LA FIDELIDAD EN EL
MUNDO ANDINO
MORIR
DE
PENA
Danilo Sánchez
Lihón
Y lo buscaba por mundos insondables
su
soplo se va
– Y, ¿de qué se ha muerto, la difunta?
Es la pregunta de una de las señoras que conversan.
– ¡De pena!
Es la respuesta.
– ¡Ay, almita de Dios!
– ¡Si ya no comía ni bebía ni dormía! ¿Diga usté?
– Sí, pue. Así ha sido. ¡Nada ya comía!
– ¡Nada! Ni siquiera hablaba.
Solo a ratos lloraba, fija el alma en los ojos de su esposo muerto solo
días antes, detenida para siempre en su recuerdo.
Y lo buscaba por mundos insondables, insospechados y difíciles de
hollar.
Dos señoras que conversan
2. Cuando el amor
es muy hondo
Morir de pena es no encontrarle gusto a nada. Es llenarse las pupilas de
sangre. Y de la sombra del amado, o la amada, muertos.
Es imaginarla por los caminos enmarañados e invisibles. Es seguirla
hasta coincidir nuevamente con él, o con ella.
Es sentir que él o ella vuelven, e ir a su encuentro.
Es en el mundo andino en donde es muy común y frecuente escuchar y
constatar acerca de la muerte por pena. O el morir de tristeza, de agobio y
melancolía.
Y esto porque el amor es muy hondo, fuerte e intenso. Y porque el otro
ser, la amada o el amado, para nosotros lo era todo.
3.
Para
siempre
Y se dice que, cuando mueren, es porque al final recién, otra vez, se
han encontrado.
Y es así cómo hablan:
– Solita se ha dejado morir desde que se fue su marido.
– ¡Pero ya lo encontró, felizmente!
– ¡Ya se encontraron las dos almitas!
Que es lo que ocurre cuando su soplo se va de esta vida a vivir en otra.
– ¡Ay, almitas del Paraíso, si tanto se han amado!
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