lunes, 7 de octubre de 2019

7 de octubre. Día de la Arquitectura. Balcones de las casas de mi comarca.


7 DE OCTUBRE
PRIMER LUNES DEL MES
DÍA DE LA ARQUITECTURA

BALCONES
DE LAS CASAS
DE MI COMARCA


Danilo Sánchez Lihón



En Cachicadán. Santiago de Chuco

1. El barco
que somos

¡Ah, balcones de nuestros pueblos andinos! No se podría comprender la vida sin ellos.
Sin mirarla fijamente a la vida misma desde sus torres de vigía. Como no sería dable la vida si no nos confundimos solidarios con los demás en lo hondo de las calles.
¡Balcones para mirar que la vida es recóndita, amplia e infinita! Ya que sin ellos no encontraríamos la hebra ni el ovillo en que se envuelve, ni aquí ni en ningún otro sitio, si primero no la reconociéramos desde sus antepechos estupefactos.
Porque ella se hunde y es solo desde lo alto que se la puede encontrar y hasta coger núbil y desprevenida sin que su sentido se esconda.
Balcones que son para salir y mirar la calle y el mundo. Que no solo es ventana para que la luz entre, sino que es mástil y proa, que es para dirigir y tomar rumbo en la navegación del barco que somos, y guiarnos hasta hacernos llegar a buen puerto.

Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón

2. La flor
del alhelí

Desde aquí se divisan los huertos de higos y manzanas, de membrillos, retamas y limoncillos. Y las matas de cedrón y yerbaluisa en las orillas.
El olor penetrante a hierba buena y toronjil. Y el rosal en botón al final del sendero.
Desde aquí el rasgueo de la guitarra y la voz de un huayno o de un triste, o yaraví con fuga de tondero.
O la serenata donde se rememora a la mujer amada y distante.
Desde aquí una lágrima de un amor furtivo y aun así sin límites. Desde aquí la flor del alhelí morada y blanca, recordando un amor que fue y no fue. Que ha sido y no ha sido. Que puede ser y será.
Desde aquí, al amanecer, se encienden los matices rosas, lilas y azules en los picos de las nieves eternas de la Cordillera Blanca que esplende en la lejanía.

Balcones de Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón

3. Ahogar
un suspiro

Desde aquí uno al subir se apiada de los techos torcidos y ladeados con tejas donde el musgo extiende sus flores de liquen.  Techos con tejas viejas renovadas por el líquido límpido de las lluvias sorpresivas. Techos por cuyas canaletas se desliza el agua rezongona de las tempestades.
Techos por cuyos resquicios, que dejan las tejas cuando se juntan, sube el humo azul de alguna fritura, o de algún sancochado que se cuece, o de algún cereal que se tuesta en la sumisa callana.
Que se han torcido por la quejumbre de las serenatas. Y las penas de quienes se recuestan en ellos; o bien porque añoran días pasados o les inquietan los días venideros.
Hasta donde se sale para lucir o desajar el traje con que iremos a una fiesta o a un entierro. O desde donde se mira pasar una comparsa, una procesión o una banda de músicos.
Miradores para ver y desde donde mirar cómo la vida y la muerte se urden y se juntan. Balcones hasta donde uno sale para ahogar un suspiro u ocultar una pena.

Balcones de Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón

4. Recios
y patriarcales

En mi pueblo, Santiago de Chuco, se están destruyendo las casas antiguas y con ellas sus balcones. Y se están construyendo ahora unas casas cuadradas que están reemplazando a las viejas casonas de largos y hondos corredores y ventanales.
Desde el segundo piso ya invaden la calle con una saliente de un metro y que no dejan lugar a los balcones, sino a ventanas planas y enrejadas.
He preguntado por qué. E indagado qué mano ingrata las confecciona así.
Y me han dicho, que es un maestro albañil que ha venido de Casmiche, que queda ya en la costa, y que ha traído un plano o modelo que ahora todos copian y remedan.
– ¿Qué es eso? –He dicho–. ¿Y se puede actuar de manera impune? –He resoplado.
Para colmo, tiene un solo plano y con ese, casa que le dicen que edifique, la hace. Además, de ladrillo, que pide de Trujillo. Descartados han quedado los recios y patriarcales adobes.

Balcones de Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón

5. En lo alto
del muro

Terminadas las paredes y columnas del primer piso se tiende el techo hacia el segundo. Y se lo hace con las tablas, que se prolongan un metro hacia fuera de la calle, desde donde se alzan las paredes del segundo nivel.
Construyendo de ese modo, ¡Adiós balcones! ¿Cómo y dónde ponerlos en esas paredes que son como cubos o cajas en los almacenes? O como los contenedores de las aduanas enfilados y uniformes unos tras otros, y que los camiones transportan indiferentes. ¿Desde dónde contemplar ya el pasado, el presente y el futuro? ¿Y el paisaje? Se borró con esas perspectivas despiadadas.
Y se derruyeron los balcones con uno o más maceteros donde abrían sus pétalos clavelinas, azucenas y geranios. Aunque, eso sí: viejos y mustios. Pero al fin, expresiones de encanto, de gracia y ternura. Y de que comprendimos la vida sembrando una flor no solo en lo alto del muro sino en el aire transparente del día y la noche desveladas.
Siendo así, se está dañando la fisonomía de un pueblo hermoso por el de una barriada precaria de una ciudad marginal costera.

Balcones de Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón

6. ¿Qué
hacer?

Y me digo desconsolado:
¿Hacia dónde saldrá ahora la andina y dulce Rita, de junco y capulí? Escena que ocurre en un segundo piso de nuestras casas ensimismadas, cuando César Vallejo escribe:
Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,
y al fin dirá temblando: “Qué frío hay... Jesús!”
Y si el techo es además de calamina, ¡como ahora se consiente que se ponga! Y, ¿cómo será posible recitar entonces?
y llorará en las tejas un pájaro salvaje.
Por eso, ¡Señor Alcalde Provincial, ¿qué hacer?
¡hay hermanos, muchísimo qué hacer!
Y en ese qué hacer defender los balcones donde enredados en sus balaustres los capullos de las flores que con su hálito hacen imperecedero este día.

Balcones de Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón

7. Son
vigías

Por eso:
No destruyamos los balcones, sean corridos con barandilla, sean los de antepecho con balaustres torneados.
Sean las simples ventanas que apenas es un vano, pero donde el anhelo para que entre la luz o para expandir hacia afuera la mirada, pervive.
No lo destruyamos. Dejémoslos así. Son vigías o guardianes de nuestros sueños más acrisolados.
No los matemos, no los desterremos de nuestras casas ni de nuestras vidas.
Porque: ¿Cómo ya mirar el mundo sin ellos? ¿Y la vida, existiría amplia e infinita sino se la mira contemplándola desde esos sitios?
Sin ellos, ¿dónde evocar tu falda, tus trenzas y tu mirada, amor mío? Sin ellos no habría ni cómo tender la mirada hacia lo eterno.


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