3 DE ABRIL
AULA DE
MITOS Y LEYENDAS
LAGUNA
DEL
TORO
Danilo
Sánchez Lihón
Todas
estas lagunas
están
encantadas.
Y nosotros
también.
Asiento minero de Quiruvilca
1.
La paja
brava
– Y Quiruvilca, ¿queda por
aquí?
– Más abajo, más al pie de
estas lagunas. Por ahí vamos a pasar. Pero, ¿ve esas rocas? Es un toro
encantado. ¿Lo ve? Mira: ahí su cabeza: igual a la de un toro. Esta parte es su
cuerpo. Y allá esas moles son sus patas. Es un toro negro aparentemente de roca
pura, pero es un toro vivo que está dormido a la vera de la laguna.
Aquí todo está sumido en el
encanto, que es un misterio profundo. Por eso, cuando es noche oscura, la luna repentinamente
emerge saliendo por un borde del horizonte a dar su paseo nocturno.
Y es tanta la claridad que
las avecillas que han estado dormidas entre los matorrales de ichu, salen a revolotear
despiertas por estos campos, extasiadas de ver a la luna que camina con
hermosura sin par.
Y es tanta su belleza que
todo se sume en un sueño, o en el encanto, contemplándola bogar por el
firmamento lleno de estrellas, donde la paja brava apenas se mece con la brisa.
2.
Un rugido
bronco
La luna para esto luce sus
mejores galas, envuelta en su ropaje blanco y azulado, con bordados y encajes
en todas las prendas que viste.
– ¡Linda! –Le dice el toro
despertándose por la luminosidad y en el silencio de la meseta–. ¡Eres hermosa
entre las hermosas!
La luna ha permanecido
quieta, inmóvil y pasmada al impacto del halago del toro enamorado.
De la laguna, inopinadamente,
se han agitado sus aguas, primero con una leve ondulación, para luego
bambolearse.
Bruñida por los rayos de la
luna su superficie plateada se muestra ahora iridiscente reflejando a la luna
en toda su maravilla y magnificencia.
– Muuuuuuuuu. –Brama el toro.
Su rugido bronco estremece la
meseta en todos los contornos, como una declaración de amor del toro a la luna.
3.
Luces
y
sombras
Es un bramido que moja toda
la estepa y detiene en su caída el agua que se queda tiesa en las chorreras,
¡tornándose en nieve, cristales y escarcha!
Los campos rebrillan. Vibra
la tierra y ruedan las piedras. Y ya es un toro de pie, agitado e inmenso, pero
¡todo de oro!
Que mira primero y luego se
desprende de la peña. Y que se lanza a correr alrededor del espejo plateado.
Bufando y embistiendo a lo
que sea. Corriendo por los campos, a veces negro, a veces de oro.
Y justo cuando la luna blanca
de los pajonales está en el centro de la laguna, el toro se sumerge aquí y allá
en las aguas plateadas y temblorosas.
Hay un revuelo de luces y de sombras.
4.
Se abultan
los
cerros
El toro y la luna se confunden
en un haz de espumas.
Donde nadie sabe qué es negro
y qué es blanco. Nadie sabe qué es de arriba y qué es de abajo. Nadie sabe qué
es bueno y qué es malo.
Se abre y se cierra el agua, el
cielo, la tierra y el fuego. Donde olemos que se eleva el resuello confundido
del toro y la luna.
Y se entrelazan juntos en la
laguna en el agua helada que en este caso hierve.
Se exprime la fragancia de
sus cuerpos agitados. Y se abultan los cerros.
El toro sobresale y se
sumerge. Todo se sacude y estremece.
Por eso, nadie aquí habita
por los contornos ni alrededores, porque nada queda en pie. Todo cae y se
desmorona.
5.
Se remueven
las
piedras
Es el toro negro y la luna
blanca confundidos.
Olvidados ambos de sus atuendos
y vestidos. En desnudez pura. En expiación consumada.
Se extienden y se recogen en
la vorágine de las aguas. Caen cadenas y aldabas. Caen las frutas maduras, y brotan
las espigas.
Y crecen los totorales. Y se
enlazan y tejen las algas, y el limo fecunda en las aguas heladas que ahora
hierve a borbotones.
Es lo rojo y lo blanco en el
fondo de la noche tupida. Cuando brillan y se apagan los luceros en el alba.
Y una convulsión se expande hacia
el fondo que remueve a las piedras en sus légamos.
El toro dormido
6.
Súbita
se
despierta
Es un hacerse y deshacerse el
mundo. Es un urdirse los olores, los sabores; los acordes y sonidos.
¡Es dejar que se impongan las
mixturas! Es el desprenderse de todas las fragancias.
Bambolea el grito y el
silencio juntos en los juncos de la ribera.
Y hay un resuello que inclina
a las anémonas y a las frágiles cañas de la orilla.
Y una espuma flota que
abrillanta a las hierbas y al musgo pegado a las piedras.
Ya extenuados la luna vuelve
a su firmamento y el toro a su roca extasiada.
Se cierran y se abren las
puertas. Y aparecen los caminos escondidos.
Súbita se despierta y corre
el agua por los pajonales.
7.
Fiesta
en
los corazones
Cuando en el asiento minero de
Quiruvilca elevamos los ojos a lo alto del cielo y vemos que la luna tiene cara
de virgen, y está hermosa como nunca, sabemos que el toro ha estado con ella.
Y que la Laguna del Toro ha
sido un lecho enloquecido de amor. Y su fondo está sangrante.
Los mineros en nuestras
chozas primero nos arrebujamos. Pero luego también buscamos los cuerpos de
nuestras mujeres, que es a partir de ello que florecen los campos y reverdece
el ichu de los pajonales.
Y de lo que estamos seguros y
sabemos a ciencia cierta es que al otro día la veta de oro en la mina se
ofrecerá estupenda, como una ofrenda de amor del toro, no sabemos si a la luna
o a la laguna.
Y será de oro macizo, sin
mezcla, casi puro. Y que por ello habrá cantos, bailes y libaciones en el
pueblo. Y fiesta en nuestros corazones.
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