domingo, 17 de noviembre de 2019

17 de noviembre. Día Mundial del Estudiante. Los niños campesinos.


17 DE NOVIEMBRE
DÍA MUNDIAL DEL ESTUDIANTE

LOS
NIÑOS
CAMPESINOS


Danilo Sánchez Lihón





Azulea el camino,
ladra el río…
César Vallejo


1. Riqueza
verdadera

Venían los niños campesinos a la institución educativa donde yo cursé la Educación Primaria en Santiago de Chuco, desde lugares distantes. Eran niños del campo que para llegar a la escuela del pueblo caminaban desde la madrugada. Pese a que tenían todas las desventajas su limpieza era diáfana, nunca llegaban tarde y en muchos casos nos superaban en notas y en comportamiento a los niños que vivíamos en la ciudad.
¡Eran los primeros! En ellos no solo relucía la valentía, la veracidad, el sacrificio sino otros dones que ahora ya no se reconocen como valores, tal por ejemplo la renuncia a las comodidades y privilegios, siendo los primeros que cedían en esos aspectos. O en otros valores como en la inocencia, el candor y la abnegación.
Y en otros tesoros más rústicos, pero en mis recuerdos ¡excelsos! También por la actitud con que nos los ofrecían y prodigaban, me refiero a su fiambre y a sus comidas. Esos niños nos lo obsequiaban generosos, quedándose ellos casi sin comer. Porque todo su yantar lo traían y compartían abiertamente con nosotros, nacidos y crecidos orgullosamente en la ciudad en donde poco tenemos de riqueza verdadera, aunque ostentemos y hasta seamos tan desdeñosos y despreciativos.


2. Una loma
y una quebrada

Felizmente, la historia nos desmiente y todo lo corrige a tiempo en lo que corresponde a estas imposturas y vanidades. Consigno aquí por ejemplo algunos datos como el siguiente: En el certamen Capulí, Vallejo y su Tierra del año 2005, visitamos la campiña de Cotay y un escritor del lugar, el Dr. Melanio Delgado Siccha, presentó con dicha ocasión un libro alusivo a ese recodo mínimo, compuesto apenas una loma y una quebrada.
En dicho estudio y memoria se consignan los nombres de cientos de profesionales que residen ahora en Europa, Japón y Estados Unidos, que nacieron y crecieron en ese paraje, es decir: Cotay. ¿Qué había entonces allí? Ni siquiera una plaza, apenas una pequeña capilla, recodo donde se arriman hasta juntarse algunas casitas como si el frío las encarrujara unas al lado de otras, humildes pero bellas en el espíritu, regadas entre maizales que se pierden por la hondonada.
En mi escuela admiré siempre de aquellos niños campesinos que esperaban que la puerta se abra, su creatividad para resolver problemas, para afrontar adversidades, para ser solidarios. Y si algo conozco de virtudes fueron las que siempre vi que ellos las encarnaban. ¿Qué es lo que falta? Que ellos vuelvan y se hagan más presentes, pero con sus mismas virtudes en la vida diaria.


3. La nitidez
de los manantiales

Pero vayan aquí estas líneas de agradecimiento a ellos, pero también a la Escuela Pública que desde siempre nos une a todos los niños sin distingos de ninguna especie, algunos con zapatos, otros con ojotas. Y otros que asistían descalzos, pero donde todos jugábamos comulgando por igual. Y así, mucho de la construcción del Perú actual se debe a aquellos niños del campo que han alcanzado a ser destacados profesionales y hombres de bien.
Ellos nos han superado por su aplicación al trabajo, noble y a lo serio; por encontrarles recién salido el sol ya a ellos en los caminos. Por madrugar amaneciendo ya avanzados por el sendero; por su ímpetu e integridad.
Por ser generosos en sus afectos y puntuales en su comportamiento. Por su transparencia quizá inspirada o como un reflejo de los manantiales y acequias por donde pasaban, recogiendo de ellos su nitidez. Por todas sus inmensas virtudes. A ellos agradezco el frescor de haber compartido conmigo el aroma y sabor de los alimentos de la tierra, que son los prodigios primeros que nos regala la vida. Como son maravillas los niños mismos y sus naturales talentos.

Foto: Ruben Lettieri

4. ¡Ellos,
nunca!

En una entrevista que yo hiciera al profesor Jacinto Diestra, quien estudió en la misma escuela donde estudiara César Vallejo, y que es la escuela donde yo también estudié, él evoca vivencias relacionadas a este mismo tema y lo hace del siguiente modo:
Pero aquí ha de valer que rindamos un homenaje a esos muchachos, nuestros compañeros que venían del campo después de caminar cuatro, ocho, diez o más kilómetros y, sin embargo, llegaban al pueblo y a la escuela antes que todos nosotros, que vivíamos en la ciudad. O que vivíamos ahí no más, al lado de la escuela.
Ellos, ¿acaso tenían reloj? ¿Alguien ha visto a alguno de ellos que tenía reloj? ¡No! ¡Nadie! ¡Porque no tenían! En cambio, yo, por ejemplo, vivía a una cuadra de la escuela ¡y yo sí tenía reloj! Y, sin embargo, llegaba a veces tarde, o con las justas a la formación ya en el patio. ¡Ellos, nunca!
Y es que cuando escuchaba el segundo campanazo recién me levantaba con todo de la cama. Agarraba ahí no más el agua de las goteras de la lluvia caída por la noche, esa agua helada que recogemos en barriles o baldes, y me lavaba la cara, así como el gato.


5. El imaginario
de la gente

Y continúa:
Me secaba con mi pañuelo y me iba con dos panes en mi bolsillo: ¿para qué? Para canjearlos en la escuela con el "Mono" Segundo Paredes.
Lo menciono a él porque es quién se acuerda todavía de estos hechos. A quien yo le daba los panes y él me entregaba capulí traído de su chacra. O nísperos. O llacones.
Yo llegaba con las justas y mis compañeros del campo, ¿ah?, con sus llanques y pantaloncitos arriba de la canilla, me ganaban. Y algunos venían de Cochabuc. Otros por el lado de Samada. Otros de Querquerbal.
Yo me he preguntado también eso: ¿por qué usan el pantaloncito alto? Y es por la lluvia, ¡debido a que tienen que pisar el agua que hay en los caminos! Y, para que no se mojen las bastas del pantalón, usan el pantaloncito arriba.
Esos niños eran los niños más sanos y puros que yo tengo registrados en mi memoria. E iban con la esperanza de que nosotros también les enseñemos algo nuevo. Y como que así era:


6. Todo acto
y voz genial

– Yo el otro día he estado en Trujillo. –Decía uno. Y ellos escuchaban con mucha atención.
Y es que la educación y la escuela siempre han formado parte del imaginario de la gente campesina, como lo ejemplifica bien Ciro Alegría en su novela El mundo es ancho y ajeno.
En ella los albañiles de la comunidad que siguen levantando el edificio de la escuela, al lado de la capilla de Rumi, donde hay sombra y aroma de eucaliptos.
Y se entabla el diálogo que sigue, entre dos comuneros, uno de ellos el alcalde del pueblo, Rosendo Maqui, hombre legendario; quienes conversan diciendo:
– La verdá, ya tendremos escuela. Me habría gustado demorarme en llegar al mundo, ser chico aura y venir pa la escuela...
– Cierto, sería bonito...
– Pero también es güeno poder decir a los muchachos: “vayan ustedes a aprender algo” ...


7. Ellos
¿sabrán qué?

– Cierto taita... yo tengo dos; ellos sabrán alguna cosa; porque es penoso que lo diga; yo tengo ya la cabeza muy dura. Si veo un papel medio pintadito de eso que llaman letras, me pongo pensativo y como que siento que no podría aprender, ¡hasta tengo miedo!...
– Es que nunca, nunquita hemos sabido nada –respondió Rosendo Maqui– y luego con fervor: –Pero ellos sabrán... ellos sabrán... Ellos sabrán...
Ellos, ¿sabrán qué? Esta es la pregunta raigal de nuestra educción y de nuestra cultura. Ellos sabrán más y mejor de sí mismos, sabrán valorarse y a desarrollar desde dentro.
Y no tanto de lo ajeno para ya no acostumbrarlos a emigrar, dejando nuestro espacio interior vacío
Aprenderán a conocer de sus potencialidades y acerca de su identidad que es también la nuestra, para legárnosla, siendo nosotros los que hemos de aprender de ellos, principalmente sus valores.
Es por eso que César Vallejo, producto de la escuela pública, expresa:
Todo acto y voz genial viene del pueblo y vuelve hacia él, de frente o trasmitido.




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