23 DE DICIEMBRE
VIDA HONDA E INTENSA SE VIVE EN LA NAVIDAD
EL NIÑO DIOS
DE PEDERNAL
Y CUARZO
Danilo Sánchez Lihón
1. Quizá
algún día
El Niño Dios más misterioso de mi infancia fue el que
perteneció a mi abuela Rosa Paredes, la mamá de mi mamá.
Supe que existía cuando una vez vino a su casa mi tía Carmen
de Cachulla, y una tarde en que conversaban solas le preguntó:
– ¿Y tu Niño Dios de pedernal y cuarzo?
Mi abuela miró a todos lados, como asustada de que
alguien hubiera escuchado esa alusión. Pero, aparte de ellas dos, solo estaba
yo, que era un niño. Creyendo que yo no había oído dijo lacónica y cortante:
– ¡Ahí está! –Mi tía Carmen entendió, ¡cualquiera
hubiera entendido, por el tono en que lo dijo!, cuál era: que no quería seguir
hablando del tema. Y esto fue suficiente para que yo después no cesara de
preguntarle:
– ¡Abuela, muéstrame tu Niño Dios de pedernal y cuarzo!
Pero, siempre la inquiría cuidando de estar solos,
porque yo había entendido que para mi abuela ello constituía más que un secreto:
en verdad algo vedado y prohibido de hablar. Y hasta sagrado.
– Quizá algún día te lo haga ver. –Me dijo una vez,
muy confidente.
De izquierda a derecha, sentadas mi abuela Sofía, con Gala.
También sentados: Álvaro y mi abuela Rosa con Gladys.
A su lado Bety, con flores. Detrás: Zarela, Blanca. Danilo,
mi padre. Al extremo derecho Elvira, mi madre.
También sentados: Álvaro y mi abuela Rosa con Gladys.
A su lado Bety, con flores. Detrás: Zarela, Blanca. Danilo,
mi padre. Al extremo derecho Elvira, mi madre.
2. No se había
olvidado
Ahora ya no era un niño, y había regresado de la
universidad. Y es que cuando nació mi última hermana, Luz Elvira, en el
Hospital Regional de Trujillo, mi padre me encomendó ir a Santiago de Chuco
llevando el certificado de nacimiento de la niña, a fin de cobrar un
libramiento, primero yendo a la Inspección de Educación y después a la Caja de
Depósitos y Consignaciones, retribución que por tener un nuevo vástago asignaban
a los maestros en aquella época.
Dos meses antes toda mi familia había emigrado de
Santiago de Chuco hacia Trujillo, decisión que tomó mi madre resentida con mi
abuela que la castigó por devolverle unas papas y maíces que estaban
malogrados. Esta es una historia triste que ya la he contado en otro sitio, y
no quiero repetirla.
Al llegar a mi pueblo visité a mi abuela quien lloró
en mi hombro, recorrió con las palmas de sus manos mi rostro y, como si recordara
algo que entre nosotros era una consigna, queriendo cumplir con un designio ineluctable,
me dijo conmovida, con toda la dulzura de su rostro que se pintaba en las finas
arrugas de su frente, sus mejillas y el contorno de sus ojos:
– ¿Quieres ver el niño Dios de pedernal y cuarzo?
Era increíble. Esta era una inquietud remota, de
cuando yo era niño y que ya no lo recordaba. ¡Pero ella no se había olvidado! Y
cogiéndome de la mano como si fuera un chiquillo subimos las gradas del patio,
luego de la escalera y entramos a su habitación
3. Tallado
por los relámpagos
Abrió de par en par su armario y en una urna vi el
brillo de una luz interior que irradiaba una roca honda y tosca. Y encima de
ese abrojo las manitas y los pies levantados, y la cabecita empinada de un niño:
– ¡Hermoso! –Dije– Yo creí que lo tenías escondido,
abuela, pero lo tienes a la luz.
– Ahora que estoy sola lo he puesto frente a mí. Y, de
noche me duermo mirándolo y pensando en él.
Del tamaño de un plato el niño sobresale nítidamente
de las rocas abruptas de duro e intrincado pedernal, un niño de cristal de
cuarzo pulido, iridiscente y límpido.
– ¿Lo ves? –Me pregunta ansiosa.
– ¡Todo! Pero uno de sus ojitos parece más grande que
el otro
– ¡Entonces lo ves todo! –Exclama con júbilo mi
abuela.
La cabeza del niño es cuarzo puro, transparente,
tratando de erigirse y de ponerse en pie. Tallado por los relámpagos, los
sismos, la lluvia, la tempestad. Tallado por el rodar de las piedras, por los peñascos
que se aprietan y los precipicios que se arrojan vertiginosos. Tallado por la
mano de lo sagrado sobre la faz de la tierra.
4. Reinició
la marcha
Mi abuela me mira y yo la miro. Y considera inevitable
contarme la historia de cómo llegó a ella. Y así se dispone a hacerlo,
sentándonos en el poyo, al pie de su ventana:
Me cuenta que ella nació y se crio en Pallasca, desde donde
su madre se trasladaba a la boca de la mina de Tamboras a vender pan que
preparaba en el horno de su casa. ¿Acaso el obrero tenía dinero? No, me dice. Todo
era fiado y cada 15 días en que se pagaba el jornal había que estar presente
para cobrar por el pan y los bizcochos fiados del mes anterior, y vender el
nuevo pan.
Su hija, quien después sería mi abuela, era una niña
tierna, quien mientras ella se iba, se quedaba encargada varios días con la
vecina. Pero durante ese tiempo la niña tanto extrañaba a su madre que sentía
que los días eran invivibles. Tenía 8 años y al no poder convencerla que la
lleve consigo decide fugarse y seguirla.
La noche anterior en que su madre iba a partir al
amanecer disimuló que dormía. Al sentir que sus pasos se alejaban en la
oscuridad de la madrugada saltó de la cama, cogió el atado de ropa que había
dejado listo, se puso su rebozo negro y raído, y salió cuando su madre desaparecía
al final del sendero.
Y la siguió rumbo a las minas de Tamboras, lugar
terrible por lo helado y yermo, escarchado de vientos y cubierto de pajonales en
donde ulula el cierzo y la nevasca, y llueve torrencialmente. Al esconderse en cada
trecho veía que su madre cada cierto tiempo volteaba a mirar, y se detenía como
esperando a alguien en esa soledad, como si presintiera que alguien la seguía.
Incluso hubo un momento que detuvo a los pollinos y se paró de frente,
esperando que alguien apareciera. Después reinició la marcha.
5. Como
nunca
La niña decidió ya no caminar tan de cerca, pues si la
descubría la regresaría a su casa después de darle una buena tunda. Pronto el
cielo se llenó de nubes, se oscureció y empezó a azotar una tempestad
implacable; y a caer la cellisca en que nada se veía perdiéndose el trazo de
las huellas y solo apareciendo el ichu y los chorrillos de aguas heladas.
Allí empezó a correr para alcanzar a su madre. Pero
nadie ya respondía. Se había perdido. Todo era soledad, páramo y en todo
resonaba el rugido del viento y del agua corriendo. El frío era atroz, la
lluvia la había empapado y la seguía golpeando con fuerza, y corrían torrentes
a su lado. Lloró y llamó a gritos, pero nadie la oía. Cayó, pero pudo
arrastrarse a un desnivel del terreno en donde encontró una especie de hueco.
Allí se guareció y se quedó dormida. Cuando despertó vio que algo brillaba con
intensidad. Era una piedra de cuarzo y pedernal que recogió y la puso en su
rebozo.
– Lo encontré cuando yo sentía que me moría.
Al despertar ya había escampado y el camino era diáfano
y sereno. Siguió la senda que se abría. Allí encontró a una señora que la cogió
de la mano y después de varias horas de camino la dejó en las afueras de las
minas de Tamboras en donde encontró a su madre. La niña la ayudó tanto que el
pan se vendió rápido y como nunca. Y desde entonces siempre viajaron juntas,
madre e hija.
6. No pude
calmar su llanto
Ya joven y allí mismo conoció a quien sería mi abuelo
Benigno, un jovenzuelo cuyo oficio en la boca de la mina era traer y llevar las
herramientas que perdían filo con el golpeteo en las rocas que hacían los
mineros allá adentro, y que en la herrería las tenían que aguzar.
Se unieron y él la llevó a Santiago de Chuco, donde tuvieron
seis hijos, y ella quedó viuda a los 35 años. Pero jamás volvió a casarse.
Mi abuelo al morir le dejó muchas propiedades, pero
aun así siguió amasando pan y ella misma vendiéndolo, pero esta vez en la
bocamina de Quiruvilca, lugar lóbrego, oscuro y sombrío.
Ese mismo día que me contara la historia, que fue el
13 de abril yo volvía de Santiago de Chuco, donde me despedí de ella, a
Trujillo. Mi abuela al despedirme se abrazó muy fuerte a mí, diciéndome:
– Ya no nos volveremos a ver, hijito.
Yo la consolé, sin saber lo que ocurriría al otro día,
diciéndole:
– Vas a vivir muchos años, abuelita. –Pero no pude
calmar su llanto.
Mi abuela al día siguiente que me despedí de ella, y
me mostrara el Niño Dios de pedernal y cuarzo, moría el 14 de abril del año
1966.
7. Flores
silvestres
Por eso creo y digo que esta vez también el Niño Dios
salió a esperarla en el camino, como cuando ocurrió de niña, pero esta vez en
el viaje de regreso. Porque murió en la ruta de Santiago de Chuco a Pallasca su
tierra natal, al desbarrancarse el vehículo en que iba, en la Loma del Viento, cerca
de Chacomas.
Porque, acaso, ¿no coincide todo? Pero esta vez a la
vera del camino para guiarle en el retorno, pero hacia la otra vida.
A nadie de la familia he escuchado que tenga ese Niño
Dios como reliquia. Y no hay nadie que lo haya encontrado o recogido.
No está entre los vestigios que dejó mi abuela. Más
bien nadie habla ni sabe nada de él. Pero, un día con disimulo dije sin mayores
alusiones:
– El Niño Dios de pedernal y cuarzo de los caminos. –Y
mi madre volteó a mirarme fijamente.
Pero no me dijo nada, hasta hoy, que ella tiene 100
años de edad. Mi abuela está enterrada a la entrada del panteón de Santiago de
Chuco y cada vez que voy pongo en su nicho flores silvestres de la misma ladera
del cementerio y que recojo a la vera del camino pensando en aquel Niño Dios.
¿Dónde está? ¿Qué fue de él? Yo creo sinceramente que ese
Niño Dios de cuarzo y pedernal regresó al camino de donde por ella fue recogido,
y ahí está para guiar a otra niña o a otro niño que se pierda.
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