miércoles, 29 de enero de 2020

29 de enero. Nace mi hermana Nancy. Y abrió sus ojitos.


29 DE ENERO
NACE MI HERMANA NANCY

Y ABRIÓ
SUS
OJITOS

Danilo Sánchez Lihón



Nancy, mi hermana


1. Ahora
me miro


 Cuando nació en el mes de enero mi hermana Nancy, la tercera de las siete mujeres que son, y de los once hermanos que sumamos, entre hombres y mujeres en nuestra familia, yo le rogaba a mi papá:
– ¡Jálenle la naricita, para que no sea ñatita como yo! ¡Jálenle la naricita!
Y a cada momento, cuando alguien salía o entraba al cuarto de la casa donde mi madre había dado a luz, yo le decía:
– ¡Jálenle la naricita para que no sea ñatita como yo!
Creyendo que aún era tiempo de formar su naricita que quizá la traía como la mía. Y creyendo que todavía había tiempo de moldearla para que no padeciera como yo padecía cuando me decían: ¡Ñatito!
Ahora me miro y me pregunto ¿por qué me dirían de niño de ese modo? Y reviso las fotografías. Y cavilo siempre delante de ellas.



La casa donde nacimos y vivimos


2. Y
entramos

Entonces mi padre me replica ya muy enojado:
– ¡Cállese! ¡Cómo le vamos a jalar la naricita a la bebita!
– ¡Papá! ¡Para que no sea ñatita como yo!
– ¡Eso no se le puede hacer a una criatura, que es tierna y delicada como una flor!
Y allí yo sentí la desgracia y la fatalidad de este mundo, cual es que ya no se puede corregir ni arreglar nada de cómo nosotros nacemos recibimos lo que somos cuando se nace. Que no hay nada qué hacer de cómo venimos. De cómo se nos lo da, y que se nos encomienda.
Y yo recuerdo que me entristecí de alma. Y se me estrujó el ser por mi hermanita. Y en realidad más me compungí por mí. Y por todos nosotros, de que las cosas sean así y no se pudieran arreglar.
Pero mi mamá, que estaba escuchando, luego que él se fue a trabajar a la escuela, nos llamó a todos diciendo:
– ¡Vengan! ¡Entren a conocer a su hermanita! –Y entramos.


Nuestra mamá

3. O
bien sea


Ingresamos casi sin pisar el suelo, Rosita, Jaime y yo. ¡Con la emoción de que nos había nacido una hermanita!
¡Era enero! Que es cuando las piedras del patio, los cordeles que se tienden amarrados a los pilares y las tejas al borde de los aleros, se tornan traslúcidos. Y las gotas de lluvia prendidas a las paredes espejean sus brillos de plata.
Y así, todas las cosas, sea porque alguien, que no sabemos quién ha llorado toda la noche, desconsolado, y sin motivo aparente.
O bien sea porque en las pupilas de cada ser presente han empozado las lágrimas de los aguaceros que asolan y arrecian la tierra, justo en este tiempo.
– ¡Acérquense a conocer a su hermanita! –Nos dice mamá.



Nuestro papá

4. Al lado
de esa muñeca


Cuando nuestra madre descubre ante nuestros ojos al bultito que carga, abriendo la frazada que la envuelve y abriga, vemos una flor de nardo y azucena, nívea y fragante. Y con las mejillas coloradas como melones.
Es una muñeca primorosa de porcelana y biscuit. Como aquellas de las vitrinas de las casas comerciales que se ven, pero no se tocan.
¡Es preciosa y linda la bebita! En verdad deslumbrante, ¡como si fuera un prodigio! ¡Pero, la verdad, no la habíamos imaginado así, sino como nosotros!
Nuestras manos, al lado de sus manitas, son toscas y ordinarias. Y, ante ella, las escondemos de vergüenza y recelo, introduciéndolas en nuestros bolsillos.
Porque nos parecen prietas, oscuras y feas al lado de esa muñeca de alabastro que ahora duerme apacible.

Jaime, nuestro hermano

5. Como es
el cielo

Cuando salimos, confusos y azorados, dijimos que a lo mejor no la íbamos a querer, como era nuestro anhelo. Porque es distinta a nosotros, y que más se parece a un duende.
Aunque Rosita, haciendo un puchero, señala:
– ¡Es igualita a la abuela Rosa; ¡con lo de gringa, y todo!
Pero Jaime, en su media lengua, dice que es más parecida todavía a la tía Elia, que vende alfeñiques a la vuelta de la esquina. Y que es alta, rubia y de ojos de un azul intenso.
Como es el cielo cuando nos castigan y nos consolamos en mirarlo, esperando que de él baje un ángel. O una virgen que nos lleve para siempre de esta tierra entre sus alas.


La hermana rosita, en la escolta, la primera de la izquierda

6. Llenos
de alegría

Han pasado los días y casi no entramos a verla.
Pero una mañana mamá da un grito. Y nos llama apurada.
Entramos corriendo a ver qué es, o lo que pasa, llenos de susto. Y nos dice:
– ¡Ha abierto sus ojitos su hermanita! ¡Mírenla!
¡E imaginen ustedes lo que vemos! ¿Qué? ¡El color de sus ojitos! ¡Son negros! ¡Negros! Y saltamos. ¡Son negros violáceos! Como el capulí. Y, ¡como los nuestros!
¡Qué felicidad! Deliramos y volvemos a saltar, llenos de alegría, porque no son zarcos como los de la abuela Rosa, ni menos azules, como lo de la tía Elia.
Ni siquiera glaucos como sus alfeñiques, que vende en una mesita en la puerta de su tienda.


Nuestra abuela Rosa, madre de nuestra mamá

7. Y lo seguiremos
haciendo

¡Qué ternura que nos dan esos ojos negros! Y hasta nos parece que antes de abrirlos los tenía azules.
Pero adivinándonos que estábamos tristes los ha cambiado para vernos sonreír.
Y para que la quisiéramos. Y esto nos conmueve hasta el punto de hacernos llorar.
¡Qué alegría sentirla ahora recién ligada a nuestras vidas exactas, pero de todos modos sufridas!
¡Vidas hechas para afrontar grandes desafíos, con esos ojos negros! Tal y como lo hacemos nosotros.
Y lo seguiremos haciendo siempre hasta que la muerte nos lo quite.
Esto lo aproximó tanto a nuestros corazones, al punto de bailar enlazados de las manos.


Casa

8. Y

de rubí

¡Qué emoción profunda sentimos! Nos parece que ha habido una renuncia de nuestra bebita del azul de sus ojos que le correspondía, por ser como la abuela Rosa, para estar acorde con nosotros que tenemos los ojos negros.
Dejando lo que gusta tanto a los ricos y a la gente encopetada, por parecerse a mí y a ti.
Todo por acercarse a lo que exactamente somos, para pertenecer a nuestros juegos y travesuras. Y eso nos hace quererla mucho más.
Y esa noche cantamos y jugamos a la ronda, con una letra improvisada de canción que yo la hice y decía así:
Nos ha nacido
una hermanita
de alabastro
y de rubí.


Evocando estas vivencias de la infancia

9. No saber
qué hacer

Y continuaba:
Pero con los ojos
negros y brillantes
como los de mí
y los de ti.
Y estábamos contentos y dichosos.
Más, nos ocurrió otra sorpresa: cuando se le ha ladeado la gorrita descubrimos una presencia muy curiosa: ¡que es calva!
Y esto nos conmueve mucho más por ser invierno en mi comarca, ¡en tanto frío!, como es el de la serranía, que es como estar desnudos de la cabeza.
Como si naciera una fruta sin cáscara. O como una casa sin techo, y sin cerrar. Y esto nos desconsuela hasta el punto de no saber qué hacer.
Pero, papá le compró unas gorras o boinas de pana de uno y otro color. Y que le quedaban precioso. Y ella parecía un melón cuando se las poníamos.
Y aprendió a balbucear nuestros nombres.


Pintura de inicio:
Agustín Rojas

Fotos 8 y 9
Jaime Sánchez Lihón




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