viernes, 1 de noviembre de 2019

1 de noviembre. Día de Todos los Santos. Hombre flecha, lanza, estrella.


1 DE NOVIEMBRE
DÍA DE TODOS LOS SANTOS

HOMBRE,
FLECHA, LANZA,
ESTRELLA


Danilo Sánchez Lihón




1. Transformó
nuestras vidas

– ¿Que si ha conocido en su vida a un hombre santo?
– Sí. Él.
– ¿Quién?
- El padre Fernando Rojas Morey. Ni en dejar de ser vital y arrojado.
Y la santidad, en su manera de ser, no consiste en dejar de hacer, ni en recluirse, ni en esconderse. No, no es huir, retraerse. O que ello signifique pasividad. Al contrario: es actuar, arriesgarse, ser valiente, arremeter y luchar.
Hablo del Padre Fernando Rojas Morey, quien un lunes de la primera semana de enero del año 1959 llegó a mi pueblo, Santiago de Chuco y transformó nuestras vidas. Él tenía apenas 24 años de edad. Y nosotros ingresábamos a esa edad turbulenta de la adolescencia.
E insufló nuestras vidas un poco de lo que es él: verdad, afrontar los asuntos de la vida de manera directa, hacerse límpidos porque la limpieza no es previa a la acción, sino que se consigue en la fragua.
Hay muchos valores que nos solaza contemplar en el cristiano auténtico. A mí me cautiva mucho, por ejemplo, la inocencia y el candor. Y eso con él lo aprendí. Pero fue triunfal de niño admirar en don Fernando Rojas Morey, algo superior y que terminó por transformar nuestras vidas, como: ¡el ser valientes!
 
2. Afrontar
retos feroces

Y es que él, además de arrojado a la búsqueda tenaz de un ser trascendente, se enfrentaba a las sombras, a la muerte y al pavor, como es un paladín y un hombre de lucha, como un cruzado y un ser de fábula que a nosotros nos asombraba. Para él no había imposibles. Con él todo se hacía. Jamás, por ejemplo, había que tener dinero para emprender algo.
Aferrado a su cruz, a su fe, a su Cristo –que en el caso de él siempre lo intuí como una relación muy entrañable y personal– representa para mí –y también para muchos de mis compañeros de entonces– la intrepidez y el coraje.
Era –y lo sigue siendo ahora mucho más– el ideal máximo del ser valeroso y puro, del ser luminoso y verdadero; del ser todo arrojo y todo fe.
¡Y de confiar y hacernos confiar en que todo saldrá bien!
Y este sacerdote joven, además de muy varonil, muy muchacho, era a nuestros ojos extasiados un joven bizarro, muy de empeño en hacer frente a los obstáculos de la vida real que había que vencer. Y de una belleza interior radiante.
Y en probarse en proezas de fortaleza física para afrontar cansancios, agotamientos y retos feroces.
 


3. De pie
en una viga

 Recuerdo nítidamente una escena:
En la antigua iglesia de Santiago de Chuco –totalmente demolida después del terremoto del año 1970– había entre pared y pared, que hacían los flancos laterales de la gran nave, unas vigas largas que atravesaban todo ese amplio vacío interior.
Eran añosas, toscamente labradas, amarillentas por el tiempo. Al voltear mis ojos de niño a mirarlas, mientras se hacían los ritos en el altar mayor, imaginaba qué árboles inmensos se habían cortado para ser tan largas y duras. Y siempre aguzaba mis ojos para encontrar si de repente esos maderos eran piezados. ¡Y cómo se había hecho para que no se cimbren ni dobleguen con el paso de las centurias!
Eran de madera vieja de toronjil.
Esas vigas estaban muy cerca de la cumbrera. En realidad, formaban parte del techo y su colocación era inmensamente alta miradas desde el suelo.
¿Quién podría atreverse a subir y caminar por ellas? Solo un ser con alas, una libélula, un colibrí o un águila. ¡O un ángel!

4. Un
héroe

 Recuerdo de niño al Padre Fernando Rojas avanzando primero a horcajadas y luego puesto de pie por una de esas vigas, envuelto en una nube de polvo acumulado y por los siglos. Y que se esparcía con cada paso que daba.
Atravesado por los rayos del sol filtrados por entre los agujeros que se hicieron año tras año entre teja y teja de ese techo torcido, construido por los tatarabuelos de nuestros tatarabuelos, él por allí caminaba como un equilibrista a fin de hacer pender del centro de aquella viga una gruesa soga que llevaba enlazada al cuello.
Con esa soga subiríamos los travesaños que sostendrían los telones de un escenario que armábamos en la parte posterior de la iglesia, llamada “La huairona”.
Todo esto se hacía a fin de representar allí una obra de teatro que habíamos preparado y donde actuábamos todos los muchachos de entonces y que se titulaba “San Sebastián, el centurión”.
La imagen que tengo de él subido en esa viga, ya no es la de un santo, ni la de un querubín ni la de un ser sobrenatural, sino sencillamente un héroe.

 


5. Al techo
vetusto

 La ocurrencia la tuvo, y se imaginó subido allí, cuando días antes estábamos midiendo y calculando cómo haríamos el proscenio para escenificar la obra que habíamos preparado, a fin de recaudar fondos para construir una canchita de fulbito en lo que antes habían sido chacras al interior de la parroquia.
No había modo de hacer colgar los telones y no teníamos otro local suficientemente grande para hacer la velada. ¡Porque ilusionamos que iba a asistir todo Santiago de Chuco, como realmente ocurrió! ¡No cabía de gente la vieja iglesia en su parte posterior!
Al no poder subir de ningún modo por afuera y encima, trepando por el campanario al techo vetusto y carcomido, nos dijo que se podía tender una soga desde esa viga altísima subiendo hasta ella.
– ¿Y de qué modo se puede subir? –Preguntó alguien.
– ¿Quién? –Se preguntó él mismo mirando hacia arriba.
– Sí. ¡Quién? ¡Salvo diciéndole usted a uno de sus ángeles que en todo le obedecen! –Dijo otro confianzudo.
– Yo subiré a colocarla. –Dijo él, haciendo oídos sordos al majadero.

6. Pátina
de siglos

Creo que al principio nos reímos y después empezamos a temblar de miedo por la locura que se le estaba ocurriendo de subir hasta esa altura.
Y, además, ¡porque lo que decía lo hacía!
Nos estremecía que le pudiera suceder una desgracia.
Porque, primero había que avanzar desde un altar por una cornisa de 15 centímetros de ancho, que nadie sabía si podría resistir el peso de una persona.
Y había que hacerlo con la espalda pegada al muro y avanzando de costado, desplazándose centímetro a centímetro, haciendo chocar sus talones.
Al principio, con tener tanto miedo a que él camine por la viga, que de solo imaginarlo ya era tremendo, en el momento en que hacía esta proeza, imaginen lo que fue.
Pero no fue aquel tramo lo peor sino verlo avanzar con lentitud suprema por la cornisa, pegado a la pared, haciendo un esfuerzo infinito por no caer y mantenerse pegado al yeso con pátina de siglos.




7. Entre el cielo
y la tierra

Veinte metros más abajo, seis u ocho chiquillos estábamos en el filo de un cuchillo, pendientes, segundo a segundo, de ese ser etéreo dotado de un poder desconocido.
Para el caso, se había puesto una boina, se había metido el borde inferior de las bastas del pantalón negro en las medias, y se había fajado bien la cintura apretando la camisa blanca y tosca que usaba con el cinturón, para que no fuera a quedar enganchada en algún clavo, punta o astilla.
Trepado allí en esa viga, en lo alto de la iglesia, en el techo atravesado de los rayos del sol, era otro santo más de aquellos que miraban extasiados, rezando padrenuestros y avemarías desde sus tronos, y de ver lo que veían.
Bogando él entre el polvo acumulado por el tiempo, en esa viga maestra de una iglesia barroca, el Padre Fernando Rojas, hombre nube, flecha, escudo, estrella, se hizo para siempre sobrenatural a nuestros ojos.
Se situaba entre el cielo y la tierra ante nuestros pobres corazones asombrados y estupefactos, estrujados y doloridos por lo que podría ocurrir. Allí se hacía para siempre, ante nosotros, invencible. ¡Y quizá inmortal!

8. Destino
trascendente

Siempre me pregunté cuál era la clave que lo sustentaba por dentro para hacer y ser lo que era. Y leyendo el evangelio de San Juan Apóstol, me encontré con una frase que él dice acerca de Jesús. Y cuál es:
“Sabía de dónde había venido y adónde iba”.
Y vinculé esta cita con aquella experiencia de ver a ese joven, cuya alma tenía una belleza singular, arriesgando su vida por nosotros.
Sabía Jesús que venía de un origen divino y se dirigía a una morada y a un reino igualmente sagrado, como en verdad es la vida para todos nosotros cuando se la comprende bien y se la abraza con unción, como Jesús mismo nos lo dijo.
En aquella frase del evangelio de San Juan está resumida la grandeza y la dimensión de un hombre que sabe lo que es y adónde se dirige.
Porque, aquel que sabe valiosamente de dónde viene y adónde va ¡ya no solo es un hombre lúcido y despierto, sensible e inteligente, fuerte y audaz, sino un milagro de la creación! ¡Y un elegido para morar o fundar un reino!
Es quien ha profundizado y encontrado el manantial de su origen. Y asimismo sabe adónde va, como la realización de un destino único y trascendente. Y eso es el padre Fernando Rojas Morey.




9. ¡Y adónde
va!

Ello representa una gracia y una merced superior. El ser hijo de Dios. Es ser un ungido.
¡Alguien cuya trayectoria y transcurso se eleva sobre una viga en el sol de la mañana, que es la vida!
¡Es quien ya encontró la ubicación de la fuente y el amanecer!
En donde el universo puede ser la nave de la iglesia, como bastaría ser los ojos extasiados de unos niños viéndolo avanzar por aque3l camino de aire, viento o agua; porque sabe de dónde viene y hacia dónde va.
Y eso fue para mí, en ese instante, y lo es hasta hoy, don Fernando Rojas Morey.
Viniendo de una eternidad sumergida y yendo hacia otra eternidad elevada, en este breve y circunstancial pasaje que es la existencia, vivida con verdad, coraje y virtud, como él nos la enseñó en aquellos días.
Y si todo esto, con su atroz misterio, ha quedado en el fondo de nuestras almas, no solo mía sino de todos mis compañeros, ora gozosas, ora atribuladas. ¿Cómo entonces no llorar agradecidos?


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