24 DE DICIEMBRE
HOY
ES NOCHE BUENA
Y VIENEN
A ADORAR
AL NIÑO
Danilo
Sánchez Lihón
Piedra
desde siglos escogida
para reclinar mi cabeza.
César Moro
1. Cantando
hacia lo alto
Hoy es 24 de
diciembre y ya las sombras de la noche vencieron a las luces sangrantes,
amarillas y azuladas de la tarde.
Pese a la
oscuridad y a la brisa que ulula en los carrizos de los techos, se oye de rato
en rato por la calle un tropel de pasos de gente que se apresura.
A intervalos
llega por retazos la melodía aguda y tierna de "Las pastoras" que han
dado ya la vuelta por la esquina y bajan entonando coplas y tonadillas que, a
la luz de las lámparas titubeantes, de reflejos anaranjados, se escuchan más
hondas y nítidas.
Y ahora pasan
delante de la puerta de nuestra casa, filtrándose por las rendijas de la madera
desportillada su canto enternecido. Sus cantares nos evocan los sembríos de
maíz y de trigo, los senderos florecidos de retamas y sugán. Y las colinas
cubiertas de anís, de ñorbo y manzanilla. En coro tararean:
Venimos desde lejos
oyendo una sola voz.
Anunciando el ángel bueno
que ha nacido el
Niño Dios.
Repiten en grupo
letra y música. Golpean sus panderetas y bailan, mirando hacia lo alto,
quedándose sus voces enredadas en los aleros y tejados. O subiendo sin atajos
hacia el cielo anubarrado de diciembre.
2. Lo pronuncian
tiritando
Vienen en
comparsas desde los caseríos altos a adorar al Niño Dios en la iglesia vetusta,
para esta ocasión iluminada de velas encendidas en todos los altares, tronos y
hornacinas adornados de capullos ingenuos y recientes; plenos de alborozo,
cantando a viva voz y con toda el alma estos y otros villancicos de las
serranías. Los modulan con ilusión, pero también con escondida melancolía,
canturreando conmovidas.
¡Pobrecito el
niño!
Pajas y pañales
traemos para él
¡porque en el pesebre
desnudo se le
ve!
¡Pobrecito el
niño!
La primera y
última frase la dicen simulando estar asustadas, casi gritando, como
quebrándosele la voz de estarse cometiendo un sacrilegio, haciendo un mohín o
puchero con sus bocas temblorosas, y con las pupilas enternecidas. Y esto lo
pronuncian tiritando, como si el niño estuviera de frío.
Y en otro
momento lo dicen como si ellos fueran fuertes y protectores y van a auxiliarlo,
pese a sus atuendos raídos y desvencijados; pese a sus ropas humildes y toscas;
y pese a sus manos encallecidas. Cantan con júbilo que esconde un oculto
sufrimiento. Cantan para ocultar sus heridas, para disculparnos a nosotros que
tanto a la gente del campo los hemos ofendido y seguimos ofendiendo.
3. Su propio
manantial
Las mujeres
lucen unos vestidos blancos festonados de grecas y blondas verdes, rojas y
azules y doradas. Con sombreros adornados con flores cogidas de la campiña. Y
con trenzas ataviadas de capullos que aún conservan el rocío de los prados. Otro
grupo pasa con un atuendo diferente, porque viene seguro desde otro poblado,
cuenca o vertiente.
Es decir, desde
otras cumbres y bajíos; riscos y mesetas y abajo sus cañadas. Y con el río
cuyas aguas se precipitan en chorreras y turbiones que braman, salta y se
entrechocan. Caseríos que se asientan en las faldas de las colinas con sus
propios manantiales entre peñas y boscajes y caminos encantados. Por eso, ellos
cantan de otro modo, con otra tonada y con otras letras:
San Pedro se ha dormido
en las faldas del cerro,
ya le cantaron los gallos
ya le ladraron
los perros.
¡Por eso,
vamos corriendo!
Y silban dándose
ánimo. Y corren inocentes. Como si representaran en la calle el drama que recrean
en sus cantares. Y eso hace que la gente se ría y la Navidad sea hermosa en los
ojos y en el rostro de la gente sencilla del campo cuando vienen a la iglesia
de nuestro pueblo, trayéndonos su sentir ingenuo y su alma buena. ¡Y cuando es
la misma ilusión la que reboza en nuestros corazones!
4. Hierba buena
o albahaca
Detrás de la
comparsa de pastoras que cantan se apresuran los niños con pequeños atados en
sus espaldas. ¿Qué es lo que llevan en ellos? Llacones, betarragas, cebollas,
zanahorias, limones, todo fresco y transparente como es la cuna de un recién
nacido. ¡Y todo para ofrecérselo al Niño Dios que retoza en su lecho de paja,
porque es un niño de a verdad el que se presenta en la iglesia!
Por eso, corren
incansables de enrumbar por los atajos empinados y por los caminos de lajas. O
bien, apurados por los senderos llanos y parejos, apenas empapados por la
lluvia repentina.
Senderos que unos
trechos son planos y de tierra apisonada. Y en otros tramos son vías anegadas;
o bien solo humedecidas, y ya oreadas, de la cual se desprende la fragancia de
las hierbas que sanan. Pero hay intervalos en que las sendas son hoscas y
pedregosas.
Cerrando el
grupo, detrás, siguen los ancianos, algunos temblequeantes, otros haciéndose
los fuertes y valientes. Unos con la mirada asombrada, otros con los ojos
lagrimeantes de seguir vivos hasta hoy día; sea de pena o de contento.
Llevando en sus alforjas alguna ofrenda, las
más humildes pero significativas al Dios de los cielos, que adoran en sus
corazones candorosos, absolutamente convencidos de la verdad inefable del Niño
Dios que hoy nace.
A veces cargando
solo ataditos de reciente hierba buena, llantén y panisara, recogidos de lo
alto de las peñas, porque no tienen nada más que ofrecen con sus vidas
laceradas.
5. Llueve
a cántaros
También van con
ellos ancianas con las miradas perdidas, repitiendo con voz fina solo la
estrofa final del villancico, y como si fuera una melopea, que dice:
ya le cantaron los gallos
ya le ladraron
los perros.
El resto de
letras solo las musitan moviendo la cabeza y los labios. O las siguen con el
movimiento de sus cuerpos y ojos llorosos. Y con los pasos vacilantes.
Pero ya la
lluvia se ha desatado y arrecia inclemente. Tamborilea en los tejados y en las
piedras de la calle, por donde pasan incluso saltando en el empedrado de la calzada,
convertida en chorrera y la lluvia en tempestad.
Pero esto ni los
arredra ni los detiene. Siguen por en medio de la vía, sin subir a las veredas,
impertérritos. Y pareciera que los rayos y truenos más los motiva a cantar con
voz más alta todavía, como queriendo apagar el rumor de las goteras que caen esta
vez a chorros sobre sus sombreros y la tierra sobrecogida.
Y así caminan,
escurriendo el agua por el borde de sus atuendos que acentúa el fulgor de sus
miradas esperanzadas.
Aunque ahora
llueva a cántaros y se desate una andanada de relámpagos como si el aguacero se
conmoviera de tanta devoción, de tanta ilusión y de tanto cariño.
6. Estando
la virgen bella
Como si quisiera
ir con ellos poniendo igual mirada de adhesión que llevan sus pupilas, mientras
cantan arrebujados bajo la techumbre de alguna esquina, finalmente detenidos
porque la tempestad ahora es torrencial, sin por eso dejar que apaguen sus
voces, entonan:
Estando la virgen bella
los santos en un rincón
el niño se ha ido trotando
de Santiago
hasta Porcón.
¡Por eso,
nos hemos
detenido!
Dicen
sonrientes. Y tan pronto calma un poco, parten. Pero se detienen en la otra esquina,
pasando ya nuestra puerta, mirando por qué calle avanzar.
Mientras tanto
repiten en su canto:
el niño se ha ido trotando
de Santiago
hasta Porcón.
Y echan a correr
no por la vereda como se debería sino por el centro que endulzan con sus voces
atipladas e inocentes.
7. Los ángeles
que han llegado
Pero, otra
comparsa viene después, a paso ligero porque piensan que se les hizo tarde.
Pasan sin dejar
de tocar panderetas, pífanos y flautines; canturreando con voz aguda las
mujeres y grave los varones, una letra diferente que dice:
Los ángeles que han llegado
se han ido entusiasmando,
ya tomaron sus traguitos
y se han quedado
bailando.
¡Por eso,
vamos corriendo!
Nos reímos por
la ocurrencia. Y alguien de entre nosotros comenta:
– ¡Y estos
pobres! ¡Ya no van a hallar sitio en la iglesia!
Pero papá
corrige:
– ¿Por qué
decimos estos pobres? ¡Tienen fe, que es lo más importante! Tienen ilusión, que
es lo que nunca se debe perder. En cambio, ¿cuántos de los que tienen
comodidades ya las han perdido?
Y, además,
advierte:
8. Desde
la amanecida
– Y, ¿desde
dónde creen que vienen, para que hagamos un comentario de que llegan tarde?
¡Vienen desde La Cuchilla!
– ¿Queda lejos,
papá?
– Queda en las
alturas, en la jalca o puna, por lo menos unas diez horas caminando sin
descanso. Y hasta ahorita siguen avanzando, sin detenerse. ¿Acaso no es un
sacrificio?
– Y sin embargo
nosotros, que estamos a unas cuadras de la iglesia, acaso: ¿ya hemos salido?
–Acota mamá
– ¿Y cómo sabes,
papá, que son de La Cuchilla si ni siquiera has salido a ver sus vestidos?
–Interviene mi hermana Rosita.
– Lo sé, por la
letra del villancico que cantan, y por la tonada.
– ¡Ellos,
ancianos y niños han caminado todo el día, desde la amanecida! ¡Y están
llegando a la hora! Más bien, apurémonos nosotros.
– Sí. ¡Vamos! Anuden
sus bufandas, abotonen sus abrigos. Y calcen en sus manos sus pitones para
estar bien abrigados, y no enfermen ni por la lluvia ni por el frío.
Y eso es la Navidad: inocencia, ilusión y fe en que la
bondad es el eje y fundamento de la vida y del universo.
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