25 DE
NOVIEMBRE
DÍA DE LA NO VIOLENCIA
CONTRA LA MUJER
LA NIÑA
DE LA
CABELLERA
Danilo Sánchez Lihón
1. El pañuelo
amarrado
En aquel informe
confidencial se decía que la alumna Diana Ayaipoma Sulca había intentado
suicidarse.
– No la ubico. ¿Quién es?
–Fue la primera expresión de todos los profesores del plantel. Resulta que nadie
la conocía por su nombre.
– ¿En qué salón está? –Es
la pregunta tensa e inquietante.
– Aquí dice que en el
Tercer Año B.
– ¿Quién de ustedes es
Diana Ayaipoma Sulca? –Preguntó ya en el aula de clases la maestra–. ¿Es alumna
de esta sección?
– ¿Debe ser Elena,
señorita? Porque Elena apellida Ayaipoma.
– ¿Pero también se llama
Diana?
– No sabemos. Eso si no sé.
– ¿Quién entonces es Elena
Ayaipoma?
– Es la niña que a veces
viene y tiene un pañuelo amarrado a su cabeza.
– ¡Ah, bien! ¡Gracias! ¿Y,
la han visto?
– Hace varios días que no
viene a la escuela señorita.
– Cuando venga me avisan,
por favor.
2.
¿Dónde
está?
En otro informe se explican
detalles del intento de suicidio que había tenido, como un hecho muy grave, y
del cual apenas de milagro pudo salvarse.
Pero, además, recomiendan a
la profesora de su aula que ayude a dicha alumna en lo posible a salir del
proceso de depresión por el cual atraviesa.
Revisando su registro
comprueba que en ninguna oportunidad ha participado en las sesiones de
aprendizaje. Y que hacía varios días que faltaba de manera continua.
Tres días después de
recibir el informe y luego de la primera jornada de clases, al salir al patio
las alumnas le avisan que a un costado del mismo y sin haber entrado al salón,
está sentada al filo del corredor, Diana Elena, como ahora reconocen que se
llama.
– ¿Dónde?
– Allá señorita, la que
está sentada tras del pilar, cerca de la ventana.
– ¿Dónde, que no la veo?
– Allá. Mire, la del
pañuelo en la cabeza.
3.
Una leve
sonrisa
Termina de decir esto y la
compañera que había dado aviso desaparece corriendo a unirse con sus demás
amigas para seguir jugando.
– Hola Diana, ¿cómo estás?
–Le dice la profesora, ya a su lado.
La niña se sorprende de
esta aproximación. Hace un rictus confuso con la cabeza, como queriendo decir:
"¿Me habla a mí?", o “¿Qué desea?” O, “¿Por qué me pregunta?”
– ¡Qué lindo es tu nombre
Diana! –Recalcó sentándose a su lado
– Gracias, señorita.
Y allí estuvo un rato en
silencio, con un gesto amable.
– ¿Sabes que Diana
significa “amanecer”? ¿Lo sabías?
– No. ¿Amanecer, señorita?
– Sí, significa
"Amanecer". También "Luz de la mañana". Hay personajes
famosos con ese nombre. Y Diana es la diosa del amor conyugal, del amor entre
la pareja del hombre y la mujer.
La niña esbozó una leve
sonrisa que se convirtió en una mueca de dolor en su rostro cetrino.
4.
Leyendo
historias
Aquel día no hablaron más,
sino que estuvieron sentadas, una al lado de la otra, mirando como las chicas
jugaban en el patio.
¡Y cómo otras correteaban o
se entretenían felices y divertidas en unos y otros juegos por los corredores!
El siguiente día volvió a
venir la niña e ingresó al aula de clases.
La maestra trajo unos
libros sencillos con imágenes y los estuvo leyendo en voz alta al lado de la
niña que prestó algún interés en el contenido de las historias.
Ese día la maestra puso sus
manos en el hombro de la niña y sintió cómo temblaba su cuerpecito enjuto.
Así, la maestra la buscaba en
el aula, y desde ese sitio leía, a ratos cogiendo su brazo y mostrándole en
todo momento cariño.
Descubrió que tenía una
linda sonrisa, pues al leerle un pasaje del libro que ese día leían rieron de
las travesuras de uno de los personajes que aparecía y desaparecía en uno de
los cuentos.
Y así la maestra siguió
leyendo desde el sitio donde ella se sentaba, libro tras libro.
5.
Escucho
y
veo
En una ocasión, al ladearse
el pañuelo de la cabeza de la niña, la maestra descubrió con un estremecimiento
que la niña es calva, que no tenía cabello.
– Tu papá ¿en qué trabaja?
–Le pregunta con naturalidad la maestra ya en el corredor del patio.
– De chofer de una combi.
– ¡Ah! Y te quiere mucho.
– No. No me quiere ni a mí
ni a mí ni a mi mamá.
– ¿Así? Pero tú lo quieres
a él.
La niña no contesta, y por
primera vez parece sentirse incómoda.
– Casi no lo veo. –Agrega
aparentando estar distraída.
– ¡Ah!, ¡pero lo extrañas!
– No. Cuando viene siempre
le pega a mi mamá.
– ¿Así? ¿La pega? ¿Y, por
qué?
– Siempre llega molesto. Mi
mamá cuando viene me pide que salga de la casa. Pero desde afuera yo escucho
que discuten y veo cómo le pega y la patea en el suelo.
6.
Qué
hacer
La campana de fin de recreo
ha sonado y han tenido que interrumpir su conversación, pero la maestra está
conmovida.
Al otro día la niña le ha
pedido a la maestra releer el cuento “De vuelta a casa”, que trata de cómo un
hermano recupera a su hermanita que la han regalado para que la críe una tía
solterona y ya vieja. De repente la niña se ha echado a llorar.
– ¿Qué ocurre?
– Mi papá le ha pegado a mi
mamá y esta vez casi la ha matado. Hoy no se ha podido poner de pie. Y yo tengo
mucho miedo de volver a mi casa.
La maestra disimula su
alteración e impaciencia.
– No sufras. –La consuela
como puede–. A veces, cuando uno menos lo piensa, hay una solución.
– Ya no sé qué hacer,
señorita.
– ¿Puedes llevarme para yo
hablar con tu mamá?
– Sí, señorita.
– Si usted se deja
maltratar, señora, le está causando un daño irreparable a su hija. –Le dice la
maestra a la madre–. Hay dependencias a las cuales usted puede acudir.
7.
Maestra
y
niña
Y después madruga y habla
con el padre acerca del daño que está causando en la niña.
– Reflexione. –Le dice–. ¡La
niña es posible que nuevamente intente llegar a una decisión desesperada!
– Mire. Yo no tengo por qué
hablar de eso con personas extrañas. Además, son las tensiones naturales del
trabajo. –Se disculpa el padre.
– ¿Así? Pues veo que usted
toma estas cosas como naturales. Domine pues sus tensiones. Su hija ha
intentado suicidarse.
– Bueno, bueno. No tengo
tiempo para esto. Se me hace tarde. ¿Ya terminó?
– Sí. Pero mire aquí tengo
el formulario de denuncia ya llenado. ¡Y con todos los datos! Antes he venido a
hablar aquí para decirle que si esta situación continúa yo misma presentaré
este informe, como maestra de escuela.
– ¡Y eso qué!
– Que ni bien ocurra que
usted otra vez maltrate a la mujer con que vive, vendrá la policía, constatará
el hecho y usted irá a la cárcel. ¡Bastará eso! Pero no lo haga por la amenaza
sino por amor a una criatura a quien si no cambia su actitud va a causarle la
muerte.
Maestra y niña siguieron
con su práctica de lectura en el patio. Indirectamente le indaga si se volvía a
producir una situación violenta en su casa.
8.
¿Qué
te
parece?
– Mi papá poco a poco se está
volviendo bueno. –Le confiesa un día–. Ahora nos quiere a mí y a mi mamá. Y
mire ¡mi cabello está creciendo!
La maestra vio asombrada
cómo el cabello de la niña brotaba suavemente en su cráneo antes pelado, aunque
seguía envuelto en el pañuelo descolorido.
Esto causó tanta emoción en
la maestra que se puso a llorar con tanto sentimiento que la niña en un momento
se preocupó.
– No me hagas caso. Lloro
de contenta, de cómo está creciendo tu cabello. ¡Qué lindo! Y lloro también por
la mala maestra que era antes de conversar contigo y conocerte.
– Gracias señorita.
– Gracias a ti, Diana. Tú
me has enseñado que ser maestra no es dictar clases. Y quiero hacerte una
propuesta.
– Cuál, señorita.
– No descubras tu cabello
hasta que les demos a las muchachas del salón una sorpresa, ¿qué te parece?
Vamos a sorprenderlas del lindo cabello que tienes. ¡Que nadie espera ver lo lindo
que es!
9.
Y
¡oh
sorpresa!
La niña hoy cumple años. La
maestra junto con Diana Elena y otras alumnas han prepararon durante varios
días un cuadro dramático. Se trata de una niña que siempre tiene un pañuelo
amarrado a la cabeza, tanto que una y otra compañera la fastidian. Y la acosan
para que descubra su cabeza, haciendo mil conjeturas. Y dicen haciendo una
ronda:
– Tiene el cabello feo.
– ¿Por qué no se quita ese
trapo? –Aduce otra.
– ¡Porque es trinchudo!
– ¡Porque es horrible y
motoso!
– ¡Porque seguro no tiene
cabello! ¡Y es calva! –Suelta a decir la más atrevida.
Esto causa un
estremecimiento. Diana Elena está actuando de maravillas.
– Entonces, ¡a ver, que
suelte su cabello!
– ¡Sí, que lo suelte! ¡Sí!
¡Sí!
Diana entonces se desamarra
el pañuelo. Y ¡oh sorpresa!
Cae un cabello hermoso,
negro y abrillantado como la seda haciendo ondulaciones en torno a su rostro
inocente.
– ¡Oh!, qué hermoso
cabello.
10.
Entre
las
primeras filas
– ¡Guau! ¡Increíble!
– ¿Y, por qué lo tenías
escondido?
– ¡Qué brillante es! Y, ¡qué
negro! Y, ¡qué coposo! Y todos se acercan a tocarlo.
Y, luego, en un aplauso largo y resonante que
dura varios minutos, todos espontáneamente empiezan a abrazarla.
La maestra entonces dice:
– Aprendamos a reconocer
que detrás de algo aparentemente humilde ¡hay maravillas y tesoros escondidos.
Después niña y maestra se
estrechan en un abrazo largo e interminable.
La maestra siente cómo su
blusa, a la altura de sus hombros se humedece por el llanto de gozo y
reconocimiento de la niña.
Así la muchacha salió de su
escondrijo en el patio y del fondo del salón, para situarse adelante, entre las
primeras filas de los asientos.
– Ahora anda con el cabello
suelto, corriendo como las otras niñas, y haciéndolo ondular cuando camina por
la calle. Y enséñales a su mamá y a tu papá en su casa lo hermosa que es su
cabellera.
Fotos, adaptadas
para ilustrar esta historia,
de Jaime Sánchez Lihón
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