miércoles, 18 de diciembre de 2019

18 de diciembre. Día del Migrante. Beso mi tierra al volver.


18 DE DICIEMBRE
DÍA DEL MIGRANTE

BESO
MI TIERRA
AL VOLVER


Danilo Sánchez Lihón





Soy extranjero en este mundo.
Soy forastero, y en el inmigrante
la soledad es pavorosa y atroz es
la nostalgia. El exilio me mueve
a soñar en una encantadora tierra
llenándome la fantasía con dulces
imágenes de una Patria quimérica
y remota que mis ojos jamás verán.
Gibrán Jalil


1. Y me quedé
ahí

Yo no pensaba en regresar. Me había resignado a la idea de morir en tierra extranjera; a dejar mis huesos en suelo áspero, indiferente y ajeno.
Y sentía que no iba a tener reposo jamás. Porque estar mal enterrado, es para la eternidad. Y duele más que vivir mal, que es efímero y pasajero.
Era cuestión de vida y muerte entonces volver, asunto inaplazable y perentorio que tenía que resolver ¡a como dé lugar!
Porque llegó un día en que regresar se me hizo urgente, compulsivo y apremiante. Volver a sentir el dulce y profundo aroma a manzanilla, a yerba buena y perejil de mi tierra nativa.
Oír de nuevo el canto alucinado del piwicho en la enramada del jardín. Contemplar las flores pequeñas del camino, la fragancia del matico, del romero y alcanfor. Sin embargo, para mí la sanción y el dictamen estaba dado:
– ¡No hay regreso posible! –Era la sentencia que me habían dado.
Y se me lo dijo de mil maneras y en todos los tonos posibles. Que ¿quiénes? Mis hijos, mis familiares, mi situación laboral, mi presupuesto disponible. Como el no tener tampoco ¡a nadie ya aquí! La oposición se había vuelto implacable, y el anhelo igual.




2. Me ataron
de manos y pies

– Te viniste, ¡y ya no hay regreso! –Era la voz de la sentencia, no solo de los demás sino de mí mismo, quien era el que lo repetía.
– ¡Sí lo hay! –Contesté un día animado por un extraño coraje, venido no sé cómo ni de dónde.
Empecé a reconocer que había tejido redes y barrotes invisibles a mi alrededor, como si yo mismo me atara y alzara una prisión. Como si yo me encerrara en una cárcel y a cadena perpetua.
Pero esta vez ya no ingresé como un reo a mi mundo interior, para quedar ahí, atrapado.
Me rebelé, aunque oí decir desde afuera que había enloquecido.
Ahí empecé a cortar en mi mente las amarras. ¿Qué había decidido? ¡Quitarme la vida.
Si haberme ido de mi tierra había sido un acto suicida, ¡no había nada ya peor!
Y un día me corté las venas. Y me ataron de manos y de pies. Era lo más grave que podía ocurrir. Y eso estaba ocurriendo. Pero lo curioso es que no podía morir.


3. Dígales
a mis hijos

Entonces, al principio asistí a varias consultas con un psicólogo en una clínica estatal.
Después con un psiquiatra que trabaja libre, en un centro médico particular.
Y quien desde que me vio supo lo que a mí me estaba aconteciendo.
– ¿Hace qué tiempo estás aquí? –Me preguntó.
– Hace más de veinte años, doctor.
– ¿Y nunca has regresado a tu país?
– Jamás, desde que vine a este lugar.
– Entonces vete, regresa inmediatamente. –Fue lo que le oí decir.
– ¿Qué? –Respondí, sin creer en lo que estaba oyendo.
– Llega hasta tu pueblo de origen. –Me dijo–. ¡Vete!
No me diga a mí, contesté. Dígales a mis hijos. Y los dijo: Dejen que su padre vuelva, de lo contrario se va a morir aquí. Y ustedes no tienen derechos a decidir por él.
– Y, ¿qué hago mientras espero, doctor? –Fue mi pregunta desesperada.


4. Caer
a tierra

– Llora, si lo deseas. Llora mucho. Llora todo lo que puedas.
– ¿Habla en serio, doctor?
– ¡Llora de alma! Y así de repente te puedas sanar. Llora fuerte, y a solas para que te sientas libre y bien. Y al volver a tu pueblo, si quieres llora también.
– Y, ¿cómo?
– Cogido a los muros de tu casa antigua, a las piedras caídas. A los retazos de madera esparcidos por el suelo. Cogido a un árbol. Busca tus raíces. Pero, llora. No dejes de llorar. Suelta todo el dolor que te atenaza y aprisiona y te quiere matar.
Y mientras lo decía sabía a ciencia cierta que esto que decía era verdad, que esa era la curación.
– Doctor, ¿por qué otra vez no lo dice todo esto a mi familia que está afuera, esperando el resultado de esta consulta? ¡Porque a mí no me van a creer!
– ¿Están aquí? ¡Que pasen!
– ¿Qué es lo que lo aqueja a nuestro familiar, doctor?
– Es un sentimiento que tiene dentro y que ha cargado como un nubarrón que necesita deshacerse en lluvia y caer a tierra. Y aquí eso nunca va a ocurrir.


5. Y aquí
estoy

– Y después de algún tiempo, ¿debo retornar aquí doctor?
– Quedarte allá; para siempre, será mejor.
– ¿Hasta morir? –Le dije, pero con júbilo, encanto y efusión.
Mi pregunta recién lo asombró. Y me di cuenta que a mí me salió hasta como un ruego.
Me miró como si fuera a decir por primera vez una verdad, de vida y muerte.
– ¡La sabiduría perfecta es morir en el lugar donde se nació, en el lugar de origen! Y hazlo también en mi nombre, porque tú vas a poder hacer lo que yo ya no puedo cumplir. –Me dijo.
Fue como si me hubiera liberado de mil cadenas. Como si ese doctor cortara de un tajo todas mis amarras, grilletes y aldabones.
Después de esa receta se aceptó que yo volviera. Y aquí estoy. He regresado.
Y, ¡me siento bien! Soy un hombre nuevo. ¡Y creo que me he salvado para siempre!
Por eso he besado esta tierra bendita al volver.


6. Recuperar
lo que somos

– Intuitivo el médico, ¿no? –Le comento, por tener algo que decir.
– ¡Un sabio! Por algo era un hombre viejo.
– ¡Ah! ¡No es solo ciencia sino experiencia!
– ¡Claro! Y me dijo algo más aún: Júntate con tu gente. Canta. Busca una banda de músicos y solázate hasta el alba. Eso sí, ¡no bebas licor!
– Pero ahora que estás aquí y has podido retornar, ¿cómo explicas todo esto?
– Es el amor a la tierra, a la naturaleza y al pueblo donde hemos nacido, hecho fundamental en nuestras vidas. El amor al hogar, a la candela, al alero. Es amor por todo lo sincero, lo que es verdad. Es adhesión a la piedra, al terrón de adobe, a la gota de lluvia y el rayo de sol.
– ¡Que es mucho! En realidad, ¡bastante!
–Es amor a nuestros ancestros, a todo aquello de dónde venimos, a los padres y abuelos. Amor hacia adentro y hacia afuera. Amor a la infancia, sea que haya sido uno triste o haya sido feliz. ¡Es amor ágape! 


7. Lo que
somos

Embarga al inmigrante que ha retornado una corriente de alegría, una devoción incontenible, un cariño y júbilo al bailar en la plaza.
– Aquí bailo, mientras allá ya era un inválido. Y un cadáver sentado en una silla de ruedas. –Me dice con sus ojos radiantes.
E igual, veo bailar a otros que han regresado. Y después, acercándose me sugiere confidente:
– Pero hace falta una doctrina, unas ideas nuevas, unas imágenes escritas, que usted puede hacerlas. ¡Y un sentido por donde enrumbar nuestros pasos y encauzar nuestras energías!
– Pero, ¿para qué? –Digo yo, haciéndome el tonto.
– Porque si no: otra vez volverá la inercia, la desazón y el tedio. Algo que encauce esta emoción que no sabe de dónde viene ni adónde va; ni qué forma adoptar.
Él ha regresado. De eso se trata. Pero ahora, ¿qué hacer? Quizá recobrar valores, sin dejar lo conquistado, ni renunciar a lo ya ganado.
Tender puentes y recuperar lo que somos. Resarcir lo perdido y proyectarnos a un promisorio porvenir. Y, ¡a un tiempo nuevo!



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