20 DE MAYO
HOY DÍA MI MADRE CUMPLE
103 AÑOS DE VIDA PLENA
LA CALLE
QUE
ABRIMOS
Danilo Sánchez Lihón
Elvira Lihón Paredes
Hoy día,
20 de mayo del año 2022, mi madre cumple 103 de vida; y de vida plena, vivida
con intensidad de amor a su esposo, a sus hijos, y a su familia; a su tierra,
al Perú y al mundo por donde viaja. Ha estado varias veces en Europa, pero el
viaje que más le conmueve es el que hizo con mi hermana Luz Elvira a Jerusalén.
Se
conserva bien; lee, cose, razona con ponderación y hasta hace poco se lo
encontraba chateando en el internet; no sé si lo seguirá haciendo. Alguna vez
le pregunté qué le hubiera gustado ser en la vida, además de mamá, y me dijo
que periodista. Y al preguntarle por qué me dijo: Para estar al centro de todo
lo que ocurre y sucede. Ese es su espíritu.
Cumple 103 años, sin tener que tomar ni una sola pastilla. Y como dije hace poco a toda
nuestra familia través del zoom, está fuerte y sana no porque haya tenido una
vida cómoda, ni fácil ni descansada, sino todo lo contrario: una vida de enorme
trabajo, trajín y fatiga, echándose en todo el mundo a los hombros, como cuento
en el siguiente relato.
Mamá Elvira
Cambiar el mundo
amigo Sancho, que no es locura
ni utopía, sino justicia.
Miguel de Cervantes
1. Con
nuestras manos
Recuerdo madre, cuando yo era niño, la vez que
hicimos un camino para que la gente pasara por una calle sin acequia de
drenaje, sin veredas.
Y que solía hacerse un lodazal desde una a la otra
pared y desde una a la otra esquina con las lluvias de febrero, marzo y abril.
De noche, tus hijos cargábamos piedras, buscándolas
entre las que habían esparcidas en las calles adyacentes.
Y te las íbamos pasando mientras tú, ya sin pañolón,
que habías tirado hacia un costado, te inclinabas hacia adelante entre las
sombras.
E ibas poniendo paso a paso las piedras grandes en sitios
en donde asentar los pies, que luego rellenábamos con piedras medianas y después
pequeñas, hasta hacer un sendero alineado, seco y parejo.
Celebrando sus ochenta años
2. Unidos
y confidentes
Ahí mismo trazabas las dos aceras, los bordes de las
acequias por donde corriera el agua para que nunca más se empozara,
deslizándose ahora obediente y apacible.
Llegando hasta la esquina y de ahí yendo calle abajo;
alcantarillado que también íbamos empedrando con nuestras manos ilusionadas
junto a las tuyas precisas y compasivas.
Al otro día veíamos con gusto cómo la gente humilde,
y también la otra ufana, soberbia e indiferente, lo usaban con holgura.
Pero igual, lo usan ya los niños, los ancianos, las
mujeres, los varones y, en general, todas las personas que transitan por estas
veredas.
Calzadas que desde entonces ya son tuyas y nuestras
por llevarlas incrustadas en nuestra alma, por haberlas hecho unidos y
confidentes, mamá.
3. ¿No estaré
soñando?
– ¡Qué raro! –Dicen los transeúntes que antes se
hundían sus zapatos en los charcos ineludibles, unos parándose al borde de la
acera reciente que tientan con los pies para saber si está firme y no son
sueños lo que ven
– ¡Ayer todo esto era un pantano! Y, sin embargo,
ahora está empedrado. Además, con una acequia continua por donde corre el agua
transparente.
– ¡Qué raro! ¿Quién hizo esto? ¿El Municipio? ¡No!
Hubiera tardado meses. Un mes en traer los materiales; otro mes se hubiera labrado
piedra tras piedra obstruyendo la calle. Otro mes hubieran revisado y cuestionado
los planos.
Y así pasa otro transeúnte. Y lo mismo, habla en voz
alta:
– ¿Dónde estoy? ¿No estaré soñando? ¿He pasado ayer
por aquí? ¡Claro que he pasado! O, mejor dicho: ayer no pude pasar, mojándome
hasta los tobillos. Y ahora no solo puedo, sino que me detengo a meditar. ¡Qué
raro! ¿Qué está ocurriendo aquí?
4. Hundidos
los pies
– ¿Qué? ¿En la noche alguien ha hecho esta obra? ¡!noche.
¿Y en la oscuridad? ¡Imposible! ¡Cómo va a ser! ¿Y en este frío que cala los
huesos? ¿O tengo fiebre y ya estoy desvariando?
Así dialogan consigo mismas la gente que vuelve a
pasar por este lugar. Y no son una o dos personas las sorprendidas sino muchas
las que pasan, miran y se detienen asombrados.
Ven la calle empedrada donde antes era un pantano y
hablan sorprendidos.
– ¿Quién lo hizo? –Y se restriegan los ojos. Y da
gana de decirles:
– ¡Mi mamá! Con su parvada de chiquillos que la
seguimos a todas partes entusiastas y convencidos de todo lo que ella hace y emprende.
Tú, mamá, siempre adelante. A veces oculta en la
oscuridad, como esta vez en que yo solo veo tus brazos desnudos en pleno frío,
estirando el cuerpo para dejar caer la piedra en pleno barro con el agua estancada
que salpica.
Al fondo la calle que abrimos
5. Abrir
caminos
Te veo con tu falda arremangada, hundida hasta las
pantorrillas dentro del limo helado, que solo tu alegría convertía en pedestal
o peaña.
Y donde tú eras el bronce y la estatua que se
esboza, erige y permanece ya para siempre imborrable en mi alma extasiada de
verte.
– ¿Y por qué no llamamos a papá para que nos ayude?
–Te decimos al verte sudorosa.
– ¡Él es fuerte! ¡Y con él acabaríamos más pronto!
– ¡No! –Dices, tajante–. ¡A él déjenlo leer! Para
eso hemos salido, para que no le hagamos bulla. Él tiene que prepararse para enseñar.
Recién ahora lo advierto: En el fondo, haciendo
estos caminos en la tierra, le estabas protegiendo para que él los haga en la
educación, en el magisterio, en el arte y en los sueños.
– ¡Alcancen más piedras! –Exclamas.
6. Seguros
y confiados
– ¡Ya no hay más, mamá!
– Entonces vamos a traerlas de esas calles de
arriba. Por ahí están tiradas. Y si están regadas en plena calle la pobre gente,
y hasta los animales, con ellas se tropiezan.
Y allá vamos contigo. Y bajamos cada uno con la más
grande en los hombros. Pero se han plegado a la faena varios otros muchachos
sin que los llamemos ni digamos nada, solo conmovidos por lo que nos ven hacer.
Al amanecer la calle ya es una vía transitable.
Caminos que nadie sabe cómo han surgido de la noche a la mañana. Pero que ahora
los siguen pasando, seguros y confiados.
Así, nos enseñaste a cómo conducir el agua de las
lluvias y tempestades, como a convertir lo dañado en una oportunidad de probar
nuestro entusiasmo, nuestra alegría y hasta nuestro valor.
7. Trazar
una senda
Así nos enseñaste a no ser resignados, fríos ni
indolentes. A corregir lo que está mal, a convertir lo duro en amable, lo
escaso en abundante. Y a convertirlo en motivo de alegría. Y a hacerlo todo con
nuestras propias manos.
A no quejarnos, a no echar la culpa a otros ni
afanarnos en pensar a quién correspondía hacerlo. Y algo que desde entonces
para mí es clave: nos diste el secreto para reconocer la energía oculta que hay
en nosotros los niños, que son la reserva moral felizmente de todos los pueblos
del mundo.
Y en ello radica uno de los secretos de la
grandiosidad que siempre tiene una madre, cuál es la inspiración que ella
recoge. Y el coraje que a ella lo inspira el contacto con sus hijos que para
ella siempre serán niños.
Pero más aún: a cómo hacer rutas y senderos posibles
en esta vida.
Y a servir, sin que se sepa quién había hecho el
bien de trazar una senda donde antes había una ciénaga y un fangal.
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Me encantó el final: "Trazar una senda", gracias por tan hermosas palabras que llenan el alma. Saludos de mi padre Róger Benites.
ResponderEliminarHermosa semblanza del ser que te dio la vida,Danilo, un ser con un corazon de oro! Bello relato.
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