5 DE OCTUBRE
DÍA DE LA MEDICINA
ACCIÓN REROICA DE DANIEL
ALCIDES CARRIÓN
EL MÉDICO
DE
MI ALDEA
Danilo Sánchez Lihón
Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón
1. Después
de Dios
Los
asuntos de salud de mi comarca situada al norte del Perú, en la serranía, y
cuando yo era niño, los atendía don Luis Médico, que así llamábamos a un señor
muy querido, ya bastante mayor, y quien era poseedor de gran conocimiento y de una
larga experiencia en el campo de la medicina, adquiridos al haber trabajado en
un centro médico de Santiago de Cao, que tuvo la virtud de descubrirle su
verdadera vocación de persona desvelada por curar y sanar a la gente de las
enfermedades que padecía.
No
era profesional ni científico sino un hombre práctico y enormemente ecuánime, en
verdad un sabio en su campo. ¿Cuántas veces mis padres recurrirían a él para
que me cure? ¡Muchas! Él, estoy seguro, ha velado muchas veces sobre mi cuerpo
afiebrado y tembloroso.
Su
oficio pasó a formar parte de su apellido, de tal modo que se le conocía como:
don Luis Médico. Y la gente lo trataba así con sumo cariño, respeto y
reconocimiento. De ninguna manera lo nombraba así por broma ni de manera
burlona, puesto que no era un tinterillo de la medicina; al contrario: la
población confiaba plenamente en su discernimiento. De quien se oía decir esta
frase: “Después de Dios, para aliviar la vida, don
Luis Médico”. A quien siempre se lo encontraba, quien nunca se hizo negar, ni
se ausentó dejando vacíos que nadie pudiera llenar. Él siempre estaba.
2. Curioso
en todo
Y no
ponía ninguna condición ni prerrequisito para atender a un paciente: ni boleta,
ni carnet, ni pago, ni análisis, ni nada. Quien entraba de frente a la dolencia
y al mal que había que atacar para curar y sanar, siendo además quien consolaba
a la gente, quien le daba aliento y le daba esperanzas.
Todo
el pueblo acudía a él y la gente lo veneraba. Y es que él remediaba todos los
males. Era hombre grueso, de mediana estatura y de rostro apacible; era
caritativo y bueno. Era la bondad personificada. En quien se cumplía el dicho aquel
de hacer el bien sin mirar a quien. Prodigaba aliento al enfermo, él mismo le
daba sus remedios. Pedía una cuchara, servía y les daba en la boca, que para el
paciente estos hechos son los que verdaderamente lo curaban. Ver y sentir
palpable la bondad de quienes desean en verdad sanarlos.
Atendía
partos, extraía muelas y realizaba operaciones menores con un instrumental que
él mismo adquirió, importándolo directamente de Alemania. Tenía conocimientos
de sanidad, de asepsia, de bioquímica; curaba heridas y era curioso en todo. Él mismo preparaba sus medicamentos,
sus ungüentos y pomadas en frasquitos que rotulaba y sellaba, cultivando
también la medicina natural.
Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón
3. Seres
queridos
Con
frecuencia venía la gente del campo trayendo varias acémilas para trasladar al
doctor. en la montura del mejor caballo dotado de un poncho de jebe y un
sombrero de fieltro para defenderse de la lluvia y la tempestad que arreciaba
con viento y agua. Y partían a veces entre relámpagos y truenos, marchando por
caminos farragosos, cruzando puentes temblequeantes. Con frecuencia los
acompañantes llorando y rogando encontrar con vida a la madre o al padre, al
hermano o hermana, al hijo o hija enfermos. El doctor en su maletín cargaba
todos sus implementos y remedios: sus jeringas para las inyecciones, sus frascos
de penicilinas, sus emplastos y cataplasmas, y diversidad de recipientes
conteniendo sus pócimas.
Casi
siempre eran cólicos graves los que tenía que atender, después de las fiestas
patronales de los pueblos. Llevaba entonces purgantes que él mismo preparaba
para curar una disentería o un cólico miserere. Y, a veces, operar con cirugías
menores, atravesando para ello jalcas y climas frígidos, o bien bajíos, temples
y hondonadas; como llanuras y barrancos, durmiendo en casas o chozas solo
hechas de piedras afincadas en potreros y pajonales y alzadas en lo alto de los
abismos. Donde desde los cerros se avisaban que ya llegaba el doctor. Y la
noticia corría de cumbre a cumbre, y entraba hasta la cama del enfermo que se
enderezaba ilusionado sintiéndose mejor; y con todo ello la alegría entre los
miembros de la familia, principalmente de niños y jóvenes, que con la presencia
del doctor estaban seguros que se salvaban sus seres
queridos que yacían postrados.
Don Luis Ruiz. Foto de la colección de Ángel Gavidia Ruiz
4. Porque así
es la vida
También,
cuando era necesario, actuaba con energía. Cierta vez una joven de familia
patriarcal había concebido un hijo y el padre la confinó prácticamente a morir.
A última hora llamaron a don Luis Médico que dictaminó que tenía que operarla
de inmediato, pero el padre no quería que nadie se enterase:
– ¡Señor!
–Le dijo– El niño se está muriendo en el vientre de esta señorita. Muere el
niño y muere la madre porque no habría forma de extraerlo. Apenas tengo cinco
minutos para llevarla a mi consultorio.
– ¿Es
tan grave?
– Estoy
arriesgando todo, señor, inclusive que muera en mis manos. Menos riesgo sería
para mí decirles que ya no hay nada qué hacer, que todo está perdido. Dejen sus
prejuicios y rencores. ¡Por favor!
Allí
fue que se interpuso la madre y dijo con valentía:
–
Llevémoslo de inmediato doctor. Yo asumo toda la responsabilidad. Es mi hija. Y
si tengo que irme con ella de esta casa, me voy. Yo misma le ayudo a llevarla,
doctor.
– Sí,
doctor, proceda nomás. –Dijo finalmente el padre hasta entonces endurecido en
su corazón.
Y
salvaron al niño y salvaron a la madre que con los meses y años llegaron a ser
la alegría de los padres y abuelos. El niño llegó a ser después un gran médico,
no sabemos si es porque le contaron esta historia o porque así es en su
prodigalidad la vida.
Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón
5. Curar
heridas
Don
Luis tenía su botica en una esquina del Chorro de Pichi Paccha, que es el lugar
en donde se fundó Santiago de Chuco, entre el jirón Grau y Bolívar, local que a
la vez era su consultorio.
Era
una tienda acogedora, de estantería con vidrios, que bajaba hasta el nivel del
piso, llena de frascos y remedios, hacia donde siempre daba ganas de entrar. Y
que al pasar por él siempre nos quedábamos mirando lo que había adentro.
Su
botica se llamaba San Cristóbal, de puerta verde, con una grada de subida y el
piso en alto de madera machihembrada. Donde se lo veía a él mismo preparando
sus medicamentos, midiendo en probetas y pesando en balanzas mínimas las
sustancias y productos que recetaba y curaba males de distinta índole y
especie.
Basaba
su práctica en el conocimiento consuetudinario de la medicina. Era un
autodidacta que estaba suscrito a varias revistas, boletines y publicaciones
médicas que leía con extrema dedicación.
En su
maletín cargaba siempre un libro, al lado de jeringas, emplastos,
desinfectantes, sulfas, y todo un equipo para curar heridas. Y cuando emprendía
un viaje largo a lomo de mula llevaba su instrumental para hacer operaciones
menores, y el libro para leerlo en sus descansos.
Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón
6. Saluden
al doctor
Cierta
vez lo habían llevado de urgencia a Sangual que queda en la jalca en donde
salvó a una persona atacada de convulsiones, que espumaba y deliraba. De
regreso con su ayudante le silbaron las balas por las orejas de él y de su
asistente, con quien siempre viajaba.
– ¡Deténganse
y entreguen todo lo que tienen! –Gritó alguien.
Salieron
a todo galope los de la banda, lo enmarrocaron a ambos y lo llevaron a la
guarida de su jefe en una cueva y reconoció a don Luis Médico.
–
Disculpe, doctor. –Le dijo el jefe, reconociéndolo–. Estos cholos brutos no
saben quién es usted. O no sé qué les pasa. Mil disculpas doctor, y siga su
camino. No tengo nada que ofrecerle, pero aquí en mi montura tengo amarrado un
Gallito Chuco. Acéptelo como un presente doctor. Y nuevamente mil disculpas. ¡Y
devuélvanle ustedes al doctor todo lo que le hayan cogido!
Y le
obsequió el jefe de esa banda de forajidos un Gallito Chuco, que así se llaman
a unos gallos de pequeño tamaño, pero de extraordinario valor.
Y
ordenó furioso a sus hombres:
–
¡Saquen sus sombreros y saluden al doctor! –Alcanzó
a decirles a sus cuatreros el bandido mayor. –¡Y acompañen al doctor hasta
buena parte del camino!
Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón
7. Cariñoso
y afectivo
–
¡Cuánto le debemos, doctorcito! –Le dice la gente, después que realiza una
curación.
–
¡Nada! ¿Por qué voy a cobrarle? ¡Con lo que quieren pagarme alimenten bien al
enfermo!
Don
Luis Médico no cobraba por sus servicios. Si alguien le daba buenamente algo lo
recibía, pero eso era cuando sabía que no afectaba la economía de esa familia.
Cuando
se veía que se esforzaban por darle algo, sacrificando algo esencial en el
diario de esa casa, se negaba rotundamente a recibir pago alguno. Cuando aun
así insistían él decía una frase que para los chucos es un exorcismo:
–
¡Cómo me vas a pagar si somos familia! –Después de lo cual ya nadie puede
insistir. Y ya entre sus seres queridos decía: “Hay que dolerse del prójimo”,
que también es una frase muy arraigada en mi pueblo.
Don
Luis Médico, cuyo nombre completo es Luis José Ruiz y Ruiz, nació en Santiago
de Chuco, y murió en esta misma comarca en marzo del año 1965 y está enterrado
en el cementerio de nuestra localidad, sangre amada de nuestro pueblo.
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