2 DE ABRIL, 1805
NACE HANS CHRISTIAN ANDERSEN
PRÍNCIPE
DE LOS
CUENTISTAS
PARA NIÑOS
Hans Christian Andersen
1. Dinamarca
se ilumina
Hans Christian Andersen es el más grande
autor de cuentos para niños en la historia de la humanidad, quien vino al mundo
en Odense, una pequeña isla de Dinamarca el 2 de abril del año 1805, fecha que se
ha instituido en todo el mundo y en honor suyo como el Día Internacional del
Libro Infantil y Juvenil.
Cuando nació su madre al verlo dio un grito
de susto y pavor, pues la apariencia de la criatura era feúcha, como la de una
ranita; deforme, desmadejada y, además, exánime.
Cuando lo llevó a la adivina para que le
predijera qué iba a ser de la vida de ese ser enclenque y magro, la hechicera
dio otro grito, más fuerte todavía, por el asombro que le produjo lo que pudo
ver en su bola de cristal.
¿Qué avizoró en su esfera la alelada
pitonisa? Contempló lo que nunca había visto en su oficio de vaticinar el
porvenir de la gente común y corriente que tenía en su delante cuando acudía a
consultarle.
– ¿Qué ocurre? –Preguntó la madre, oprimida
por la angustia y la ansiedad, pensando que la muerte era inminente y tocaría
muy pronto a su puerta para llevarse a su endeble hijo, al cual toda madre se
aferra pese a ser canijo y deslucido, como en verdad hacen todos los seres que
nos conciben y dan a luz.
– Hecho de ver, –dijo la adivina
estupefacta de lo que veía ella misma–, que de aquí a 100, a 200 años y a más
de mil años toda Dinamarca se enciende de luces celebrando el nacimiento de
este niño.
2. Escribe
desde el dolor
A la madre, después del susto, esta
revelación o advertencia le produjo primero un alarido mucho más fuerte que el
de la adivina. Y no porque creyera lo que decía sino porque el mundo, desde que
naciera ese niño, parecía para ella que había enloquecido. Aullido que fue
seguido de un ataque de risa que no paró ni siquiera cuando llegó a su casa. E
incluso siguió riéndose mucho tiempo después, porque creyó que la vidente se
había desquiciado.
Ahora, 215 años pasada esa fecha, en todas
las ciudades del mundo el 2 de abril se realizan festejos por el nacimiento del
autor de “El patito feo”, “La sirenita”, “El soldadito de plomo”, “La Reina de
las Nieves”, “La princesa y el guisante” y 162 cuentos más, todos ellos célebres,
que se han engarzado como joyas en el alma de la gente.
En América latina es probable que esta
fecha pase desapercibida, aunque Hans no solo lo parezca, sino que es
auténticamente un escritor más bien del Tercer o Cuarto Mundo por los temas que
trata y las esencias de que está imbuido.
Tanto por su actitud, por su contenido y por
su mensaje es un autor nuestro, y nos representa, debido a que escribe desde el
dolor, desde la marginalidad y hasta desde la humillación más atroz; y en
contra del orgullo, del poder y la soberbia. Es un escritor que nos pertenece
plenamente; porque escribe desde lo humano y sincero que siempre estarán de
parte nuestra.
3. Un mendrugo
de pan
Y es que la experiencia de la vida
determinó su sensibilidad, su sabiduría y su grandeza. Así, su madre, en su
infancia fue indigente y mendigó por las calles desalmadas de Odense, en una
época en que abundaban mendigos en Europa, antes de que se tornen soberbios.
Fue pordiosera como tantas niñas de
nuestras ciudades, que suben a los ómnibus para decir, con voz quebrada,
quejumbrosa y dolida, aunque irrenunciablemente puras e inocente, expresando más
o menos la siguiente soflama, que la repiten cientos de veces y que reproduzco
a tientas:
“Señores y señoras, damas y caballeros, no
quiero molestarles en su lindo viaje. No quiero perturbar nobles pasajeros que
me escuchan, su agradable día; pero soy una niña de un hogar sin padre ni madre.
Tengo a mis hermanitos enfermos y soy quien quiere llevarles al menos un pan a
la boca.
Ayúdame por favor, no me den la espalda;
regálame una moneda de 10 céntimos que no te harán a ti ni pobre ni a mí rica,
pero que a mí y a mis hermanitos nos servirá para comer hoy día siquiera un pedazo
de pan ¡Y eso nos levantará la moral! Y que Dios bendiga tu familia, tu trabajo
y siempre tengas salud. Voy a pasar por cada siento, pero no me niegues ni
desconozcas”.
Discursos así es lo que muchas niñas y
niños suben a decir a los ómnibus en las grandes ciudades de América Latina,
mendigando un mendrugo de pan; y nosotros arrellenados en los asientos les
respondemos casi unánimemente con indiferencia o desprecio. O con algo igual o
peor: el desconocimiento.
4. Cerilla
tras cerilla
La madre de Hans Christian
le confesaba ya adulto que por vergüenza de pedir limosna muchas veces se
quedaba a dormir bajo los puentes. Y fue en honor a ella que él escribió aquel
cuento desgarrador que se conoce con el nombre de “La muchacha de las
cerillas”.
Trata dicho relato de una pequeña vendedora
ambulante, quien en plena noche de Navidad trata de que le compren fósforos a
la salida del templo para que la gente encienda las luces de bengala en sus
casas en donde se habían preparado fiestas, diversiones y un opíparo banquete
donde la mesa estaría servida con ricos y apetitosos manjares.
Pero esa noche tan inclemente el frío es
tan gélido que en el intento de calentarse un poco va encendiendo cerilla tras
cerilla. Y en la luz que estas llamas fugitivas desprenden e irradian entrevé
el rostro de su vieja abuela, muerta hace algún tiempo, y quien desde el cielo
la llama con ternura.
Era tan nítida esta visión, y era tan dulce
el semblante de la vieja madre, que la niña no quiere por nada del mundo dejar
de seguirla viendo, y entonces no deja de encender uno y otro fósforo. Enciende
tantos que al otro día las personas que se levantan temprano a recorrer las
calles encuentran muchas de ellas regadas en el suelo. Y muerto por el
abandono, por la desolación y el congelamiento, el cuerpo de la niña vendedora.
5. El teatrino
de títeres
Pero a su vez en la vida de Hans Christian fue
muy significativa, gravitante y conmovedora, la figura austera, de recogimiento
y de humilde sabiduría de su padre que fue en su vida un ser providencial. Quien
era zapatero y pudo acompañarlo hasta cuando él cumplió apenas los once años de
edad. Y no más.
Porque ocurrió que fue enrolado en el
ejército dinamarqués para luchar en las guerras napoleónicas que asolaron
Europa y murió a consecuencia de aquellos acontecimientos en algún recodo
inubicable de una trinchera, entre el barro, la pólvora y la nostalgia.
Afanados como estamos ahora en elevar los
niveles de comprensión lectora de niños y jóvenes, qué bueno es recordar que
este niño desvalido, cuya vida fue una herida siempre abierta y sangrante, pero
cuya obra se eleva como un prodigio, fue guiado en su infancia por su padre en
el mundo de la lectura.
Ahora, como una estrella matutina y hasta
como el sol del mediodía que se eleva, qué importante reconocer que este
personaje fue educado, motivado e impulsado hacia la lectura e incentivado para
la creatividad literaria y la proeza de un destino sublime sobre la faz de la
tierra, por su padre quien no era ni un intelectual, ni un académico ni un
dignatario.
Entonces, ¿quién era aquél? Un modesto
artesano y trabajador manual fue quien formó el alma de este genio. Un remendador
de calzado, aparentemente escaso, limitado y desasido, fue quien nos ha legado
a un príncipe, a un portento de las letras y a un manumisor mundial.
6. Y,
¿quién es él?
Porque es gracias a ese hombre taciturno
que tenemos la maravilla universal de los relatos colmados y rebosantes de
prodigio que escribió Hans Christian Andersen.
Y es que su padre en su mesa de trabajo al lado
de las suelas, los clavos, los martillos y leznas, tenía siempre un pequeño
estante de libros que leía a su hijo cuando este se acercaba consciente o
desprevenido. Y suspendía cualquier tarea urgente que tuviera a fin de leerle a
su hijo, como si intuyera que así le estaba dando a aquel niño lo mejor de lo
mejor.
Nos cuenta Hans que aquel varón que lo
engendró, era un hombre triste que nunca reía, salvo con los diálogos y los sucesos
graciosos que leían juntos en los libros, tiempo y espacio mágicos en que eran
estentóreas sus carcajadas, las mismas que asombraban, fascinaban y hacían
feliz al niño porque le llenaba de gozo que ese hombre sacrificado que mantenía
su casa, y quien era su padre, fuera a su vez quien riera de esa manera al
leerle los pasajes graciosos de los libros.
También recuerda en su autobiografía que él
le hizo un teatrino de títeres en donde ambos representaban comedias. Y narra
enternecido que una vez lo vio llorar desconsoladamente después de la visita de
un distinguido caballero. En ese momento y ante esa situación su hijo se acercó
y le preguntó con enorme inquietud:
– ¿Alguna noticia desgraciada te ha traído
ese señor, papá? –Le indagó con recato y timidez.
– No. Ninguna, hijo. Al contrario, ha sido
muy gentil y amable conmigo.
– Entonces lo conoces.
7. Afectivo
y moral
– Sí. Claro que lo conozco. Y desde que
éramos niños.
– Y, ¿quién es?
– Fue mi antiguo compañero de carpeta en la
escuela donde alguna vez yo estudié.
– Y, ¿por qué al irse has llorado tanto
como hoy te he visto llorar?
– Porque él ahora es un ilustre personaje.
– Siendo así, ¿por qué esas lágrimas, papá?
Si es un hombre ilustre, ¿por qué te entristece? ¿No debieras estar más bien
alegre y feliz de tener un amigo así y que te visite?
– No. Lloro porque él ha seguido estudiando
y se ha instruido, y yo lamentablemente, no. –Fue lo que le confesó aquella vez
su padre
Así, Hans Christian Andersen se ha
consagrado porque escribe desde el fondo del alma, desde el afecto y el cariño
más entrañable; desde la ternura, como también desde la indignación. Igualmente,
desde el compromiso por coadyuvar a hacer una humanidad más noble, digna y
feliz; a quien es justo reivindicarlo como un escritor que nos pertenece,
nacido entre nosotros y quien en lo razonable, afectivo y moral está al lado
nuestro.
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