13
DE FEBRERO
NACE JOSÉ
PORTUGAL CATACORA
MAESTRO
DE
LOS NIÑOS
DEL
ALTIPLANO
Danilo
Sánchez Lihón
José Portugal Catacora, el maestro de los niños del altiplano
Introducción
El maestro de los niños del
altiplano puneño, José Portugal Catacora, nació en Ácora, en un lugar arisco y
desolado de Puno, el 13 de febrero de 1911, felizmente amparado y protegido por
lo mejor que tenemos en la vida, como es: la madre. Pero ella también lo
abandonó muy pronto, cuando aún no había cumplido los ocho años de edad, al
morir de tifus exantemático, dejándolo huérfano y como expósito en la vida.
Este nacimiento y su infancia truncada, ilustra su vida en donde tuvo que
afrontar adversidades, debiendo trabajar desde muy pequeño. Se debatía en esta
situación cuando su progenitor le dice un día: que a su edad también murió su
padre, defendiendo al Perú en la Guerra con Chile, y le reitera que él de niño
tuvo que mantener incluso a su abuela. Y terminó diciéndole, confiesa él:
“Que
me fuera de casa en busca de mi sostenimiento. Aquella actitud de mi padre me
hirió profundamente. Esa mañana deambulé por las calles atormentado y sumido en
el desconcierto”.
Y no encontró apoyo ni
estímulo ni en Ácora, en donde nació, ni en Puno, adonde huyó. Y eso es muy
grave, porque se puede caer en el cieno y en el fango de a verdad, no en el
barro de lluvia sino de vicio y de maldad, para ya nunca más levantarse. Porque
lo difícil es que tu madre muera y estés indefenso. Y lo terrible es que tu
padre termine botándote de casa. Y lo grandioso de esta vida es haberse erigido
en luz y antorcha en la educación del Perú de aquí para siempre.
1.
Ante la expectativa
general
Tuvo que trabajar desde niño
y recibir el maltrato y discriminación por ser hijo del pueblo: cobrizo, con
los pómulos salientes y los labios abultados, sin hogar ni padres que siquiera
con su voz te defiendan, porque no están contigo.
Él por eso es producto de su
empeño, de su esfuerzo y de su anhelo de superación. Quizá lo grafique así el
siguiente pasaje de su vida:
Luego que ingresara a la
Escuela Normal de Puno en 1928, con la nota mínima de once, y después de muchos
avatares, se festejó el Día del Árbol y salió sorteado para hacer la
composición alusiva y leerla en el acto público.
Escribe el texto que revisa y
aprueba su profesor, don Julián Palacios. Lo repasa una y otra vez y ensaya
esmeradamente para decirlo en el escenario, en la actuación de aquel día.
Ante la expectativa general
del público salió al frente, pero no pudo articular palabra alguna. Lo intentó
una y otra vez. Tenía un nudo en la garganta y los nervios lo traicionaron. Y
terminó bajando la escalinata, sintiendo vergüenza y humillación, entre
silbatinas y abucheos del público en general.
Caballitos de totora del lago Titicaca en Puno
2.
Día
del
Árbol
Este hecho para la Escuela
Normal fue un momento deshonroso y una afrenta. Sus propios compañeros no
terminaban de pifiarlo y hacer escarnio de su ineptitud.
Se acercó uno de los
profesores y sin cuidar que los demás lo oyeran, le dijo con dureza:
– No sirves para maestro. Un
maestro tiene que hablar en público. Tendrás que retírate de la Escuela Normal.
A partir de entonces no podía
conciliar el sueño. Ese día se levantó a media noche, en plena oscuridad,
cundía el frío y el silencio. Y fue al sitio donde habían ocurrido los sucesos.
Era un amanecer lóbrego. El
viento silbaba y todo le parecía amargo y atroz. Pero en esa desolación y
vastedad, en esa situación despiadada y horrenda encontró al arbolito que había
plantado con motivo de la ceremonia de festejo y en homenaje por el Día del
Árbol.
Le dio aliento y lo hizo fuerte a las tormentas
3.
Su pulso
y
su temblor
El viento en esos momentos lo
sacudía feroz e inclemente. Le pareció una infamia que se lo hubiera indicado
plantarlo en ese lugar frío y desolado. Y pensó que la plantita en cualquier
momento iba a ser arrancada de cuajo y morir antes que la luz del alba se
pintara en el horizonte por efecto de la ventisca y de la helada.
No fue así. La siguiente
noche que se levantó a deambular por ese mismo sitio el arbolito estaba en pie,
luchando por sobrevivir y hacerse un lugar en el mundo, no importando que él
fuera un paraje cruel e inclemente.
Y cada noche se levantaba
pensando que esa débil planta en la cual él había puesto su temblor y su pulso
al dejarla puesta en tierra, de repente había fenecido entre tanto desamparo,
alarido del cierzo, y vendaval.
Pensaba y temía en cada
ventarrón que su arbolito ya estaría tumbado y yerto hacia un costado, y si es
posible no habría ni rastro de que hubiera existido. Y no podía estarse
tranquilo ni dormir, hasta levantarse, verlo y estar a su lado. Era apenas un
tallo y unas cuantas hojas mustias y renegridas.
4.
Como
nunca
Le parecía increíble que
estuviera y siguiera en pie, que hubiera sobrevivido a la primera noche y a las
siguientes, entre tanto viento frígido y helada. Era menos que cualquier
desecho mínimo y raquítico, afrontando tremendo frío, oscuridad y abandono.
Sin ninguna otra planta cerca
que lo aliente ni menos cobije; sin madre que lo abrigue igual que él en el
mundo; ¡solo! ¡Sin nada ni nadie! Sin embargo, y en gran medida, él era
responsable de que esa plantita estuviera allí. ¡Y ella luchaba! ¿No era un
mensaje dirigido a su propia vida?
Acercó su mano, lo acarició y
abrazó diciéndole que por él juraba, a partir de ese instante, superar su miedo
de hablar en público; y le prometió hacerse un orador de multitudes. Y esbozó
estas palabras que apenas las susurró en el viento frío:
– ¡Niños! ¡Niños! El Perú es
un país hermoso, que debemos descubrir, rescatar y amar con toda nuestra alma.
Pero luego las mismas
palabras las pronunció de pie, en el escenario vacío que había sido su
humillación y su vergüenza, aplomado como nunca, pero en plena oscuridad y
silencio.
5.
Aprendió
a
elevar su voz
Sintió que su voz era cálida,
que resonaba bien en esa oscuridad, en esa soledad y en ese vacío.
Recién allí sintió que su voz
tenía profundidad, eco y matices escondidos. Recién allí constató que su voz
tenía compás, cadencia y entonación; que se había hecho honda, densa y cálida.
Y todas las noches empezó a
salir y ensayar a hablar en público. Se figuraba que allí estaba íntegro el
auditorio de aquella vez en la cual terminó fracasando.
Se levantaba a medianoche y
en el inmenso patio, teniendo como referente, tribuna y cómplice la plantita
que parecía atenderlo aquietando sus hojas, practicó a decir su palabra en
público. Aprendió a elevar su voz, a dejar que sus ideas fluyeran libres en la
ventisca y en la helada.
Y todos sus ensayos
terminaban diciendo:
– ¡Niños! ¡Niños! El Perú es
un país hermoso, que debemos descubrir, rescatar y amar con toda nuestra alma.
6.
Un silencio
absoluto
Y cada noche que salía a
practicar oratoria en ese campo eriazo al lado del arbusto que cada día cobraba
mayor robustez, le sorprendía que el árbol cada día estuviera más fuerte y
hasta más alto.
Y tuviera más hojas. Y esto
lo alentaba a ensayar y a ejercitarse en el arte de la oratoria.
Para el Día de Aniversario de
la Escuela Normal, el animador de la ceremonia, matizando el programa oficial,
preguntó si alguien quería expresar algún saludo o decir algunas palabras
alusivas a la fecha.
Él se puso de pie, con el
asombro de sus compañeros y profesores, presentes en la anterior vez. Y salió
al escenario. Se produjo un silencio absoluto. No creían en lo que veían y
escuchaban.
Un aplomo, una voz resonante,
expresiones precisas y cabales. Y una estructura de ideas extraordinariamente
bien proclamadas por aquel joven que había sido abucheado semanas antes, siendo
aquella vez objeto de burlas, insultos y mofas.
7.
Un público
fervoroso
En cambio, esta vez era
ovacionado con entusiasmo y su profesor Julián Palacios y algunos de sus
compañeros, aplaudiendo efusivos, se ponían de pie.
Miles de discursos se
sucedieron después. Por el modo de impactar con su oratoria de multitudes.
Incluso fue calificado por un periódico de Puno como el Víctor Raúl Haya de la
Torre del Sur del Perú.
Y en el auditorio del
Instituto Pedagógico de México después de la sustentación de su conferencia fue
aplaudido durante 180 segundos, tres minutos, por un público enfervorizado.
El prestigio que había ganado
irradió tanto que cuando el gran historiador Jorge Basadre asumió la cartera de
educación lo hizo llamar para que, viniendo desde su provincia, en el año 1958,
se hiciera cargo de la dirección técnica de la Educación Primaria, a nivel
nacional.
Este es un pasaje de la vida
del maestro José Portugal Catacora, quien surgió desde el abandono y es ejemplo
de resiliencia, quien, siendo un niño ya integrado a los desadaptados y a las
bandas de pájaros fruteros, sin padre ni madre que lo protegieran, se hizo
Amauta del Perú eterno.
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