20 DE
FEBRERO
DÍA DE MUNDIAL LA JUSTICIA
SOCIAL.
HOMENAJE
HOMENAJE
A LUIS FELIPE DE LA
PUENTE UCEDA
Y
LAS AVES
Danilo Sánchez Lihón
1. Una petición
insólita
La primera vez que Luis Felipe de la Puente
Uceda, el abanderado de la justicia social, cayó preso y salió libre, la orden
de libertad estaba lista para que dejara el penal de Trujillo el día sábado,
pero él extrañamente pidió recién salir el día domingo. Pidió pasar un día más
en la prisión.
Esto causó extrañeza y desasosiego entre los
gendarmes y las autoridades del establecimiento penitenciario. Y fue
considerada, como lo era, una actitud muy sospechosa.
Era una petición insólita e inesperada. Pero
como él era abogado lo sustentó muy razonablemente. Se consultó sigilosa y
disimuladamente hasta a las más altas instancias y esferas del gobierno,
quienes respondieron desde Lima que la decisión la adopten las autoridades del
penal.
De este modo se supo que era temido, sea que
esté adentro sea que esté afuera de la cárcel. Incluso más se le temía adentro
por su ejemplo moral. Y porque estando recluido la población del penal estaba
en guardia las 24 horas del día para defenderlo y garantizar su vida.
2. Hay
que
vigilar
Cuando escuchaban ruidos en la noche y se
sospechaba que lo venían a llevar para matarlo, y aducir que trató de huir o de
escapar, tenían consignas que ponían en acción.
Así, todos los presos tenían escondidas dos
piedras que hacían chocar una con otra, produciendo un ruido infernal, sobre
todo porque era acompasado y parecía venir desde el fondo de la tierra, como un
sismo o la eclosión de un volcán.
Y así retrocedían. De esta manera lo cuidaron
todo el tiempo.
– Pero ahora, ¿qué se propone hacer? –Se
preguntaba el comandante de la carceleta–. ¿Cuáles son sus planes e
intenciones? –Y se pusieron a especular.
– Estos subversivos siempre están maquinando
algo, que casi siempre resulta muy peligroso. –Apostrofó el Alcaide.
– Pero es mejor tenerlo dentro, para saber qué
hace, antes que buscarlo afuera en donde será difícil ubicarlo. Que se quede, solo
que hay que vigilarlo minuciosamente. –Acotó el capitán, también presente.
3. Reforzaron
la
guardia
– ¡Pues entonces que se quede! Pero, eso sí,
en vela toda la noche, cuidando el mínimo de sus movimientos, y sobre todo
custodiando cada celda. No vaya a ser que estalle algún motín y vayamos a parar
todos con las patitas en la calle.
Reforzaron la guardia. Y no durmieron los
sesenta seis custodios asignados a ese penal.
Sin embargo, todo transcurrió con normalidad. Y
pese a que tuvieron todas las luces encendidas por la noche no se registró
movimiento alguno en ningún pabellón ni celda.
El día domingo tampoco se apuró, el todavía
reo, en salir temprano. Acomodó pacientemente su ropa. Y recién estuvo
despidiéndose de sus compañeros a eso de las nueve de la mañana.
Él sabía que a esa hora su madre estaba
escuchando misa en la iglesia catedral de la ciudad situada en una esquina de
la plaza de armas. Ese era un rito infalible. Esa asistencia era infaltable. Y
él bien lo sabía.
4. ¡Son
libres!
A nadie de sus amigos avisó la hora exacta en
que calculó salir. Ya libre llegó a su casa y sigilosamente entró en ella.
Pero esta vez ni siquiera ingresó a la sala ni
al comedor ni a la cocina, sino que fue directo a la primera pajarera del
jardín.
Jaló la aldaba de la inmensa jaula y abrió de
par en par la puerta.
Luego pasó a la huerta en donde estaba la más
grande de las pajareras.
El bullicio de las aves, suponiendo que se le
llevaba comida, era ensordecedor. Igualmente abrió la puerta de par en par y
descorrió los postigos de las ventanillas de las jaulas que había en fila
pegadas a la pared.
Y así lo hizo con cada una de las jaulas que
había por los contornos. Todas las abrió para que las aves escaparan.
5. A todas
liberó
En ellas había pájaros que habitaban
encerrados y presos desde hacía años, meses, semanas y días. La mayoría desde
que habían nacido.
– ¡Fuera! ¡Váyanse! ¡Ahora son libres! –Les
decía.
¿Cuántas aves había en esos calabozos
aparentemente amables e idílicos? Eran cientos. ¡Muchísimas!
A todas las dejó libres. E incluso a algunas
tuvo que entrar, cogerlas con sus manos y echarlas a volar para que se fueran.
Delicadamente los nidos los fue poniendo en lo
alto de las tapias. Otros los colocó en los aleros y en los tejados.
A todas liberó.
Sabía que estando su madre en casa nunca
hubiera podido hacerlo.
Porque ella se hubiera interpuesto, sin que él
pudiera abrir puertas ni ventanas de sus prisiones aparentemente doradas.
Todavía tuvo tiempo de alentarlas con los
brazos para que se fueran.
6.
Viejas
y
adustas jaulas
Al volver, su madre encontró revoloteando
decenas y centenas de pájaros en el patio de entrada.
Otras posadas en los muros de ingreso a la
casa, otras en los balaustres de la azotea, otras en los balcones y en el
alfeizar.
Otras atolondradas o felices entraban en las
habitaciones, hecho que ella lo tomó como un buen augurio.
– Tiene
que ser un día feliz el que hayan venido tantos pájaros que hasta entran por
los cuartos.
Y ni le pasaba por la mente ni los relacionaba
aún con aquellos que durante años ella había criado y permanecido dentro de sus
viejas y adustas jaulas y pajareras.
Nunca se hubiera imaginado que ahora habían
sido liberadas.
7.
Abiertas
de par
en par
Más bien, fue inmensa la sorpresa y alegría de
encontrar a su hijo querido y adorado ya en la sala; cenceño, barbado y con la
mirada de un brillo fulgurante en los ojos.
– ¡Dios del cielo! ¡Qué ven mis ojos, sino a
mi hijo querido! ¡Ya me alistaba para ir a verte! –Exclamó dejando caer todo lo
que tenía en las manos.
Se abrazaron largo rato y ella volvió a sollozar
pegada a su pecho y al pie de sus hombros.
Lo sintió esta vez un hombre fuerte,
gigantesco, inmenso. Sintió esta vez que había parido un hijo que era inhiesto
y total como una montaña.
– ¡Hijo! ¡Hijo mío! ¡Por fin, estás libre y
aquí en tu casa!
Pero en eso vio pájaros que estaban parados en
los marcos de los cuadros. Pájaros que estaban sobre los adornos del recinto.
Aves que recién descubría que tenían trinos
propios y sutiles, y vuelos rasantes. Y no el alboroto torpe, y el golpeteo de
unas alas contra otras en las jaulas.
8. ¡Por
qué?
Cogida a la mano de su hijo se asomó a la ventana
y desde allí descubrió las puertas y ventanas de sus pajareras abiertas de par
en par.
– ¡Dios mío! Están abiertas las puertas de las
pajareras. Las aves han escapado. ¡Hay que cerrar las ventanas!
Él la sujetó fuerte entre sus brazos y le
dijo:
– He sido yo madre quien las ha abierto.
– ¿Qué, hijo?
– Que yo he abierto las pajareras y las jaulas
y he dejado libres a las aves.
– ¿Tú? ¿Por qué, por qué has hecho eso, hijo
mío?
– Madre, porque la prisión es atroz, horrenda.
Sabiendo que hay presos en esta casa no hubiera podido ni siquiera visitarte,
ni vivir un solo día a tu lado, ni siquiera quedarme un solo instante para
estar contigo y conversar de lo que sea. Perdóname por esto, mamá.
9.
Presas
desde
niño
– ¡Dios Santo!
– Madre, Estar preso es estar muerto. Cuando
me vencía el desaliento me mantenía solo una idea fija que tenía que cumplir y
que me salvaba de toda depresión, tristeza y desaliento, al punto de volverlo
la misión de mi vida.
– ¿Sí?
– ¡Sí! Y ello era liberar a estas aves que he
visto desde niño y que recién tomé en cuenta estando en la cárcel que permanecían
presas sin culpa alguna desde que nacieron y desde aquellos lejanos tiempos. Y
hasta me soñaba haciéndolo.
– ¿Sí?
La madre, no sabía por qué, pero más se
aferraba y se hundía hacia él protegida en sus brazos.
– Pero no llores mamá. Tú eres creyente.
– ¡Sí, hijo mío!
10. Y yo
lo haré
– Y yo también. Dios hizo libres a las aves y
a todos los seres vivientes. Y yo te juro mamá que no hubiera podido vivir en
esta casa sabiendo que hay encarcelados. Y pensar en irme a otro lado era para
mí desgarrador.
– ¡Ay, Dios mío!
– Dime, madre qué debo hacer para compensar
todo esto, para pagártelo por cada uno de los pájaros que han volado. ¿Cuánto
valen? Dime ¿qué sacrificio debo hacer?
– ¡Ay, Dios mío!
– Por más grande que sea el costo yo lo
cubriré, a fin de que esto no te entristezca.
– ¡Ay, hijo!
– Dime
mamá, qué trabajos debo cumplir y yo lo haré. Pero no podría haber vivido a tu
lado, madre, sabiendo que hay aquí prisioneros.
– ¡Hijo mío! ¡Nada! ¡Nada tienes que pagarme!
¡Me libras a mí de un trabajo inmenso, del cual yo por mí misma no hubiera sido
capaz de librarme nunca!
11. Un
libertador
– ¿Sí?
– Sí. Y siempre pensaba que al morir qué sería
de estas aves. Ahora ya me siento libre.
– Pero no llores, mamá.
– Lloro de verte libre, hijo. Y porque de niña
soñé que las aves revoloteaban en la sala y en los muros de mi casa. Y creía
que enjaulándolos cumplía con ese sueño. Y era más bien para que tú un día, con
tu alma y corazón que ahora siento inmenso, fuerte y generoso como un río, pudieras
liberarlas. ¡Y fueran otra vez libres! ¡Gracias, hijo mío!
Nota: Luis de la Puente Uceda, así como liberó a las aves de la casa de
su madre, repartió también todas las tierras de las haciendas que le tocara
como herencia. No retuvo para sí ni un solo palmo de tierra que antes fueron de
sus ancestros.
Por sus bienes y raíces de su familia él era un privilegiado, pero por
su emoción y su conducta se volvió un hombre del pueblo, un chuco legendario
que se levantó en armas en contra del capitalismo opresor, un libertador de
hombres y de aves y un héroe popular.
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