lunes, 18 de mayo de 2020

18 de mayo. Un día como hoy muere mi padre. / Homenaje a un maestro de escuela.


18 DE MAYO
UN DÍA COMO HOY
MUERE MI PADRE

HOMENAJE
A UN MAESTRO
DE ESCUELA

 Danilo Sánchez Lihón


Danilo Sánchez Gamboa


1.

Me preguntan:
¿Y por qué escribe tanto? Yo
callo.
Sonrío, casi nunca contesto.
Pero hay
alguien quien lo inspira: ¡Tú
padre! A quien
dedico estas hojas escritas!
Y que ahora
se acumulan en torno mío.
Porque tú
las propiciaste y concebiste
posibles. Y
fue, haciendo que yo tuviera
infaltable
siempre una mesa de trabajo
al lado tuyo
en la cual borronear. Y donde
además
de dibujar caminos y árboles
abismos
y puentes, y casas con sus
arco iris,
garabateé iluso mis primeras
quimeras
frases y composiciones que
tú aprobabas
mirándome no sé si hallado
o sorprendido



Con sus alumnos del Centro Viejo

2.

Es
a ti a quien dedico mis dudas
y mis
titubeos sin respuestas; la luz
de mis
ojos, las certezas a las cuales
atino,
mis manos abiertas, quietas
sus agonías,
mis desvelos hasta ya honda
la noche.
Lo dedico al trompo y aquel
boliche
inmenso que siempre llevas
en el bolsillo
de tu saco, para prestarle al
niño
a quien divisaras triste en el
recreo. A
tu saber cómo alegrar la vida.
Lo dedico
a los bolsillos de tu atuendo
de maestro
de escuela, lleno de tizas y
cachivaches.



Con amigos, el tercero de la izquierda, con la mano en el pecho

3.

Eran
tantos que arrugaban la tela
haciéndola
colgarse, dándote el pobre
aspecto
de maestro rural, tal y cómo
reza
en tu diploma que Juvenal y
yo,
jugando en la sala, rompimos
de un pelotazo.
Y que ahora nos duele tanto.
Porque
al agacharnos a juntar contigo
los vidrios,
vimos que nos escondías por
primera
vez una lágrima. Quizá, ¡digo
yo ahora!,
porque conseguir ese diploma
fue
el tremendo y gran sacrificio
de tu vida
que hiciste junto con mamá y
que ahora
tus dos hijos mayores rompían.



Los cuatro hermanos varones lo cargamos al frente de la casa

4.

Dedico
este homenaje a tu obstinación
y testarudez
para no abandonar tu pueblo
natal,
pese a que tus hijos, primero, y
tu esposa
después de nosotros, optamos
finalmente
por emigrar y abandonarte. A tu
intransigencia
para no renunciar a tu escuela
aduciendo
siempre que tenías niños que
aún no
sabían leer. Que tenías primer
o segundo
grado. O que ese año tenías
que sacar
promoción. “¡Solo pretextos!”
decía
como regañaba y lamentaba
mamá
llenándosele de lágrimas sus
ojos.
¡Mi pobre mamá que eligió a
los hijos
para quedarse y abandonó al
esposo



En la Casa del Maestro

5.

Padre:
lo dedico a tu silencio simple
y resignado
cuando familiares y paisanos,
en general,
te tildaban de tonto por seguir
trabajando
gratis para el Estado, porque
tu sueldo
íntegro podías percibirlo bien
sentado.
en casa, en amena y pacífica
jubilación. ¡Pero,
seguías afanoso y laborando
con denuedo!
A tu secreto para hacer callar
a cualquier
niño que llorase desconsolado.
¿Qué
hacías, en verdad? Al violín
que tocabas
en la sala o bien en el corredor
haciendo
que las gallinas abstraídas dejen
de parpadear.
A tu hondo sentido del deber
y del honor.
A tu puntualidad anacrónica,
inútil,
y, para muchos, hasta de mal
gusto.


Alumnado reunido en la Casa del Maestro


6.

Lo dedico
a tu santa paciencia para
curar
las heridas de tus alumnos,
sean llagas,
aftas, erisipelas o verrugas.
Para
hacerles sonar y limpiarles
la nariz
con un pañuelo que tú mismo
lavabas.
Y a tu insistencia candorosa
para que yo,
enterado que había ingresado
a trabajar
en el Ministerio de Educación,
consiguiera
cuadernos, lápices y útiles para
el alumnado
de tu escuela. A esa solicitud
que guardo,
porque la dirigiste a mi nombre,
pidiéndome
un estandarte para el desfile;
y en donde no
sé si el ingenuo eras tú o era
yo por darle
un trámite inverso: conseguir
cómo comprarlo
simulando que era donación
del Estado.


Alzamos el ataúd rumbo al cementerio

7.

Dedico
este homenaje a tus manos
sutiles
que sabían templar tarolas
como hacer
faroles o cometas imbatibles
en el aire.
(¡Qué hábiles y fuertes eran
las manos
de papá! Le escuché decir a
Guillermo).
Lo dedico a tu sentido acerca
del mundo y
la vida que te hizo despertar
de tu letargo
ya en el Hospital de Santiago
de Chuco,
para advertir: “Está lloviendo”.
Y al divisar
a una mujer que atendía a un
enfermo
la llamaras con el nombre de
mamá:
“¡Elvira! ¡Elvira!” Y, finalmente,
antes de
morir nos alentaras con esta
fórmula
clave o consigna: “Es hondo,
niños,
pero lo podemos cruzar “.


 
Comitiva pasando por la Plaza de Armas

8.

Dedico escribir
a lo que hiciste –y no hiciste–
para que
después de sepultado y cuando
apoyado
en la tapia despidiéndome de ti,
una parvada
de chiquillos surgiera de entre
los matorrales
y arremolinados sobre tu tumba
la cubrieran
de flores silvestres, deshaciendo
los terrones
para hacerlos suaves con sus
manos
pequeñas. Y después regarlas
con baldes
y botellas de agua que no sé
cómo
habrían podido conseguirlas
llevarlas
hasta esa colina. ¿Por qué un
milagro
así? De niños que no eran tus
alumnos,
porque ellos marchaban ya de
regreso
del panteón, en fila de a tres y
con su estandarte



Discursos en el Obelisco

9.

A tu
fibra de maestro para recurrir
siempre
a las fuentes, a la consulta de
diccionarios y
enciclopedias, guías y normas.
Actitud
que era digna de compasión.
Así: ¿quién
te enseñó que el sonido de la
zeta escrita
debe pronunciarse fricativa e
interdental?
Felizmente no exigías que los
demás
lo hicieran. O que te imitaran.
Pero
tú dale a pronunciar corazón
con zeta.
Este corazón, ¡padre amado!,
que hoy
se abraza a ti, emocionado y
trémulo
con la certeza de que hombres
ingenuos
y candorosos como tú salvan
el mundo
y redimen la historia ya para
siempre,
hacia la eternidad en donde tú
moras.


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2 comentarios:

  1. Un maestro ejemplar , lo conocí en Santiago de Chuco, con cualidades dignas de un profesor respetado por su trayectoria excelente, muy conocido en el magisterio y vecino de la misma calle donde viví, Dios lo tiene en su reino al padre de mis amigos con quienes comparto hasta ahora una amistad leal.

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