plano que son hermanos nuestros, y nuestros semejantes. Por eso, y en vez de
las huaracas u hondas de jebe para matarlos, tendamos hacia ellos las manos
tendidas para protegerlos, y el corazón abierto para quererlos e identificarnos
con ellos.
Es en
eso, y en mucho más, que debemos tender la mirada a las fuentes de nuestras
culturas primigenias. Y seamos así un pueblo coherente con nuestra identidad y diversidad;
que ama, aprecia y defiende la naturaleza. Y con ello la vida sobre la faz de
la tierra.
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