lunes, 23 de diciembre de 2019

23 de diciembre. Vida honda e intensa se vive en la Navidad. El Niño Dios de pedernal y cuarzo


23 DE DICIEMBRE
VIDA HONDA E INTENSA SE VIVE EN LA NAVIDAD

EL NIÑO DIOS
DE PEDERNAL
Y CUARZO


Danilo Sánchez Lihón

Plaza de Pallasca

1. Quizá
algún día

El Niño Dios más misterioso de mi infancia fue el que perteneció a mi abuela Rosa Paredes, la mamá de mi mamá.
Supe que existía cuando una vez vino a su casa mi tía Carmen de Cachulla, y una tarde en que conversaban solas le preguntó:
– ¿Y tu Niño Dios de pedernal y cuarzo?
Mi abuela miró a todos lados, como asustada de que alguien hubiera escuchado esa alusión. Pero, aparte de ellas dos, solo estaba yo, que era un niño. Creyendo que yo no había oído dijo lacónica y cortante:
– ¡Ahí está! –Mi tía Carmen entendió, ¡cualquiera hubiera entendido, por el tono en que lo dijo!, cuál era: que no quería seguir hablando del tema. Y esto fue suficiente para que yo después no cesara de preguntarle:
– ¡Abuela, muéstrame tu Niño Dios de pedernal y cuarzo!
Pero, siempre la inquiría cuidando de estar solos, porque yo había entendido que para mi abuela ello constituía más que un secreto: en verdad algo vedado y prohibido de hablar. Y hasta sagrado.
– Quizá algún día te lo haga ver. –Me dijo una vez, muy confidente.


De izquierda a derecha, sentadas mi abuela Sofía, con Gala. 
También sentados: Álvaro  y mi abuela Rosa con Gladys. 
A su lado Bety, con flores. Detrás: Zarela, Blanca. Danilo, 
mi padre. Al extremo derecho Elvira, mi madre.

2. No se había
olvidado

Ahora ya no era un niño, y había regresado de la universidad. Y es que cuando nació mi última hermana, Luz Elvira, en el Hospital Regional de Trujillo, mi padre me encomendó ir a Santiago de Chuco llevando el certificado de nacimiento de la niña, a fin de cobrar un libramiento, primero yendo a la Inspección de Educación y después a la Caja de Depósitos y Consignaciones, retribución que por tener un nuevo vástago asignaban a los maestros en aquella época.
Dos meses antes toda mi familia había emigrado de Santiago de Chuco hacia Trujillo, decisión que tomó mi madre resentida con mi abuela que la castigó por devolverle unas papas y maíces que estaban malogrados. Esta es una historia triste que ya la he contado en otro sitio, y no quiero repetirla.
Al llegar a mi pueblo visité a mi abuela quien lloró en mi hombro, recorrió con las palmas de sus manos mi rostro y, como si recordara algo que entre nosotros era una consigna, queriendo cumplir con un designio ineluctable, me dijo conmovida, con toda la dulzura de su rostro que se pintaba en las finas arrugas de su frente, sus mejillas y el contorno de sus ojos:
– ¿Quieres ver el niño Dios de pedernal y cuarzo?
Era increíble. Esta era una inquietud remota, de cuando yo era niño y que ya no lo recordaba. ¡Pero ella no se había olvidado! Y cogiéndome de la mano como si fuera un chiquillo subimos las gradas del patio, luego de la escalera y entramos a su habitación


Pedernal y cuarzo

3. Tallado
por los relámpagos

Abrió de par en par su armario y en una urna vi el brillo de una luz interior que irradiaba una roca honda y tosca. Y encima de ese abrojo las manitas y los pies levantados, y la cabecita empinada de un niño:
– ¡Hermoso! –Dije– Yo creí que lo tenías escondido, abuela, pero lo tienes a la luz.
– Ahora que estoy sola lo he puesto frente a mí. Y, de noche me duermo mirándolo y pensando en él.
Del tamaño de un plato el niño sobresale nítidamente de las rocas abruptas de duro e intrincado pedernal, un niño de cristal de cuarzo pulido, iridiscente y límpido.
– ¿Lo ves? –Me pregunta ansiosa.
– ¡Todo! Pero uno de sus ojitos parece más grande que el otro
– ¡Entonces lo ves todo! –Exclama con júbilo mi abuela.
La cabeza del niño es cuarzo puro, transparente, tratando de erigirse y de ponerse en pie. Tallado por los relámpagos, los sismos, la lluvia, la tempestad. Tallado por el rodar de las piedras, por los peñascos que se aprietan y los precipicios que se arrojan vertiginosos. Tallado por la mano de lo sagrado sobre la faz de la tierra.


Pajonal

4. Reinició
la marcha

Mi abuela me mira y yo la miro. Y considera inevitable contarme la historia de cómo llegó a ella. Y así se dispone a hacerlo, sentándonos en el poyo, al pie de su ventana:
Me cuenta que ella nació y se crio en Pallasca, desde donde su madre se trasladaba a la boca de la mina de Tamboras a vender pan que preparaba en el horno de su casa. ¿Acaso el obrero tenía dinero? No, me dice. Todo era fiado y cada 15 días en que se pagaba el jornal había que estar presente para cobrar por el pan y los bizcochos fiados del mes anterior, y vender el nuevo pan.
Su hija, quien después sería mi abuela, era una niña tierna, quien mientras ella se iba, se quedaba encargada varios días con la vecina. Pero durante ese tiempo la niña tanto extrañaba a su madre que sentía que los días eran invivibles. Tenía 8 años y al no poder convencerla que la lleve consigo decide fugarse y seguirla.
La noche anterior en que su madre iba a partir al amanecer disimuló que dormía. Al sentir que sus pasos se alejaban en la oscuridad de la madrugada saltó de la cama, cogió el atado de ropa que había dejado listo, se puso su rebozo negro y raído, y salió cuando su madre desaparecía al final del sendero.
Y la siguió rumbo a las minas de Tamboras, lugar terrible por lo helado y yermo, escarchado de vientos y cubierto de pajonales en donde ulula el cierzo y la nevasca, y llueve torrencialmente. Al esconderse en cada trecho veía que su madre cada cierto tiempo volteaba a mirar, y se detenía como esperando a alguien en esa soledad, como si presintiera que alguien la seguía. Incluso hubo un momento que detuvo a los pollinos y se paró de frente, esperando que alguien apareciera. Después reinició la marcha.


Pueblo minero

5. Como
nunca

La niña decidió ya no caminar tan de cerca, pues si la descubría la regresaría a su casa después de darle una buena tunda. Pronto el cielo se llenó de nubes, se oscureció y empezó a azotar una tempestad implacable; y a caer la cellisca en que nada se veía perdiéndose el trazo de las huellas y solo apareciendo el ichu y los chorrillos de aguas heladas.
Allí empezó a correr para alcanzar a su madre. Pero nadie ya respondía. Se había perdido. Todo era soledad, páramo y en todo resonaba el rugido del viento y del agua corriendo. El frío era atroz, la lluvia la había empapado y la seguía golpeando con fuerza, y corrían torrentes a su lado. Lloró y llamó a gritos, pero nadie la oía. Cayó, pero pudo arrastrarse a un desnivel del terreno en donde encontró una especie de hueco. Allí se guareció y se quedó dormida. Cuando despertó vio que algo brillaba con intensidad. Era una piedra de cuarzo y pedernal que recogió y la puso en su rebozo.
– Lo encontré cuando yo sentía que me moría.
Al despertar ya había escampado y el camino era diáfano y sereno. Siguió la senda que se abría. Allí encontró a una señora que la cogió de la mano y después de varias horas de camino la dejó en las afueras de las minas de Tamboras en donde encontró a su madre. La niña la ayudó tanto que el pan se vendió rápido y como nunca. Y desde entonces siempre viajaron juntas, madre e hija.


Quien sujeta la lampa, es mi abuelo Benigno,
en la puerta de la mina

6. No pude
calmar su llanto

Ya joven y allí mismo conoció a quien sería mi abuelo Benigno, un jovenzuelo cuyo oficio en la boca de la mina era traer y llevar las herramientas que perdían filo con el golpeteo en las rocas que hacían los mineros allá adentro, y que en la herrería las tenían que aguzar.
Se unieron y él la llevó a Santiago de Chuco, donde tuvieron seis hijos, y ella quedó viuda a los 35 años. Pero jamás volvió a casarse.
Mi abuelo al morir le dejó muchas propiedades, pero aun así siguió amasando pan y ella misma vendiéndolo, pero esta vez en la bocamina de Quiruvilca, lugar lóbrego, oscuro y sombrío.
Ese mismo día que me contara la historia, que fue el 13 de abril yo volvía de Santiago de Chuco, donde me despedí de ella, a Trujillo. Mi abuela al despedirme se abrazó muy fuerte a mí, diciéndome:
– Ya no nos volveremos a ver, hijito.
Yo la consolé, sin saber lo que ocurriría al otro día, diciéndole:
– Vas a vivir muchos años, abuelita. –Pero no pude calmar su llanto.
Mi abuela al día siguiente que me despedí de ella, y me mostrara el Niño Dios de pedernal y cuarzo, moría el 14 de abril del año 1966.


Loma del viento, Chacomas

7. Flores
silvestres

Por eso creo y digo que esta vez también el Niño Dios salió a esperarla en el camino, como cuando ocurrió de niña, pero esta vez en el viaje de regreso. Porque murió en la ruta de Santiago de Chuco a Pallasca su tierra natal, al desbarrancarse el vehículo en que iba, en la Loma del Viento, cerca de Chacomas.
Porque, acaso, ¿no coincide todo? Pero esta vez a la vera del camino para guiarle en el retorno, pero hacia la otra vida.
A nadie de la familia he escuchado que tenga ese Niño Dios como reliquia. Y no hay nadie que lo haya encontrado o recogido.
No está entre los vestigios que dejó mi abuela. Más bien nadie habla ni sabe nada de él. Pero, un día con disimulo dije sin mayores alusiones:
– El Niño Dios de pedernal y cuarzo de los caminos. –Y mi madre volteó a mirarme fijamente.
Pero no me dijo nada, hasta hoy, que ella tiene 100 años de edad. Mi abuela está enterrada a la entrada del panteón de Santiago de Chuco y cada vez que voy pongo en su nicho flores silvestres de la misma ladera del cementerio y que recojo a la vera del camino pensando en aquel Niño Dios.
¿Dónde está? ¿Qué fue de él? Yo creo sinceramente que ese Niño Dios de cuarzo y pedernal regresó al camino de donde por ella fue recogido, y ahí está para guiar a otra niña o a otro niño que se pierda.


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