20 DE FEBRERO
FESTIVAL TURÍSTICO DEL CABALLITO
DE TOTORA EN HUANCHACO, TRUJILLO
LO INSPIRÓ
EL
HORIZONTE
Danilo
Sánchez Lihón
1. Pudo
llegar
– ¡Tup! ¡Tup!
¡Tup!
Lo llamamos
desde la orilla ahuecando las manos cerca de nuestras bocas y mirando el
horizonte del mar, por donde se pierde nuestra mirada. Y repetimos insistentemente:
– ¡Tup! ¡Tup!
¡Tup!
Nada, nadie
responde, solo el sollozo de las olas que asordan nuestros llamados con su
rumor monótono. Ayer al mediodía se arrojó a la mar y no lo pudimos atajar,
porque comprendimos que desde que enterramos a Zul era inmenso e inabarcable su
sufrimiento y necesitaba cualquier alivio para su pesar.
Y lo vimos
desaparecer en el horizonte con su torso fúlgido y abrillantado; y después
confundirse con esa línea azul para desaparecer en lontananza, hasta donde
podía llegar nuestra mirada. Y, de él, su anhelo y su pensamiento puesto en esa
irrealidad.
Y hasta ahora no
regresaba. Había desaparecido. Pero esta mañana vimos a Tup por el horizonte
volver. Al fin retornaba. Y ha sido nítida su figura recortada en el bruñido
cielo del amanecer.
Así lo vimos
partir y así ahora lo vemos volver: Inhiesto, ligero, bamboleante, cortando las
olas Lo vemos subido sobre unas cañas, en las cuales ojalá nosotros pudiéramos
también atrevernos a subir.
2. Hay allá
un lugar
Pero cuando
pudimos distinguir mejor la brizna perfilada en el ancho mar, pudimos ver que
solo era esta embarcación que semeja un guanaco, una alpaca, un zorro erizado
en la cual él había partido.
¡Y donde él no
ha venido!
Pero, ¿quién la
pudo hacer? ¿Tup la tejió? Y, ¿cómo la hizo llegar hasta aquí sin nadie que
remara a su vera, sea desde su centro o sentado a su borde?
¿Lo sopló desde
lejos, impulsándola en llegar hasta aquí? ¿Empujada desde esa línea del
horizonte donde él se oculta y hasta donde siempre quiso partir?
¿Fue en ella que
se embarcó y ahora la envía desde donde mora, quizá reunido con Zul por quien
enloqueció de amor?
Porque ninguno
nos acercamos a verlo partir, sino que lo vimos cuando ya estaba detrás de las
olas que rompen sus muslos y erigen sus espumas aquí en la orilla.
¿O la tejió
detrás de las olas? Pero, ¿hay allá un lugar en donde ahora habita Tup?
Esta embarcación
es lo único que recogimos. Lo curioso es que, dentro de ella, en la cavidad que
ahora tiene, estaba esta caña partida a lo largo en dos que no sabíamos para
qué era ni para qué.
3. Enloquecer
de amor
Y si bien al
principio la veneramos como un recuerdo de Tup, de tanto ver la empezamos a
hundirla en el mar.
Y la sostuvimos
ladeada dentro del agua, y vimos que Tup la había hecho para lo que siempre
dijo: para remar, y así poder pescar más allá de la orilla.
¡Pobre Tup!
Nunca lo comprendimos. Al final dejamos de pensar en él. ¡Y hasta dejamos de
verlo! En verdad evitábamos mirarlo porque deambulaba aturdido por entre los
cañaverales.
Creímos que
había enloquecido irreparablemente. Y a cambio ¡este es el regalo que nos envía
desde el más allá donde mora!, después de haber enloquecido de amor al perder a
Zul, a quien reclamaba:
– ¿Por qué me
has dejado en este mundo? –Le hablaba golpeando las olas.
– Yo no te he
dejado Tup, yo estoy contigo. Todos los días desde que amanece estoy a tu lado.
¡Yo no he muerto!
– Entonces,
¿dónde estás?
– En el ojo de
agua del totoral. Ahí búscame ahora.
4. Una
golondrina
– Pero yo, ¿cómo
te veo y dónde te encuentro si hay tantas totoras iguales?
– ¡Búscame,
porque me vas a encontrar! Y entonces nos iremos juntos, y nunca nos volveremos
a separar.
Y por entre las
cañas anda Tup, ensenada tras ensenada, hundiéndose en los humedales, el cuerpo
sobresaliendo solo hasta la mitad, escogiendo las mejores cañas con tal de
encontrar a Zul.
Y se entretiene
viéndolas ya sueltas flotar. Y allí observa que recién arrancadas durante
varias semanas no se hunden. Y hasta sostienen posada a tres o más gorriones o
golondrinas, o a una pardela común, o a una pesada parihuana.
Y ha descubierto
que unidas y amarradas con la fibra de la misma caña, dos tallos sostienen a
más de una gaviota y a más de un zorzal sobre las aguas. Y que diez tallos
enlazados sobre él hay posados seis cormoranes que no se hunden y hasta avanzan
sobre las aguas. Y se hace esta pregunta: ¿cuántas cañas unidas podrán
sostenerme a mí?
– ¿Cuánto peso
yo? Si amarro cien cañas, ¿podré flotar? –Y esa tarde Tup descubrió un secreto
sencillo, cual es: amarrar un conjunto de cañas y sobre ellas él mismo ha
podido flotar.
5. Llegar
al horizonte
Y así pudo
deslizarse montado sobre cien cañas. Y pudo girar, e impulsarse con los brazos
que empezó a hundir a uno y otro lado de los juncos atados.
Esa tarde al
volver a la comarca Tup tenía la mirada alucinada. Suspiraba menos. Y dijo que
ahora podía llegar hasta donde estaba Zul.
Y de allí su
desvarío lo ha llevado a hablar de otras cosas más. A decir que:
– La mejor pesca
no está en las orillas sino allá a lo lejos, cerca al horizonte.
Y nos burlamos
de él, comentando:
– Pero no
podemos flotar y llegar hasta allá, salvo que nos hagamos garzas o patillos. O
fantasmas. –Respondimos.
– Podemos
hacernos alas y volar. – Dijo, escuetamente.
Pobre Tup. Desde
que murió Zul se tornó loco, porque alucinaba. Vagando entre los totorales. Se
le encontraba habla que habla, solo, con la mirada perdida. Solo soportaba
jugar con los niños y seguir con aquella idea loca de llegar al horizonte.
Hasta el día que
lo vimos partir y alejarse impulsado con no sabemos qué; hundiendo algo a uno y
otro lado del hato de tallos de totora que había amarrado adelante, al centro y
atrás, con una espiga de punta.
6. Él
sabía
Lo vimos
alejarse más allá de donde rompen las olas y más allá de donde podían llegar
nuestras voces llamándolo. Pero nos encandiló su contento, su ilusión y no
hicimos nada más por atajarlo.
Y es que esa
noche Tup soñó que Zul lo llamaba desde esa lejana línea azul.
– ¡Mañana iré
por ti! – Dijo, pensando que volvería. Aunque creíamos que se había vuelto loco
de remate.
¡Pobre Tup! ¿Él
sabía que podía llegar hasta esa línea indecisa, clara y oscura? ¡Temible por
su misterio! Pero su esperanza era inmensa, y no temía volver o no volver. Eso
sí no soportaba estar sin Zul, aunque ella lo retuviera más bien para siempre.
¡Más pobre aún!,
porque nadie le creímos que se pudiera llegar hasta ahí flotando sobre unas
cañas. Pero en verdad: ¿Pobre él o pobres nosotros?
– Más allá hay
peces grandes. –Decía obsesionado como un niño, y era verdad. E insistía:
7. Creemos
en él
– A las orillas
vienen los pequeños que las olas pueden arrastrar, porque son débiles. Pero más
allá están los peces grandes, finos y de más rico sabor.
– Pero, ¿cómo lo
sabía? –Digo yo. Estaba poseído por algún espíritu, y tenía visiones.
– ¡Tup! ¡Tup!
¡Cálmate!
– En el
horizonte están los verdaderos peces, adonde debemos tratar de llegar.
¡Y él fue! Fue
capaz de ir. Y es él quien nos ha hecho pescadores de a verdad, porque nos
enseñó a surcar las olas
Y nos donó el
caballito de totora.
Ahora él siempre
va delante de nosotros. Nos guía y nos alienta.
Cuando la
neblina se cierra y el mundo se oscurece lo escuchamos hablar entre las olas.
Nos dice:
– ¡En todo
horizonte hundan sus redes!
Y ahora nosotros
creemos en él.
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