8 DE ABRIL
PERÚ: DÍA DEL ECONOMISTA
COLMADOS
DE NIDOS
DE PÁJAROS
Danilo Sánchez Lihón
- ¿Un árbol como este, díganme, veinte centavos?
1. Veinte
centavos
– Deben estar equivocados en el precio, porque yo
vendiendo todos estos árboles quiero forjarme un porvenir en Lima, comprarme
una casa, formar una empresa.
– Así es, niño.
Esta es herencia de mis padres. A ellos les legaron
mis abuelos y así sucesivamente. Y a vender estos árboles he venido. ¿Y ustedes
me salen que por cada árbol van a pagarme veinte centavos?
– Así vale pues, niño.
– ¿Un árbol como este, díganme, veinte centavos? Miren
su copa, sus inmensas ramas, el ancho de su tronco, cuántos hombres alcanzan a
rodearlo abiertos de brazos, ¿seis, ocho? ¿Y quieren pagarme veinte centavos?
– ¡Ese es su precio, niño!
– ¿Yo para venderlos he venido desde Trujillo? ¿Para
qué me ofrezcan veinte centavos por cada árbol de estos? ¿Cuánto vale un
caramelo, una caja de fósforos o un cigarrillo que se fuma en tres minutos?
– Veinte céntimos estamos ofreciendo. Así, aquí, se
cotiza.
– ¿Y cuánto cuesta una carga de leña en el pueblo?
2. Y,
¿entonces?
– ¿Cuántos años creen que tiene cada árbol? ¿Cien,
doscientos? ¿Y creen que cien años van a valer veinte centavos? Les juro que no
alcanzo a comprender lo que me ofrecen. Porque, ¿cuántos árboles hay en este
bosque? ¿Trecientos? ¿Quinientos? Si solo fuera trecientos y a veinte céntimos
sería sesenta soles. ¿Y qué es sesenta soles? ¡Ni un taxi!
– Y eso que estos árboles están aquí cerca, niño. Porque
si estuvieran más lejos su precio se reduce a la mitad: a diez céntimos.
– Veinte centavos con la inmensidad de su copa, con
sus ramas cargadas de nidos de pájaros, de búhos, de ardillas, de palomas. Con
sus raíces profundas que se hunden buscando el cauce de los ríos subterráneos y
que a veces los encuentran.
– Así es, niño.
– ¿Y cuánto
cuesta una carga de leña en el pueblo de Santiago de Chuco? –Dice, haciendo un
esfuerzo de razonamiento.
– Tres soles
puesta en el pueblo.
– Y, ¿entonces...? ¿Por qué va a costar tan barato
un árbol?
3.
Yo también
le
firmo
– Tres soles
cuesta, pero ¿quién tumba el árbol? ¿Y entre cuántos? ¿Y durante cuántos días?
¿Y cuánto cuesta cortar con hacha un árbol así?
– Además, ¿cuántos
días, semanas y meses hay que sudar de sol a sol para convertirlo en rajas de
leña?
– ¿Y dónde se
afilan las hachas? ¿Y cuánto de jornal hay que pagar?
Y después, para llevar
la leña al pueblo hay que alquilar burros. Y, ¿cuánto cuesta?
– ¡No sale a
cuenta, niñito! ¡Trabajo y gasto es!
– Aquí así
cuesta un árbol. ¡Y menos todavía!
– Entonces, ¿qué
dice usté? –Le preguntan sacándolo de sus reflexiones y de su estupor.
– Bueno, pues.
¡Qué vamos a hacer!
– Yo compraré
uno. Y aquí le firmo este papelito, porque plata no tenemos. Cuando vuelva otra
vez le pagaremos. Porque aquí dinero no hay.
– Yo también le
firmo un papelito.
4.
Una
peseta
Ensimismado,
recogió o pusieron en sus manos un montón de papelitos medio amarillentos que
introdujo en un bolsillo.
En el camino de regreso los papelitos se
fueron deshaciendo en sus manos de tanto estrujarlos.
Los últimos los
soltó en una poza translúcida en donde quedaron flotando.
En esos
papelitos estaba contenido todo el rumor del viento y el color del cielo de
Santiago de Chuco. Y el porvenir próspero, sugestivo y halagüeño que había
soñado labrarse en Lima, vendiendo los árboles de sus ancestros.
Por la tarde
cogió el ómnibus de regreso rumbo hacia Trujillo.
– ¡No puede ser!
–Seguía pensando–. ¿Veinte centavos por una vida de 100 años y más?
– Señor, su
boleto, por favor.
– Aquí está.
– Gracias.
– Hay algo que
no funciona en este esquema. Elucubra obsesionado.
– ¡Veinte
centavos! ¿Una peseta por cien años de vida que tiene un árbol?
5.
La góndola
se
detuvo
Era cierto. En
esos árboles estaba el sol de cada día; escarchado el fulgor de los
plenilunios; decantada la savia de la tierra; palpitantes las noches
estrelladas.
Estaba todo el
universo. ¿Y todo ese universo lo había reducido a un negocio? Y si alcanza
para más: ¡a comprar un departamento en un edificio!
¡Ahí está el
equívoco! ¡Ahí está el error! –Dijo saltando de su asiento.
– ¡Bajo, por
favor! ¡Bajo!
– ¡Me he
equivocado de mundo! ¡Eso pasa! He querido trasplantar un mundo y sustituirlo
por otro. ¡Y eso no funciona! ¡Ese es el problema! Vender los árboles para
vivir en Lima. ¡Ese es, pues, mi equívoco!
– ¡Bajo, por
favor! ¡Bajo del ómnibus!
– Pero, ¿va a
quedarse aquí? ¿En esta puna? ¡Aquí hace frío, señor! Le congelará el viento.
¡Es puna! ¡Se puede morir!
– ¡Bajo, he
dicho!
La góndola se
detuvo y se apeó en plena jalca. Y se puso a caminar animoso. Pronto apareció
un vehículo que por ahí pasaba y que lo recogió rumbo nuevamente a su pueblo.
6.
Un porvenir
promisorio
Otra vez llegó a
Santiago de Chuco y se encaminó a Cachulla.
– ¿Puedo
desistir de la venta de los árboles? –Dijo a los campesinos–. ¿Puedo
rectificarme? ¡Ya no quiero vender los árboles!
– ¡Cómo no,
niño! Lo habrá usted pensado mejor. ¡Bien hecho!
– ¡Tanto han
esperado los árboles que pueden seguir esperando! –Se rio.
Esa noche se
quedó a dormir en una choza del bosque.
– ¡Era cierto!
Contempló el
cielo tachonado de estrellas. Escuchó los ruidos cercanos y distantes del valle
y la quebrada.
Y esa noche los
árboles le revelaron una sabiduría milenaria.
Decidió que
tenía que volver y edificar el mundo desde aquí, con todo lo genuino del
universo. ¡Y ahora mismo!
– La verdadera
economía está inmersa en la naturaleza. –Dijo.
Y decidió vivir
aquí. Y ahora él mismo es un árbol que cuenta historias que se proyectan y
sumergen en un porvenir promisorio e infinito.
7. Rocíos
de compasión
Hoy es Día del
Árbol, y él está invitado a la escuelita del lugar, donde los niños le cantan:
Es el árbol un buen amigo
que nos obliga a la gratitud
nos da leña, nos da abrigo
nos da cuna y ataúd.
A su sombra las ovejas
se congregan en tropel
en sus ramas las abejas
cuelgan panales de miel.
Los pájaros arquitectos
al árbol van a trazar
sus complicados proyectos
de nidos para empollar.
Al árbol va la chicharra
a templar su mandolín
y el jilguero en son de farra,
le desafina el violín.
Ausencias de quien adora,
dice el viento una canción
al árbol que luego llora
rocíos de compasión.
Fotos 3, 4, 5, 6 y 7
Jaime Sánchez Lihon
Figuras 1 y 2
Editorial San Marcos
Figuras 1 y 2
Editorial San Marcos
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