23 DE ABRIL
DÍA DEL LIBRO
INFINITAS
VIDAS
MÁS QUE EL
GATO
TIENE EL LIBRO
Danilo
Sánchez Lihón
“Un libro retoñaba
de
su cadáver muerto”
César
Vallejo
Airoso
y triunfante
El libro ha sobrevivido a
muchos atentados, asaltos y arrestos. Subsiste a órdenes de ejecución, juicios
sumarios, hogueras infamantes.
Ha sufrido ¡dictámenes de
arresto, de secuestro, de desahucio!
Se le ha infligido castigos
ominosos. Ha sido calumniado, vejado y sumergido en el lodo.
Pero sigue vivo y libre.
Cada vez incluso más lúcido, gentil y radiante. Más apasionado, impulsivo y
siempre fregando la vida de los jerarcas. ¡Es denodado, ingenioso y bizarro!
Haciendo un recuento solo
de las últimas décadas, he aquí una relación de las veces en que el libro ha
estado condenado a muerte, a veces súbita y violenta. Y, sin embargo, ¡ha
salido airoso y triunfante!
Primera
amenaza
En los últimos tiempos, la
primera vez que se entonó el responso fúnebre al libro ha sido cuando apareció
en el universo de nuestras vidas las ondas hertzianas de la radio. ¡Se acabó su
dominio!
Resultó entonces convincente
oír a los agoreros de turno pronosticar la muerte inminente del libro que con
el nuevo invento quedaba comprobadamente obsoleto.
¿Cómo no iba a suceder si
todo ya nos venía por el aire, y entraban directas a nuestros oídos las
palabras elaboradas por los autores sin el trabajo de deletrearlas en libros ni
folletines?
Lo menos que se esperaba es
que la radio expandiera a los cuatro vientos la voz de los poetas y la creación
humana más selecta que antes se depositaba en los impresos. Pero eso no ocurrió,
no sé por qué.
Y entonces el libro se
levantó saludable y vigoroso de su lecho de reposo con más ganas de seguir
atormentando la vida a los adivinos.
Segunda,
prueba
de fuego
La segunda ocasión sí fue
más grave y en serio.
Esto ocurrió con las piras de
libros que nazis y fascistas levantaron, secundados en otras latitudes por
tantos dictadorzuelos que hay extendidos en toda la faz de la tierra.
El libro ahí supo que era
inflamable y ardía muy fácilmente cuando son intencionadas las hogueras que se
alzan para destruirlo.
De esta prueba salió, como
sale cualquier hijo de vecino después de una encerrona, sabiendo que la
justicia es ciega y hace pender de continuo una espada de Damocles en el
vértice de nuestros cuellos infaustos.
Pero uno olvida, volviendo
a empinarse hasta las nubes a sorber otra vez el aire del cielo y la luz de las
estrellas.
Tercera
estremecida
La tercera muerte fue en
Fahrenheit 451 de Rad Bradbury, que ensombreció a la multitud de lectores y
radioescuchas que noche tras noche seguían la secuencia de la obra.
Sentían correr por sus
venas el estremecimiento de ya no poder sus hijos ni los hijos de sus hijos
tener el encanto de sentarse a la luz de la ventana a solazarse descorriendo
las hojas de un libro.
A embelesarse en sus páginas
del color de las espigas, en donde se deslizan imágenes, metáforas, historias,
y uno mismo destejiendo la madeja de su destino.
Pero el libro, en los
siguientes días, se levantó igualmente rejuvenecido con todas sus galas y
fulgores, puesto que salía de un incendio, ¡y hasta vestido con sus atuendos
dorados!
Cuarta
celada
La cuarta muerte del libro
fue cuando se tumbaron los árboles en las huertas, de lo que antes eran aldeas
y hoy son grandes ciudades.
Y si no hay árboles ¿de
dónde y de qué fabricar el papel que trae en su trama el trino de los pájaros,
el rumor de la brisa y el temblor de los nidos que en ellos mismos se acunan?
Pero lo peor que sucedería
al no haber árboles es: ¿montados en qué ramas hacer la mejor lectura?
¿Cómo leer libremente si no
es en contacto con los aromas y fragancias de los pólenes de las flores y el
susurro de los colibríes que revolotean en torno a sus corolas?
Pero el libro siguió
viviendo curiosamente refugiado en sótanos, en tugurios polvorientos, en
callejones trashumantes y hasta en las celdas de las cárceles.
Quinta
irreverencia
La quinta muerte fue
pronosticada de infalible, y el libro pasó a ser desahuciado impenitente,
cuando aparecieron los audiovisuales y las ondas electromagnéticas de la
televisión invadieron nuestras míseras vidas.
¿Para qué leer, entonces,
si en la TV me entretengo, me informo y hasta puedo instruirme? No tiene
sentido sollozar compungidos sobre las páginas de un texto.
Definitivamente el destino del libro sería ser
apenas ¡pieza de museo! Con el agravante de ser fenecible, pues lo horadan de
pies a cabeza –¡qué vergüenza!– nada menos que unos bichitos insignificantes
que llamamos ¡las polillas!
Pero el libro tercamente
siguió apareciendo en los escaparates, se apuraron más las rotativas, las fajas
de doblado, de encuadernación y etiquetado. ¡Una reverenda burla para los
urdidores de desastres!
Sexta
porfía
La sexta muerte –esta vez
sí bajo enfermedad grave– fue cuando entró a la clandestinidad.
Se lo vio circulando a
altas horas de la noche bajo la capa de unos estudiantes famélicos dispuestos a
petardear el mundo.
Al libro entonces se lo
metió entre las rejas, se lo torturó inmisericorde, se derramó fango y sangre
sobre sus páginas titubeantes.
Esta vez, sinceramente, le
costó recuperarse a este subversor empedernido.
Estuvo silencioso, buscando
cada retazo de sol para calentarse los huesos que se le habían torturado y
demolido. Se le notó caviloso, andando solitario por los caminos.
Pero se recuperó y ahí
anda, incorregible, como lo ven ahora.
Séptima
obstinación
La séptima vez que se le
diagnosticó sepultura definitiva ha sido por obra y gracia de la fotocopiadora.
Muerte certificada, además,
por la compra indiscriminada de Derechos de Autor de la mejor ciencia y
literatura, corrida a cuenta y cargo de la IBM.
Y todo a fin de ya no tener
libros sino sólo “copias”, separatas que luego se botan, se lo deja en los
asientos de las carpetas o se las arroja a los basureros.
Se han expandido las
fotocopiadoras por todo el mundo, principalmente en las universidades, pero a
la vez se edita cada vez más.
Y el libro siguió saliendo
más terco que una mula.
Octava,
se
volvió espíritu
La octava muerte fue mucho
más pensada, casi un crimen perfecto por la sofisticación puesta en juego.
Se hizo responsable de ella
a la cibernética, al procesador en línea, a la digitación telemática, a la
comunicación interactiva vía satélite.
El internet y otras hazañas
tecnológicas sepultarían definitivamente al libro, fue el anuncio categórico.
Y, ¿por qué?
Porque allí el libro se
vuelve nada. O, nos corregimos, es apenas vibración magnética, es decir entra
en coma, es onda que se digita.
Allí sus signos de vida
sólo se ven en una pantalla. Se tornó aura, viaje al infinito. Murió, para
volverse espíritu, nostalgia, recuerdo querido.
Pero el libro apareció otra
vez en las calles, gritando sus inconformidades y rebeldías, en la coyuntura y
en lo que es eterno.
Novena
metamorfosis
La novena muerte sigue
siendo arduamente debatida en estos momentos, y es por imitación de un
artefacto que sustituye al libro ofreciendo todo lo que en papel impreso el
libro ofrece, como es ser portátil, sencillo, amigable; pero capaz de mutarse y
cargar en sus entrañas una colosal biblioteca atenta a cualquier requerimiento
nuestro.
Esta maravilla tecnológica
es el e-book que tiene el complemento del hipertexto, con la capacidad de poner
el tipo de letra que se quiera y del tamaño que mejor nos convenga; el de ser
fácilmente manipulable, pudiendo regularse el matiz de la pantalla, con la
capacidad de hacerse anotaciones sin mancillar la virginidad de sus páginas,
además de otros portentos.
Sin embargo, desde que
apareció el e-book acompañado de una arrolladora campaña mediática las
ediciones de libros impresos han alcanzado dimensiones extraordinarias que
superan todos los récores tradicionales.
Décima
resurrección
y
vida definitiva
La décima muerte del libro,
con la cual hace rato superó al gato y se volvió invencible, es cuando tú lo
tiras a un lado en la banca del parque y me das a leer las letras de tus ojos.
Y, después, el libro de tus
labios para que en ellos me olvide definitivamente de mí, de ti y de todo lo
que los libros dicen.
En esta prueba el libro se
vuelve definitivamente esencia de libro, es decir pálpito, suspiro, corazonada.
¡Y vibra! Ya no se imprime como tal, porque se volvió ahogo, tañido y profecía.
Se tornó conciencia de que
tú y yo podemos estar para siempre unidos, abrazados, entrando y saliendo de un
libro.
Y habitando felices en el
fondo de las páginas de un texto, como es el mundo y como es la vida. Y como es
toda resurrección definitiva.
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