sábado, 25 de enero de 2020

25 de enero. Llueve en mi comarca.


25 DE ENERO

LLUEVE 
EN 
MI COMARCA


Danilo Sánchez Lihón



La lluvia empieza a caer



En el principio creó Dios
el cielo y la tierra.
Génesis 1.1


1. Entre
piedra y piedra

Los perros han cesado de aullar de forma lastimera y mejor han buscado REFUGIO, silenciosos y con la cola encogida en algún sitio escondido.
Las gallinas, estáticas en sus corrales, apenas parpadean y algunas se han acurrucado como si fuera el final del atardecer y ya la hora de dormir, temiendo no estar totalmente defendidas de pie sino en sus nidos.
Los gatos tienen sumergido el pecho en atroces augurios y pensamientos que son temibles presagios.
– ¡Dios Santo, parece que el cielo se va a romper! ¡Cómo zapatea el agua en el suelo! –Dice mi madre.
– Ya rebasó el brocal del pozo y está mojando el cimiento del horno. –Agrega mi abuela.
– ¡Y hasta humo sale de las rendijas que hay entre piedra y piedra!
– ¡Esta sí que es tempestad, Dios Santo!


Esta sí que es tempestad

2. Así es
el mundo

– ¡De juro hasta las almas que penan se asustan con esta tormenta!
Mi padre cruza presuroso por en medio del patio, de uno a otro lado del corredor, con una manta en la espalda:
– Ayúdame hijo, vamos a ver las goteras.
– ¡Cómo van a subir con estos relámpagos y estos truenos! De repente en el techo los alcanza un rayo. ¡No suban, por favor! –Se asusta mi madre.
– ¡No hijitos, no suban! –Insiste la abuela–. ¡Es peligroso! –Se interpone, implorándole a su hijo que es mi padre.
– Se está mojando la bóveda, mamá. Hay que subir y arreglar las tejas desde abajo. No hay otro modo, sino: ¿dónde dormiremos esta noche?, porque los baldes ya no alcanzan.
Y pienso: Así es el mundo: el rol de las mujeres es proteger. Y el de los varones arriesgarnos y explorar.
Pero aquí está también el rol del cielo y de la tierra que a ratos pareciera de pugna y confrontación con la tierra y sus habitantes.


Se abandonan todos los puestos

3. El chorro
de la teja

– Esperen un rato que la lluvia escampe.
– No suban todavía hijitos. No nos vaya a pasar una desgracia. –Ruega mi abuela.
Papá se queda contemplando el alero donde se refugia una golondrina.
– Porque al final, ¿qué son las tejas y la casa? ¡Tierra! ¡Sólo tierra! ¿Pero ustedes? –Argumenta la viejita.
– También somos tierra, abuela. –Replico entrometido y haciéndome el filósofo y sabiondo.
– Eso dicen, pero no es así.
– Tierra eres y en tierra te convertirás. –Cito, entre centella y centella.
–Si fuéramos tierra ya nos hubiera disuelto y arrastrado esta tempestad. –Reflexiona mamá, con sentido más práctico.

Nubes apelotonadas

4. Al
mar

El chorro de la teja canal se ha impulsado tanto que cae en el centro del patio.
Y azota con su cola a ratos de luces multicolores y a ratos de plata labrada, salpicando todo el contorno de la casa.
Mientras mi madre y mi abuela encienden el fogón mi padre me susurra:
– ¡Vamos! ¡Justo es el momento de ver si hay además otras goteras!
Y subimos, agachándonos por los terrados.
El rumor, que abajo en el corredor da miedo, aquí es un estruendo y un abismo invertido hacia arriba.
Los rayos retumban y se arrojan bocanadas de agua sobre nuestras pobres y nimias existencias terrenales.
– Papá, ¿y tanta agua, adónde va a parar?
– Al mar.


El cielo se despeja

5. ¡Oh,
prodigio!

– Y, ¿está lejos?
– Sí. Pero una gota de agua como el océano, la tempestad como la calma, está o no está en el fondo de nosotros mismos. –Sentencia, o divaga.
Y advierto entonces de dónde me viene a mí esa manía de hacer del lenguaje retruécanos.
Ahora la tempestad ha cesado de modo repentino.
El cielo encapotado se rasga y aparece un manantial de luz azulina en la bóveda antes oscurecida de nubes que se arremolinaban despavoridas.
Es por esa breve abertura de azul por donde el sol abruptamente lanza sus dardos de oro y diamante sobre la vasta extensión del mundo.
Y, ¡oh, prodigio!
Todo de repente se ilumina. Y el verde de las colinas fulge en lontananza.

Brilla el sol de la mañana

6. El sol
ya bruñido

Y no todo son colores sino más bien sonidos: piidos, rebuznos, ladridos.
Son tambores, timbales y clarines los que ahora se imponen y esclarecen definitivamente atronando la mañana.
Y me pregunto en dónde en realidad habitamos y existimos. ¿Qué es esto? Hace un momento el agua y la sombra del invierno lo abarcaba todo. Y ahora es el sol y la claridad más deslumbrante los que invaden el mundo.
Las lanzas y espadas del sol rozan las cumbres de las montañas y la encienden de oros, amatistas y gualdas.
Y pronto relumbra ya en los techos humedecidos de las casas que exhalan hondos suspiros de alivio.
Y el sol ya bruñido llega hasta la pared enjalbegada del horno.
Se posa en las bancas del corredor y agujerea los resquicios de las tejas, antes irrumpidas por las goteras.

La vida se reinicia, y la gente empieza a salir

7. Siempre
el mundo sobrevive

– ¡Así es la vida! –Me digo a solas, momentos de sombras y otros de luz.
Ya la cocina que ha encendido mamá tiende sus lamparones oblicuos, que enrollan y desenrollan el humo que expenden las leñas del fogón donde se afanan mi madre y mi abuela preparando algo.
Hacia el poniente dos arco iris translúcidos de colores estallantes y nítidos invaden el mundo.
El estallido de balidos, cacareos, cloqueos cesan. Los jardines y los huertos enderezan sus pistilos y corolas, y a la luz del sol emiten sus fragancias.
– ¡Ha salido el sol! –Repiten mi madre y mi abuela al unísono con una sonrisa de dulzura en la comisura de sus ojos.
Y se sirve el desayuno de leche espumante, con fritura de cecina y yuca encebollada.
Y así es el mundo y la vida que sobreviven, renacen y amanecen esplendorosos, después de toda tormenta.

Todas las fotos de:
Jaime Sánchez Lihón






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