jueves, 7 de mayo de 2020

7 de mayo. Nace Rabindranath Tagore. / La poesía, esa llama milenaria.


NACE RABINDRANATH TAGORE

Rabindranath Tagore nació el 7 de mayo
del año 1861 en Calcuta, la India. Fue poeta,
músico y novelista. Recibió el Premio Nobel
el año 1913. Entre sus obras más notables
se cuenta: Jana - Gana - Nana.

 LA POESÍA,
ESA LLAMA
MILENARIA

 Danilo Sánchez Lihón



Detalle de La primavera, de Botticelli


¡Oh noche que juntaste
amado con amada!
San Juan de la Cruz


1. La vida
incipiente

Desde la explosión del mundo, hace cinco mil millones de años, en que una gigantesca bola de cristal hecha de materia ígnea estalla y se expande en miles de fragmentos ardientes, pasaron otras decenas de millares de años hasta que esos elementos fueron formando estrellas y planetas lejanos.
Esa materia fue ordenándose luego en galaxias, a partir de lo cual, en la pequeña molécula sideral que es la Tierra, transcurrieron milenios para que fueran separándose poco a poco las aguas de las rocas y las materias sólidas, nacieran los mares estupefactos.
Volvieron a pasar nuevamente miles de centurias para que en alguna playa embrujada brotase un corpúsculo tembloroso. ¿Qué era? ¡La vida incipiente!, a partir de la cual se conformaron los vegetales y emergió algún día la primera rosa extasiada.
Tiempo después diversas criaturas deambulaban en esa calma ensimismada, no exenta de calamidades. Allí ocurrió que sucumbieron los dinosaurios, luego de la primera conflagración que se desatara, debido a una glaciación polar que asoló esa esfera planetaria.

Pisadas de hombre y de mujer

2. ¿Por
qué?

Pero hay el registro en una ladera de Laetoli, en Tanzania, en la lava de un volcán petrificada y sellada luego por el deslizamiento de otras capas terráqueas.
¿Qué es ello? Es la constatación del paso de una caravana asombrosa que huía de las candelas y del magma ardiente de esa cólera desatada por la naturaleza. En esa caravana iban adelante los leopardos, detrás leones y panteras, luego los osos y elefantes, y después los búfalos y bisontes.
Y finalmente, en este documento milenario sobre el suelo del planeta, hay unas pisadas leves, casi aladas de la primera pareja humana, con las plantas de sus pies nítidamente impresas, pero como elevándose del suelo.
Estos son los primeros indicios, marcas y señales humanas que se registran en esta tierra estremecida y pasmada. Es la más antigua evidencia del paso de un hombre. Y al lado suyo las huellas de una mujer. Cabe suponerlo ¡llena de encanto y embeleso!
Pero hay un detalle que asombra: las pisadas de los pies más pequeños son más hondas. ¿Por qué?



En esa caravana asombrosa

3. El suelo
de adentro

¿Son más intensos los pasos de la mujer quizá porque siguen a los pasos del varón? Es porque lleva a un hijo en las entrañas es la conclusión de los analistas del documento de Laetoli.
Es conmovedor que los rigurosos y atildados científicos hayan contemplado que esas pisadas son más hondas por el peso de la maternidad en gestación.
No deja de ser también poesía este apunte lacerado, porque el fruto del amor y la identificación entre uno y otro cuerpo o alma resulta ser por igual un enigma.
Pero yo creo que es el peso del misterio que toda mujer encarna lo que hace más hondas que las del varón sus pisadas, sea sobre la lava de un volcán o sobre el suelo común y corriente.
Que la mujer al tocar la tierra tiene otro peso en el cuerpo y en el espíritu que se suma al de su cuerpo y al de su alma subyugada. De allí que siempre la poesía se destina hacia una mujer. Y hasta es mujer ella misma, por eso se llama poesía.
Y la hacemos los varones como una búsqueda de las pisadas hondas de mujer en el suelo de afuera, pero más en el de adentro, a veces ausente, otras veces apenas perceptible y otras veces fantasmal.

Huellas, como apuntes lacerados en el suelo del planeta

4. Sublime
y sagrada

¡Eso sí! No éramos los primeros, sino los últimos de esa peregrinación sorprendente. Delante iban los poderosos seres terráqueos:
Las fieras animales, soberbias e irrecusables, que frente a su hambre el pobre hombre podía haber sido apenas un aperitivo casi despreciable.
Delante iban los reyes del universo de aquel tiempo. El hombre iba detrás, rezagado, intimidado, es posible que conmovido. Cabe imaginar que después de él ya no había nadie.
Hubieran estado las aves y los peces. Pero éstos últimos tenían su propio elemento y espacio dichoso. Y aquellas primeras eran más dotadas que el hombre puesto que volaban.
Pero yo creo que aquella pareja iba detrás no solo porque era más débil y menos aventajada que los demás animales. Sino que el motivo es nuestra naturaleza sublime y sagrada.
Esa pareja iba detrás no sólo porque el leopardo que encabezaba ese desfile la hubiera devorado al instante, sino que había otra razón inexorable: Demoraban su paso porque a ambos les fascinaba mirarse a los ojos y eso entorpecía su paso.

Los seres poderosos iban adelante

5. La otra
orilla

Pero, sobre todo, demoraban sus pasos porque encontraron, hombre y mujer, a la rosa extasiada del camino y enmudecieron ambos al contemplarla en el sendero.
Porque en ella sorprendieron lo que sentían el uno hacia el otro. Y porque ante ella se hicieron juntos una pregunta. Interrogante que hasta ahora los descendientes de esa pareja antediluviana nos hacemos sin respuesta que nos satisfaga.
¿Cuál es? Es esta: ¿Qué significa la rosa? ¿A qué corresponde tremendo misterio? ¿Qué somos ahora los dos reunidos y caminando juntos ante la amenaza o lo propicio del cosmos? Y esa es la pregunta esencial y el misterio de la poesía.
En esa mirada y en esa pregunta, hecha en el ese instante de la huida, sea en la agitación inevitable o en el descanso arrebolado a la vera del camino, ante el asombro de algo aparentemente inútil pero lleno de claves secretas, nace la poesía.
Ante el enigma de la rosa impoluta, que es la otra orilla de la explosión y el incendio, a despecho de la caravana de seres poderosos que presidían la marcha buscando refugio, allí precisamente se configura y estalla la poesía.

La rosa extasiada

6. Ave
y milagro

Nace la poesía que es una pregunta sin respuesta, riesgo supremo sin explicación posible. Que es probablemente sólo estupefacción, delirio y orfandad consumada.
Es quizá un flechazo de lo sagrado solo para esa pareja rezagada, no sé si asustadiza o valerosa, y que son nuestros primeros padres.
Pero eso sí sintiendo que una emoción profunda, que puede definirse como el amor, se alzaba de sus corazones igual o más que el volcán en erupción que explosionaba.
Y aquella es la parábola y el arco de emoción inagotable, luminosa y a la vez conturbada, que sustenta toda auténtica y temblorosa poesía.
Y nace con el amor el vuelo del espíritu. Ahí el Hombre deja su materia física y sensible. Ahí abandonamos nuestra condición terrena para ser lo que somos: vuelo, ave y milagro.
Alcanzamos a ser idea y trascendencia hacia otros universos y confines, quizá el mayor: aquel hueco interior de nuestro pasmo y silencio que hasta ahora no cesamos de llenar.

Ante esa mirada y esa pregunta

7. Lumbre
que protege

Ante esa mirada y ante esa pregunta –teniendo detrás el volcán en llamas y en el interior del alma enhiesta otra rosa atónita– es cómo nos acercamos piadosos y reverentes, trémulos y esperanzados al misterio de lo que es la poesía.
Y acontece y se suma al anterior otro milagro, cual es que en el transcurso de millones de años es admirable cómo cada día siguen abriéndose rosas y continúa el hombre buscando el sentido, lleno de una actitud nueva, a esa flor primigenia, tan íntima, personal e inagotable; mínima e inconmensurable.
Con lo que quiero decir que es una victoria cómo brota la poesía, que ahora es un torrente inagotable.
¡Cómo aflora, fluye y mana esa savia que deja ostensible e inerme nuestra naturaleza divina!
¡Cómo surge, crece y estalla esta llama, candela, fuego o materia ígnea que es condenación y salvaguarda frente al vacío! ¡Que no se cansa!, que nunca se apaga, que siempre está viva.
Y que sobresale, a veces por un resquicio que apenas se abre. Para luego irse haciendo cauterio y resplandor que ilumina. ¡O lumbre que protege y nos abriga! Y también, con frecuencia, en apenado olvido.


El poeta Rabindranath Tagore



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