29 DE ENERO
NACE MI HERMANA
NANCY
Y ABRIÓ
SUS
OJITOS
Danilo Sánchez
Lihón
Nancy, mi hermana
1. Ahora
me miro
–
¡Jálenle la naricita, para que no sea ñatita como yo! ¡Jálenle la naricita!
Y a
cada momento, cuando alguien salía o entraba al cuarto de la casa donde mi
madre había dado a luz, yo le decía:
–
¡Jálenle la naricita para que no sea ñatita como yo!
Creyendo
que aún era tiempo de formar su naricita que quizá la traía como la mía. Y
creyendo que todavía había tiempo de moldearla para que no padeciera como yo
padecía cuando me decían: ¡Ñatito!
Ahora
me miro y me pregunto ¿por qué me dirían de niño de ese modo? Y reviso las
fotografías. Y cavilo siempre delante de ellas.
2. Y
entramos
Entonces
mi padre me replica ya muy enojado:
–
¡Cállese! ¡Cómo le vamos a jalar la naricita a la bebita!
– ¡Papá!
¡Para que no sea ñatita como yo!
– ¡Eso
no se le puede hacer a una criatura, que es tierna y delicada como una flor!
Y allí
yo sentí la desgracia y la fatalidad de este mundo, cual es que ya no se puede
corregir ni arreglar nada de cómo nosotros nacemos recibimos lo que somos cuando
se nace. Que no hay nada qué hacer de cómo venimos. De cómo se nos lo da, y que
se nos encomienda.
Y yo
recuerdo que me entristecí de alma. Y se me estrujó el ser por mi hermanita. Y
en realidad más me compungí por mí. Y por todos nosotros, de que las cosas sean
así y no se pudieran arreglar.
Pero mi
mamá, que estaba escuchando, luego que él se fue a trabajar a la escuela, nos
llamó a todos diciendo:
– ¡Vengan! ¡Entren a conocer a su
hermanita! –Y entramos.
3. O
bien sea
Ingresamos
casi sin pisar el suelo, Rosita, Jaime y yo. ¡Con la emoción de que nos había
nacido una hermanita!
¡Era
enero! Que es cuando las piedras del patio, los cordeles que se tienden
amarrados a los pilares y las tejas al borde de los aleros, se tornan
traslúcidos. Y las gotas de lluvia prendidas a las paredes espejean sus brillos
de plata.
Y así,
todas las cosas, sea porque alguien, que no sabemos quién ha llorado toda la noche,
desconsolado, y sin motivo aparente.
O bien
sea porque en las pupilas de cada ser presente han empozado las lágrimas de los
aguaceros que asolan y arrecian la tierra, justo en este tiempo.
–
¡Acérquense a conocer a su hermanita! –Nos dice mamá.
Nuestro papá
4. Al lado
de esa muñeca
Cuando
nuestra madre descubre ante nuestros ojos al bultito que carga, abriendo la
frazada que la envuelve y abriga, vemos
una flor de nardo y azucena, nívea y fragante. Y con las mejillas coloradas como
melones.
Es una
muñeca primorosa de porcelana y biscuit. Como aquellas de las vitrinas de las
casas comerciales que se ven, pero no se tocan.
¡Es
preciosa y linda la bebita! En verdad deslumbrante, ¡como si fuera un prodigio!
¡Pero, la verdad, no la habíamos imaginado así, sino como nosotros!
Nuestras
manos, al lado de sus manitas, son toscas y ordinarias. Y, ante ella, las
escondemos de vergüenza y recelo, introduciéndolas en nuestros bolsillos.
Porque
nos parecen prietas, oscuras y feas al lado de esa muñeca de alabastro que
ahora duerme apacible.
5. Como es
el cielo
Cuando
salimos, confusos y azorados, dijimos que a lo mejor no la íbamos a querer,
como era nuestro anhelo. Porque es distinta a nosotros, y que más se parece a
un duende.
Aunque
Rosita, haciendo un puchero, señala:
– ¡Es
igualita a la abuela Rosa; ¡con lo de gringa, y todo!
Pero
Jaime, en su media lengua, dice que es más parecida todavía a la tía Elia, que
vende alfeñiques a la vuelta de la esquina. Y que es alta, rubia y de ojos de
un azul intenso.
Como es
el cielo cuando nos castigan y nos consolamos en mirarlo, esperando que de él
baje un ángel. O una virgen que nos lleve para siempre de esta tierra entre sus
alas.
La hermana rosita, en la escolta, la primera de la izquierda
6. Llenos
de alegría
Han pasado
los días y casi no entramos a verla.
Pero
una mañana mamá da un grito. Y nos llama apurada.
Entramos
corriendo a ver qué es, o lo que pasa, llenos de susto. Y nos dice:
– ¡Ha
abierto sus ojitos su hermanita! ¡Mírenla!
¡E
imaginen ustedes lo que vemos! ¿Qué? ¡El color de sus ojitos! ¡Son negros!
¡Negros! Y saltamos. ¡Son negros violáceos! Como el capulí. Y, ¡como los
nuestros!
¡Qué
felicidad! Deliramos y volvemos a saltar, llenos de alegría, porque no son
zarcos como los de la abuela Rosa, ni menos azules, como lo de la tía Elia.
Ni
siquiera glaucos como sus alfeñiques, que vende en una mesita en la puerta de
su tienda.
7. Y lo
seguiremos
haciendo
¡Qué ternura que nos dan esos ojos
negros! Y hasta nos parece que antes de abrirlos los tenía azules.
Pero adivinándonos que estábamos
tristes los ha cambiado para vernos sonreír.
Y para que la quisiéramos. Y esto
nos conmueve hasta el punto de hacernos llorar.
¡Qué alegría sentirla ahora recién
ligada a nuestras vidas exactas, pero de todos modos sufridas!
¡Vidas hechas para afrontar grandes
desafíos, con esos ojos negros! Tal y como lo hacemos nosotros.
Y lo seguiremos haciendo siempre
hasta que la muerte nos lo quite.
Esto lo aproximó tanto a nuestros
corazones, al punto de bailar enlazados de las manos.
8. Y
de rubí
¡Qué emoción profunda sentimos! Nos
parece que ha habido una renuncia de nuestra bebita del azul de sus ojos que le
correspondía, por ser como la abuela Rosa, para estar acorde con nosotros que
tenemos los ojos negros.
Dejando lo que gusta tanto a los
ricos y a la gente encopetada, por parecerse a mí y a ti.
Todo por acercarse a lo que exactamente
somos, para pertenecer a nuestros juegos y travesuras. Y eso nos hace quererla
mucho más.
Y esa noche cantamos y jugamos a la
ronda, con una letra improvisada de canción que yo la hice y decía así:
Nos ha
nacido
una
hermanita
de
alabastro
y de
rubí.
Evocando estas vivencias de la infancia
9. No saber
qué hacer
Y continuaba:
Pero
con los ojos
negros
y brillantes
como los
de mí
y los de ti.
Y estábamos contentos y dichosos.
Más, nos ocurrió otra sorpresa:
cuando se le ha ladeado la gorrita descubrimos una presencia muy curiosa: ¡que
es calva!
Y esto nos conmueve mucho más por ser
invierno en mi comarca, ¡en tanto frío!, como es el de la serranía, que es como
estar desnudos de la cabeza.
Como si naciera una fruta sin
cáscara. O como una casa sin techo, y sin cerrar. Y esto nos desconsuela hasta
el punto de no saber qué hacer.
Pero, papá le compró unas gorras o
boinas de pana de uno y otro color. Y que le quedaban precioso. Y ella parecía
un melón cuando se las poníamos.
Y aprendió a balbucear nuestros
nombres.
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