15 DE DICIEMBRE
DÍA DE LA VIRGEN DE LA PUERTA
FLORES
PARA
SU ALTAR
Danilo
Sánchez Lihón
1. De
un azul
y
lila intensos
Por estos días mi prima Amelia me enseñó a
nombrar a aquellas flores de color violeta, inclinándose al color morado
intenso con el que inundan las colinas, con el nombre de “Rostros de Cristo”. Aunque
nunca más a nadie he escuchado denominarlas de ese modo. ¿Se le ocurriría solo
a ella?
– Y, ¿por qué las llaman así? –Le pregunto
abstraído.
– Porque ¡mira pues! –Me dice en pleno
campo florecido y fragante, casi empapados por el rocío de que se colman las
plantas y bajo el arrebol del mes de diciembre.
– ¿Qué? –Le inquiero.
– ¿Qué ves aquí?
– ¿Dónde?
– ¡Mira, pues, grabado en los pétalos!
Y veo que en cada uno de esas leves
partículas de la flor está impreso, lacerado y sufriente el rostro del Señor.
Y siento una honda conmoción. Porque, ¿cómo
es que, en este campo luminoso, flamante y bello, en medio de esta naturaleza
pródiga y de hermosura infinita y sin par, en el centro de esta explosión de frescura,
de dicha y de amor, y en cada pétalo innumerable, esté el martirio de nuestro
Dios? ¿Por qué?
2. Cohete
que estalla
Y cubriéndose así toda la campiña de estas
flores de un azul y lila intensos, sin que nadie las siembre, las cultive ni
las riegue.
Ellas hacen que todos los contornos estén
teñidos de su color y sin que se sepa, transidos de pena. He traído un ramo de
ellas hasta mi habitación, para mirarlas mientras te escribo, mamá.
¿Y cómo se llaman esas otras que cubren con
un manto de pasión amarillo, otras celeste, blanco y escarlata, las lomas,
cumbres y altozanos de nuestra tierra natal?
Pero hay otras flores de un amarillo menos intenso,
casi gualda, que crecen en los cercos de los caminos. Las decimos «Rompe
ollas», porque esa es la fama que tienen.
Por eso, nunca las traemos a las casas y
menos las dejamos sobre la mesa en la cocina. Ni siquiera sobre el batán,
porque si así fuera encontraríamos todas nuestras ollas que son de barro amanecidas
rotas, o por lo menos rajadas.
Pero, correteando por el campo sí las hacemos
reventar, poniéndola en la palma de una mano y con el aplauso de la otra al
oprimirla, produce entonces un ruido de cohete que estalla.
3. Campos
humedecidos
Quiero ir al campo a contemplar también
esas otras flores mínimas, que crecen entre yerbas silvestres y casi pegadas a
tierra.
Son de un hermoso color cadmio, breves e
intensas. Aunque hay otras de esa misma especie de vehemente y arrebatado celeste,
y de cálices naranjas.
O bien aquellas de granate violento, que se
mecen sobre el verde de los prados con el viento de la tarde.
Y la llamaré con tu nombre mamá, diciéndolas:
“¡Elviras!” Son esas flores emblemáticas, de pétalos abiertos y extendidos.
Y no pondré aquí su nombre antiguo, porque
desde que yo era un niño las llamo con tu nombre, mamá: “Elviras”.
Y saludaré como siempre lo hago a las
demás. Entre ellas a las “pachas rosas”, de color carmesí, que viven entre las
espinas.
Y rozaré mi mano por la frente de esas
otras flores tornasoladas todavía en capullo regadas por las laderas y los
campos humedecidos.
4. Más
que los caminos
¡Tampoco no me olvido de las malvas humildes ni de los secos rastrojos
ni de los chilenos macilentos que crecen encima de los muros de adobe o de las
tapias de tierra!
Tampoco, por si acaso, me olvido de las
flores que crecen entre las piedras de las casas abandonadas.
¡Siendo ellas las que persisten y que
siguen brotando como si esperaran el regreso de todos quienes nos hemos ido a
morar en otros lugares!
O quizás, ¡solo esperen a los dueños de
esta estancia! Y que quizás, sin saberlo nosotros, ellos ya han regresado y
viven aquí. Y las flores sí lo saben y por eso estallan, aunque entre las ruinas.
Aunque como fantasmas ensimismados que
penan con las puertas cerradas, en silencio y sin dejarse ver. Y nosotros de
afuera de estas puertas clausuradas no nos hemos dado cuenta que aquí viven,
aunque en espíritu.
Mientras adentro estallan las fiestas que
aquí se dieran, los banquetes y regocijos. Entre el ulular de las abejas y los
moscardones inconscientes o sonámbulos.
¡Hay tanto de lo que no puedo olvidarme
nunca, mamá! Y que está quieto dentro de los muros de estas casas, igual o más
que los caminos. ¡Y que es lo que también nos hace padecer en la añoranza!
5. En calles
y plazas
Pero,
¿por qué empecé acordándome de todas estas presencias, mamá? ¡Y que más hoy son
ausencias, y precisamente añoranzas! Te lo diré: ¡Porque hoy es Día de la
Virgen de la Puerta de Otuzco! A la cual tú tienes devoción y adoras, mamá.
Como veneras
también al Apóstol Santiago el Mayor de nuestro pueblo. Que han cuidado de
nosotros cuando éramos niños y resguardado nuestra casa de infancia, que
gracias a Dios está de pie. Y ambos siguen guiando nuestros pasos ahora por los
caminos de esta vida.
Porque,
aunque ya no seamos niños y nuestro hogar de infancia quede muy lejos en los
años, y quizá andemos extraviados por uno y otro sendero, sentimos seguir
estando protegidos bajo el manto arrebolado y lleno de prodigio de estas dos santas
divinidades.
Evoco
todo esto para decir que toda flor que traíamos a la casa era para ponerla en
el florero y en la repisa bajo el cuadro de la Virgen de la Puerta, del cuarto
donde dormíamos. Y cuyo rostro tan bello, tan candoroso y sublime nos ha
bendecido siempre, ¡toda la vida! Relaciono todas estas flores candorosas de
los campos de Santiago de Chuco, como flores de la emoción por lo sagrado.
Culto que un día como hoy se puebla en su fiesta y en su pueblo de danzas,
cohetes y cantares en calles y plazas por la milagrosa Virgen de la Puerta de
Otuzco.
6.
Profunda
y entrañable
Te
escribo todo esto, mamá, porque es el día de la santa que en el cielo donde
mora tú sabías reverenciar. Y nos lo enseñaste a nosotros que te veamos orar
ante ella. Y encomendar en sus manos la vida de cada uno de tus hijos. Porque
junto con el Patrón Santiago el Mayor de nuestro pueblo nos han sabido
proteger, dar salud y hacernos hombres de bien. Y esa es la felicidad que ellos
entendieron que le pedías para nosotros. Y era en razón de ese desvelo que le
traíamos todas esas flores que crecen a la vera de los caminos y se siembran así
mismas por las colinas. Y que inclinado y a tientas he podido rememorar.
¡Porque
es la imagen de la Virgen de la Puerta lo que más hemos mirado en nuestra casa
de niños! Ya que era el único cuadro colgado en la pared del lugar donde
dormíamos. Y por ser así es la imagen a la cual más he volteado a mirar para
rogarle por la salud de un hermano o hermana cuando se enfermaban.
En
esa devoción, y mirando su imagen me preguntaba: ¿Por qué se llamará así? ¿Por
qué Virgen de la Puerta? Y no más bien: Virgen del Arco de la Luna, en donde
ella se sostiene de pie. Y recién ahora lo sé. Es porque atacado Trujillo por
los piratas, y puesta la Virgen de la Concepción, como se llamaba antes, en la
puerta de la ciudad, los
piratas no se atrevieron a entrar. Y se fueron. Los atajó la imagen de la
Virgen que presidió siempre la habitación más profunda y entrañable de mi casa
desde donde nos derrama hasta ahora sus bendiciones.
7. Nuestras
mejores rosas
Virgen de la
Puerta, mamá, cuyo nombre completo es Patrona del Norte del Perú y Reina de la
Paz Universal, quien desde el cielo ha hecho posible que todos tus hijos,
naciéramos con todos nuestros deditos de las manos y los pies, con nuestras
ilusiones completas, íntegros e inocentes. Y con nuestras orejas que son de un
perfecto caracol.
Virgen de la
Puerta que es la imagen que yo más he mirado de niño, puesto que despertaba y
ya estaban mis ojos posados allí sobre su rostro nacarado, con un tinte de arrebol
y flotando ella en su media luna blanca. ¡Qué digo! ¡En su media luna blanca no!
Sino apenas en el cuerno de luna creciente, sobre el cual ella se erige
flotando en el cielo azul.
Porque era hasta
la repisa de su altar en nuestra casa de infancia hasta donde traíamos esas
flores inocentes que acarreábamos desde los campos fragantes. Virgen que, junto
al Apóstol Santiago, inmerso en nuestros corazones, juntamos e hicimos que
fueran enamorados, novios, o pareja de esposos en el cielo y en nuestros campos
que en diciembre ya empiezan a verdecer. Y a quienes enlazamos en nuestras
ilusiones y utopías anhelando que también ellos sean felices.
Es a la Virgen de
la Puerta bendita y al Apóstol Santiago el Mayor valeroso, a quienes ungimos
con el sumo de nuestros mejores pétalos y a quienes coronamos sus frentes con nuestras mejores oraciones.
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