martes, 24 de diciembre de 2019

24 de diciembre. Hoy es Noche Buena. Y vienen a adorar al niño.


24 DE DICIEMBRE
HOY ES NOCHE BUENA

Y VIENEN
A ADORAR
AL NIÑO

Danilo Sánchez Lihón




Piedra desde siglos escogida
para reclinar mi cabeza.
César Moro


1. Cantando
hacia lo alto

Hoy es 24 de diciembre y ya las sombras de la noche vencieron a las luces sangrantes, amarillas y azuladas de la tarde.
Pese a la oscuridad y a la brisa que ulula en los carrizos de los techos, se oye de rato en rato por la calle un tropel de pasos de gente que se apresura.
A intervalos llega por retazos la melodía aguda y tierna de "Las pastoras" que han dado ya la vuelta por la esquina y bajan entonando coplas y tonadillas que, a la luz de las lámparas titubeantes, de reflejos anaranjados, se escuchan más hondas y nítidas.
Y ahora pasan delante de la puerta de nuestra casa, filtrándose por las rendijas de la madera desportillada su canto enternecido. Sus cantares nos evocan los sembríos de maíz y de trigo, los senderos florecidos de retamas y sugán. Y las colinas cubiertas de anís, de ñorbo y manzanilla. En coro tararean:
Venimos desde lejos
oyendo una sola voz.
Anunciando el ángel bueno
que ha nacido el Niño Dios.
Repiten en grupo letra y música. Golpean sus panderetas y bailan, mirando hacia lo alto, quedándose sus voces enredadas en los aleros y tejados. O subiendo sin atajos hacia el cielo anubarrado de diciembre.



2. Lo pronuncian
tiritando

Vienen en comparsas desde los caseríos altos a adorar al Niño Dios en la iglesia vetusta, para esta ocasión iluminada de velas encendidas en todos los altares, tronos y hornacinas adornados de capullos ingenuos y recientes; plenos de alborozo, cantando a viva voz y con toda el alma estos y otros villancicos de las serranías. Los modulan con ilusión, pero también con escondida melancolía, canturreando conmovidas.
¡Pobrecito el niño!
Pajas y pañales
traemos para él
¡porque en el pesebre
desnudo se le ve!
¡Pobrecito el niño!
La primera y última frase la dicen simulando estar asustadas, casi gritando, como quebrándosele la voz de estarse cometiendo un sacrilegio, haciendo un mohín o puchero con sus bocas temblorosas, y con las pupilas enternecidas. Y esto lo pronuncian tiritando, como si el niño estuviera de frío.
Y en otro momento lo dicen como si ellos fueran fuertes y protectores y van a auxiliarlo, pese a sus atuendos raídos y desvencijados; pese a sus ropas humildes y toscas; y pese a sus manos encallecidas. Cantan con júbilo que esconde un oculto sufrimiento. Cantan para ocultar sus heridas, para disculparnos a nosotros que tanto a la gente del campo los hemos ofendido y seguimos ofendiendo.

Iglesia de Santiago de Chuco

3. Su propio
manantial

Las mujeres lucen unos vestidos blancos festonados de grecas y blondas verdes, rojas y azules y doradas. Con sombreros adornados con flores cogidas de la campiña. Y con trenzas ataviadas de capullos que aún conservan el rocío de los prados. Otro grupo pasa con un atuendo diferente, porque viene seguro desde otro poblado, cuenca o vertiente.
Es decir, desde otras cumbres y bajíos; riscos y mesetas y abajo sus cañadas. Y con el río cuyas aguas se precipitan en chorreras y turbiones que braman, salta y se entrechocan. Caseríos que se asientan en las faldas de las colinas con sus propios manantiales entre peñas y boscajes y caminos encantados. Por eso, ellos cantan de otro modo, con otra tonada y con otras letras:
San Pedro se ha dormido
en las faldas del cerro,
ya le cantaron los gallos
ya le ladraron los perros.
¡Por eso,
vamos corriendo!
Y silban dándose ánimo. Y corren inocentes. Como si representaran en la calle el drama que recrean en sus cantares. Y eso hace que la gente se ría y la Navidad sea hermosa en los ojos y en el rostro de la gente sencilla del campo cuando vienen a la iglesia de nuestro pueblo, trayéndonos su sentir ingenuo y su alma buena. ¡Y cuando es la misma ilusión la que reboza en nuestros corazones!

Interior de la antigua iglesia de Santiago de Chuco

4. Hierba buena
o albahaca

Detrás de la comparsa de pastoras que cantan se apresuran los niños con pequeños atados en sus espaldas. ¿Qué es lo que llevan en ellos? Llacones, betarragas, cebollas, zanahorias, limones, todo fresco y transparente como es la cuna de un recién nacido. ¡Y todo para ofrecérselo al Niño Dios que retoza en su lecho de paja, porque es un niño de a verdad el que se presenta en la iglesia!
Por eso, corren incansables de enrumbar por los atajos empinados y por los caminos de lajas. O bien, apurados por los senderos llanos y parejos, apenas empapados por la lluvia repentina.
Senderos que unos trechos son planos y de tierra apisonada. Y en otros tramos son vías anegadas; o bien solo humedecidas, y ya oreadas, de la cual se desprende la fragancia de las hierbas que sanan. Pero hay intervalos en que las sendas son hoscas y pedregosas.
Cerrando el grupo, detrás, siguen los ancianos, algunos temblequeantes, otros haciéndose los fuertes y valientes. Unos con la mirada asombrada, otros con los ojos lagrimeantes de seguir vivos hasta hoy día; sea de pena o de contento.
 Llevando en sus alforjas alguna ofrenda, las más humildes pero significativas al Dios de los cielos, que adoran en sus corazones candorosos, absolutamente convencidos de la verdad inefable del Niño Dios que hoy nace.
A veces cargando solo ataditos de reciente hierba buena, llantén y panisara, recogidos de lo alto de las peñas, porque no tienen nada más que ofrecen con sus vidas laceradas.


5. Llueve
a cántaros

También van con ellos ancianas con las miradas perdidas, repitiendo con voz fina solo la estrofa final del villancico, y como si fuera una melopea, que dice:
ya le cantaron los gallos
ya le ladraron los perros.
El resto de letras solo las musitan moviendo la cabeza y los labios. O las siguen con el movimiento de sus cuerpos y ojos llorosos. Y con los pasos vacilantes.
Pero ya la lluvia se ha desatado y arrecia inclemente. Tamborilea en los tejados y en las piedras de la calle, por donde pasan incluso saltando en el empedrado de la calzada, convertida en chorrera y la lluvia en tempestad.
Pero esto ni los arredra ni los detiene. Siguen por en medio de la vía, sin subir a las veredas, impertérritos. Y pareciera que los rayos y truenos más los motiva a cantar con voz más alta todavía, como queriendo apagar el rumor de las goteras que caen esta vez a chorros sobre sus sombreros y la tierra sobrecogida.
Y así caminan, escurriendo el agua por el borde de sus atuendos que acentúa el fulgor de sus miradas esperanzadas.
Aunque ahora llueva a cántaros y se desate una andanada de relámpagos como si el aguacero se conmoviera de tanta devoción, de tanta ilusión y de tanto cariño.


6. Estando
la virgen bella

Como si quisiera ir con ellos poniendo igual mirada de adhesión que llevan sus pupilas, mientras cantan arrebujados bajo la techumbre de alguna esquina, finalmente detenidos porque la tempestad ahora es torrencial, sin por eso dejar que apaguen sus voces, entonan:
Estando la virgen bella
los santos en un rincón
el niño se ha ido trotando
de Santiago hasta Porcón.
¡Por eso,
nos hemos detenido!
Dicen sonrientes. Y tan pronto calma un poco, parten. Pero se detienen en la otra esquina, pasando ya nuestra puerta, mirando por qué calle avanzar.
Mientras tanto repiten en su canto:
el niño se ha ido trotando
de Santiago hasta Porcón.
Y echan a correr no por la vereda como se debería sino por el centro que endulzan con sus voces atipladas e inocentes.

Panorámica de Santiago de Chuco

7. Los ángeles
que han llegado

Pero, otra comparsa viene después, a paso ligero porque piensan que se les hizo tarde.
Pasan sin dejar de tocar panderetas, pífanos y flautines; canturreando con voz aguda las mujeres y grave los varones, una letra diferente que dice:
Los ángeles que han llegado
se han ido entusiasmando,
ya tomaron sus traguitos
y se han quedado bailando.
¡Por eso,
vamos corriendo!
Nos reímos por la ocurrencia. Y alguien de entre nosotros comenta:
– ¡Y estos pobres! ¡Ya no van a hallar sitio en la iglesia!
Pero papá corrige:
– ¿Por qué decimos estos pobres? ¡Tienen fe, que es lo más importante! Tienen ilusión, que es lo que nunca se debe perder. En cambio, ¿cuántos de los que tienen comodidades ya las han perdido?
Y, además, advierte:

8. Desde
la amanecida

– Y, ¿desde dónde creen que vienen, para que hagamos un comentario de que llegan tarde? ¡Vienen desde La Cuchilla!
– ¿Queda lejos, papá?
– Queda en las alturas, en la jalca o puna, por lo menos unas diez horas caminando sin descanso. Y hasta ahorita siguen avanzando, sin detenerse. ¿Acaso no es un sacrificio?
– Y sin embargo nosotros, que estamos a unas cuadras de la iglesia, acaso: ¿ya hemos salido? –Acota mamá
– ¿Y cómo sabes, papá, que son de La Cuchilla si ni siquiera has salido a ver sus vestidos? –Interviene mi hermana Rosita.
– Lo sé, por la letra del villancico que cantan, y por la tonada.
– ¡Ellos, ancianos y niños han caminado todo el día, desde la amanecida! ¡Y están llegando a la hora! Más bien, apurémonos nosotros.
– Sí. ¡Vamos! Anuden sus bufandas, abotonen sus abrigos. Y calcen en sus manos sus pitones para estar bien abrigados, y no enfermen ni por la lluvia ni por el frío.
Y eso es la Navidad: inocencia, ilusión y fe en que la bondad es el eje y fundamento de la vida y del universo.

Fotos 5, 6 y 7
Jaime Sánchez Lihón


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