8 DE OCTUBRE
COMBATE DE ANGAMOS
GRAU
Y
EL HUÁSCAR
Danilo Sánchez Lihón
El legendario Monitor Huáscar, comandado por Miguel Grau
1. El mar
que te nombra
Hoy es día
sagrado. Hoy día se reza. Hoy cada uno de nuestros corazones es el corazón de
un Almirante: Grau. Y Grau es una fe que no acaba nunca, porque es una emoción primigenia,
genuina y profunda.
Y es un valor
mucho más alto aún que el de ser valiente y heroico, cual es el de defender la
vida de los otros, y no solo de los propios o de los que son nuestros, sino
incluso de quienes nos agreden en una guerra a mansalva, porque la prepararon y
perpetraron siendo la traición su consigna.
Grau es luz que no
se apaga, que vela no solo en la torre de mando, o en lo alto del mástil de
toda nave que son nuestras vidas, sino en el horizonte, allí lo vemos. En lo
más lóbrego está vigilando sereno, y que todo salga bien.
Grau también es un
puñado de hombres con las manos unidas en el timón de toda nave. Y en la asta
más inhiesta de una bandera de aquellos que se enfrentan inclusive inermes a
toda acechanza y adversidad, que en el caso del Almirante fue toda una escuadra
de barcos enemigos a los cuales hizo frente.
Y permanece
invencible en el mar de nuestros corazones. Porque su alma es inmensa como este
mar que lo nombra frente a nuestra costa. Grau es una nave eterna surcando
mares infinitos. Es la nave señera de lo que somos, invicta e infalible, porque
es cada uno de nosotros y todos nosotros juntos.
2. Vuelto
al infinito
¡Don Miguel Grau!
Tú fuiste generoso y en ese momento no lo aceptamos. Ni te comprendimos. ¡Es
tan difícil no sentirse indignados, ofendidos y en todo amar! Porque, ¡qué
generosidad entre tanta infamia! Doblemente grande para serlo.
¡Cuando es tan
difícil elevarse entre tanta alevosía, mezquindad y vileza! Entonces, qué
templanza la tuya para no perder el sentido, y seguir siendo magnánimo y
luminoso; y tendiendo la mano a quien pedía auxilio entre el fragor de las
aguas.
Qué magnificencia
la tuya para seguir socorriendo, después de haber sido testigo y constatado “el
repaso” que infligían a los tuyos y que hacían con nuestros heridos. Cuando
ametrallaban a nuestros náufragos que se debatían entre las olas de nuestra
nave encallada, La Independencia.
A partir de
entonces seremos junto a ti generosos, obstinadamente buenos y tozudamente
fraternos. Y, ¿sabes por qué? Porque hace miles de años somos gente de paz. Nacimos
fraternos y solidarios. Porque aquí en los vestigios arqueológicos no se
encuentran armas sino instrumentos musicales.
Pero, además,
porque eres guerrero de alma incólume. Quien pone nobleza en lo horrendo de la
guerra. Porque salva heridos cualquiera sea su bandera. Porque no mirabas lo
contingente y eventual. Y jamás te interesó el botín o arrancharle lo que sea
al que antes habíamos matado. No aceptaste dinamitar tanques de agua ni vías
férreas. Y eso ocurre cuando se tiene el rostro y la mirada vuelta al infinito.
Por eso desde entonces el mar lleva tu nombre.
3. Rosa
de los Vientos
En aquellas
condiciones resulta significativo recibir los disparos de cañón desde los
cuatro flancos que barrieron las torres de tu nave: El Huáscar. Era el tuyo un
solo buque frente a una escuadra de blindados que te perseguían noche y día
excedidos en tamaño, velocidad y potencia de fuego.
Y, aun así,
presentaste combate, y fuiste el primero en abrir fuego, como que nada te
arredra. Y no lo hiciste como bravata, de disparar por disparar. Dieron tus
cañones en el blanco, pero ningún proyectil nuestro podía horadar ni hacer la
menor mella en el blindaje enemigo. Y hubiera sido lógico y natural, y hasta
conveniente en tales circunstancias, rendirte; porque era imposible una
victoria, o el escape.
Eso se hubiera entendido.
Estaba dentro de lo normal y sensato. Pero contigo, en la elevación de tu
espíritu, ¡no! Era razonable e incluso calculadamente una buena estrategia.
Pero en tu caso eso era sencillamente imposible. ¡Eso, jamás!
Tu apuesta no era
la conveniencia como en los otros. Y es esta perennidad que te rememora y te
salva. Y te eleva sobre los mares encrespados y las montañas. Porque a partir
de entonces la Rosa de los Vientos viste los colores de tu uniforme y de la
gloria de la bandera que tú enconadamente defiendes.
4. El don
de vida
Y pronto un
disparo de artillería voló la torre de mando y te tornaste, en lo que en el
fondo eras: aura, horizonte y llamarada. Entonces, uno a uno, iban asumiendo el
mando de la nave esa pléyade legendaria de hombres inmortales. Y uno a uno iban
cayendo.
E iban tras de ti,
contigo convencidos de a quién emulaban y seguían. Convencidos de la bandera
que izaban y sostenían. Como desde entonces vamos todo un pueblo y toda una
nación detrás de ti.
Y tu comando de
guerra en la nave iban contigo absolutos, íntegros y totales. ¡Oh, ínclitos
guerreros! Nos han trazado el camino para sin dejar de ser héroes, ser compasivos
incluso con los inicuos.
Nos enseñaron en
la mañana neblinosa, pero insigne de Punta Angamos, que se lucha no para ganar
sino para dejar ejemplo de verdad, de coraje, de trascendencia, y sin dejar
nunca de ser indulgentes, compasivos y bondadosos.
Preferible haber
perdido una contienda sin perder el alma y el don de la vida, a trocarse en lo
abyecto, en lo perverso y en la ignominia. Preferible una derrota que ganar con
iniquidad y tener el alma ennegrecida para siempre. Y el rótulo de traidor para
toda la vida.
5. Abarca
al mundo
Tú, y entre todos quienes
conformaban tu comando, nos enseñaron eso sí, a no rendirnos jamás, pese a las
adversidades.
Murieron junto a
ti los primeros de tu línea de sucesión. Así: Diego Ferré, el capitán Elías
Aguirre y el teniente Melitón Rodríguez. Cayeron, con gravísimas heridas, el
teniente Enrique Palacios y el capitán Melitón Carvajal.
Y el mando se fue
sucediendo en esas dos horas funestas de uno a otro héroe, hasta Pedro Gárezon,
de apenas 25 años, que ordenó hundir la nave y junto a ella la bandera en el
mar.
Esa fue la
voluntad. Y allí, desde entonces permanece, encendida para siempre: la nave y
la bandera. Desde entonces en el mar riela en cada atardecer un mensaje de
altruismo, de autenticidad y de grandeza, pero a la vez de ser inalcanzables,
valerosos e invencibles.
Desde entonces no
es un mar físico sino un estado de alma, donde en todo instante, en la tarde y
en el amanecer en cada atalaya y mástil flamea una bandera que abarca al mundo.
Cien hombres de
fábula murieron en la cubierta del Huáscar, aquel amanecer del 8 de octubre de
1879, inmortalizándose para la historia humana de los pueblos del universo.
6. Santo
y seña
Porque ya no solo
son héroes nuestros. Ellos representan a todos quienes defienden la vida frente
a las hordas de la depravación y la muerte.
Representan al
género humano frente al infame, al alevoso y al criminal.
Por eso, es
nuestra misión ahora velar en la torre. Es nuestra misión entonces recoger la
estela de tu magisterio.
Haciendo constar
que nosotros siempre nos defendimos, nunca atacamos, agredimos ni invadimos lo
que no nos pertenece, ni es nuestro.
Nuestro afán no ha
sido nunca ni de invasión ni de conquista, sino defender la heredad de nuestros
ancestros y antepasados.
En quienes, más
importante que cualquier victoria es el sentido moral de los hechos ante la
historia.
Porque, más
radiante y florido que cualquier día de primavera es la limpidez de la
conciencia humana que se guía por el bien, la verdad y la belleza.
Y, en este
contexto, reconociendo que hay deberes sagrados qué cumplir. Y lo cumplimos. Y
que es el santo y seña que hoy y siempre recogeremos.
7. Una
bandera
¡Oh, mi Almirante!
Porque eres tú, Grau,
y es él niños, quien vigila y se erige en faro y lámpara votiva. En atalaya y
en baluarte. ¡Y eso mismo hay que serlo cada uno de nosotros! Es quien tiene la
moral del valor y el que se consagra a defender lo que es justo e ineludible.
Desde entonces es Punta
Angamos la noche de la espera, es la noche de la víspera, es la noche que da
inicio al alba. Y el Perú es lo que amanece y la mañana en esta noche honda y
larga de Punta Angamos.
A partir de
entonces es sagrado el ser íntegros y valerosos. Y afrontar los retos en
defensa de lo digno y verdadero. Y Angamos es el espacio mítico donde ha
quedado izada para siempre una bandera.
Y con Grau reconocer
que más importante que incluso el mar que lo nombra, que el sol, la luna y las
estrellas, es el corazón del hombre.
Es Grau la luz de
una lámpara titilando en la lobreguez de la noche y cuando el oleaje amenaza
con sus abismos. Es una nave con la proa hendida en el infinito, inhiesta en lo
eterno.
Los
textos anteriores pueden ser
reproducidos,
publicados y difundidos
citando
autor y fuente
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
Obras de Danilo
Sánchez Lihón las puede solicitar a:
Editorial San
Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Ediciones Capulí:
capulivallejoysutierra@gmail.com
*****
DIRECCIÓN EN
FACEBOOK
HACER CLIC AQUÍ:
*****
Teléfonos:
393-5196
/ 99773-9575
Si no
desea seguir recibiendo estos envíos
le
rogamos, por favor, hacérnoslo saber.
No hay comentarios:
Publicar un comentario