19 DE MAYO
DÍA
MUNDIAL DEL COMERCIO JUSTO
LA MONEDA
DE VEINTE
CENTAVOS
Danilo
Sánchez Lihón
Mi padre con sus alumnos
La
enorme cantidad de dinero
que cuesta el ser pobre.
César Vallejo
1. Verduras
frescas
– Dani, necesito
tomates, limones, zanahorias y cebollas para acompañar al guiso. –Le ruega mi
madre a mi papá.
– Corre hijo. Anda
compra. De una vez traes un kilo de cada producto: Tomates, limones, zanahorias
y cebollas.
Y me entrega un
billete de cinco soles, de los antiguos. Los limones cuestan a 40 centavos el
kilo. Los tomates a 80, las zanahorias a 60. Y las cebollas a 80. El total ha
de ser dos soles sesenta.
– Sabemos los
precios. Pero, de todos modos, antes de comprar siempre, hijo, se averigua: ¿Cuánto
cuesta el kilo de limón señor? O, ¿señora? Se pregunta. Y siempre con mucho respeto y cortesía. ¡Anda,
corriendo!
– ¿Y dónde
compro, mamá?
– Anda mejor hasta
abajo, a la tienda de don Santos Reyes. Ahí las verduras son frescas y de
buena calidad.
La tienda de don
Santos Reyes queda en la parte baja del pueblo, en el barrio de San José de
casonas antiguas, levantadas una o dos gradas para un lado de la calle y
hundidas una o dos gradas para el otro lado.
Vista panorámica de Santiago de Chuco
2. El sol
en los trigales
En cambio,
nosotros vivimos en la parte alta del pueblo, sobre la lava de un volcán en las
faldas del cerro Quillahirca, en Santiago de Chuco.
Para ir a la
tienda de don Santos Reyes hay que bajar cinco cuadras desde mi casa hasta la
Plaza de Armas, caminar esta por el costado de la iglesia y luego dos cuadras
más en dirección de la calle principal que lleva al cementerio.
La tienda es
fresca, olorosa a albahaca, a granos de las cosechas, a chungares, ajos pelados
y ruda de los campos fragantes. Tiene olor a choclos recién abiertos, y a
condimentos como el azafrán.
Mientras espero
siempre me atrae ver el balanceo de la báscula de la balanza cuando le echan o
le quitan una porción del producto que están pesando.
Cuando llega mi
turno saludo como me han enseñado y pregunto el precio de cada encargo que voy
a comprar. Y el mismo señor Santos Reyes me da el vuelto que guardo en mi
bolsillo.
Y ahora emprendo
feliz y contento rumbo a la casa por las calles desiertas, porque ya es hora
del almuerzo y todos ya están sentados a la mesa, y hasta están ya comiendo.
Yo avanzo,
agitando mi canasta, mirando en cada bocacalle el sol en los trigales de las
chacras de las colinas cercanas, y en los distintos tonos de verdes y azules
que se miran en lontananza.
Calle desierta
3. Una moneda
de más
Ya están todos
sentados a la mesa. ¡Qué felicidad participar todos juntos del almuerzo!
– ¡Qué ricas
verduras te han despachado, hijo! ¡Miren los tomates qué rojos, los limones
olorosos y grandes, las cebollas frescas! ¡Y miel las zanahorias!
– Y aquí está el vuelto.
– Pero, ¿cómo
fue la cuenta hijo? A ver, ¿cómo están los precios? Suma en la pizarra.
–Los precios
estaban idénticos, papá: los limones a 40 céntimos, el tomate a 80, las
zanahorias a 60, y las cebollas a 80.
– Suma todo
2.60. Y el vuelto es entonces 2.40. Pero aquí hay una moneda de más. ¿Has
tenido una moneda en el bolsillo, hijo?
– No papá.
Ninguna.
– Entonces, a
ver vuelve a recordar los precios: ¡Y borra y vuelve a hacer la operación en la
pizarra! ¿De vuelto cuánto sale?
– La suma de
todo lo que cuesta lo comprado es dos soles sesenta. Y el vuelto es 2.40.
4. Los platos
humeantes
– Y aquí hay dos
soles sesenta.
– ¿Qué ha
pasado?
– Hay veinte
céntimos de más, papá.
– Vamos a hacer
la operación de nuevo en la pizarra. Recuerda bien los precios. De repente
alguno ha subido.
– ¿Seguro que no
has tenido veinte centavos en el bolsillo?
– Seguro papá. No
he tenido nada.
– Entonces
levántate y anda a devolver esta moneda. Le explicas a la persona que te ha despachado
que se ha equivocado. Que hay una moneda de más
– Pero ya estoy
sirviendo el almuerzo. –Aduce mi mamá. Y viendo que todos ya estamos sentados en
nuestros respectivos asientos. Y ya delante de algunos platos humeantes del
rico caldo de cordero que ha ella ha ido alcanzando.
– Vamos a
detener el almuerzo. Todos vamos a esperar que vuelva.
– ¿No sería
bueno que vaya después? Ya los platos están servidos. –Aboga, tímidamente,
mamá.
5. Malvas
y mostazas
– No. Vas en
este momento. –Dice dirigiéndose a mí–. Y todos vamos a esperar sin comer hasta
que Fredy vuelva. –Dice dirigiéndose a todos
– Pero de
repente ha cerrado ya su puerta, papá.
– Entonces tocas
la puerta. O esperas allí hasta que abra. Pero no vamos a comer hasta que
devuelvas esa moneda. Tapen los platos servidos y vamos a esperar hasta que
regrese.
¿Suspender el
almuerzo que se lo ve apetitoso? Y yo, volver a desandar las calles, todas
desiertas con el sol alumbrando inclemente, es duro y cruel. Y solo por una
moneda de veinte centavos.
Encima de las
curahuas las clavelinas, malvas y mostazas mecen suavemente sus flores con la
brisa.
Con el sol de la
una de la tarde ya reverberan algunas puertas que se han ladeado, que están cerradas,
que nunca se abren porque sus dueños se han ido, y de donde cuelgan candados ya
enmohecidos y las jambas de uno y otro flanco ya decaen desvencijadas.
Puertas con la
franja negra de luto por algún pariente muerto y ya blanqueada la tela negra y deshilachada
por el tiempo.
Es la hora del almuerzo
6. Limones
dulces
Felizmente la
tienda aún está abierta, de lo contrario hubiera tenido que tocar, o esperar
hasta que abra. Para llegar otra vez hasta aquí he tenido que recorrer un
trayecto de ocho cuadras.
Felizmente también
está el mismo señor que me atendiera, quien es don Santos Reyes. Al verme
sonríe como si supiera la razón por la cual he vuelto:
– Mi papá me
manda devolver esta moneda que me ha dado demás en el vuelto. –Le digo.
Pero él me
explica que me había rebajado una peseta en las cebollas por estar pequeñas, y
no tan frescas. Pero yo le ruego que reciba la moneda, porque si no de repente
me hace regresar de nuevo mi papá, don Pascual Danilo.
Esta vez sí se
ríe de buena gana. Me dice que él mismo le ha de explicar a mi papá, cuando lo
vea. Me recibe la moneda pero me da dos inmensos limones dulces que hago llegar
a la casa con la explicación de cuál ha sido la peripecia y todo lo sucedido.
Aquella vez yo
estaba enojado, y hasta cierto punto dolido pensando que era exagerado lo que
había dispuesto mi padre. Comí en silencio. Y ya en la tarde, cuando me pasó el
agobio busqué alguna forma de manifestarle mi descontento. Y le dije:
7. Era
su ley
– Papá, pude
devolver la moneda después. Pero, ¿por qué suspender el almuerzo por algo tan
insignificante? Y fue su respuesta:
– Porque la
honradez es tan esencial que incluso debe dolernos alguna vez en el alma y en
el cuerpo el practicarla.
– ¿Sacrificando
a la familia?
– No hay familia
feliz si no es sobre la base de ser honrados. Si no eres una persona correcta
no solo sufrirás tú, sino que harás desgraciados a tus seres queridos. Y hemos
de ser conscientes que incluso a costa del hambre hemos de ser personas dignas
y honestas.
Esa era su ley y
la cumplió cabalmente. Jamás cogió nada ajeno. Vivió y murió en paz con su
conciencia y dignamente pobre. Y nos enseñó a no coger nunca algo que no fuera
nuestro. Para él no funcionaba aquello de “Me encontré esto”, en la calle o
donde fuera. Veía chispas. No porque alguien se olvidó algo ya es nuestro,
decía.
Predicaba que ni de una
aguja debemos apropiarnos si no nos pertenece legítimamente. Y que si algo
encontramos busquemos inmediatamente encargarlo donde pueda encontrarlo su
dueño. Y cuando se presentaba la ocasión repetía esta frase: Ser honrado vale
más que la más fabulosa de las riquezas.
Fotos 2, 3, 5 y 6
Jaime Sánchez Lihón
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