jueves, 13 de febrero de 2020

13 de febrero. Nace José Portugal Catacora. Maestro de los niños del altiplano.


13 DE FEBRERO
NACE JOSÉ PORTUGAL CATACORA

MAESTRO
DE LOS NIÑOS
DEL ALTIPLANO

Danilo Sánchez Lihón




José Portugal Catacora, el maestro de los niños del altiplano


Introducción

El maestro de los niños del altiplano puneño, José Portugal Catacora, nació en Ácora, en un lugar arisco y desolado de Puno, el 13 de febrero de 1911, felizmente amparado y protegido por lo mejor que tenemos en la vida, como es: la madre. Pero ella también lo abandonó muy pronto, cuando aún no había cumplido los ocho años de edad, al morir de tifus exantemático, dejándolo huérfano y como expósito en la vida. Este nacimiento y su infancia truncada, ilustra su vida en donde tuvo que afrontar adversidades, debiendo trabajar desde muy pequeño. Se debatía en esta situación cuando su progenitor le dice un día: que a su edad también murió su padre, defendiendo al Perú en la Guerra con Chile, y le reitera que él de niño tuvo que mantener incluso a su abuela. Y terminó diciéndole, confiesa él:
“Que me fuera de casa en busca de mi sostenimiento. Aquella actitud de mi padre me hirió profundamente. Esa mañana deambulé por las calles atormentado y sumido en el desconcierto”.
Y no encontró apoyo ni estímulo ni en Ácora, en donde nació, ni en Puno, adonde huyó. Y eso es muy grave, porque se puede caer en el cieno y en el fango de a verdad, no en el barro de lluvia sino de vicio y de maldad, para ya nunca más levantarse. Porque lo difícil es que tu madre muera y estés indefenso. Y lo terrible es que tu padre termine botándote de casa. Y lo grandioso de esta vida es haberse erigido en luz y antorcha en la educación del Perú de aquí para siempre.


Mujeres del altiplano puneño

1. Ante la expectativa
general

Tuvo que trabajar desde niño y recibir el maltrato y discriminación por ser hijo del pueblo: cobrizo, con los pómulos salientes y los labios abultados, sin hogar ni padres que siquiera con su voz te defiendan, porque no están contigo.
Él por eso es producto de su empeño, de su esfuerzo y de su anhelo de superación. Quizá lo grafique así el siguiente pasaje de su vida:
Luego que ingresara a la Escuela Normal de Puno en 1928, con la nota mínima de once, y después de muchos avatares, se festejó el Día del Árbol y salió sorteado para hacer la composición alusiva y leerla en el acto público.
Escribe el texto que revisa y aprueba su profesor, don Julián Palacios. Lo repasa una y otra vez y ensaya esmeradamente para decirlo en el escenario, en la actuación de aquel día.
Ante la expectativa general del público salió al frente, pero no pudo articular palabra alguna. Lo intentó una y otra vez. Tenía un nudo en la garganta y los nervios lo traicionaron. Y terminó bajando la escalinata, sintiendo vergüenza y humillación, entre silbatinas y abucheos del público en general.

Caballitos de totora del lago Titicaca en Puno

2. Día
del Árbol

Este hecho para la Escuela Normal fue un momento deshonroso y una afrenta. Sus propios compañeros no terminaban de pifiarlo y hacer escarnio de su ineptitud.
Se acercó uno de los profesores y sin cuidar que los demás lo oyeran, le dijo con dureza:
– No sirves para maestro. Un maestro tiene que hablar en público. Tendrás que retírate de la Escuela Normal.
A partir de entonces no podía conciliar el sueño. Ese día se levantó a media noche, en plena oscuridad, cundía el frío y el silencio. Y fue al sitio donde habían ocurrido los sucesos.
Era un amanecer lóbrego. El viento silbaba y todo le parecía amargo y atroz. Pero en esa desolación y vastedad, en esa situación despiadada y horrenda encontró al arbolito que había plantado con motivo de la ceremonia de festejo y en homenaje por el Día del Árbol.


Le dio aliento y lo hizo fuerte a las tormentas

3. Su pulso
y su temblor

El viento en esos momentos lo sacudía feroz e inclemente. Le pareció una infamia que se lo hubiera indicado plantarlo en ese lugar frío y desolado. Y pensó que la plantita en cualquier momento iba a ser arrancada de cuajo y morir antes que la luz del alba se pintara en el horizonte por efecto de la ventisca y de la helada.
No fue así. La siguiente noche que se levantó a deambular por ese mismo sitio el arbolito estaba en pie, luchando por sobrevivir y hacerse un lugar en el mundo, no importando que él fuera un paraje cruel e inclemente.
Y cada noche se levantaba pensando que esa débil planta en la cual él había puesto su temblor y su pulso al dejarla puesta en tierra, de repente había fenecido entre tanto desamparo, alarido del cierzo, y vendaval.
Pensaba y temía en cada ventarrón que su arbolito ya estaría tumbado y yerto hacia un costado, y si es posible no habría ni rastro de que hubiera existido. Y no podía estarse tranquilo ni dormir, hasta levantarse, verlo y estar a su lado. Era apenas un tallo y unas cuantas hojas mustias y renegridas.

La textilería y el folclor, riquezas de Puno

4. Como
nunca

Le parecía increíble que estuviera y siguiera en pie, que hubiera sobrevivido a la primera noche y a las siguientes, entre tanto viento frígido y helada. Era menos que cualquier desecho mínimo y raquítico, afrontando tremendo frío, oscuridad y abandono.
Sin ninguna otra planta cerca que lo aliente ni menos cobije; sin madre que lo abrigue igual que él en el mundo; ¡solo! ¡Sin nada ni nadie! Sin embargo, y en gran medida, él era responsable de que esa plantita estuviera allí. ¡Y ella luchaba! ¿No era un mensaje dirigido a su propia vida?
Acercó su mano, lo acarició y abrazó diciéndole que por él juraba, a partir de ese instante, superar su miedo de hablar en público; y le prometió hacerse un orador de multitudes. Y esbozó estas palabras que apenas las susurró en el viento frío:
– ¡Niños! ¡Niños! El Perú es un país hermoso, que debemos descubrir, rescatar y amar con toda nuestra alma.
Pero luego las mismas palabras las pronunció de pie, en el escenario vacío que había sido su humillación y su vergüenza, aplomado como nunca, pero en plena oscuridad y silencio.


José Portugal Catacora, asumió el destino de su pueblo

5. Aprendió
a elevar su voz

Sintió que su voz era cálida, que resonaba bien en esa oscuridad, en esa soledad y en ese vacío.
Recién allí sintió que su voz tenía profundidad, eco y matices escondidos. Recién allí constató que su voz tenía compás, cadencia y entonación; que se había hecho honda, densa y cálida.
Y todas las noches empezó a salir y ensayar a hablar en público. Se figuraba que allí estaba íntegro el auditorio de aquella vez en la cual terminó fracasando.
Se levantaba a medianoche y en el inmenso patio, teniendo como referente, tribuna y cómplice la plantita que parecía atenderlo aquietando sus hojas, practicó a decir su palabra en público. Aprendió a elevar su voz, a dejar que sus ideas fluyeran libres en la ventisca y en la helada.
Y todos sus ensayos terminaban diciendo:
– ¡Niños! ¡Niños! El Perú es un país hermoso, que debemos descubrir, rescatar y amar con toda nuestra alma.


Autor de libros fundamentales

6. Un silencio
absoluto

Y cada noche que salía a practicar oratoria en ese campo eriazo al lado del arbusto que cada día cobraba mayor robustez, le sorprendía que el árbol cada día estuviera más fuerte y hasta más alto.
Y tuviera más hojas. Y esto lo alentaba a ensayar y a ejercitarse en el arte de la oratoria.
Para el Día de Aniversario de la Escuela Normal, el animador de la ceremonia, matizando el programa oficial, preguntó si alguien quería expresar algún saludo o decir algunas palabras alusivas a la fecha.
Él se puso de pie, con el asombro de sus compañeros y profesores, presentes en la anterior vez. Y salió al escenario. Se produjo un silencio absoluto. No creían en lo que veían y escuchaban.
Un aplomo, una voz resonante, expresiones precisas y cabales. Y una estructura de ideas extraordinariamente bien proclamadas por aquel joven que había sido abucheado semanas antes, siendo aquella vez objeto de burlas, insultos y mofas.


Homenaje de Capulí en los 100 años de su nacimiento

7. Un público
fervoroso

En cambio, esta vez era ovacionado con entusiasmo y su profesor Julián Palacios y algunos de sus compañeros, aplaudiendo efusivos, se ponían de pie.
Miles de discursos se sucedieron después. Por el modo de impactar con su oratoria de multitudes. Incluso fue calificado por un periódico de Puno como el Víctor Raúl Haya de la Torre del Sur del Perú.
Y en el auditorio del Instituto Pedagógico de México después de la sustentación de su conferencia fue aplaudido durante 180 segundos, tres minutos, por un público enfervorizado.
El prestigio que había ganado irradió tanto que cuando el gran historiador Jorge Basadre asumió la cartera de educación lo hizo llamar para que, viniendo desde su provincia, en el año 1958, se hiciera cargo de la dirección técnica de la Educación Primaria, a nivel nacional.
Este es un pasaje de la vida del maestro José Portugal Catacora, quien surgió desde el abandono y es ejemplo de resiliencia, quien, siendo un niño ya integrado a los desadaptados y a las bandas de pájaros fruteros, sin padre ni madre que lo protegieran, se hizo Amauta del Perú eterno.



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