MUERE
EL PADRE DE CÉSAR VALLEJO
EN SANTIAGO DE CHUCO
ÉL LEJOS,
Y SIN
SABERLO
Danilo Sánchez Lihón
Techumbre de la casa de César Vallejo.
Al fondo el cementerio
Al fondo el cementerio
La cocina a oscuras,
la miseria de amor.
César Vallejo
1. Último
suspiro
La muerte de don Francisco de Paula Vallejo
Benites, el padre del poeta César Vallejo, ocurrida el 24 de mayo del año 1924,
es lo que en el pueblo de Santiago de Chuco llamamos una muerte grande, que se
deja sentir y sume a la comunidad en un sentimiento de pesar, de reverencia y
de aflicción enorme.
Ahí vemos entrando a la casa del jirón Colón del
barrio de Cajabamba, al sacerdote y párroco de la provincia don Rómulo Falcón,
quien durante estos días ha concurrido a la casa mañana y tarde para asistirle
espiritualmente. Y hoy, ya inconsciente y emitiendo solo leves quejidos, le ha
administrado el Sacramento de la Extremaunción, le ha impuesto los Santos
Óleos, el Crisma y le ha ayudado a bien morir.
Y luego, cuando ya salía, hemos escuchado un
grito agudo, lacerante y desgarrado de una de las hijas, seguido de un lamento
unánime, patético y estremecedor de todos los moradores de la casa, para luego
dar lugar al llanto desolado.
De los hijos y de algunos familiares comedidos
que han venido a acompañarlos durante estos días, corroborando que don
Francisco ha emitido el último suspiro. Unos salen, otros entran, otros corren
presurosos y asustados cumpliendo una y otra tarea y función.
2. Canceladas
algunas
fiestas
En estos momentos algunos asistentes gimen,
otros sollozan, las mujeres emiten un quejido agudo y desgarrado, prorrumpiendo
en gemidos y llanto incontenible mientras unos se abrazan y consuelan
mutuamente y otros permanecen estupefactos.
La casa se alborota y se expande la noticia por
calles, tiendas y establecimientos públicos; entra a las casas en donde todos
sopesan la gravedad del anuncio.
– ¡Ha muerto don Francisco de Paula, un notable
de nuestro pueblo!
Más tarde vemos entrando a los amigos vestidos ya
de terno oscuro y con el rostro solemne, quienes se inclinan en la puerta y
pasan compungidos. Otros permanecen afuera enjugándose las lágrimas en los ojos
con sus pañuelos blancos.
Mientras son atendidos por los hijos e hijas
quienes ya visten de luto riguroso y responden a los abrazos con actitud
desfallecida.
Es esta una muerte inmensa, la de un patriarca
que sume al pueblo en un duelo generalizado. Al conocerse la noticia se han
suspendido algunas reuniones y se han cancelado algunas fiestas.
Madre de César Vallejo
3. Recostados
a los muros
En la casa están todos los hijos que quedan
vivos, excepto César Abraham que como se sabe viajó a París hace once meses y
aún no ha retornado. Sin embargo, todos lo mencionan y tienen en cuenta.
Se ve de pie entre quienes atienden a las
familias que vienen a presentar su duelo a Víctor Clemente, a Néstor Pablo y a
Manuel Natividad, los más visibles de los hijos varones del difunto.
Todo es solemne en la casa y en la calle. Es la
muerte de un hombre influyente, querido y muy respetado. Jefe y tronco mayor de
un árbol gigantesco, que es el que ha caído derrumbado hoy en día.
Es el padre de familia doce hijos, cuatro de
ellos ya muertos y otros que a su vez ya tienen una prole numerosa.
En la noche es el velorio en que se reza y se sirve
café, pisco o licor de caña para quienes acompañan acurrucados en el patio, guarecidos
en la penumbra, o por los corredores casi a oscuras.
Y para quienes se enfilan recostados a los muros
desde la puerta hacia afuera, que es una larga hilera de personas se reparte
además coca y cal para chacchar.
Exterior de la casa de César Vallejo
4. El sol
y el viento
Las columnas se prolongan esquina abajo por las
dos veredas y da la vuelta enfrente del mercado intercambiando expresiones con
el aliento y chacchando la coca, la mayoría hierática y silenciosa.
Más tarde vienen los rezadores y se entona ese
canto fúnebre, desgarrado y estremecedor que es La Magnífica que estruja el
corazón de una manera aterradora.
De día los cavadores han venido temprano con sus
picos y sus palas. Se les sirve el yantar y parten a cumplir con trazar y abrir
la sepultura.
Hay repique de dobles en el campanario, morlanas
y toques de clamor y de difuntos. Y ya lucen encima de las dos puertas de la
casa que dan a la calle dos franjas negras de luto.
Eso simboliza duelo por uno o más años. Y esa
estela negra permanecerá allí todo el tiempo en que tarde en desteñirla y
arrancarla a pedazos el sol, la lluvia y el viento, significando que aquí no
habrá contento ni alegría en esa casa.
5. Sacan
sus sombreros
El día 26 de mayo cerca ya del mediodía sale el
ataúd cargado por los hijos de la casa donde se ha velado dos noches hondas y
lastimadas.
Hay llantos lastimeros y desmayos de las hijas.
Arrancan los trombones, clarinetes y tambores una marcha gemebunda que remueve
de su sito a los pilares, balaustres y magueyes, y las tejas. Y arquea para
siempre las paredes.
Y arrastrando sus pasos en el suelo avanza el
cortejo bajando por la calle con la presencia de una multitud dolorida y
acongojada en dirección al cementerio.
Los hijos, nietos, sobrinas, nueras y demás
familiares arrastran el duelo detrás de la caja mortuoria en cuyo enchapado se
refleja el sol de la tarde.
Ya transcurren por la Plaza de Armas en donde
quienes están allí se sacan sus sombreros en actitud de respeto.
Llevan las cintas del ataúd a los costados, don
Adolfo García, don Octavio Pereda, don Benigno Lihón Rojas y el notario
público, don Baldomero Jara.
6. Caravana
lastimera
Se ha encargado portar las cruces, llenas de
coronas con flores de crepé, de colores: lilas, blancas y negras, a varios
hombres.
Desde aquí se divisa encima de los muros, el
paisaje más fascinante, donde han florecido de malvas, cadillos y alfiles. Con
la flor gualda de la mostaza, el bermellón de la flor de la tuna y el blanco
impoluto del cardo santo que sobresale hacia el cielo azulino.
Desde aquí se mira que Santiago de Chuco es una
cuna mecida entre dos hondonadas. Es una hamaca que oscila entre dos cuencas y abismos.
Es también una tumba erigida en lo alto de la colina como el sonido de un
cuerno o un pífano. Y que camina de mundo en mundo, y de sueño en sueño.
Y la banda de músicos desgrana sus notas
quejumbrosas que pasan debajo de los altos eucaliptos que baten sus ramajes con
el viento de la tarde.
De lejos la comitiva que sube el sendero de la
colina del panteón es una caravana lastimera. Todos van inclinados, con los
hombros recogidos, quizá pensando también en su propia muerte.
7. Florecen
las mostazas
La última parada del cortejo antes de subir la
cuesta del cementerio es en la plazoleta del Obelisco donde concluye la calle
Grau y donde el sacerdote con sus acólitos vestidos con sus casullas negras con
encajes blancos deja descansar en tierra la asta de sus estandartes y se inicia
el último responso.
Son frases en latín, jaculatorias cantadas y
oraciones que se elevan de la gente arrodillada. Hacen sonar sus campanillas
los sacristanes, se elevan las plegarias y se rocía de agua bendita el
catafalco. Escucho que alguien comenta:
– No se ha podido avisar a su hijo el poeta que
vive en París, porque nadie tiene de él una dirección conocida.
Don Francisco de Paula Vallejo Benites ha sido
enterrado en el mismo lugar en que reposan los restos de su hijo Miguel, muerto
el 22 de agosto del año 1915. Y de su esposa doña María de los Santos Mendoza
Gurreonero, muerta el 8 de agosto del año 1918, en el panteón de la ciudad de
Santiago de Chuco.
Desde aquí hacia al frente y hacia lo hondo se
divisa el pueblo por cuyas techumbres se eleva el humo que sale de los fogones.
Y hacia ambos lados se abren las cuencas de los
ríos Huaychaca y Patarata. Es mayo y florecen por todos los campos las pachas
rosas, los sunchos, las clavelinas y las retamas.
César Vallejo
Fotos 4, 5, 6 y 7
Jaime Sánchez Lihón
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