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DE ENERO
NACE JOSÉ
MARÍA ARGUEDAS
ELIGIÓ
EL
MUNDO
ANDINO
Danilo
Sánchez Lihón
1.
Elección
moral
En
el ser íntimo de José María Arguedas hay la pugna encarnizada de dos enemigos
irreconciliables que son dos mundos opuestos y en conflicto.
Uno
es el mundo occidental que en esta confrontación tiene todas las ventajas, y de
otro lado el mundo aborigen y originario que en todo es mundo desfavorecido.
Pero
en todo este acontecimiento vital, que involucra a la sociedad en su conjunto,
hay un asunto realmente de la mayor trascendencia y significación, evento por
lo cual José María Arguedas se convierte en un héroe cultural, erigiéndose a su
vez en uno de los máximos representantes del mundo indígena.
Este
hecho es la elección por la cual él opta. Él decide pertenecer a uno de esos
mundos en pugna.
Pero
él racialmente no es alguien que tenga coincidencias con el indígena peruano.
Él no tenía rasgos que siquiera se aproximen con los que pertenecen a ese
segmento de nuestra población.
Porque
no nació indio, esa no es su raza. En él hay más bien una elección moral.
2.
En grado
sumo
Y
esta decisión tiene un valor social, político y cultural muy hondo, conmovedor
y extraordinario.
Porque
en todo resulta desfavorable, cuando todo se mide con la vara del éxito que ha
impuesto el mercado omnímodo y reinante.
Porque
él se identifica con una cultura despreciada, estigmatizada y considerada
rémora y atraso.
Sin
embargo, él une su sangre y su voluntad, su inteligencia y su sensibilidad a
una comunidad agredida, empobrecida y ninguneada.
Conjunto
social que la mayoría mira con hostilidad o a lo más con conmiseración; pese a
ser nuestro componente social más excelso, prístino y acrisolado.
En
su afiliación a ese universo hay un valor y un coraje puesto en grado sumo.
Y
más cuando asume demostrar su valor, rescatando sus mitos, sus canciones, sus
manifestaciones folclóricas y sus valores intrínsecos.
3.
En la misma
herida
Esa
elección es un magisterio y una pedagogía para todos nosotros, en una realidad
que no termina ni cesa de ofenderla, que la denigra y a la cual niega incluso
su derecho a la vida.
Él
pudo tomar la posición contraria, la actitud de los opresores. Tenía como nadie
cualidades para hacerlo.
Pudo,
si hubiera calculado su conveniencia, hacer una vida fácil, complaciente y de
éxito. Pudo haberse reconocido como blanco, misti y occidental. Y encumbrarse
en el sistema.
En
realidad, tenía más opciones para ser eso que muchos otros que sí se afilian a
esa corriente creyéndose pertenecer a ella.
Y
que son los que fustigan con hechos y palabras a esta otra orilla inmensamente
valiosa de nuestra sociedad.
Para
reflexionar sobre todo eso nos dejó su suicidio y su muerte pendientes como dos
puñales convergentes en la misma herida.
4.
Fue más atrás
o
más allá
Hace
algunos años el padre de una candidata a la presidencia de la república creyó
decir lo más descalificador del rival de su hija, llamándolo: “Auquénido de
Harvard”.
Se
refería, con sorna y burla, a los rasgos indígenas que tiene ese personaje, y
que pese a su estadía en Norteamérica y pese a todo lo que hiciera, seguía
teniendo para él aquel estigma de su raza.
Pero
lo curioso de este asunto es que ese señor que denigraba tenía características
étnicas no de blanco sino de un entrevero de razas, y él era hasta zambo o africano
descendiente; que es otro grupo étnico acerca del cual existen prejuicios
radicales en nuestra sociedad.
José
María Arguedas en cambio era blanco, de ojos claros, de cabello casi rubio y
más bien alto. Su fisonomía era, desde las convenciones occidentales la de un
triunfador: simpático y apuesto.
Sin
embargo, se hizo anímicamente indio; deshizo su figura, fulminó sus rasgos Y
fue más atrás o más allá, al alma de una cultura distinta.
Pudo
asumir la calaña de sentirse superior, de sentirse favorecido, de aunarse a la
raza dominante con todos sus privilegios. Su grandeza es que no lo hizo.
5.
Sentido
del
bien
Pudo
calculadamente pasarse al lado de los opresores. Su decisión fue contraria,
opuesta, subversora del orden. Instintiva en esta confrontación de un ser que
tuvo el privilegio, ese sí verdadero privilegio, de ser amparado por esa
cultura y población primigenia, en una realidad de guerra sorda y cruenta.
Eligió
él mismo hacerse un indio. Ser indio en su mente y en su alma, en sus nervios y
en sus entrañas. Todo su corazón, todos sus latidos, lo puso al lado de los
escarnecidos, humillados y desheredados de lo que era suyo.
¿Qué
es lo que lo convenció y lo atrapó para ello? No solo haber sido protegido por
los ancianos de esa comunidad. Él mismo lo dijo: Es por aquello que esa cultura
tiene de grandioso, por los valores con que vive, por el amor, la ternura, la
sabiduría, por su sentido del bien y de la justicia.
Optó
en vez de sus conveniencias por lo moral. Y esas decisiones son las de un
hombre verdadero, no soberbio ni vanidoso, no calculador ni concupiscente. Y es
así cómo él se vuelve ejemplo y paradigma.
6.
Bandera
de
integración
O,
más justicieramente, reconociéndolos como el zorro que es el mundo andino y el
lobo que es el mundo occidental. Sin embargo, su proeza y su legado es que no
claudicó, y su vida es ejemplo, orientación y esperanza. Él asume y encarna la
utopía andina, que es utopía moral frente a los apetitos ególatras de los que
se sienten más; y frente al fenómeno avasallante de la globalización; y frente
a la codicia del sistema.
En
él conflagran el mundo andino y la sociedad occidental con sus usos, costumbres
y deformaciones, que él apacigua en su corazón a costa de su vida; lo plasma en
testimonio y lo proyecta en canto de esperanza. Su vida misma surge de entre
dos zorros voraces que se niegan, y de los cuales él hace síntesis dialéctica.
Vida que brota en un país fragmentado, quebrado y escindido que él sublima en
bandera de integración y fraternidad.
Ahora
bien, esa elección es hacerse un marginal para el sistema, sí, ¡cómo no!, como
la otra vía es hacerse un áulico y delfín. Pero eso no significa para él
primero ni oscuridad ni ostracismo; ¡ni miseria! Porque dentro ya de lo que es
el mundo andino este es más bien un mundo de júbilo y de fiesta.
7.
Todas
las
sangres
Porque
la fiesta es un eje importante de nuestras comunidades nativas, y José María
Arguedas las gozó plenamente, de manera principal en lo que es la música, y más
concretamente en lo que es la canción. Este aspecto hizo que él, dentro del
dolor y la aflicción que caracterizaron su vida por haber sido un niño huérfano
y haber sufrido el desprecio y el castigo de los déspotas que lo hubo en torno
suyo, fuera un niño dichoso rodeado de indios. Que no solo gozó de intensa
felicidad en el seno del amor y la ternura indígenas, del amor ingenuo, casto y
profundo a la niña india, sino que supo empaparse y sumergirse en la música que
la valoró como la más plena e intensa comunión con el mundo.
Y
no solo eso, sino que él nació y creció entre fiestas no solo las que se
dedican al santo patrón o patrona de los pueblos, sino que cada jornada es una
expresión de fiesta, sea en las siembra, en el aporque o en las cosechas; sea
para la marca o la saca de lana del ganado; sea para traer el agua o hacer la
techada de la casa; tanto que la música finalmente formó parte de su vida como
de la estructura de su obra. Y es esa la naturaleza de su proeza: hacer nacer
del estallido de dos relámpagos y puñales que buscan herirse la hermandad de
todas las sangres.
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Esclarecedor enfoque sobre Arguedas
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