martes, 24 de diciembre de 2019

24 de diciembre. Noche Buena, que es cuando todos se abrazan. Navidad en la faja de producción.


24 DE DICIEMBRE
NOCHE BUENA, QUE ES
CUANDO TODOS SE ABRAZAN

NAVIDAD
EN LA FAJA
DE PRODUCCIÓN


Danilo Sánchez Lihón




Si hubiera que llenar
el poco espacio que media
entre el día y la noche,
se gastaría en ello una eternidad.
Pero sale el sol
y las sombras se dispersan;
un momento basta
para llenar un espacio infinito.
Tagore


1. Habían
corrido a abrazarse

– ¡Corten! ¡Corten! ¡Corten!
– ¡Detengan la faja!
Seis televisores ruedan ya por el piso y en pocos segundos tres más abollados se arruman, unos sobre otros en la boca de entrada de la cabina de impresión de letras e instrucciones en la planta de montaje de la Shimpo Company en Nagoya, Japón.
Doce peruanos laboran en el pabellón de montaje y, sin poder evitarlo, han corrido a abrazarse por unos instantes.
Ya han regresado veloces a sus puestos de trabajo con los ojos llorosos, enjugándose aún las lágrimas, pero en vano. Ya era tarde. Los estragos ocasionados son catastróficos.
La alarma sigue rechinando. El sistema de sirenas colocadas en los techos continúa con sus alaridos. La producción en la fábrica se ha paralizado de inmediato, con daños de consecuencias incalculables al afectarse el programa de producción de ese día y de esa semana. Y con ello de ese mes. Y de ese año, hecho que significa una calamidad y una ruina.
– ¡Es un sabotaje! ¡Es un hecho criminal! –Grita fuera de sí y delirando Akki, jefe de sección de la planta, mirando la ruma de televisores hacinados, como nunca vio antes un cuadro dantesco semejante.

Nagoya, en Japón

2. ¡Es un delito
gravísimo!

– No ha sido intencional, señor. –Trata de explicar Juan Carrillo–. Es Navidad en nuestros hogares y apenas quisimos poner nuestras manos en nuestros hombros o brazos; ni siquiera intentar abrazarnos, señor.
– ¡No me vengan a mí con cuentos! Desde antes ya los veía complotando. ¡Es un sabotaje! Y esto se paga muy caro, aquí en el Japón.
– Señor, este es nuestro centro de trabajo y nunca vamos a estar en contra de lo que nos da de comer. Si no, ¿qué pan vamos a llevar a nuestros hijos? Imposible que vamos a atentar, señor. –Eso trata de explicar Juan en el idioma japonés que ya domina un poco.
– ¡Sepan ustedes que esto en el Japón es un delito gravísimo que se paga con cárcel!
Pero, ¿acaso no le entendía bien lo que trataba de explicarle?  Además, la ofuscación y la alteración eran indescriptibles, de parte de todo el mundo.
Avisado de urgencia apareció el gerente, parco y meticuloso. Hizo retirar los televisores dañados, dio reinicio al proceso de ensamblaje, sustituyó al personal implicado, señalado por Akki, que fueron reemplazados por quienes ya estaban esperando entrar en el siguiente turno.

3. Es la muerte
en vida

La situación es gravísima, y había que denunciarla ante la policía. Atentar contra la producción de una fábrica en el Japón. Que en buena cuenta es sacrilegio.
Es algo que las leyes, los códigos, los reglamentos y los contratos de trabajo estipulan y condenan específicamente.
Esta es la moral, la fe y la religión de los japoneses y de los países industrializados. Es peor que saquear una iglesia. Perpetrarlo supone una denuncia inmediata y un expediente judicial de las peores consecuencias.
Y de todo este embrollo deriva: cárcel y sanción a los responsables, con fuertes multas en dinero y en los bienes, e inhabilitación de por vida para trabajar en cualquier establecimiento, sea fábrica, tienda o cualquier instalación que fuera sea particular o sea del estado. Es la muerte en vida.
– Desde temprano se han estado pasando consignas, señalando la hora en que debía producirse este atentado, –alega Akki. En el fondo es quien más teme, porque esto implica poner en duda también su puesto de Jefe de Sección. Lo cual implica también ser sancionado. Por eso pone el énfasis en su denuncia tratando de ser implacable, a fin de no ser involucrado en lo que él considera un atentado.



4. Algo o todo
les falta

Pero, ¡es cierto!
Desde temprano los peruanos se han intercambiado mensajes respecto a la hora en que en sus hogares en el Perú estarían abrazándose sus esposas, sus hijos, sus madres y sus padres, sus hermanas y hermanos, y su familia entera, por ser la Noche Buena.
Ellos les envían el dinero para todo: para el pavo que se sirve en la mesa, para las luces que parpadean en la ventana, para la torta que se luce sobre la mesa y que se corta a las doce; para los cohetes que se elevan y revientan con sus luces multicolores en el aire.
Pero ellos están lejos de todos estos halagos. Están ausentes en esta hora de amor filial, fraternal, de hogar y familia entrañable. Sin embargo, es a ellos a quienes tienen presentes cuando las luces se encienden y expanden sus pétalos y reflejos de mil matices.
Desde que se han enrumbado al trabajo, cruzando la magnificente ciudad industrial, bajo el sol de la mañana, Juan Carrillo y Alberto García conversan en el bus:
– Aquí será las dos de la tarde cuando en Lima suenen las doce campanadas anunciando la Navidad.
– Y nuestra gente a esa hora estará reunida en torno a la mesa del hogar: feliz, pero a la vez sintiendo que algo o todo les falta por no estar nosotros ahí.

5. El rostro
ilusionado

– ¡Es la vida la que nos da estas pruebas!
– ¡Imagínate, hermano! Noche Buena allá y aquí sufriendo en plena luz del día.
– ¡Con el alma estrujada y sombría! Como dice la canción.
– ¿Qué hora es, ahorita, en Lima?
– Allá las nueve de la noche del día anterior. Aquí las once de la mañana de un día ya vivido. O, quizás, irremediablemente ¡perdido!
– Pero no empieces ya con tus tristezas y a ponerte sentimental, porque si no esta noche te quiebras.
– Entonces, dicho de otro modo, faltan tres horas para que Dios nazca.
De todos modos. Irremediablemente ambos se han entristecido. Viajan en silencio, cada uno sumergido en sus recuerdos y melancolías.
– Y, ¿qué hacías a estas horas tú en Lima?
– Salíamos con mi esposa y mis hijos a la Plaza San Martín, siempre con el pretexto de comprar algo. Pero más era por ver tiendas y a la multitud de gente que transita por la calle. Todos felices. Es lindo ver el rostro ilusionado de la gente en Navidad, ¿no? ¿Y, tú?

Plaza San Martín, Lima, en Navidad

6. Yo si
no puedo hablar

– ¿Yo? El año pasado, ¡qué eternidad nos parece! ¿no?, en una mano llevaba a mi hijo de cinco años y en la otra a mi hijita de dos añitos y medio, mientras mi esposa escogía algo para la cena.
– ¡No llores, hermanito! ¡No llores!
– Y, ¿ahora qué será de ellos, no sé?
– ¡Yo sí sé hermano! Y te digo que están bien. Porque desde aquí los estás protegiendo.
– Ella solita encenderá las velas, con mis pequeños. Quizá lo acompañe mi cuñada. O mi hermana, que ambas todavía son solteras.
– ¡Y ni cómo llamar por teléfono a esa hora!
– No podemos, por el trabajo. Ni ellas pueden, por el costo. ¡Imposible!
– Cuando estás en la faja ni modo. Ni intentarlo hermano. Mucho menos con Akki que es una fiera; y no cree en nadie.
– Yo no puedo hablar, porque allá en mi casa no tengo todavía teléfono.

7. Disimular
sus lágrimas

– ¡Pero siquiera nos pasaremos la voz a las 12 en punto! ¿Está bien?
– ¡Por supuesto! ¡Siquiera un guiño! Pero, ya sabes, ¡sin moverte de tu puesto!
– ¡Claro! ¡Eso ni se nos ocurra!
– En Lima justo a esa hora pensarán en nosotros. Y eso debe alentarnos.
– Porque, ¿quién no extraña a un padre a un hijo o a un esposo?, como dice la canción...
Y ambos se voltean queriendo uno a otro disimular sus lágrimas.
Luis, quien no ha dicho nada, pero ha estado escuchando desde el asiento de al frente en el ómnibus, vuelto hacia la ventana también se restrega los ojos con el antebrazo.
– Ya vamos a bajar aquí. ¡Nos silbamos entonces, ah!
– Claro. ¡Pero sin descuidar la faja!
– Tú, que estás más visible arriba en el andén, estate mirando tu reloj. Y d Desde ahí nos haces una seña.
– De acuerdo.
– Pero, oye. ¿Y aquí en el Japón, qué raro no? ¡No hay Navidad! ¡No hay nada!
– Ellos tienen otra religión.
– Son sintoístas, y creen en la divinidad, no de Jesús sino de su Emperador.

Plaza Norte, en Lima

8. El corazón
se les acelera

Horas más tarde, desde lo alto del andén Juan les advierte:
– ¡Faltan diez minutos!
– Ya escucho la reventazón de cohetes y la algarabía en la quinta.
– Y en el vecindario.
– ¡Y el olor de la cena!
– ¡Y en los labios el champán helado!
– ¡Compañeros, faltan dos minutos! –Musita.
– ¡El pavo ya lo están sacando del horno!
– ¡Un minuto!
En la faja siguen aplicando cada cual, con la agilidad y la destreza necesarias, las autopartes en el sitio preciso, de acuerdo a los segundos exactos que le corresponde la función de cada uno.
– ¡Diez segundos!
El corazón se les acelera.
– ¡Ya es Navidad en Lima! –Gritan sin darse cuenta. Y corren al menos a darse la mano.

9. ¡Quiero
abrazar a papá!

En el mercado La Aurora, Gladys y sus dos hijos no han podido tomar un taxi porque todos pasan ocupados y veloces.
– Si tuviéramos teléfono en casa estaría desesperada porque quizá tu papá estaría llamando. –Le dice a su hijo.
Tiene pena, pero no se inquieta. Total, están construyendo su casa en Los Olivos, que es un lugar, además de emergente, bonito. Y entonces, ¿para qué tomar un taxi si van a estar solos? En la casa no hay nadie. Solo piensa en el Japón, en donde está Juan, su esposo.
– ¡Mamá! –Dice su hijo–. ¡Quiero abrazar a mi papá!
– Pero él está lejos, trabajando para nosotros, hijito.
– Y, ¿cuándo va a venir?
– Pronto, pronto va a venir, y nunca más se irá. Eso yo misma te lo prometo.
– ¿Tú me lo prometes?
– Sí. Te prometo con toda mi alma.
Explotan los cohetes en todas direcciones. El cielo se ilumina con las bombardas. Salen disparados por el aire los buscapiques, las mariposas, los silbadores y las luces de bengala iridiscentes.
Faltan unos segundos para las doce de la noche. ¿Para qué apurarse en volver? Será mejor recibir la Navidad aquí donde hay algunas personas.


10. Sonaron
las sirenas

– ¡Quiero abrazar a mi papá! –Llora el hijo.
– Mira cariño. Oremos por papá. No importa aquí. Y después corres y abrazas a ese señor. Porque él también querrá abrazar a su hijo. ¡Yo misma quisiera abrazar a mi papá, que ya no está con nosotros! ¡Por eso, después de ti voy a abrazar a ese señor, que es anciano!
Fue en ese instante que corrían también a darse la mano, o al menos a tocarse, los doce compañeros peruanos que trabajan en la planta de montaje de la fábrica Shimpo Company de Nagoya, en Japón.
Juan Carrillo y Alberto García están a unos pasos. Los demás solo un poco más lejos. Al juntarse pensaron apenas tocarse el hombro o las manos. A lo más darse una palmada y retornar corriendo a sus puestos en la faja de producción.
Pero, al tratar de regresar los atajaron los cuerpos de sus otros compañeros que también trabajaban allí y también corrieron y con quienes hicieron un racimo humano, en un abrazo que duró apenas unos instantes pero que resultó una inmensidad.
Y allí se activó la alarma, sonaron las sirenas y se detuvo la faja automáticamente. Y fue el colapso. Y la calamidad más grande de sus vidas porque les espera la cárcel.

11. Hasta
el amanecer

– A ver, explíqueme usted. ¿Por qué este sabotaje a la planta? –Interroga adusto el gerente general, quien entiende y habla español, aunque solo trabajó en Venezuela unos cuantos meses.
– No es sabotaje, señor. ¿Cómo vamos a atentar contra nuestro propio lugar de sustento? De nuestro trabajo se mantiene nuestra familia que está lejos, señor, en el Perú. –Habla Juan.
– Pero, entonces, ¿cómo explica lo ocurrido?
– Lo que ha pasado, señor, es que se celebra la Navidad en nuestro país. Es el día y hora del nacimiento de Jesús, de Cristo, hijo de Dios y Dios él mismo.
– ¿Y eso es razón suficiente?
– En nuestros hogares se lleva a cabo una reunión consagrada a la familia. La mayoría de nosotros hemos dejado esposa e hijos. Y es el instante en que ellos oran y piensan en nosotros.
– Pero es gravísimo lo que ha sucedido.
– Trabajaremos hoy día si nos lo permite hasta el amanecer. No dormiremos. Trabajaremos seguido y sin ganancia alguna, señor; es acuerdo de todos.




12. El Redentor
del Mundo

– ¿Fue esto intencional?
– De ninguna manera, señor.
– Sólo queríamos avisarnos, sentir y pensar en nuestros seres queridos, sin movernos de nuestros puestos en la faja.
– Un antecedente así es grave. Y es un desastre que se repita otra vez.
– Jamás volverá a ocurrir de parte nuestra, señor. No ha habido intención en hacerlo. Ha sido un acto involuntario.
– ¡Esto afecta la disciplina y la producción!
– Mis compañeros me han encargado pedir las disculpas más sentida, señor. Las pido encarecidamente en nombre mío y en nombre de ellos y de nuestras familias. Todos estamos dispuestos a compensar los daños ocasionados; y ello trabajando más. Sea hoy o en cualquier momento que se nos indique.
– ¿Cómo dice que se llama la celebración esa?
– La Navidad, señor.
– ¿Y quién nace?
– Nace Jesús, el Salvador, el Redentor del Mundo.


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