viernes, 12 de junio de 2020

12 de junio. Día de la Literatura Infantil Amazónica. / La casa prometida.


12 DE JUNIO
DÍA DE LA LITERATURA INFANTIL
AMAZÓNICA

LA
CASA
PROMETIDA
LEYENDA
DE LA AMAZONÍA

Danilo Sánchez Lihón





1. El
Día

Nuestros antepasados padecieron mucho hasta aprender a techar sus casas, de tal modo que ellas resistieran la fuerza de la lluvia, del trueno y del relámpago, que aquí son tremendos e implacables.
Así, El Día vivía en una pequeña choza, hecha del largo de sus brazos abiertos y de la altura de su persona, que era de mediana estatura, cobija que la hizo cubierta con ramas de plátano y hojas redondas que crecen en las aguas tranquilas.
Pero azotaba la lluvia y la pequeña morada quedaba deshecha, y las ramas y las hojas destrozadas, flotando en las aguas que lentamente las llevaban río abajo, quedando anegado el lecho en donde El Día dormía.
Después de una noche en que el cielo parecía derramar enteras sus tinajas, El Día se levantó muy enojado por el daño que siempre hacía la lluvia. Dispuesto a tomar venganza cogió su arco y su flecha; y salió con pasos firmes al campo descubierto, a esperarla.



2. Y fue
a buscarla

– Estoy hastiado de la lluvia que anega mi lecho, por eso he decidido buscarla y abrirle la barriga ¡hasta dejarla muerta! –Dijo, hablando consigo mismo de lo perturbado cómo se sentía.
Inclinando la cabeza y estirando los brazos escuchó las pisadas de la lluvia que andaba dando vueltas por la colina más cercana. Y allá se encaminó presuroso y con sigilo, convencido de que tenía que matarla.
La esperó en un recodo por donde tenía que pasar la lluvia, el arco y la flecha de filo envenenado listos en sus robustos brazos. Y por si acaso lista también su lanza para abrirle la barriga, como El Día decía.
Y así estaba, observando y meditando cómo asestarle un golpe mortal, certero y de segura y definitiva muerte a la lluvia impertinente.
De pronto se presentó una persona de gran talante con una cabellera larga y flotante, que le caía sobre la frente, y también sobre la espalda.



3. Era
la lluvia

Vestía una falda que contenía todos los colores del arco iris.
– ¡Muchacho de ojos negros! –Le dijo, compadecido–. ¿Qué haces aquí de pie en el campo descubierto y mojándote sufrido e inclemente?
– Espero a La Lluvia para matarla. –Contestó lacónico y abrupto El Día, quien seguía enojado por no haber podido dormir, ni tener lecho seco para su descanso.
Pero susurrando se preguntaba: ¿Y quién es este cuñado a quien no lo he visto antes ni hasta ahora?
– ¡Ah! –Le contestó la persona gigante muy asustada–. Sigue esperando a La Lluvia que por allá viene.
Y apresuradamente se alejó avanzando a grandes saltos entre los árboles, llegando a los cerros y uniéndose un poco más lejos a los flecos de lluvia que caían y a los cuáles encaminó por otro rumbo y destino.
El Día al ver esto echó a correr tras él persiguiéndolo, pero pronto La Lluvia que ya era tempestad empezó a elevarse y perderse por el alto cielo.


4. En el aire
caliente

– ¡Ay, caramba! –Se lamentó El Día–. El cuñado con quien hablé era La Lluvia ¡y ahora se me ha escapado!
Desde esa ocasión ya no hubo nubes en el cielo. El aire zumbaba ardiente y la tierra empezó a endurecerse porque no llovía. Y fueron secándose los pequeños ríos, quebradas y lagunas. Por lo cual la gente al principio estaba contenta porque la pesca era abundante por la disminución de la corriente.
Pero pronto comenzaron a secarse los grandes ríos y las lagunas antes insondables mostraron su fondo pantanoso, cubierto de tallos y raíces humedecidas que pronto se secaron.
Entonces ya no había peces ni tampoco frutos en los campos. Ni nada qué comer ni probar. Hombres y mujeres trasladaron sus viviendas al fondo de lo que antes era el lecho de ríos y lagunas, a fin de tener siquiera un poco de agua para las ollas cada vez más resecas.
Ya no había ni aves ni peces porque todos se quedaban boqueando en el aire caliente sin agua para calmar su sed.


5. La boa
negra

La humanidad sufría horriblemente de hambre, de sed y de dolores a la piel, a las manos y a los pies.
Los huesos y hasta los dientes se partían por lo resecos que estaban. Al cabo de cierto tiempo toda el agua desapareció de la faz de la tierra.
Sólo en el Ucayali quedaba una poza en donde bordeaba cristalina el agua soberana. ¿Cómo es que se mantenía llena? ¡Nadie lo sabe ni pretende averiguarlo!
Pero la razón de tanta escasez todos sí la atribuyen ahora no solo a El Día que amenazó a La Lluvia, sino a los poderes de la espantosa habitante de la laguna; la temible Boa Negra.
Buscando algo para beber la gente se acerca hasta ese manantial, pero en el intento de sacar agua muchos mueren.
Porque el reptil al percatarse de que están aprovechando de lo que le pertenece, entonces sacude la cola con furia, haciendo rodar a los hombres al fondo del abismo en donde se atraganta de ellos.
Mil formas buscan los seres humanos para conseguir un poco de agua.

 

6. Tanto tiempo
sin hacer nada

Así, instruidos por el Mono Martín, unieron varias cañas al final de la cual ataron una cantimplora.
Así, con ella lograban sacar unos cuantos sorbos de agua que chupan desesperados en las cañas apenas mojadas en la poza.
Sin embargo, no era suficiente para vivir. Además, faltaban ya las fuerzas para sostener los carrizos desde la orilla.
El Día entonces le habló al Mono Martín de este modo:
– Irás a La Lluvia llevando un recado. Le dirás que me disculpe y que venga. Que queremos que llueva, pero que por favor trate de no mojar otra vez el lugar donde vivo.
Cogiéndose de las ramas de los árboles subió el Mono Martín hasta el cielo donde mora La Lluvia.
Y la encontró sentada en el suelo, rascándose la barriga y los dedos de los pies, legañosa, despabilada y aburrida de estar tanto tiempo sin hacer nada.



7. Y arrancó
a gemir el mono

– El Día me manda a decirte que lo disculpes, que no quiso ofenderte; pero que en todo caso lo perdones; que ya no sientas encono, pero que lluevas por favor, y que trates de no mojar el lugar donde vive ni el lecho donde reposa. –Le dijo el mono, cansado de viajar.
La Lluvia lo miró despreciativo, y le replicó con mal talante:
– ¡Ah! ¡Pide que debo darle gusto ahora! –Contesta. Y mirándole al mono le advierte–. Dile a El Día que él me amenazó, que tenía lista su flecha para abrirme la barriga. ¡Ahora que se arregle como pueda!
El Mono Martín lloró entonces en su delante. Y desde entonces nunca más se le han secado las lágrimas, ni de la nariz, ni de los ojos.
– ¡Abuelo! –Le implora–. Si no vienes, toda la gente de la selva se va a morir, puesto que ya no quedan muchos.
Y arrancó a gemir el mono Martín, con ahogos, hipos y babas.
– Cálmate, nieto. –Le dice la Lluvia que estuvo contemplándolo un rato.


8. Saltando
las ramas

– ¡Hip! ¡Hip! ¡Hip! –Lloraba el mono.
– ¡Cálmate nieto! –Le ruega, porque el mono ya se ahogaba en gemidos y en suspiros.
– ¡Cálmate!
Pero más chillaba el mono.
– Iré. ¡Iré! –Dijo por fin–. Dile que iré.
Con esto recién se fue calmando el otro.
– ¡Iré! Pero para eso dile a El Día que me amenazó, que tendrá que realizar una prueba.
– ¿Cuál?
– Dar muerte a la Boa Negra que mezquina el agua.
– ¡Eso es imposible!
– Sólo así bajaré. Además, dile que iré llevando toda mi gente para enseñarles a construir sus casas y a techar de una vez el lugar donde viven.

Fotos 5 y 6
Jaime Sánchez Lihón

Fotos 7 y 8
Ruben Lettieri



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