sábado, 22 de febrero de 2020

22 de febrero. Nace George Washington. Washington y el árbol de cerezas.


22 DE FEBRERO
NACE GEORGE WASHINGTON

WASHINGTON
Y EL ÁRBOL
DE CEREZAS

Danilo Sánchez Lihón



Retrato de George Washington


“Espero tener siempre suficiente firmeza
y virtud
para conservar lo que considero que es
el más envidiable
de todos los títulos: el carácter de hombre
honrado”.
George Washington


1. Los frutos
de la tierra

El prócer, animador, conductor y protagonista principal de la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica es George Washington.
De él se cuenta la siguiente anécdota, que ocurrió en aquella edad en que se va dejando de ser niño y ya se es un joven adolescente vivaz, intrépido y cada vez más autónomo y arriesgado.
En aquella época él vivía en la granja de su padre en Mount Vernon, en Virginia, campo de praderas fértiles, de vegetación amena y profusa; de suaves y húmedas colinas donde brotaban plantas aromáticas, serpenteadas por ríos de aguas apacibles y cristalinas, y donde crecían, aquí y allá, bellos boscajes de alerces, cipreses y acacias.
George amaba la vida libre y recorría la campiña montado a caballo, feliz y lozano; completamente integrado a las tareas que ejecutaban los pobladores rurales, y a la vida en comunión con la naturaleza.
Participaba en las faenas agrícolas, sembrando, cultivando y recogiendo los frutos que prodigaba aquella tierra feraz, a veces arreando el ganado, integrado a la vida campestre, y dichoso de compartir con la gente del lugar.

Villa donde nació George Washington, en Mount Vernon

2. Por
probar

Era un mozo pletórico, en un tiempo en que impetuoso ostentaba probar su fuerza en toda competición su capacidad y poder, y que se presentara a su paso.
Ya sea arrancando cañas, cruzando a nado las aguas de un río caudaloso o rajando leña con golpes certeros del hacha.
De un solo golpe, con buena puntería y técnica, partía en dos los troncos de madera de los árboles trozados, y que primero ponía de pie para partirlo, ya sea verdes, a medio secar, o ya añosos.
Era tan hábil en esos trabajos que un día recibió como obsequio un hacha flexible en sus manos, filuda y reluciente.
Estaba orgulloso de ella y no cabía de gozo en usarla.
Con esa hacha de un solo golpe certero desbrozaba la maleza de tallos ya gruesos que solían invadir los caminos.
Y así andaba derribando arbustos silvestres solo por probar el poder de su hacha, pero también el de sus brazos fornidos.

Alrededores de la casa donde naciera G. Washington

3. Bajo
su follaje

Su padre había sembrado con sus propias manos un cerezo cuyo almácigo recibió como un obsequio preciado que le enviaron desde un país extranjero, y como homenaje a la probidad de sus decisiones.
El árbol ya había dado su primera floración de pimpollos blancos y de frutos de un dulzor exquisito, como de un aroma primoroso y embriagante.
Adoraba su padre aquel árbol. Era su preferido, y se detenía bajo su copa, solo por el placer de aspirar su aroma y contemplarlo. Era lo primero que divisaba desde lejos, y ya cerca lo acariciaba y se arrobaba bajo su sombra y su follaje.
Sin darse cuenta hasta allí llegó el jovenzuelo de su hijo y por probar su hacha y su destreza en un dos por tres derribó aquel árbol sin pensar lo que hacía, cuál era el árbol que golpeaba, y sin saber después cómo volver a ponerlo en pie.
Al darse cuenta de esta atrocidad fue inmensa su tristeza, su angustia y su congoja.
Y allí estuvo destrozado él mismo de dolor, cavilando y cabizbajo. Sin saber qué hacer; elucubrando si debía huir, sintiéndose ruin, envilecido y derrotado, más por el enorme respeto y el inmenso cariño, rayano en la veneración, que le tenía a su padre.

Árboles de cerezas que prodigan paz

4. Fue a buscar
a su padre

– ¿Cómo he podido derribar el árbol de cerezas de mi padre que es su orgullo y jactancia? ¡Qué inmenso será el dolor y la aflicción que por mi culpa yo le cauce! –Se lamentaba.
Y continuaba en su contrición:
– ¿Y tenía que venir de un hijo suyo esta amargura? ¡Siendo el árbol al cual él le da el mayor significado y valor! ¡Y ama como a un hijo suyo!
­ Y proseguía en sus lamentos:
– Y ahora, ¿cuál será mi suerte? Pero, el castigo que él pueda darme, ¿será comparable al dolor que por este motivo le cauce, a él a quien yo más quiero en esta vida?
Compungido y ya tarde regresó a su casa doblegado por la pena. Y directo fue a buscar a su padre, diciéndole:
– Padre, te pido perdón. Por equivocación he derribado tu árbol de cerezas, por probar el filo de mi hacha y la fuerza de mis brazos. Soy indigno y merezco tu castigo.
– ¿Qué? –Gritó su padre.

Estampa infantil en un texto

5. Se abrazó
a él

– Tumbé tu árbol de cerezas, padre.
– ¡No!
– Soy culpable y castígame tal cual lo consideres justo. Si es tu parecer expúlsame de esta casa, y yo me iré muy lejos.
– ¡No! –Volvió a gritar su padre–. ¡Imposible! ¿Cómo?
Y corrió desesperado hasta el lugar en donde aquel árbol se erigía, antes bello y lozano.
Y lo encontró en el piso, con el tallo y follaje tumbados y esparcidos en el suelo.
Eso sí, emitiendo su olor más profundo. Y se abrazó a sus ramas conmovido. Al lado estaba atónito su hijo:
– Merezco el castigo que quieras imponerme, padre. Dime qué debo hacer y lo haré.
Su padre permaneció largo rato en silencio. Después volteó a mirarlo a los ojos. En su abatimiento, lo abrazó y le dijo:

Comandante en Jefe del Ejército Continental Revolucionario

6. Decir
la verdad

– Eres íntegro y valeroso, hijo mío. Pudiste callarte, mentir, aparentar que lo hizo otro, y eso hubiera emponzoñado a la gente. Al afrontar esta situación y decírmelo tú mismo directamente a mí, y mirándome a los ojos, demuestras ser verdadero.
Y prosiguió:
– Así como siento veneración por un árbol siento admiración y regocijo porque sabes reconocer tus errores. Y afrontarlos con todas las virtudes de tu mente y de tu corazón, hijo mío.
Y George Washington en cada fracaso como gobernante nunca olvidó este pasaje ni la lección de su padre. Y, sobre todo, según él, jamás dejó de decir la verdad, cueste lo que cueste, se pague por ella lo que tiene que pagarse.
A George Washington en los Estados Unidos se le considera el Padre de la Patria, como uno de los grandes fundadores de esa poderosa nación, los Estados Unidos de Norteamérica, junto con John Adams, Benjamín Franklin, Alexander Hamilton, John Jay, Thomas Jefferson y James Madison.

El autor en la tierra de Washington

7. El primero
en la virtud

George Washington fue el comandante en jefe del Ejército Continental revolucionario en la guerra de la Independencia de los Estados Unidos, entre 1775 y 1783. Y el primer presidente de esa confederación de Estados, entre 1789 y 1797.
Henry Lee III, un compañero de la Guerra de Independencia y padre del general Robert E. Lee de la Guerra Civil, dio el famoso elogio fúnebre de Washington, el 14 de diciembre de 1799, expresando de él lo siguiente:
Primero en la guerra, primero en la paz y el primero en los corazones de sus compatriotas. Fue insuperable en las escenas humildes y perdurables de la vida privada. Piadoso, justo, humano, templado, sincero, uniforme, digno y sobresaliente.
 Su ejemplo fue tan edificante para todos a su alrededor, como igual fueron los efectos de dicho duradero ejemplo... Todo correcto, el vicio se estremecía en su presencia y la virtud siempre se sintió fomentada de su mano. La pureza de su carácter privado dio fulgor a sus virtudes públicas...
Seres humanos como él son baluartes de sus pueblos, a quienes la historia humana coloca siempre laureles en su frente porque constituyen grandes ejemplos y el cimiento de toda fortaleza.



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