viernes, 4 de octubre de 2019

5 de octubre. Día de la Medicina. El médico de mi aldea.


 5 DE OCTUBRE
DÍA DE LA MEDICINA
ACCIÓN REROICA DE DANIEL ALCIDES CARRIÓN


EL MÉDICO
DE
MI ALDEA


Danilo Sánchez Lihón



Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón

1. Después
 de Dios

Los asuntos de salud de mi comarca situada al norte del Perú, en la serranía, y cuando yo era niño, los atendía don Luis Médico, que así llamábamos a un señor muy querido, ya bastante mayor, y quien era poseedor de gran conocimiento y de una larga experiencia en el campo de la medicina, adquiridos al haber trabajado en un centro médico de Santiago de Cao, que tuvo la virtud de descubrirle su verdadera vocación de persona desvelada por curar y sanar a la gente de las enfermedades que padecía.
No era profesional ni científico sino un hombre práctico y enormemente ecuánime, en verdad un sabio en su campo. ¿Cuántas veces mis padres recurrirían a él para que me cure? ¡Muchas! Él, estoy seguro, ha velado muchas veces sobre mi cuerpo afiebrado y tembloroso.
Su oficio pasó a formar parte de su apellido, de tal modo que se le conocía como: don Luis Médico. Y la gente lo trataba así con sumo cariño, respeto y reconocimiento. De ninguna manera lo nombraba así por broma ni de manera burlona, puesto que no era un tinterillo de la medicina; al contrario: la población confiaba plenamente en su discernimiento. De quien se oía decir esta frase: “Después de Dios, para aliviar la vida, don Luis Médico”. A quien siempre se lo encontraba, quien nunca se hizo negar, ni se ausentó dejando vacíos que nadie pudiera llenar. Él siempre estaba.


Don Luis Ruiz. Foto de la colección de Ángel Gavidia Ruiz

2. Curioso
en todo

Y no ponía ninguna condición ni prerrequisito para atender a un paciente: ni boleta, ni carnet, ni pago, ni análisis, ni nada. Quien entraba de frente a la dolencia y al mal que había que atacar para curar y sanar, siendo además quien consolaba a la gente, quien le daba aliento y le daba esperanzas.
Todo el pueblo acudía a él y la gente lo veneraba. Y es que él remediaba todos los males. Era hombre grueso, de mediana estatura y de rostro apacible; era caritativo y bueno. Era la bondad personificada. En quien se cumplía el dicho aquel de hacer el bien sin mirar a quien. Prodigaba aliento al enfermo, él mismo le daba sus remedios. Pedía una cuchara, servía y les daba en la boca, que para el paciente estos hechos son los que verdaderamente lo curaban. Ver y sentir palpable la bondad de quienes desean en verdad sanarlos.
Atendía partos, extraía muelas y realizaba operaciones menores con un instrumental que él mismo adquirió, importándolo directamente de Alemania. Tenía conocimientos de sanidad, de asepsia, de bioquímica; curaba heridas y era curioso en todo. Él mismo preparaba sus medicamentos, sus ungüentos y pomadas en frasquitos que rotulaba y sellaba, cultivando también la medicina natural.


Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón

3. Seres
queridos

Con frecuencia venía la gente del campo trayendo varias acémilas para trasladar al doctor. en la montura del mejor caballo dotado de un poncho de jebe y un sombrero de fieltro para defenderse de la lluvia y la tempestad que arreciaba con viento y agua. Y partían a veces entre relámpagos y truenos, marchando por caminos farragosos, cruzando puentes temblequeantes. Con frecuencia los acompañantes llorando y rogando encontrar con vida a la madre o al padre, al hermano o hermana, al hijo o hija enfermos. El doctor en su maletín cargaba todos sus implementos y remedios: sus jeringas para las inyecciones, sus frascos de penicilinas, sus emplastos y cataplasmas, y diversidad de recipientes conteniendo sus pócimas.
Casi siempre eran cólicos graves los que tenía que atender, después de las fiestas patronales de los pueblos. Llevaba entonces purgantes que él mismo preparaba para curar una disentería o un cólico miserere. Y, a veces, operar con cirugías menores, atravesando para ello jalcas y climas frígidos, o bien bajíos, temples y hondonadas; como llanuras y barrancos, durmiendo en casas o chozas solo hechas de piedras afincadas en potreros y pajonales y alzadas en lo alto de los abismos. Donde desde los cerros se avisaban que ya llegaba el doctor. Y la noticia corría de cumbre a cumbre, y entraba hasta la cama del enfermo que se enderezaba ilusionado sintiéndose mejor; y con todo ello la alegría entre los miembros de la familia, principalmente de niños y jóvenes, que con la presencia del doctor estaban seguros que se salvaban sus seres queridos que yacían postrados.

Don Luis Ruiz. Foto de la colección de Ángel Gavidia Ruiz

4. Porque así
es la vida

También, cuando era necesario, actuaba con energía. Cierta vez una joven de familia patriarcal había concebido un hijo y el padre la confinó prácticamente a morir. A última hora llamaron a don Luis Médico que dictaminó que tenía que operarla de inmediato, pero el padre no quería que nadie se enterase:
– ¡Señor! –Le dijo– El niño se está muriendo en el vientre de esta señorita. Muere el niño y muere la madre porque no habría forma de extraerlo. Apenas tengo cinco minutos para llevarla a mi consultorio.
– ¿Es tan grave?
– Estoy arriesgando todo, señor, inclusive que muera en mis manos. Menos riesgo sería para mí decirles que ya no hay nada qué hacer, que todo está perdido. Dejen sus prejuicios y rencores. ¡Por favor!
Allí fue que se interpuso la madre y dijo con valentía:
– Llevémoslo de inmediato doctor. Yo asumo toda la responsabilidad. Es mi hija. Y si tengo que irme con ella de esta casa, me voy. Yo misma le ayudo a llevarla, doctor.
– Sí, doctor, proceda nomás. –Dijo finalmente el padre hasta entonces endurecido en su corazón.
Y salvaron al niño y salvaron a la madre que con los meses y años llegaron a ser la alegría de los padres y abuelos. El niño llegó a ser después un gran médico, no sabemos si es porque le contaron esta historia o porque así es en su prodigalidad la vida.


Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón

5. Curar
heridas

Don Luis tenía su botica en una esquina del Chorro de Pichi Paccha, que es el lugar en donde se fundó Santiago de Chuco, entre el jirón Grau y Bolívar, local que a la vez era su consultorio.
Era una tienda acogedora, de estantería con vidrios, que bajaba hasta el nivel del piso, llena de frascos y remedios, hacia donde siempre daba ganas de entrar. Y que al pasar por él siempre nos quedábamos mirando lo que había adentro.
Su botica se llamaba San Cristóbal, de puerta verde, con una grada de subida y el piso en alto de madera machihembrada. Donde se lo veía a él mismo preparando sus medicamentos, midiendo en probetas y pesando en balanzas mínimas las sustancias y productos que recetaba y curaba males de distinta índole y especie.
Basaba su práctica en el conocimiento consuetudinario de la medicina. Era un autodidacta que estaba suscrito a varias revistas, boletines y publicaciones médicas que leía con extrema dedicación.
En su maletín cargaba siempre un libro, al lado de jeringas, emplastos, desinfectantes, sulfas, y todo un equipo para curar heridas. Y cuando emprendía un viaje largo a lomo de mula llevaba su instrumental para hacer operaciones menores, y el libro para leerlo en sus descansos.


Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón

6. Saluden
al doctor

Cierta vez lo habían llevado de urgencia a Sangual que queda en la jalca en donde salvó a una persona atacada de convulsiones, que espumaba y deliraba. De regreso con su ayudante le silbaron las balas por las orejas de él y de su asistente, con quien siempre viajaba.
– ¡Deténganse y entreguen todo lo que tienen! –Gritó alguien.
Salieron a todo galope los de la banda, lo enmarrocaron a ambos y lo llevaron a la guarida de su jefe en una cueva y reconoció a don Luis Médico.
– Disculpe, doctor. –Le dijo el jefe, reconociéndolo–. Estos cholos brutos no saben quién es usted. O no sé qué les pasa. Mil disculpas doctor, y siga su camino. No tengo nada que ofrecerle, pero aquí en mi montura tengo amarrado un Gallito Chuco. Acéptelo como un presente doctor. Y nuevamente mil disculpas. ¡Y devuélvanle ustedes al doctor todo lo que le hayan cogido!
Y le obsequió el jefe de esa banda de forajidos un Gallito Chuco, que así se llaman a unos gallos de pequeño tamaño, pero de extraordinario valor.
Y ordenó furioso a sus hombres:
– ¡Saquen sus sombreros y saluden al doctor! –Alcanzó a decirles a sus cuatreros el bandido mayor. –¡Y acompañen al doctor hasta buena parte del camino!


Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón

7. Cariñoso
y afectivo

– ¡Cuánto le debemos, doctorcito! –Le dice la gente, después que realiza una curación.
– ¡Nada! ¿Por qué voy a cobrarle? ¡Con lo que quieren pagarme alimenten bien al enfermo!
Don Luis Médico no cobraba por sus servicios. Si alguien le daba buenamente algo lo recibía, pero eso era cuando sabía que no afectaba la economía de esa familia.
Cuando se veía que se esforzaban por darle algo, sacrificando algo esencial en el diario de esa casa, se negaba rotundamente a recibir pago alguno. Cuando aun así insistían él decía una frase que para los chucos es un exorcismo:
– ¡Cómo me vas a pagar si somos familia! –Después de lo cual ya nadie puede insistir. Y ya entre sus seres queridos decía: “Hay que dolerse del prójimo”, que también es una frase muy arraigada en mi pueblo.
Don Luis Médico, cuyo nombre completo es Luis José Ruiz y Ruiz, nació en Santiago de Chuco, y murió en esta misma comarca en marzo del año 1965 y está enterrado en el cementerio de nuestra localidad, sangre amada de nuestro pueblo.


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