jueves, 2 de abril de 2020

2 de abril. Nace Hans Christian Andersen. / Príncipe de los cuentistas para niños.


2 DE ABRIL, 1805
NACE HANS CHRISTIAN ANDERSEN

PRÍNCIPE
DE LOS CUENTISTAS
PARA NIÑOS

 Danilo Sánchez Lihón



Hans Christian Andersen

1. Dinamarca
se ilumina

Hans Christian Andersen es el más grande autor de cuentos para niños en la historia de la humanidad, quien vino al mundo en Odense, una pequeña isla de Dinamarca el 2 de abril del año 1805, fecha que se ha instituido en todo el mundo y en honor suyo como el Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil.
Cuando nació su madre al verlo dio un grito de susto y pavor, pues la apariencia de la criatura era feúcha, como la de una ranita; deforme, desmadejada y, además, exánime.
Cuando lo llevó a la adivina para que le predijera qué iba a ser de la vida de ese ser enclenque y magro, la hechicera dio otro grito, más fuerte todavía, por el asombro que le produjo lo que pudo ver en su bola de cristal.
¿Qué avizoró en su esfera la alelada pitonisa? Contempló lo que nunca había visto en su oficio de vaticinar el porvenir de la gente común y corriente que tenía en su delante cuando acudía a consultarle.
– ¿Qué ocurre? –Preguntó la madre, oprimida por la angustia y la ansiedad, pensando que la muerte era inminente y tocaría muy pronto a su puerta para llevarse a su endeble hijo, al cual toda madre se aferra pese a ser canijo y deslucido, como en verdad hacen todos los seres que nos conciben y dan a luz.
– Hecho de ver, –dijo la adivina estupefacta de lo que veía ella misma–, que de aquí a 100, a 200 años y a más de mil años toda Dinamarca se enciende de luces celebrando el nacimiento de este niño.


Casa de Andersen en Odense

2. Escribe
desde el dolor

A la madre, después del susto, esta revelación o advertencia le produjo primero un alarido mucho más fuerte que el de la adivina. Y no porque creyera lo que decía sino porque el mundo, desde que naciera ese niño, parecía para ella que había enloquecido. Aullido que fue seguido de un ataque de risa que no paró ni siquiera cuando llegó a su casa. E incluso siguió riéndose mucho tiempo después, porque creyó que la vidente se había desquiciado.
Ahora, 215 años pasada esa fecha, en todas las ciudades del mundo el 2 de abril se realizan festejos por el nacimiento del autor de “El patito feo”, “La sirenita”, “El soldadito de plomo”, “La Reina de las Nieves”, “La princesa y el guisante” y 162 cuentos más, todos ellos célebres, que se han engarzado como joyas en el alma de la gente.
En América latina es probable que esta fecha pase desapercibida, aunque Hans no solo lo parezca, sino que es auténticamente un escritor más bien del Tercer o Cuarto Mundo por los temas que trata y las esencias de que está imbuido.
Tanto por su actitud, por su contenido y por su mensaje es un autor nuestro, y nos representa, debido a que escribe desde el dolor, desde la marginalidad y hasta desde la humillación más atroz; y en contra del orgullo, del poder y la soberbia. Es un escritor que nos pertenece plenamente; porque escribe desde lo humano y sincero que siempre estarán de parte nuestra.

Estatua de Andersen

3. Un mendrugo
de pan

Y es que la experiencia de la vida determinó su sensibilidad, su sabiduría y su grandeza. Así, su madre, en su infancia fue indigente y mendigó por las calles desalmadas de Odense, en una época en que abundaban mendigos en Europa, antes de que se tornen soberbios.
Fue pordiosera como tantas niñas de nuestras ciudades, que suben a los ómnibus para decir, con voz quebrada, quejumbrosa y dolida, aunque irrenunciablemente puras e inocente, expresando más o menos la siguiente soflama, que la repiten cientos de veces y que reproduzco a tientas:
“Señores y señoras, damas y caballeros, no quiero molestarles en su lindo viaje. No quiero perturbar nobles pasajeros que me escuchan, su agradable día; pero soy una niña de un hogar sin padre ni madre. Tengo a mis hermanitos enfermos y soy quien quiere llevarles al menos un pan a la boca.
Ayúdame por favor, no me den la espalda; regálame una moneda de 10 céntimos que no te harán a ti ni pobre ni a mí rica, pero que a mí y a mis hermanitos nos servirá para comer hoy día siquiera un pedazo de pan ¡Y eso nos levantará la moral! Y que Dios bendiga tu familia, tu trabajo y siempre tengas salud. Voy a pasar por cada siento, pero no me niegues ni desconozcas”.
Discursos así es lo que muchas niñas y niños suben a decir a los ómnibus en las grandes ciudades de América Latina, mendigando un mendrugo de pan; y nosotros arrellenados en los asientos les respondemos casi unánimemente con indiferencia o desprecio. O con algo igual o peor: el desconocimiento.

La niña de las cerillas

4. Cerilla
tras cerilla

La madre de Hans Christian le confesaba ya adulto que por vergüenza de pedir limosna muchas veces se quedaba a dormir bajo los puentes. Y fue en honor a ella que él escribió aquel cuento desgarrador que se conoce con el nombre de “La muchacha de las cerillas”.
Trata dicho relato de una pequeña vendedora ambulante, quien en plena noche de Navidad trata de que le compren fósforos a la salida del templo para que la gente encienda las luces de bengala en sus casas en donde se habían preparado fiestas, diversiones y un opíparo banquete donde la mesa estaría servida con ricos y apetitosos manjares.
Pero esa noche tan inclemente el frío es tan gélido que en el intento de calentarse un poco va encendiendo cerilla tras cerilla. Y en la luz que estas llamas fugitivas desprenden e irradian entrevé el rostro de su vieja abuela, muerta hace algún tiempo, y quien desde el cielo la llama con ternura.
Era tan nítida esta visión, y era tan dulce el semblante de la vieja madre, que la niña no quiere por nada del mundo dejar de seguirla viendo, y entonces no deja de encender uno y otro fósforo. Enciende tantos que al otro día las personas que se levantan temprano a recorrer las calles encuentran muchas de ellas regadas en el suelo. Y muerto por el abandono, por la desolación y el congelamiento, el cuerpo de la niña vendedora.

Estatua de Andersen

5. El teatrino
de títeres

Pero a su vez en la vida de Hans Christian fue muy significativa, gravitante y conmovedora, la figura austera, de recogimiento y de humilde sabiduría de su padre que fue en su vida un ser providencial. Quien era zapatero y pudo acompañarlo hasta cuando él cumplió apenas los once años de edad. Y no más.
Porque ocurrió que fue enrolado en el ejército dinamarqués para luchar en las guerras napoleónicas que asolaron Europa y murió a consecuencia de aquellos acontecimientos en algún recodo inubicable de una trinchera, entre el barro, la pólvora y la nostalgia.
Afanados como estamos ahora en elevar los niveles de comprensión lectora de niños y jóvenes, qué bueno es recordar que este niño desvalido, cuya vida fue una herida siempre abierta y sangrante, pero cuya obra se eleva como un prodigio, fue guiado en su infancia por su padre en el mundo de la lectura.
Ahora, como una estrella matutina y hasta como el sol del mediodía que se eleva, qué importante reconocer que este personaje fue educado, motivado e impulsado hacia la lectura e incentivado para la creatividad literaria y la proeza de un destino sublime sobre la faz de la tierra, por su padre quien no era ni un intelectual, ni un académico ni un dignatario.
Entonces, ¿quién era aquél? Un modesto artesano y trabajador manual fue quien formó el alma de este genio. Un remendador de calzado, aparentemente escaso, limitado y desasido, fue quien nos ha legado a un príncipe, a un portento de las letras y a un manumisor mundial.

Autor de El patito feo.

6. Y,
¿quién es él?

Porque es gracias a ese hombre taciturno que tenemos la maravilla universal de los relatos colmados y rebosantes de prodigio que escribió Hans Christian Andersen.
Y es que su padre en su mesa de trabajo al lado de las suelas, los clavos, los martillos y leznas, tenía siempre un pequeño estante de libros que leía a su hijo cuando este se acercaba consciente o desprevenido. Y suspendía cualquier tarea urgente que tuviera a fin de leerle a su hijo, como si intuyera que así le estaba dando a aquel niño lo mejor de lo mejor.
Nos cuenta Hans que aquel varón que lo engendró, era un hombre triste que nunca reía, salvo con los diálogos y los sucesos graciosos que leían juntos en los libros, tiempo y espacio mágicos en que eran estentóreas sus carcajadas, las mismas que asombraban, fascinaban y hacían feliz al niño porque le llenaba de gozo que ese hombre sacrificado que mantenía su casa, y quien era su padre, fuera a su vez quien riera de esa manera al leerle los pasajes graciosos de los libros.
También recuerda en su autobiografía que él le hizo un teatrino de títeres en donde ambos representaban comedias. Y narra enternecido que una vez lo vio llorar desconsoladamente después de la visita de un distinguido caballero. En ese momento y ante esa situación su hijo se acercó y le preguntó con enorme inquietud:
– ¿Alguna noticia desgraciada te ha traído ese señor, papá? –Le indagó con recato y timidez.
– No. Ninguna, hijo. Al contrario, ha sido muy gentil y amable conmigo.
– Entonces lo conoces.

En versión de Walt Disney, La sirenita de H. C Andersen

7. Afectivo
y moral

– Sí. Claro que lo conozco. Y desde que éramos niños.
– Y, ¿quién es?
– Fue mi antiguo compañero de carpeta en la escuela donde alguna vez yo estudié.
– Y, ¿por qué al irse has llorado tanto como hoy te he visto llorar?
– Porque él ahora es un ilustre personaje.
– Siendo así, ¿por qué esas lágrimas, papá? Si es un hombre ilustre, ¿por qué te entristece? ¿No debieras estar más bien alegre y feliz de tener un amigo así y que te visite?
– No. Lloro porque él ha seguido estudiando y se ha instruido, y yo lamentablemente, no. –Fue lo que le confesó aquella vez su padre
Así, Hans Christian Andersen se ha consagrado porque escribe desde el fondo del alma, desde el afecto y el cariño más entrañable; desde la ternura, como también desde la indignación. Igualmente, desde el compromiso por coadyuvar a hacer una humanidad más noble, digna y feliz; a quien es justo reivindicarlo como un escritor que nos pertenece, nacido entre nosotros y quien en lo razonable, afectivo y moral está al lado nuestro.


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