18 DE DICIEMBRE
DÍA
DEL MIGRANTE
BESO
MI TIERRA
AL VOLVER
Danilo
Sánchez Lihón
Soy
extranjero en este mundo.
Soy
forastero, y en el inmigrante
la
soledad es pavorosa y atroz es
la
nostalgia. El exilio me mueve
a
soñar en una encantadora tierra
llenándome
la fantasía con dulces
imágenes
de una Patria quimérica
y remota que mis ojos jamás verán.
Gibrán Jalil
1. Y me quedé
ahí
Yo no pensaba en
regresar. Me había resignado a la idea de morir en tierra extranjera; a dejar
mis huesos en suelo áspero, indiferente y ajeno.
Y sentía que no
iba a tener reposo jamás. Porque estar mal enterrado, es para la eternidad. Y
duele más que vivir mal, que es efímero y pasajero.
Era cuestión de
vida y muerte entonces volver, asunto inaplazable y perentorio que tenía que
resolver ¡a como dé lugar!
Porque llegó un
día en que regresar se me hizo urgente, compulsivo y apremiante. Volver a sentir
el dulce y profundo aroma a manzanilla, a yerba buena y perejil de mi tierra
nativa.
Oír de nuevo el
canto alucinado del piwicho en la enramada del jardín. Contemplar las flores
pequeñas del camino, la fragancia del matico, del romero y alcanfor. Sin embargo,
para mí la sanción y el dictamen estaba dado:
– ¡No hay
regreso posible! –Era la sentencia que me habían dado.
Y se me lo dijo de
mil maneras y en todos los tonos posibles. Que ¿quiénes? Mis hijos, mis
familiares, mi situación laboral, mi presupuesto disponible. Como el no tener tampoco
¡a nadie ya aquí! La oposición se había vuelto implacable, y el anhelo igual.
2. Me ataron
de manos y pies
– Te viniste, ¡y
ya no hay regreso! –Era la voz de la sentencia, no solo de los demás sino de mí
mismo, quien era el que lo repetía.
– ¡Sí lo hay!
–Contesté un día animado por un extraño coraje, venido no sé cómo ni de dónde.
Empecé a
reconocer que había tejido redes y barrotes invisibles a mi alrededor, como si
yo mismo me atara y alzara una prisión. Como si yo me encerrara en una cárcel y
a cadena perpetua.
Pero esta vez ya
no ingresé como un reo a mi mundo interior, para quedar ahí, atrapado.
Me rebelé,
aunque oí decir desde afuera que había enloquecido.
Ahí empecé a
cortar en mi mente las amarras. ¿Qué había decidido? ¡Quitarme la vida.
Si haberme ido
de mi tierra había sido un acto suicida, ¡no había nada ya peor!
Y un día me
corté las venas. Y me ataron de manos y de pies. Era lo más grave que podía
ocurrir. Y eso estaba ocurriendo. Pero lo curioso es que no podía morir.
3. Dígales
a mis hijos
Entonces, al
principio asistí a varias consultas con un psicólogo en una clínica estatal.
Después con un
psiquiatra que trabaja libre, en un centro médico particular.
Y quien desde
que me vio supo lo que a mí me estaba aconteciendo.
– ¿Hace qué
tiempo estás aquí? –Me preguntó.
– Hace más de
veinte años, doctor.
– ¿Y nunca has
regresado a tu país?
– Jamás, desde
que vine a este lugar.
– Entonces vete,
regresa inmediatamente. –Fue lo que le oí decir.
– ¿Qué?
–Respondí, sin creer en lo que estaba oyendo.
– Llega hasta tu
pueblo de origen. –Me dijo–. ¡Vete!
No me diga a mí,
contesté. Dígales a mis hijos. Y los dijo: Dejen que su padre vuelva, de lo
contrario se va a morir aquí. Y ustedes no tienen derechos a decidir por él.
– Y, ¿qué hago mientras
espero, doctor? –Fue mi pregunta desesperada.
4. Caer
a tierra
– Llora, si lo
deseas. Llora mucho. Llora todo lo que puedas.
– ¿Habla en
serio, doctor?
– ¡Llora de
alma! Y así de repente te puedas sanar. Llora fuerte, y a solas para que te
sientas libre y bien. Y al volver a tu pueblo, si quieres llora también.
– Y, ¿cómo?
– Cogido a los
muros de tu casa antigua, a las piedras caídas. A los retazos de madera
esparcidos por el suelo. Cogido a un árbol. Busca tus raíces. Pero, llora. No
dejes de llorar. Suelta todo el dolor que te atenaza y aprisiona y te quiere
matar.
Y mientras lo
decía sabía a ciencia cierta que esto que decía era verdad, que esa era la
curación.
– Doctor, ¿por
qué otra vez no lo dice todo esto a mi familia que está afuera, esperando el
resultado de esta consulta? ¡Porque a mí no me van a creer!
– ¿Están aquí?
¡Que pasen!
– ¿Qué es lo que
lo aqueja a nuestro familiar, doctor?
– Es un
sentimiento que tiene dentro y que ha cargado como un nubarrón que necesita
deshacerse en lluvia y caer a tierra. Y aquí eso nunca va a ocurrir.
5. Y aquí
estoy
– Y después de
algún tiempo, ¿debo retornar aquí doctor?
– Quedarte allá;
para siempre, será mejor.
– ¿Hasta morir?
–Le dije, pero con júbilo, encanto y efusión.
Mi pregunta
recién lo asombró. Y me di cuenta que a mí me salió hasta como un ruego.
Me miró como si
fuera a decir por primera vez una verdad, de vida y muerte.
– ¡La sabiduría
perfecta es morir en el lugar donde se nació, en el lugar de origen! Y hazlo
también en mi nombre, porque tú vas a poder hacer lo que yo ya no puedo
cumplir. –Me dijo.
Fue como si me
hubiera liberado de mil cadenas. Como si ese doctor cortara de un tajo todas
mis amarras, grilletes y aldabones.
Después de esa
receta se aceptó que yo volviera. Y aquí estoy. He regresado.
Y, ¡me siento
bien! Soy un hombre nuevo. ¡Y creo que me he salvado para siempre!
Por eso he besado
esta tierra bendita al volver.
6. Recuperar
lo que somos
– Intuitivo el
médico, ¿no? –Le comento, por tener algo que decir.
– ¡Un sabio! Por
algo era un hombre viejo.
– ¡Ah! ¡No es
solo ciencia sino experiencia!
– ¡Claro! Y me
dijo algo más aún: Júntate con tu gente. Canta. Busca una banda de músicos y
solázate hasta el alba. Eso sí, ¡no bebas licor!
– Pero ahora que
estás aquí y has podido retornar, ¿cómo explicas todo esto?
– Es el amor a
la tierra, a la naturaleza y al pueblo donde hemos nacido, hecho fundamental en
nuestras vidas. El amor al hogar, a la candela, al alero. Es amor por todo lo
sincero, lo que es verdad. Es adhesión a la piedra, al terrón de adobe, a la
gota de lluvia y el rayo de sol.
– ¡Que es mucho!
En realidad, ¡bastante!
–Es amor a
nuestros ancestros, a todo aquello de dónde venimos, a los padres y abuelos.
Amor hacia adentro y hacia afuera. Amor a la infancia, sea que haya sido uno
triste o haya sido feliz. ¡Es amor ágape!
7. Lo que
somos
Embarga al
inmigrante que ha retornado una corriente de alegría, una devoción
incontenible, un cariño y júbilo al bailar en la plaza.
– Aquí bailo,
mientras allá ya era un inválido. Y un cadáver sentado en una silla de ruedas.
–Me dice con sus ojos radiantes.
E igual, veo
bailar a otros que han regresado. Y después, acercándose me sugiere confidente:
– Pero hace falta
una doctrina, unas ideas nuevas, unas imágenes escritas, que usted puede
hacerlas. ¡Y un sentido por donde enrumbar nuestros pasos y encauzar nuestras
energías!
– Pero, ¿para
qué? –Digo yo, haciéndome el tonto.
– Porque si no:
otra vez volverá la inercia, la desazón y el tedio. Algo que encauce esta
emoción que no sabe de dónde viene ni adónde va; ni qué forma adoptar.
Él ha regresado.
De eso se trata. Pero ahora, ¿qué hacer? Quizá recobrar valores, sin dejar lo
conquistado, ni renunciar a lo ya ganado.
Tender puentes y
recuperar lo que somos. Resarcir lo perdido y proyectarnos a un promisorio
porvenir. Y, ¡a un tiempo nuevo!
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