martes, 4 de febrero de 2020

4 de febrero. ¡Ah! ¡El misterio de las puertas! Cada quien tiene su puerta,


4 DE FEBRERO
¡AH! ¡EL MISTERIO DE LAS PUERTAS!

 CADA QUIEN
TIENE
SU PUERTA

Danilo Sánchez Lihón



Puerta inclinada hacia un lado, por los pasos y la vida

1. Ser
un misterio

Cada quien recuerda la puerta de su casa de su infancia y de su pueblo nativo. Porque yo he indagado, creyendo que era solo mía esta pena. Y me han dicho que no. Que ellos también la padecen. Que llevan su puerta cargada adentro:
– Yo llevo mi puerta clavada en el alma. –Me han dicho.
Eso me alivia. Porque en mi caso no me olvido hasta de sus ínfimos detalles. Palpo en sueños cada uno de sus clavos. Y ausculto sus rendijas. Sin dejar pasar por alto sus nudos, estrías, ni sus rajaduras, partes carcomidas y agujeros.
Y aunque he respirado aliviado, siempre me pregunto el porqué de esta obsesión; más ahora, pensando que a muchos nos ocurre. Y aunque tengo una respuesta nunca dejará de ser un misterio y una pregunta incontestada. Y es que en todo hay un mundo de afuera y otro de adentro. El de adentro, por ejemplo, es una casa. Y el de afuera una calle. Pero estos roles se intercambian.



Puerta adonde se llega, y de donde se parte

2. Que ellas
hayan sido

Sin embargo, he comprobado que, a muchas otras personas, nacidas en otros lugares, esto no les sucede. No recuerdan las puertas de sus casas.
Sea la puerta que da a la calle, o sea las de sus cuartos interiores, en donde se criaron. ¡Nosotros sí las recordamos, por muy humildes que ellas hayan sido!
Tanto que, pese a estar tan lejos en la distancia de la tierra y del tiempo en que nacimos, las llevamos dentro. No es que las evocamos, sino que diariamente salimos y entramos por entre sus marcos.
Y cuando basta que cerremos los ojos para que ya estemos sentados en su quicio o a su vera.
O basta que estamos simplemente dormidos, para que regresemos a corretear por patios, corredores y rincones que dejamos ocultos y enterrados cuando éramos niños.


Puerta donde se espera

3. En plena
puerta

Pero esto ocurre no solo cuando es de noche sino en los amaneceres ojerosos y desvelados. Allí están las puertas de nuestra casa de infancia.
– ¿Debido a qué nos ocurrirá así?
Sea cuando de improviso nos invade una tristeza. Hecho que puede suceder hasta en el fragor de una batalla. O que puede acontecer en lo más hondo y empinado de una fiesta.
O bien sea cuando en lo mejor de un momento nos atraviesa un presentimiento que nos asalta y nos asusta.
Allí están las puertas. No para salvarnos ni salir o entrar por ellas, sino para estar allí, en plena puerta.
Y, estemos en el lugar del mundo en que estemos, nos sumergimos en el subconsciente, también entrando o saliendo por ellas.


Puerta de dos hojas que permanece cerrada

4. Heridas
del alma

Y es que allí está todo lo que quisimos que fueran secretos.
¡Y qué angustia no estar con las manos y la frente apoyados y amparados por ellas!
¡Rogándolas que calmen compasivas una ausencia y una amargura!
Como es el hecho de que aquel ser que amamos no esté aquí. Que no llegue nunca a la cita.
¡Y que ellas sean las que nos sanen, o alivien por lo menos, aquellas heridas del alma!
El que no estén sería el dolor más acervo. Al menos de no poder confesarnos. Y hablar, al menos, ante ellas.
¡Ya que nuestras madres están lejos. O, ¡ya no están con nosotros!

Las puertas que antes fueron árboles de los caminos

5. Sus dos
hojas

¡Porque son ellas, las puertas, las que están abiertas o cerradas en el fondo de nuestros silencios inconfesados! 
Es, quizás, porque de niños, yo en Santiago de Chuco, tú quizá en algún otro sitio, hemos jugado mucho en sus travesaños y marcos de madera.
¿Será porque en el juego de las escondidas nos ocultamos hasta desaparecer tras ellas?
Hechas de algún árbol que ha crecido a la vera de un camino.
O al borde de un río rumoroso o temible. Árbol que, erigiéndose tan alto en una campiña ha mirado todo desde su copa, compasivo con la vida que pasa allá abajo.
¡Ese tal vez sea el secreto! Haber sido árbol, del que se hizo la puerta. Allí quizá esté la razón de tanto estupor y sobresalto en sus dos hojas.


Puerta que pena de vida, en una casa abandonada

6. Más de ellas
es el desvelo

Yo he dejado caer en sus ranuras talismanes, en que se convertía cualquier lata o dije. Se me ha escapado por alguna grieta el botón de una camisa o pedazo de vidrio.
Y que desaparecían en sus entrañas. ¿Será por eso que penan tanto en mí ser, sea que esté despierto o dormido?
¡O es mi ser de niño que se cobija en ellas! Y ellas en mi insomnio y duermevela atribulados.
A horcajadas sobre su umbral, mientras descubríamos rugosidades, curvaturas y escondrijos, ¡cuánto hemos soñado!
Perdiendo y encontrando tesoros entre sus ranuras. Y al fondo de su luz y claridad aquella niña del alma.
Son esos sueños cumplidos los que las hacen indestructibles. Y, de los incumplidos, más de ellas es el desvelo.



Con mi madre en Pensilvania evocando las puertas

7. En su quicio
curvado

Porque es montado en su quicio que nos hemos enlazado con la vida de adentro y la de afuera.
¡Y allí, en su quicio, todos nuestros sueños! ¡Más los incumplidos que no quieren que se los deje! 
De allí que tienen todo el peso, el vuelo y la caída de nuestros impulsos e inquietudes.
Y, aunque fallemos en nuestras luchas o en muchas cosas, allá nos esperan. Sabiendo que somos sinceros y valerosos.
Y aunque no estemos donde deberíamos estar; apoyamos, en todo, las causas nobles de esta efímera existencia.
Y es que, ¡cuánto hemos soñado en sus vanos translúcidos, y en su quicio curvado por el paso de la gente que allí pisa!
Donde está el temblor de nuestros pasos y latidos, y de los años que pasan por encima, aguardando nuestro regreso.


Saludando a una puerta abandonada, en el viaje del regreso


Todas las fotografías de:
Jaime Sánchez Lihón


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