20 DE DICIEMBRE
DÍA
DE LA SOLIDARIDAD HUMANA
LOS
ZAPATOS
DE CHAROL
Danilo
Sánchez Lihón
1. Su corbata
adorada
El día de hoy
cambió totalmente su vida.
Pero antes que
esto ocurra, Javier era un niño muy gracioso. Le gustaba que su mamá le pusiese
el mameluco blanco, la corbata con estampas multicolores y siempre le pedía a
su papá un pañuelo floreado de lo más jaspeado y rutilante que lucía en el
bolsillo del pecho.
Sabe cantar y
bailar. Y hace a todos desternillarse de risa.
De tanto que
pide que le amarren en el cuello una corbata, la mamá ha recogido todas las que
ya no usa el papá y los tíos.
Porque tiene que
ser, aquella que le cuelga hacia adelante, la que tenga colores más vivaces y
brillantes.
Y cuando se las
enlaza tiene que echarse el nudo por el lado angosto de la corbata, porque si
se lo ata por el lado normal en que lo usan los mayores le queda tan ancha como
si fuera un babero.
Pero cuando la
mamá está apurada en otras cosas y él insiste para que le pongan su corbata,
ella le amarra lo que encuentra a la mano, con tal que sea una tela de vivos
colores.
Entonces el
pobre Javier anda a veces por la casa con una media, con tal que sea colorinche,
enlazada al cuello.
2. Una sola
es su cantaleta
Y ¡cuidado!, que
nadie se la puede quitar porque para él es su corbata apreciada.
Pero, ¡sí que es
un chiquillo muy gracioso! Le gustan las cosas que lucen intensas, frescas y
hermosas.
Un día se le ha
ocurrido pedir que le compren unos zapatos de charol que se exhiben en el
escaparate del bazar del pueblo.
Pero esos
zapatos cuestan carísimo para el presupuesto familiar. Más de lo que el padre
gana en una semana completa de trabajo.
Sin embargo,
desde aquella fecha todos los días, ni bien se levanta, pide:
– Papá,
¡cómprame mis zapatos de charol!
Y sigue con su
letanía en el desayuno:
– Papá,
¡cómprame mis zapatos de charol!
Y en el almuerzo
una sola es su cantaleta:
– Papá,
¡cómprame mis zapatos de charol!
Y se acuesta en
la noche con el mismo disco rayado:
– Papá,
¡cómprame mis zapatos de charol!
3. La luz
del sol
Hasta que un día
el papá, para sorpresa de todos, dice a la hora del almuerzo y ante toda la
familia allí reunida:
– Mañana te
compro tus zapatos de charol.
Javier ha
corrido a pasar la voz a primos, vecinos y amigos del barrio:
– ¡Mi papá,
mañana, me compra mis zapatos de charol!
Y así ha
acontecido.
Hoy día
verdaderamente se los ha comprado.
Pero este mes se
ha tenido que prescindir y privarse de muchas cosas en la mesa.
Y no ha
alcanzado para cubrir los gastos que demanda adquirir leche, pan, carne,
azúcar.
Pero cuando se
los ha calzado, Javier se ha sentido en las nubes.
Porque a todo el
mundo ha corrido a enseñarle sus zapatos que reflejan como espejos los rostros
de los niños que se acercan asombrados a admirarlos.
En ellos parece
que nunca se oculta la luz del sol, porque son de charol.
4. Y,
¿tu mamá?
Esta mañana
nublada en que anda luciéndose como un pavo real, la mamá le ordena que vaya a
comprar un carrete de hilo a la tienda del señor Urquizo.
Cuando está de
vuelta encuentra en la calle a un niño muy pobre que tiene la camisa llena de
agujeros y el pantalón hecho flecos.
Por ahí se le
ven unas rodillas escuálidas. Los pies descalzos le sangran. Y recostado a la
pared tiembla en la acera.
Javier muy
conmovido le pregunta:
– ¿Cómo te
llamas?
El niño se
encoge un poco asustado. Tiene el rostro reseco pero tirita afiebrado.
– ¿En dónde
vives? –Le insiste.
Tampoco responde
nada.
– Y, ¿tu papá?
– No tengo
papá–, atina a escuchar Javier.
– Y, ¿tu mamá?
– Murió.
5. Una mata
de cabellos
Javier se
aproxima más a él. Ve que tiene los ojos
casi llagados y las manos llenas de ampollas.
– ¿Has tomado
desayuno?
– Yo no tomo
desayuno. –Responde.
– Y ¿no te da
frío caminar así, con los pies descalzos y que te sangran?
El niño no
contesta.
– ¿Y no te da
hambre estar así sin desayuno?
Tampoco
reacciona y, al contrario, hunde el rostro ensombrecido hacia su pecho.
– ¿Y no extrañas
a tu papá y a tu mamá? –Le pregunta.
Al niño se le
enturbia la mirada y agacha aún más la cabeza.
Javier observa
el cartílago casi transparente de sus orejas, su cuello lánguido y enjuto, la
piel amoratada de sus mejillas.
Entre la ropa y
la espalda doblada su débil piel morena pegada a los huesos. Y una mata de
cabellos puntiagudos apareciéndole por la nuca.
6. ¡Qué
te ha pasado!
Se sienta en el
suelo, se desata lentamente los pasadores y se saca los zapatos de charol,
mientras el niño mira sin entender.
Luego lo alza
recostándolo mejor en la pared, y le pone en los pies sangrantes, uno a uno,
los zapatos relucientes.
– ¡Te quedan
bien! Son lindos, ¿no es cierto?
– ¿Qué?
– ¿No te
aprietan?
– ¿Ah?
– ¡Son tuyos! Te
los regalo.
Javier pegó sus
ojos a los ojos del niño haciendo piruetas. Danzó su mejor baile. Le hizo
"el salto del gato" que tanto hace reír a su abuela.
¡Nada! El niño
no ríe.
Se despide y
Javier prosigue su camino con los pies desnudos, sorteando a saltos las piedras
ásperas de la calle.
Y entra por la puerta de su casa.
– ¡Qué te ha
pasado! –Grita la mamá al verlo.
– He regalado
mis zapatos de charol a un niño muy pobre.
7. Yo
los he dado
– ¿Qué? –Dice la
madre, asombrada.
Javier entonces
camina hasta la habitación en donde está su padre.
– ¡Papá! He realizado una acción buena. He regalado
mis zapatos de charol a un niño pobre.
– ¿Cómo?, –dice
el padre levantándose de su asiento–. ¡Te los han robado! ¡Dónde los dejaste!
– ¡No, papá!
Había un niño pobre, un niño que no tiene papá ni mamá. Su ropa la tiene
rasgada, por donde se le ve sus huesos. Tampoco ha tomado desayuno. Y yo le he
regalado mis zapatos de charol.
– ¿Qué cosa
dices? –Increpa el papá, alarmado.
– ¡Te los ha
robado! –Volvió a alzar la voz.
– ¡Dónde ha
ocurrido! –Grita la mamá.
– ¡No! ¡Yo he
regalado mis zapatos de charol!
– ¡Estás loco!
–Dice fuera de sí el padre.
– ¡No, papá!
– ¿Por qué
hiciste eso?
– Yo se los he
dado.
8. ¿Dónde
está?
– ¿Has perdido
tus zapatos que tanto me han costado?
– ¡No los he
perdido! ¡Los he obsequiado a un niño pobre!
– ¡Como sea! ¡Me
los traes ahora mismo!, –sentencia colérico.
Y va hasta el
sitio donde cuelga un látigo de cuero trenzado.
– ¡No,
papá! He regalado mis zapatos a un niño
que estaba muy triste.
– ¡Te los ha
robado!
– ¡Yo mismo los
he puesto en sus pies, lleno de llagas!
– ¡Y quién eres
tú para regalar los zapatos que tanto me han costado!
– ¡Es un niño
enfermo!
– ¿Quién te
autorizó a hacerlo? ¡Me los traes en este instante!
Y enrolla
enfurecido el fuete en la mano.
– ¡Habla! ¿Dónde
está ese niño?, –interviene la madre, impaciente.
– Lo encontré al
venir de comprar de la tienda del señor Urquizo.
9. ¿Así,
no?
– Entonces
corre, vamos. ¡Vamos a buscarlo!
– ¡Yo, no iré!
–Se enfada, e intenta zafarse.
Lo agarran a la
fuerza y lo arrastran por la puerta.
Y no tienen que
ir lejos, porque ahí está el niño, en el mismo sitio de la calle desolada,
postrado y tiritando.
Se ha sacado los
zapatos y los tiene acunados en los brazos.
– ¡Por qué
tienes estos zapatos si no son tuyos! –Grita la madre.
– ¡Señora!
–Dice, haciendo el mayor esfuerzo por hablar–. Tómelos, yo no los quiero.
– Pero, ¡por qué
los tienes tú! ¡Los has robado! –Le increpa violenta.
– No, señora. Su
hijo me los ha puesto en mis pies.
– Y, mira, ¡cómo
están! ¡Los has ensuciado!
– Me los puso su
hijo. No he caminado nada con ellos.
– ¿Así, no?
– ¡Pero, no lo
castigue por favor! Yo no quiero tener esos zapatos. –Y se pone también a
gemir.
10. Ya no es
la voz de un niño
La mamá recoge
bruscamente los zapatos. Jalan otra vez a Javier y ya de regreso le ordenan:
– ¡Póntelos, que
te lastimas los pies!
– ¡No quiero
ponérmelos!
– ¡Póntelos, te
digo!
– ¡No me los
pondré jamás! ¡Y no me toques!
– ¡Vas a
ponértelos, he dicho! –Interviene el padre.
– ¡No me los
pondré nunca! ¿Oyes?
Y por primera
vez el padre escucha que lo tutea. Y esto le asusta.
– ¡Y escúchenlo
ambos! ¡De ahora en adelante nunca les pediré ni recibiré nada!
– ¡Y, encima,
eres un insolente!
– ¡Para mí, ni
tú ni mi papá ya existen!
Y lo ha dicho en
un tono de voz que ha estremecido a su madre, y a su padre. Y que por primera
vez no es la voz de un niño.
11. Ha dicho
a la multitud
Y tal como lo
dijo, Javier no se los volvió a poner jamás, porque nunca más los consideró
suyos.
Relucieron con
un brillo triste en uno de los armarios de la casa.
Javier también
dejó para siempre su mameluco blanco, sus corbatas floreadas con estampas
multicolores y sus pañuelos de colores encendidos.
Y junto con
otros objetos amados, los zapatos de charol, que él quiso tanto, se fueron
quedando olvidados entre las cosas hermosas, unas pequeñas y otras grandes, de
su infancia.
Hasta el día de
hoy, en que ha llegado acezante; con la mirada que le brilla y respira agitado,
conmovido hasta las lágrimas.
Ha entrado
atropelladamente y los saca de su armario después de tantos años. Los abraza y
llora:
– ¡Éstos son!
–dice–. ¡Éstos son!
Y se ahoga en
sollozos.
Los envuelve y
va con ellos hasta la Plaza Mayor en la cual aún continúa la concentración,
donde el Presidente de la República ha dicho a la multitud desde el balcón del
Municipio:
12. Como
una bandera
– Yo estaba
derrotado y enfermo. Pero un día cambió mi vida aquí, en este pueblo, en una
calle por la cual yo deambulaba.
Porque yo ya
estaba casi muerto. Y fue un niño quien aquí me dio una lección que cambió mi
vida.
Yo estaba
vencido y sin ninguna esperanza. Nunca conocí a mi padre y mi madre había
muerto.
Y fue un niño de
aquí quien me regaló lo más precioso que tenía en esos momentos. Si hubiera
tenido un diamante me lo daba.
Pero diamante
era su corazón y me lo dio pleno. En verdad extrajo el corazón de su pecho y me
lo dio. Lo puso en el lugar de mi corazón malherido.
Pero, ¿qué es lo
más precioso que tenía en esos momentos? ¡Sus zapatos nuevos y finos que los
llevaba puestos!
Se sacó y los
puso en mis pies sangrantes. Recuerdo cada detalle de cómo se los iba sacando y
luego me los iba poniendo en mis pies llagados, en una calle que a partir de
entonces no he olvidado nunca en cada momento de mi vida.
Y que me
acompañará siempre en la vida como una bandera o un estandarte.
13. Y
sea feliz
Es el
acontecimiento más trascendente que me ha ocurrido. Y es eso lo que me ha
impulsado hacia adelante.
El recuerdo de
ese niño que no sé quién fue y pido a Dios que lo bendiga.
Porque cambió mi
vida. Ese niño, por lo que hizo, fue duramente castigado, delante de mí y lo
llevaron a rastras.
Hubiera querido
hacerme fuerte en ese momento para abrazarme a él y juntos recibir los azotes.
Y, quizá, si he
triunfado es porque me he abrazado a él en toda mi vida. Y lo sigo haciendo.
¡No sé quién
fue!, pero él me enseñó un valor muy importante que debemos hacer prevalecer
entre nosotros los hombres de la tierra: la solidaridad, la hermandad y la
ayuda mutua.
Y para eso no es
necesario que haya una multitud, sino que bastan dos seres humanos. Mucho más
cuando ella se hace a favor de un desconocido. Y más aún si nos cuesta dolor y
sacrificio como a él le costó.
Que Dios lo
bendiga siempre. Y ruego de todo corazón que en la vida le haya ido bien y sea
feliz.
14. Soy yo
quien es salvado
Javier tiene el
rostro bañado en lágrimas. Cuando oyó esto último se recostó contra la pared de
la calle para no caer y se fue resbalando a la vereda. Y como un mendigo se
echó a gemir. ¿Yo, feliz?
Lo hubiera
abrazado diciéndole:
No hermano, la
vida me castigó atrozmente. Pero, al menos, como tú mismo dices, te salvé, para
que seas lo que hoy eres. Pero, mira hermano, el guiñapo que soy.
Y, tal como
aquél que ahora está en la tribuna cuando era niño, ahora él gime en la calle
desolada. Aquél que ha triunfado ahora le anhela felicidad. Y, sin embargo, se
siente el ser más desdichado de la tierra.
Hubiera querido
gritarle cuánto dolor lleva en el alma, por no tener a nadie en quién creer, ni
por lo cual luchar. Pero, ahora, ahí está él.
Javier vuelve a
acariciar los zapatos y con ellos en los brazos escribió una nota que dice:
Creí que todo estaba perdido en mi vida.
Y ahora soy yo quien es salvado por usted.
He caído muy hondo. Pero le prometo:
desde ahora luchar para
rehacer mi vida.
Pide, al pie de
la tribuna, con las manos suplicantes que le tiemblan, que le alcancen esos
zapatos al Presidente. ¡Que éstos eran aquellos zapatos que había referido en
su discurso!
15. Renace
otra vez a la vida
Los guardaespaldas
quieren retirarlo a empellones al ver sus ojos vidriosos y enrojecidos, sus
cabellos desgreñados y su cuerpo esquelético de enfermo terminal.
Pero, cerca está
un miembro importante de la comitiva, que se aproxima a él y quien le dice:
– ¿Tú eras ese
niño?
– ¡Sí! ¡Soy yo,
señor!
– ¿Y esto?
– ¿Estos son los
zapatos a los cuales se ha referido el Presidente. Quisiera que lo haga llegar
como la ofrenda prohibida que hasta hoy estuvo aguardando esta hora. ¡Él lo va
a reconocer!
Y entregó los
zapatos que en ese instante volvieron a relucir con su brillo antiguo.
Al pasar por una
calle arroja en una alcantarilla los últimos cigarrillos con droga que él mismo
ha envuelto y estaba reservando para fumarlos esta noche.
Y desaparece
entre la multitud, que sigue aplaudiendo, lleno de un gozo que no había
experimentado hacía muchos años. Y sintiendo que renace a una vida nueva.
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