25 DE ENERO
LLUEVE
EN
MI
COMARCA
Danilo
Sánchez Lihón
La lluvia empieza a caer
En el
principio creó Dios
el cielo y la tierra.
Génesis 1.1
1.
Entre
piedra
y piedra
Los perros han cesado de aullar de forma lastimera y mejor
han buscado REFUGIO, silenciosos y con la cola encogida en algún sitio
escondido.
Las gallinas, estáticas en sus corrales, apenas parpadean y
algunas se han acurrucado como si fuera el final del atardecer y ya la hora de
dormir, temiendo no estar totalmente defendidas de pie sino en sus nidos.
Los gatos tienen sumergido el pecho en atroces augurios y
pensamientos que son temibles presagios.
– ¡Dios Santo, parece que el cielo se va a romper! ¡Cómo
zapatea el agua en el suelo! –Dice mi madre.
– Ya rebasó el brocal del pozo y está mojando el cimiento
del horno. –Agrega mi abuela.
– ¡Y hasta humo sale de las rendijas que hay entre piedra y
piedra!
– ¡Esta sí que es tempestad, Dios Santo!
Esta sí que es tempestad
2.
Así es
el
mundo
– ¡De juro hasta las almas que penan se asustan con esta tormenta!
Mi padre cruza presuroso por en medio del patio, de uno a
otro lado del corredor, con una manta en la espalda:
– Ayúdame hijo, vamos a ver las goteras.
– ¡Cómo van a subir con estos relámpagos y estos truenos! De
repente en el techo los alcanza un rayo. ¡No suban, por favor! –Se asusta mi
madre.
– ¡No hijitos, no suban! –Insiste la abuela–. ¡Es
peligroso! –Se interpone, implorándole a su hijo que es mi padre.
– Se está mojando la bóveda, mamá. Hay que subir y arreglar
las tejas desde abajo. No hay otro modo, sino: ¿dónde dormiremos esta noche?, porque
los baldes ya no alcanzan.
Y pienso: Así es el mundo: el rol de las mujeres es
proteger. Y el de los varones arriesgarnos y explorar.
Pero aquí está también el rol del cielo y de la tierra que
a ratos pareciera de pugna y confrontación con la tierra y sus habitantes.
Se abandonan todos los puestos
3.
El chorro
de
la teja
– Esperen un rato que la lluvia escampe.
– No suban todavía hijitos. No nos vaya a pasar una
desgracia. –Ruega mi abuela.
Papá se queda contemplando el alero donde se refugia una
golondrina.
– Porque al final, ¿qué son las tejas y la casa? ¡Tierra!
¡Sólo tierra! ¿Pero ustedes? –Argumenta la viejita.
– También somos tierra, abuela. –Replico entrometido y
haciéndome el filósofo y sabiondo.
– Eso dicen, pero no es así.
– Tierra eres y en tierra te convertirás. –Cito, entre
centella y centella.
–Si fuéramos tierra ya nos hubiera disuelto y arrastrado
esta tempestad. –Reflexiona mamá, con sentido más práctico.
4.
Al
mar
El chorro de la teja canal se ha impulsado tanto que cae en
el centro del patio.
Y azota con su cola a ratos de luces multicolores y a ratos
de plata labrada, salpicando todo el contorno de la casa.
Mientras mi madre y mi abuela encienden el fogón mi padre
me susurra:
– ¡Vamos! ¡Justo es el momento de ver si hay además otras
goteras!
Y subimos, agachándonos por los terrados.
El rumor, que abajo en el corredor da miedo, aquí es un
estruendo y un abismo invertido hacia arriba.
Los rayos retumban y se arrojan bocanadas de agua sobre
nuestras pobres y nimias existencias terrenales.
– Papá, ¿y tanta agua, adónde va a parar?
– Al mar.
El cielo se despeja
5.
¡Oh,
prodigio!
– Y, ¿está lejos?
– Sí. Pero una gota de agua como el océano, la tempestad
como la calma, está o no está en el fondo de nosotros mismos. –Sentencia, o
divaga.
Y advierto entonces de dónde me viene a mí esa manía de
hacer del lenguaje retruécanos.
Ahora la tempestad ha cesado de modo repentino.
El cielo encapotado se rasga y aparece un manantial de luz
azulina en la bóveda antes oscurecida de nubes que se arremolinaban
despavoridas.
Es por esa breve abertura de azul por donde el sol
abruptamente lanza sus dardos de oro y diamante sobre la vasta extensión del
mundo.
Y, ¡oh, prodigio!
Todo de repente se ilumina. Y el verde de las colinas fulge
en lontananza.
6.
El sol
ya
bruñido
Y no todo son colores sino más bien sonidos: piidos,
rebuznos, ladridos.
Son tambores, timbales y clarines los que ahora se imponen
y esclarecen definitivamente atronando la mañana.
Y me pregunto en dónde en realidad habitamos y existimos.
¿Qué es esto? Hace un momento el agua y la sombra del invierno lo abarcaba todo.
Y ahora es el sol y la claridad más deslumbrante los que invaden el mundo.
Las lanzas y espadas del sol rozan las cumbres de las
montañas y la encienden de oros, amatistas y gualdas.
Y pronto relumbra ya en los techos humedecidos de las casas
que exhalan hondos suspiros de alivio.
Y el sol ya bruñido llega hasta la pared enjalbegada del
horno.
Se posa en las bancas del corredor y agujerea los
resquicios de las tejas, antes irrumpidas por las goteras.
7.
Siempre
el
mundo sobrevive
– ¡Así es la vida! –Me digo a solas, momentos de sombras y
otros de luz.
Ya la cocina que ha encendido mamá tiende sus lamparones
oblicuos, que enrollan y desenrollan el humo que expenden las leñas del fogón
donde se afanan mi madre y mi abuela preparando algo.
Hacia el poniente dos arco iris translúcidos de colores
estallantes y nítidos invaden el mundo.
El estallido de balidos, cacareos, cloqueos cesan. Los
jardines y los huertos enderezan sus pistilos y corolas, y a la luz del sol
emiten sus fragancias.
– ¡Ha salido el sol! –Repiten mi madre y mi abuela al
unísono con una sonrisa de dulzura en la comisura de sus ojos.
Y se sirve el desayuno de leche espumante, con fritura de
cecina y yuca encebollada.
Y así es el mundo y la vida que sobreviven, renacen y
amanecen esplendorosos, después de toda tormenta.
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