24 DE DICIEMBRE
NOCHE BUENA, QUE ES
CUANDO TODOS
SE ABRAZAN
NAVIDAD
EN LA FAJA
DE PRODUCCIÓN
Danilo
Sánchez Lihón
Si
hubiera que llenar
el
poco espacio que media
entre
el día y la noche,
se
gastaría en ello una eternidad.
Pero
sale el sol
y
las sombras se dispersan;
un
momento basta
para llenar un espacio infinito.
Tagore
1. Habían
corrido a abrazarse
– ¡Corten!
¡Corten! ¡Corten!
– ¡Detengan la
faja!
Seis televisores
ruedan ya por el piso y en pocos segundos tres más abollados se arruman, unos
sobre otros en la boca de entrada de la cabina de impresión de letras e
instrucciones en la planta de montaje de la Shimpo Company en Nagoya, Japón.
Doce peruanos
laboran en el pabellón de montaje y, sin poder evitarlo, han corrido a
abrazarse por unos instantes.
Ya han regresado
veloces a sus puestos de trabajo con los ojos llorosos, enjugándose aún las
lágrimas, pero en vano. Ya era tarde. Los estragos ocasionados son
catastróficos.
La alarma sigue
rechinando. El sistema de sirenas colocadas en los techos continúa con sus alaridos.
La producción en la fábrica se ha paralizado de inmediato, con daños de
consecuencias incalculables al afectarse el programa de producción de ese día y
de esa semana. Y con ello de ese mes. Y de ese año, hecho que significa una
calamidad y una ruina.
– ¡Es un sabotaje!
¡Es un hecho criminal! –Grita fuera de sí y delirando Akki, jefe de sección de
la planta, mirando la ruma de televisores hacinados, como nunca vio antes un cuadro
dantesco semejante.
2. ¡Es un delito
gravísimo!
– No ha sido
intencional, señor. –Trata de explicar Juan Carrillo–. Es Navidad en nuestros
hogares y apenas quisimos poner nuestras manos en nuestros hombros o brazos; ni
siquiera intentar abrazarnos, señor.
– ¡No me vengan
a mí con cuentos! Desde antes ya los veía complotando. ¡Es un sabotaje! Y esto
se paga muy caro, aquí en el Japón.
– Señor, este es
nuestro centro de trabajo y nunca vamos a estar en contra de lo que nos da de
comer. Si no, ¿qué pan vamos a llevar a nuestros hijos? Imposible que vamos a
atentar, señor. –Eso trata de explicar Juan en el idioma japonés que ya domina
un poco.
– ¡Sepan ustedes
que esto en el Japón es un delito gravísimo que se paga con cárcel!
Pero, ¿acaso no
le entendía bien lo que trataba de explicarle?
Además, la ofuscación y la alteración eran indescriptibles, de parte de
todo el mundo.
Avisado de
urgencia apareció el gerente, parco y meticuloso. Hizo retirar los televisores
dañados, dio reinicio al proceso de ensamblaje, sustituyó al personal
implicado, señalado por Akki, que fueron reemplazados por quienes ya estaban
esperando entrar en el siguiente turno.
3. Es la muerte
en vida
La situación es
gravísima, y había que denunciarla ante la policía. Atentar contra la
producción de una fábrica en el Japón. Que en buena cuenta es sacrilegio.
Es algo que las
leyes, los códigos, los reglamentos y los contratos de trabajo estipulan y
condenan específicamente.
Esta es la
moral, la fe y la religión de los japoneses y de los países industrializados.
Es peor que saquear una iglesia. Perpetrarlo supone una denuncia inmediata y un
expediente judicial de las peores consecuencias.
Y de todo este
embrollo deriva: cárcel y sanción a los responsables, con fuertes multas en
dinero y en los bienes, e inhabilitación de por vida para trabajar en cualquier
establecimiento, sea fábrica, tienda o cualquier instalación que fuera sea
particular o sea del estado. Es la muerte en vida.
– Desde temprano
se han estado pasando consignas, señalando la hora en que debía producirse este
atentado, –alega Akki. En el fondo es quien más teme, porque esto implica poner
en duda también su puesto de Jefe de Sección. Lo cual implica también ser
sancionado. Por eso pone el énfasis en su denuncia tratando de ser implacable,
a fin de no ser involucrado en lo que él considera un atentado.
4. Algo o todo
les falta
Pero, ¡es
cierto!
Desde temprano
los peruanos se han intercambiado mensajes respecto a la hora en que en sus
hogares en el Perú estarían abrazándose sus esposas, sus hijos, sus madres y
sus padres, sus hermanas y hermanos, y su familia entera, por ser la Noche
Buena.
Ellos les envían
el dinero para todo: para el pavo que se sirve en la mesa, para las luces que
parpadean en la ventana, para la torta que se luce sobre la mesa y que se corta
a las doce; para los cohetes que se elevan y revientan con sus luces
multicolores en el aire.
Pero ellos están
lejos de todos estos halagos. Están ausentes en esta hora de amor filial,
fraternal, de hogar y familia entrañable. Sin embargo, es a ellos a quienes
tienen presentes cuando las luces se encienden y expanden sus pétalos y
reflejos de mil matices.
Desde que se han
enrumbado al trabajo, cruzando la magnificente ciudad industrial, bajo el sol
de la mañana, Juan Carrillo y Alberto García conversan en el bus:
– Aquí será las
dos de la tarde cuando en Lima suenen las doce campanadas anunciando la Navidad.
– Y nuestra
gente a esa hora estará reunida en torno a la mesa del hogar: feliz, pero a la
vez sintiendo que algo o todo les falta por no estar nosotros ahí.
5. El rostro
ilusionado
– ¡Es la vida la
que nos da estas pruebas!
– ¡Imagínate,
hermano! Noche Buena allá y aquí sufriendo en plena luz del día.
– ¡Con el alma
estrujada y sombría! Como dice la canción.
– ¿Qué hora es,
ahorita, en Lima?
– Allá las nueve
de la noche del día anterior. Aquí las once de la mañana de un día ya vivido.
O, quizás, irremediablemente ¡perdido!
– Pero no
empieces ya con tus tristezas y a ponerte sentimental, porque si no esta noche
te quiebras.
– Entonces,
dicho de otro modo, faltan tres horas para que Dios nazca.
De todos modos.
Irremediablemente ambos se han entristecido. Viajan en silencio, cada uno
sumergido en sus recuerdos y melancolías.
– Y, ¿qué hacías
a estas horas tú en Lima?
– Salíamos con
mi esposa y mis hijos a la Plaza San Martín, siempre con el pretexto de
comprar algo. Pero más era por ver tiendas y a la multitud de gente que
transita por la calle. Todos felices. Es lindo ver el rostro ilusionado de la
gente en Navidad, ¿no? ¿Y, tú?
6. Yo si
no puedo hablar
– ¿Yo? El año
pasado, ¡qué eternidad nos parece! ¿no?, en una mano llevaba a mi hijo de cinco
años y en la otra a mi hijita de dos añitos y medio, mientras mi esposa escogía
algo para la cena.
– ¡No llores,
hermanito! ¡No llores!
– Y, ¿ahora qué
será de ellos, no sé?
– ¡Yo sí sé
hermano! Y te digo que están bien. Porque desde aquí los estás protegiendo.
– Ella solita
encenderá las velas, con mis pequeños. Quizá lo acompañe mi cuñada. O mi
hermana, que ambas todavía son solteras.
– ¡Y ni cómo
llamar por teléfono a esa hora!
– No podemos, por
el trabajo. Ni ellas pueden, por el costo. ¡Imposible!
– Cuando estás
en la faja ni modo. Ni intentarlo hermano. Mucho menos con Akki que es una
fiera; y no cree en nadie.
– Yo no puedo
hablar, porque allá en mi casa no tengo todavía teléfono.
7. Disimular
sus lágrimas
– ¡Pero siquiera
nos pasaremos la voz a las 12 en punto! ¿Está bien?
– ¡Por supuesto!
¡Siquiera un guiño! Pero, ya sabes, ¡sin moverte de tu puesto!
– ¡Claro! ¡Eso
ni se nos ocurra!
– En Lima justo
a esa hora pensarán en nosotros. Y eso debe alentarnos.
– Porque, ¿quién
no extraña a un padre a un hijo o a un esposo?, como dice la canción...
Y ambos se
voltean queriendo uno a otro disimular sus lágrimas.
Luis, quien no
ha dicho nada, pero ha estado escuchando desde el asiento de al frente en el
ómnibus, vuelto hacia la ventana también se restrega los ojos con el antebrazo.
– Ya vamos a
bajar aquí. ¡Nos silbamos entonces, ah!
– Claro. ¡Pero
sin descuidar la faja!
– Tú, que estás
más visible arriba en el andén, estate mirando tu reloj. Y d Desde ahí nos
haces una seña.
– De acuerdo.
– Pero, oye. ¿Y
aquí en el Japón, qué raro no? ¡No hay Navidad! ¡No hay nada!
– Ellos tienen
otra religión.
– Son
sintoístas, y creen en la divinidad, no de Jesús sino de su Emperador.
8. El corazón
se les acelera
Horas más tarde,
desde lo alto del andén Juan les advierte:
– ¡Faltan diez
minutos!
– Ya escucho la
reventazón de cohetes y la algarabía en la quinta.
– Y en el
vecindario.
– ¡Y el olor de
la cena!
– ¡Y en los
labios el champán helado!
– ¡Compañeros,
faltan dos minutos! –Musita.
– ¡El pavo ya lo
están sacando del horno!
– ¡Un minuto!
En la faja
siguen aplicando cada cual, con la agilidad y la destreza necesarias, las
autopartes en el sitio preciso, de acuerdo a los segundos exactos que le
corresponde la función de cada uno.
– ¡Diez
segundos!
El corazón se
les acelera.
– ¡Ya es Navidad
en Lima! –Gritan sin darse cuenta. Y corren al menos a darse la mano.
9. ¡Quiero
abrazar a papá!
En el mercado La
Aurora, Gladys y sus dos hijos no han podido tomar un taxi porque todos pasan
ocupados y veloces.
– Si tuviéramos
teléfono en casa estaría desesperada porque quizá tu papá estaría llamando. –Le
dice a su hijo.
Tiene pena, pero
no se inquieta. Total, están construyendo su casa en Los Olivos, que es un
lugar, además de emergente, bonito. Y entonces, ¿para qué tomar un taxi si van
a estar solos? En la casa no hay nadie. Solo piensa en el Japón, en donde está
Juan, su esposo.
– ¡Mamá! –Dice
su hijo–. ¡Quiero abrazar a mi papá!
– Pero él está
lejos, trabajando para nosotros, hijito.
– Y, ¿cuándo va
a venir?
– Pronto, pronto
va a venir, y nunca más se irá. Eso yo misma te lo prometo.
– ¿Tú me lo
prometes?
– Sí. Te prometo
con toda mi alma.
Explotan los
cohetes en todas direcciones. El cielo se ilumina con las bombardas. Salen
disparados por el aire los buscapiques, las mariposas, los silbadores y las
luces de bengala iridiscentes.
Faltan unos
segundos para las doce de la noche. ¿Para qué apurarse en volver? Será mejor
recibir la Navidad aquí donde hay algunas personas.
10. Sonaron
las sirenas
– ¡Quiero
abrazar a mi papá! –Llora el hijo.
– Mira cariño.
Oremos por papá. No importa aquí. Y después corres y abrazas a ese señor. Porque
él también querrá abrazar a su hijo. ¡Yo misma quisiera abrazar a mi papá, que
ya no está con nosotros! ¡Por eso, después de ti voy a abrazar a ese señor, que
es anciano!
Fue en ese
instante que corrían también a darse la mano, o al menos a tocarse, los doce
compañeros peruanos que trabajan en la planta de montaje de la fábrica Shimpo
Company de Nagoya, en Japón.
Juan Carrillo y
Alberto García están a unos pasos. Los demás solo un poco más lejos. Al
juntarse pensaron apenas tocarse el hombro o las manos. A lo más darse una
palmada y retornar corriendo a sus puestos en la faja de producción.
Pero, al tratar
de regresar los atajaron los cuerpos de sus otros compañeros que también
trabajaban allí y también corrieron y con quienes hicieron un racimo humano, en
un abrazo que duró apenas unos instantes pero que resultó una inmensidad.
Y allí se activó
la alarma, sonaron las sirenas y se detuvo la faja automáticamente. Y fue el
colapso. Y la calamidad más grande de sus vidas porque les espera la cárcel.
11. Hasta
el amanecer
– A ver,
explíqueme usted. ¿Por qué este sabotaje a la planta? –Interroga adusto el
gerente general, quien entiende y habla español, aunque solo trabajó en
Venezuela unos cuantos meses.
– No es
sabotaje, señor. ¿Cómo vamos a atentar contra nuestro propio lugar de sustento?
De nuestro trabajo se mantiene nuestra familia que está lejos, señor, en el
Perú. –Habla Juan.
– Pero, entonces,
¿cómo explica lo ocurrido?
– Lo que ha
pasado, señor, es que se celebra la Navidad en nuestro país. Es el día y hora
del nacimiento de Jesús, de Cristo, hijo de Dios y Dios él mismo.
– ¿Y eso es
razón suficiente?
– En nuestros
hogares se lleva a cabo una reunión consagrada a la familia. La mayoría de
nosotros hemos dejado esposa e hijos. Y es el instante en que ellos oran y
piensan en nosotros.
– Pero es gravísimo
lo que ha sucedido.
– Trabajaremos
hoy día si nos lo permite hasta el amanecer. No dormiremos. Trabajaremos
seguido y sin ganancia alguna, señor; es acuerdo de todos.
12. El Redentor
del Mundo
– ¿Fue esto
intencional?
– De ninguna
manera, señor.
– Sólo queríamos
avisarnos, sentir y pensar en nuestros seres queridos, sin movernos de nuestros
puestos en la faja.
– Un antecedente
así es grave. Y es un desastre que se repita otra vez.
– Jamás volverá
a ocurrir de parte nuestra, señor. No ha habido intención en hacerlo. Ha sido
un acto involuntario.
– ¡Esto afecta
la disciplina y la producción!
– Mis compañeros
me han encargado pedir las disculpas más sentida, señor. Las pido
encarecidamente en nombre mío y en nombre de ellos y de nuestras familias. Todos
estamos dispuestos a compensar los daños ocasionados; y ello trabajando más. Sea
hoy o en cualquier momento que se nos indique.
– ¿Cómo dice que
se llama la celebración esa?
– La Navidad,
señor.
– ¿Y quién nace?
– Nace Jesús, el
Salvador, el Redentor del Mundo.
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