18 DE MAYO
UN
DÍA COMO HOY
MUERE MI PADRE
HOMENAJE
A UN MAESTRO
DE ESCUELA
Danilo Sánchez Gamboa
1.
Me preguntan:
¿Y por qué escribe tanto? Yo
callo.
Sonrío, casi nunca
contesto.
Pero hay
alguien quien lo inspira:
¡Tú
padre! A quien
dedico estas hojas
escritas!
Y que ahora
se acumulan en torno mío.
Porque tú
las propiciaste y
concebiste
posibles. Y
fue, haciendo que yo
tuviera
infaltable
siempre una mesa de trabajo
al lado tuyo
en la cual borronear. Y
donde
además
de dibujar caminos y
árboles
abismos
y puentes, y casas con sus
arco iris,
garabateé iluso mis
primeras
quimeras
frases y composiciones que
tú aprobabas
mirándome no sé si hallado
o sorprendido
Con sus alumnos del Centro Viejo
2.
Es
a ti a quien dedico mis
dudas
y mis
titubeos sin respuestas; la
luz
de mis
ojos, las certezas a las
cuales
atino,
mis manos abiertas, quietas
sus agonías,
mis desvelos hasta ya honda
la noche.
Lo dedico al trompo y aquel
boliche
inmenso que siempre llevas
en el bolsillo
de tu saco, para prestarle
al
niño
a quien divisaras triste en
el
recreo. A
tu saber cómo alegrar la
vida.
Lo dedico
a los bolsillos de tu
atuendo
de maestro
de escuela, lleno de tizas
y
cachivaches.
Con amigos, el tercero de la izquierda, con la mano en el pecho
3.
Eran
tantos que arrugaban la
tela
haciéndola
colgarse, dándote el pobre
aspecto
de maestro rural, tal y
cómo
reza
en tu diploma que Juvenal y
yo,
jugando en la sala,
rompimos
de un pelotazo.
Y que ahora nos duele
tanto.
Porque
al agacharnos a juntar
contigo
los vidrios,
vimos que nos escondías por
primera
vez una lágrima. Quizá,
¡digo
yo ahora!,
porque conseguir ese
diploma
fue
el tremendo y gran
sacrificio
de tu vida
que hiciste junto con mamá
y
que ahora
tus dos hijos mayores
rompían.
Los cuatro hermanos varones lo cargamos al frente de la casa
4.
Dedico
este homenaje a tu
obstinación
y testarudez
para no abandonar tu pueblo
natal,
pese a que tus hijos,
primero, y
tu esposa
después de nosotros,
optamos
finalmente
por emigrar y abandonarte.
A tu
intransigencia
para no renunciar a tu
escuela
aduciendo
siempre que tenías niños
que
aún no
sabían leer. Que tenías
primer
o segundo
grado. O que ese año tenías
que sacar
promoción. “¡Solo
pretextos!”
decía
como regañaba y lamentaba
mamá
llenándosele de lágrimas
sus
ojos.
¡Mi pobre mamá que eligió a
los hijos
para quedarse y abandonó al
esposo
En la Casa del Maestro
5.
Padre:
lo dedico a tu silencio
simple
y resignado
cuando familiares y
paisanos,
en general,
te tildaban de tonto por
seguir
trabajando
gratis para el Estado,
porque
tu sueldo
íntegro podías percibirlo
bien
sentado.
en casa, en amena y
pacífica
jubilación. ¡Pero,
seguías afanoso y laborando
con denuedo!
A tu secreto para hacer
callar
a cualquier
niño que llorase
desconsolado.
¿Qué
hacías, en verdad? Al
violín
que tocabas
en la sala o bien en el
corredor
haciendo
que las gallinas abstraídas
dejen
de parpadear.
A tu hondo sentido del
deber
y del honor.
A tu puntualidad
anacrónica,
inútil,
y, para muchos, hasta de
mal
gusto.
Alumnado reunido en la Casa del Maestro
6.
Lo dedico
a tu santa paciencia para
curar
las heridas de tus alumnos,
sean llagas,
aftas, erisipelas o
verrugas.
Para
hacerles sonar y limpiarles
la nariz
con un pañuelo que tú mismo
lavabas.
Y a tu insistencia
candorosa
para que yo,
enterado que había
ingresado
a trabajar
en el Ministerio de
Educación,
consiguiera
cuadernos, lápices y útiles
para
el alumnado
de tu escuela. A esa
solicitud
que guardo,
porque la dirigiste a mi
nombre,
pidiéndome
un estandarte para el
desfile;
y en donde no
sé si el ingenuo eras tú o
era
yo por darle
un trámite inverso:
conseguir
cómo comprarlo
simulando que era donación
del Estado.
Alzamos el ataúd rumbo al cementerio
7.
Dedico
este homenaje a tus manos
sutiles
que sabían templar tarolas
como hacer
faroles o cometas
imbatibles
en el aire.
(¡Qué hábiles y fuertes
eran
las manos
de papá! Le escuché decir a
Guillermo).
Lo dedico a tu sentido acerca
del mundo y
la vida que te hizo
despertar
de tu letargo
ya en el Hospital de
Santiago
de Chuco,
para advertir: “Está
lloviendo”.
Y al divisar
a una mujer que atendía a
un
enfermo
la llamaras con el nombre
de
mamá:
“¡Elvira! ¡Elvira!” Y,
finalmente,
antes de
morir nos alentaras con
esta
fórmula
clave o consigna: “Es
hondo,
niños,
pero lo podemos cruzar “.
Comitiva pasando por la Plaza de Armas
8.
Dedico escribir
a lo que hiciste –y no
hiciste–
para que
después de sepultado y
cuando
apoyado
en la tapia despidiéndome
de ti,
una parvada
de chiquillos surgiera de
entre
los matorrales
y arremolinados sobre tu
tumba
la cubrieran
de flores silvestres,
deshaciendo
los terrones
para hacerlos suaves con
sus
manos
pequeñas. Y después
regarlas
con baldes
y botellas de agua que no
sé
cómo
habrían podido conseguirlas
llevarlas
hasta esa colina. ¿Por qué
un
milagro
así? De niños que no eran
tus
alumnos,
porque ellos marchaban ya
de
regreso
del panteón, en fila de a
tres y
con su estandarte
Discursos en el Obelisco
9.
A tu
fibra de maestro para
recurrir
siempre
a las fuentes, a la
consulta de
diccionarios y
enciclopedias, guías y
normas.
Actitud
que era digna de compasión.
Así: ¿quién
te enseñó que el sonido de
la
zeta escrita
debe pronunciarse fricativa
e
interdental?
Felizmente no exigías que
los
demás
lo hicieran. O que te
imitaran.
Pero
tú dale a pronunciar
corazón
con zeta.
Este corazón, ¡padre
amado!,
que hoy
se abraza a ti, emocionado
y
trémulo
con la certeza de que
hombres
ingenuos
y candorosos como tú salvan
el mundo
y redimen la historia ya
para
siempre,
hacia la eternidad en donde
tú
moras.
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SALUDOS AL MAESTRO
ResponderEliminarUn maestro ejemplar , lo conocí en Santiago de Chuco, con cualidades dignas de un profesor respetado por su trayectoria excelente, muy conocido en el magisterio y vecino de la misma calle donde viví, Dios lo tiene en su reino al padre de mis amigos con quienes comparto hasta ahora una amistad leal.
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