miércoles, 20 de mayo de 2020

20 de mayo. Nace Ernesto Ráez. / Maestro de alma.


20 DE MAYO
NACE ERNESTO RÁEZ

MAESTRO
DE
ALMA

Danilo Sánchez Lihón


Ernesto Ráez Mendiola

1. Era
su joyita

Para Ernesto Ráez Mendiola aquellos lugares vetados del Rímac donde nació y se crio siendo niño, eran su nido y su cobija, adonde entraba y salía como si fuera su propia casa.
Los requisitoriados, los fugados de las cárceles y buscados por la justicia y la ley, lo cuidaban a él como si fuese su propio pupilo. Caminaba de su casa a la tienda de su padre, un trecho de ocho cuadras que todo Lima lo evitaba hasta en las pesadillas, recorriéndolo él de día y de noche.
La gente cuidaba a ese niño seguramente porque veían algo especial en él. Así lo hacen los arranchadores o los atacantes con navaja, sean meros palomillas o ya escaperos y malandrines de todo pelaje, inclinándose incluso a saludarlo a su paso, porque saben quién es y lo que lleva dentro.
Había nacido en el tuétano y en el corazón, si es que lo tenía o si es lícito decirlo así, de ese barrio vetusto. De allí era la joyita o, al contrario: su lunar en la cara, serio y aplicado.
Y aunque sea difícil creerlo, aquellos señalados por la ley lo respetaban por ser juicioso, aplicado y correcto. Y en vez de zaherirlo o burlarse de él o querer obligarlo a ser como ellos, lo admiran, lo cuidan y quieren.
Y hasta se sentían orgullosos de que él fuera tal y como era. Tanto que cuando apenas se le engrosó la voz era a él a quien pedían consejo y finalmente a él le pidieron la mano de sus varias hermanas.


Calle del distrito del Rímac

2. La mano
amiga

En esas van y estas otras vienen, un día conoció allí a Tatán, un señor que llegaba al barrio y que inmediatamente impresionaba a los niños por sus modales, su elegancia y porque los premiaba con golosinas y caramelos. Y tenía un aura que relumbraba más que el diamante que tenía incrustado en su dentadura.
Con aquel bandido y facineroso legendario, ¡ahora mito y estropajo!, estuvo Ernesto cogidos de la mano. ¿Pero, qué hay en todo ello como fondo y metáfora y que es la razón para que aquí yo lo refiera? ¿Cuál es el motivo para que aquí lo consigne y lo relate?
Ya todos estarán figurando el significado que esto tiene para la educación, la cultura y el destino de nuestro pueblo. Aun así lo reiteraré uniendo otro cabo suelto, cuál es que en la infancia de Ernesto había otra casa que era la de su abuelo en el barrio chino, a escasas cuadras de los fumaderos de opio.
Para ir a ella muchas veces ha tenido que cruzar con el espectro o el endriago del vicio en su camino. Tropezando con él a unos centímetros de su cara. Ahora bien, ¿cómo haber pasado encima de esas brazas y carbones ardientes, sin que lo chamusquen ni le quemen? Ahí está la proeza. ¡Es esa la cuestión de fondo!
Es decir: ¿qué le dieron sus mayores en cuanto a formación y naturaleza? “Porque si tú eres otro, el vicio ni te mira ni te toca ni te alcanza”, enfatiza. Todo depende del ser para el cual estás formado, ya que tú eres quien gobierna tus pasos, por más que el camino sea abrupto, lleno de atajos y de espinas.

Fumaderos de opio

3. Asombro
y estupor

Para eso también tenía la mano amiga y cordial de su padre de quien heredó el buen hablar, el liderazgo sin codazos. Y la inclinación inveterada por los espectáculos, principalmente el teatro, el fútbol y los toros.
Y Ernesto cuenta que, en el trayecto de su casa a la tienda de su padre, en el Mercado “El baratillo”, de Barrios Altos, pasaba por una escuela donde una maestra de blusa blanca, falda parroquial, trenzas de colegiala e índice amonestador, tenía un método muy peculiar de enseñar cantando; razón por la cual él se detenía siempre en la puerta y miraba hacia adentro.
La maestra leía unos cuentitos muy cortos y luego dejaba que los niños adivinen o traten de deducir las palabras que conformaban el texto escogido, que era muy simple y muy breve. Según ha referido Ernesto; ¡ése es un magnifico método de enseñar!
Porque el niño se ve inquietado a adivinar, a formular hipótesis de aprendizaje, como diría un constructivista pedagógico de los tiempos actuales. Porque Ernesto aprendió a leer solo de pararse en la puerta y contemplar lo que se enseñaba allí adentro.
Lo cierto es que el método dio resultados inmediatos, tanto que un día que llegó el periódico a la casa, Ernesto resultó leyendo ante el asombro y estupor de su padre y de toda su familia.

Colegio Nuestra Señora de Guadalupe, en Lima

4. Conciencia
plena

Pero he aquí que le sobrevienen dos desgracias tremendas en aquel tiempo y cuando apenas era un adolescente: muere su padre y diez meses después también muere su madre.
Para sostener el hogar, de 11 hermanos, tuvo que trabajar, y lo hizo de todo: de carbonero, de vendedor de kerosén, de verdulero, de repartidor de ron de quemar, de ropavejero. ¡En fin... de todo!
De aquellas épocas no tiene un maestro único, al cual le deba reverencia y pleitesía. Cree que de cada uno de sus profesores tomó un poquito de aquí y un poquito de allá.
Eso sí, terminada la Educación Secundaria él sabía que podía ingresar a donde quisiera, sea a medicina o a ingeniería.
Tenía conciencia plena que lo haría, pero su elección ya había sido tomada desde mucho antes: el teatro.
Postuló así e ingresó de inmediato a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Estudió en la Escuela Nacional de Arte Dramático de la cuatricentenaria universidad a fin de prepararse ¡para ser profesor de arte escénico!

Profesor en la Escuela Superior de Arte Dramático, ENSAD. 

5. Coro
de mendigos

Ha escrito:
"No soy historiador, pero tengo mejor memoria que muchos historiadores que llegan a mutilar los hechos. Tengo escritas algunas notas donde testimonio lo que he visto y oído en el mundo del teatro desde 1946.
Aquel año comencé a apreciar este arte maravilloso que me enseñaron a amar Ernesto Ráez, mi padre, y Amelia Mendiola, mi madre. Y mis profesores de primaria en el Centro Escolar 431 del Rímac.
Siempre recordaré, agradecido, mi paso por las aulas del Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe, donde tuve extraordinarios profesores y talentosos compañeros de estudios que hoy honran a la ciencia, al arte y la cultura del Perú y del Mundo".
En la actividad escénica, y ya como actor, ha hecho teatro desde los 14 años de edad con su maestro don Luis Álvarez, uno de los grandes actores del teatro peruano.
Fue él quien a esa edad lo llevó a la Asociación de Artistas Aficionados, AAA.
Así resultó entropado en el coro de mendigos que seguían a Jorge Montoro, quien interpretaba "el pobre" en el Gran Teatro del Mundo", Auto Sacramental de don Pedro Calderón de la Barca, dirigido por Ricardo Roca Rey.

Luis Álvarez, actuando

6. Hacerlo
aflorar

A este respecto, quiero referir un rasgo, a mi entender notable en la personalidad de Ernesto. Él, desde estudiante, ya tenía vocación de maestro.
¡Es interesante ver cómo estudiaba las materias en la escuela y en el colegio secundario, con un método estupendo! Ciertamente, no como la mayoría de nosotros, los simples mortales.
Ernesto repasaba un curso o una asignatura, pero del siguiente modo: reuniendo a dos, tres o más amigos o compañeros de aula ¡a fin de enseñarles!, y él mismo explicarles la materia, sea un asunto, un tema o una lección.
¡Es su manera de estudiar y aprender, pero enseñando!
Allí reconocía con asombro cómo se escuchaba decir cosas que recién las descubría, aspectos y detalles de ésta y la otra materia que él mismo se admiraba de decirlas. Y después ¡de saber que eran ciertas y que hasta ahora no sabe cómo es que las había intuido!
“Es que yo creo que uno se estimula haciendo de maestro”, reflexiona. Porque es enseñando como uno más se ilustra.
Aprendió así a sintonizar con su currículo oculto o escondido, del cual ahora hablan los psicólogos del aprendizaje quienes nos advierten que el recurso más eficaz e infalible para aprender es hacer aflorar esas potencialidades.

Ernesto Ráez disertando

7. Motivador
más que educador

Así él fue un alumno brillante, obtuvo la Medalla de Plata de su promoción, por demás extraordinaria por las personalidades que la conformaron.
Para poner un caso: un intelectual y científico muy conocido por todos nosotros, como es Carlos del Río, quien dirigió el Concytec de manera magnífica, era su compañero de asiento en el Colegio Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe.
Como hemos visto, su conocimiento se sustenta en la actitud de arrojarse a las aguas profundas de lo que es ser maestro. Y ésta es otra de sus virtudes trascendentes:
Enseñar a sacar elementos de lo profundo del ser, a dar lo que se tiene que dar, pero de manera afectiva, misteriosa y entusiasta. ¡A vaciarse de sí!
Respecto a esto, Ernesto me escribió una carta donde dice:
"Creo que siempre quise y he logrado ser un buen profesor; como profesión de fe o vocación vital. Reconozco que donde me siento y me he sentido más cómodo siempre ha sido enseñando.
Algo que nace muy dentro de mí me impulsa a ser maestro... motivador más que educador o formador. Posiblemente orientador y guía antes que entrenador o informante".
Maestro de alma, hombre señero, voz que orienta y conduce a su pueblo. ¡Feliz cumpleaños!




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