1 DE NOVIEMBRE
DÍA DE TODOS LOS SANTOS
HOMBRE,
FLECHA,
LANZA,
ESTRELLA
Danilo Sánchez Lihón
1. Transformó
nuestras
vidas
– ¿Que si ha
conocido en su vida a un hombre santo?
– Sí. Él.
– ¿Quién?
- El padre
Fernando Rojas Morey. Ni en dejar de ser vital y arrojado.
Y la santidad,
en su manera de ser, no consiste en dejar de hacer, ni en recluirse, ni en esconderse.
No, no es huir, retraerse. O que ello signifique pasividad. Al contrario: es
actuar, arriesgarse, ser valiente, arremeter y luchar.
Hablo del Padre
Fernando Rojas Morey, quien un lunes de la primera semana de enero del año 1959
llegó a mi pueblo, Santiago de Chuco y transformó nuestras vidas. Él tenía
apenas 24 años de edad. Y nosotros ingresábamos a esa edad turbulenta de la
adolescencia.
E insufló
nuestras vidas un poco de lo que es él: verdad, afrontar los asuntos de la vida
de manera directa, hacerse límpidos porque la limpieza no es previa a la acción,
sino que se consigue en la fragua.
Hay muchos
valores que nos solaza contemplar en el cristiano auténtico. A mí me cautiva
mucho, por ejemplo, la inocencia y el candor. Y eso con él lo aprendí. Pero fue
triunfal de niño admirar en don Fernando Rojas Morey, algo superior y que
terminó por transformar nuestras vidas, como: ¡el ser valientes!
2.
Afrontar
retos
feroces
Y es que él,
además de arrojado a la búsqueda tenaz de un ser trascendente, se enfrentaba a
las sombras, a la muerte y al pavor, como es un paladín y un hombre de lucha,
como un cruzado y un ser de fábula que a nosotros nos asombraba. Para él no
había imposibles. Con él todo se hacía. Jamás, por ejemplo, había que tener
dinero para emprender algo.
Aferrado a su
cruz, a su fe, a su Cristo –que en el caso de él siempre lo intuí como una
relación muy entrañable y personal– representa para mí –y también para muchos
de mis compañeros de entonces– la intrepidez y el coraje.
Era –y lo sigue
siendo ahora mucho más– el ideal máximo del ser valeroso y puro, del ser
luminoso y verdadero; del ser todo arrojo y todo fe.
¡Y de confiar y
hacernos confiar en que todo saldrá bien!
Y este sacerdote
joven, además de muy varonil, muy muchacho, era a nuestros ojos extasiados un
joven bizarro, muy de empeño en hacer frente a los obstáculos de la vida real
que había que vencer. Y de una belleza interior radiante.
Y en probarse en
proezas de fortaleza física para afrontar cansancios, agotamientos y retos
feroces.
3. De pie
en una viga
Recuerdo nítidamente una escena:
En la antigua
iglesia de Santiago de Chuco –totalmente demolida después del terremoto del año
1970– había entre pared y pared, que hacían los flancos laterales de la gran
nave, unas vigas largas que atravesaban todo ese amplio vacío interior.
Eran añosas,
toscamente labradas, amarillentas por el tiempo. Al voltear mis ojos de niño a
mirarlas, mientras se hacían los ritos en el altar mayor, imaginaba qué árboles
inmensos se habían cortado para ser tan largas y duras. Y siempre aguzaba mis
ojos para encontrar si de repente esos maderos eran piezados. ¡Y cómo se había
hecho para que no se cimbren ni dobleguen con el paso de las centurias!
Eran de madera
vieja de toronjil.
Esas vigas
estaban muy cerca de la cumbrera. En realidad, formaban parte del techo y su
colocación era inmensamente alta miradas desde el suelo.
¿Quién podría
atreverse a subir y caminar por ellas? Solo un ser con alas, una libélula, un
colibrí o un águila. ¡O un ángel!
4. Un
héroe
Recuerdo de niño al Padre Fernando Rojas
avanzando primero a horcajadas y luego puesto de pie por una de esas vigas,
envuelto en una nube de polvo acumulado y por los siglos. Y que se esparcía con
cada paso que daba.
Atravesado por
los rayos del sol filtrados por entre los agujeros que se hicieron año tras año
entre teja y teja de ese techo torcido, construido por los tatarabuelos de nuestros
tatarabuelos, él por allí caminaba como un equilibrista a fin de hacer pender
del centro de aquella viga una gruesa soga que llevaba enlazada al cuello.
Con esa soga
subiríamos los travesaños que sostendrían los telones de un escenario que
armábamos en la parte posterior de la iglesia, llamada “La huairona”.
Todo esto se
hacía a fin de representar allí una obra de teatro que habíamos preparado y
donde actuábamos todos los muchachos de entonces y que se titulaba “San
Sebastián, el centurión”.
La imagen que
tengo de él subido en esa viga, ya no es la de un santo, ni la de un querubín
ni la de un ser sobrenatural, sino sencillamente un héroe.
5. Al techo
vetusto
La ocurrencia la tuvo, y se imaginó subido
allí, cuando días antes estábamos midiendo y calculando cómo haríamos el
proscenio para escenificar la obra que habíamos preparado, a fin de recaudar
fondos para construir una canchita de fulbito en lo que antes habían sido
chacras al interior de la parroquia.
No había modo de
hacer colgar los telones y no teníamos otro local suficientemente grande para
hacer la velada. ¡Porque ilusionamos que iba a asistir todo Santiago de Chuco,
como realmente ocurrió! ¡No cabía de gente la vieja iglesia en su parte
posterior!
Al no poder subir
de ningún modo por afuera y encima, trepando por el campanario al techo vetusto
y carcomido, nos dijo que se podía tender una soga desde esa viga altísima
subiendo hasta ella.
– ¿Y de qué modo
se puede subir? –Preguntó alguien.
– ¿Quién? –Se
preguntó él mismo mirando hacia arriba.
– Sí. ¡Quién? ¡Salvo
diciéndole usted a uno de sus ángeles que en todo le obedecen! –Dijo otro
confianzudo.
– Yo subiré a
colocarla. –Dijo él, haciendo oídos sordos al majadero.
6. Pátina
de siglos
Creo que al
principio nos reímos y después empezamos a temblar de miedo por la locura que
se le estaba ocurriendo de subir hasta esa altura.
Y, además, ¡porque
lo que decía lo hacía!
Nos estremecía
que le pudiera suceder una desgracia.
Porque, primero
había que avanzar desde un altar por una cornisa de 15 centímetros de ancho,
que nadie sabía si podría resistir el peso de una persona.
Y había que
hacerlo con la espalda pegada al muro y avanzando de costado, desplazándose
centímetro a centímetro, haciendo chocar sus talones.
Al principio,
con tener tanto miedo a que él camine por la viga, que de solo imaginarlo ya era
tremendo, en el momento en que hacía esta proeza, imaginen lo que fue.
Pero no fue
aquel tramo lo peor sino verlo avanzar con lentitud suprema por la cornisa,
pegado a la pared, haciendo un esfuerzo infinito por no caer y mantenerse
pegado al yeso con pátina de siglos.
7. Entre el
cielo
y la tierra
Veinte metros
más abajo, seis u ocho chiquillos estábamos en el filo de un cuchillo,
pendientes, segundo a segundo, de ese ser etéreo dotado de un poder
desconocido.
Para el caso, se
había puesto una boina, se había metido el borde inferior de las bastas del
pantalón negro en las medias, y se había fajado bien la cintura apretando la
camisa blanca y tosca que usaba con el cinturón, para que no fuera a quedar
enganchada en algún clavo, punta o astilla.
Trepado allí en
esa viga, en lo alto de la iglesia, en el techo atravesado de los rayos del sol,
era otro santo más de aquellos que miraban extasiados, rezando padrenuestros y
avemarías desde sus tronos, y de ver lo que veían.
Bogando él entre
el polvo acumulado por el tiempo, en esa viga maestra de una iglesia barroca,
el Padre Fernando Rojas, hombre nube, flecha, escudo, estrella, se hizo para
siempre sobrenatural a nuestros ojos.
Se situaba entre
el cielo y la tierra ante nuestros pobres corazones asombrados y estupefactos,
estrujados y doloridos por lo que podría ocurrir. Allí se hacía para siempre, ante
nosotros, invencible. ¡Y quizá inmortal!
8. Destino
trascendente
Siempre me
pregunté cuál era la clave que lo sustentaba por dentro para hacer y ser lo que
era. Y leyendo el evangelio de San Juan Apóstol, me encontré con una frase que
él dice acerca de Jesús. Y cuál es:
“Sabía
de dónde había venido y adónde iba”.
Y vinculé esta
cita con aquella experiencia de ver a ese joven, cuya alma tenía una belleza
singular, arriesgando su vida por nosotros.
Sabía Jesús que
venía de un origen divino y se dirigía a una morada y a un reino igualmente
sagrado, como en verdad es la vida para todos nosotros cuando se la comprende
bien y se la abraza con unción, como Jesús mismo nos lo dijo.
En aquella frase
del evangelio de San Juan está resumida la grandeza y la dimensión de un hombre
que sabe lo que es y adónde se dirige.
Porque, aquel
que sabe valiosamente de dónde viene y adónde va ¡ya no solo es un hombre
lúcido y despierto, sensible e inteligente, fuerte y audaz, sino un milagro de
la creación! ¡Y un elegido para morar o fundar un reino!
Es quien ha
profundizado y encontrado el manantial de su origen. Y asimismo sabe adónde va,
como la realización de un destino único y trascendente. Y eso es el padre
Fernando Rojas Morey.
9. ¡Y adónde
va!
Ello representa
una gracia y una merced superior. El ser hijo de Dios. Es ser un ungido.
¡Alguien cuya
trayectoria y transcurso se eleva sobre una viga en el sol de la mañana, que es
la vida!
¡Es quien ya
encontró la ubicación de la fuente y el amanecer!
En donde el
universo puede ser la nave de la iglesia, como bastaría ser los ojos extasiados
de unos niños viéndolo avanzar por aque3l camino de aire, viento o agua; porque
sabe de dónde viene y hacia dónde va.
Y eso fue para mí,
en ese instante, y lo es hasta hoy, don Fernando Rojas Morey.
Viniendo de una
eternidad sumergida y yendo hacia otra eternidad elevada, en este breve y
circunstancial pasaje que es la existencia, vivida con verdad, coraje y virtud,
como él nos la enseñó en aquellos días.
Y si todo esto,
con su atroz misterio, ha quedado en el fondo de nuestras almas, no solo mía
sino de todos mis compañeros, ora gozosas, ora atribuladas. ¿Cómo entonces no
llorar agradecidos?
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