12 DE JUNIO
DÍA
DE LA LITERATURA INFANTIL
AMAZÓNICA
LA
CASA
PROMETIDA
LEYENDA
DE LA AMAZONÍA
Danilo
Sánchez Lihón
1. El
Día
Nuestros
antepasados padecieron mucho hasta aprender a techar sus casas, de tal modo que
ellas resistieran la fuerza de la lluvia, del trueno y del relámpago, que aquí
son tremendos e implacables.
Así, El Día
vivía en una pequeña choza, hecha del largo de sus brazos abiertos y de la
altura de su persona, que era de mediana estatura, cobija que la hizo cubierta
con ramas de plátano y hojas redondas que crecen en las aguas tranquilas.
Pero azotaba la
lluvia y la pequeña morada quedaba deshecha, y las ramas y las hojas
destrozadas, flotando en las aguas que lentamente las llevaban río abajo,
quedando anegado el lecho en donde El Día dormía.
Después de una
noche en que el cielo parecía derramar enteras sus tinajas, El Día se levantó
muy enojado por el daño que siempre hacía la lluvia. Dispuesto a tomar venganza
cogió su arco y su flecha; y salió con pasos firmes al campo descubierto, a
esperarla.
2. Y fue
a buscarla
– Estoy hastiado
de la lluvia que anega mi lecho, por eso he decidido buscarla y abrirle la
barriga ¡hasta dejarla muerta! –Dijo, hablando consigo mismo de lo perturbado
cómo se sentía.
Inclinando la
cabeza y estirando los brazos escuchó las pisadas de la lluvia que andaba dando
vueltas por la colina más cercana. Y allá se encaminó presuroso y con sigilo,
convencido de que tenía que matarla.
La esperó en un recodo
por donde tenía que pasar la lluvia, el arco y la flecha de filo envenenado listos
en sus robustos brazos. Y por si acaso lista también su lanza para abrirle la
barriga, como El Día decía.
Y así estaba,
observando y meditando cómo asestarle un golpe mortal, certero y de segura y
definitiva muerte a la lluvia impertinente.
De pronto se
presentó una persona de gran talante con una cabellera larga y flotante, que le
caía sobre la frente, y también sobre la espalda.
3. Era
la lluvia
Vestía una falda
que contenía todos los colores del arco iris.
– ¡Muchacho de
ojos negros! –Le dijo, compadecido–. ¿Qué haces aquí de pie en el campo
descubierto y mojándote sufrido e inclemente?
– Espero a La
Lluvia para matarla. –Contestó lacónico y abrupto El Día, quien seguía enojado
por no haber podido dormir, ni tener lecho seco para su descanso.
Pero susurrando
se preguntaba: ¿Y quién es este cuñado a quien no lo he visto antes ni hasta
ahora?
– ¡Ah! –Le contestó
la persona gigante muy asustada–. Sigue esperando a La Lluvia que por allá
viene.
Y
apresuradamente se alejó avanzando a grandes saltos entre los árboles, llegando
a los cerros y uniéndose un poco más lejos a los flecos de lluvia que caían y a
los cuáles encaminó por otro rumbo y destino.
El Día al ver
esto echó a correr tras él persiguiéndolo, pero pronto La Lluvia que ya era tempestad
empezó a elevarse y perderse por el alto cielo.
4. En el aire
caliente
– ¡Ay, caramba!
–Se lamentó El Día–. El cuñado con quien hablé era La Lluvia ¡y ahora se me ha
escapado!
Desde esa
ocasión ya no hubo nubes en el cielo. El aire zumbaba ardiente y la tierra
empezó a endurecerse porque no llovía. Y fueron secándose los pequeños ríos,
quebradas y lagunas. Por lo cual la gente al principio estaba contenta porque
la pesca era abundante por la disminución de la corriente.
Pero pronto
comenzaron a secarse los grandes ríos y las lagunas antes insondables mostraron
su fondo pantanoso, cubierto de tallos y raíces humedecidas que pronto se
secaron.
Entonces ya no
había peces ni tampoco frutos en los campos. Ni nada qué comer ni probar. Hombres
y mujeres trasladaron sus viviendas al fondo de lo que antes era el lecho de
ríos y lagunas, a fin de tener siquiera un poco de agua para las ollas cada vez
más resecas.
Ya no había ni
aves ni peces porque todos se quedaban boqueando en el aire caliente sin agua
para calmar su sed.
5. La boa
negra
La humanidad
sufría horriblemente de hambre, de sed y de dolores a la piel, a las manos y a
los pies.
Los huesos y
hasta los dientes se partían por lo resecos que estaban. Al cabo de cierto
tiempo toda el agua desapareció de la faz de la tierra.
Sólo en el
Ucayali quedaba una poza en donde bordeaba cristalina el agua soberana. ¿Cómo es
que se mantenía llena? ¡Nadie lo sabe ni pretende averiguarlo!
Pero la razón de
tanta escasez todos sí la atribuyen ahora no solo a El Día que amenazó a La
Lluvia, sino a los poderes de la espantosa habitante de la laguna; la temible
Boa Negra.
Buscando algo
para beber la gente se acerca hasta ese manantial, pero en el intento de sacar
agua muchos mueren.
Porque el reptil
al percatarse de que están aprovechando de lo que le pertenece, entonces sacude
la cola con furia, haciendo rodar a los hombres al fondo del abismo en donde se
atraganta de ellos.
Mil formas
buscan los seres humanos para conseguir un poco de agua.
6. Tanto tiempo
sin hacer nada
Así, instruidos
por el Mono Martín, unieron varias cañas al final de la cual ataron una
cantimplora.
Así, con ella
lograban sacar unos cuantos sorbos de agua que chupan desesperados en las cañas
apenas mojadas en la poza.
Sin embargo, no
era suficiente para vivir. Además, faltaban ya las fuerzas para sostener los
carrizos desde la orilla.
El Día entonces
le habló al Mono Martín de este modo:
– Irás a La
Lluvia llevando un recado. Le dirás que me disculpe y que venga. Que queremos
que llueva, pero que por favor trate de no mojar otra vez el lugar donde vivo.
Cogiéndose de
las ramas de los árboles subió el Mono Martín hasta el cielo donde mora La
Lluvia.
Y la encontró sentada
en el suelo, rascándose la barriga y los dedos de los pies, legañosa,
despabilada y aburrida de estar tanto tiempo sin hacer nada.
7. Y arrancó
a gemir el mono
– El Día me
manda a decirte que lo disculpes, que no quiso ofenderte; pero que en todo caso
lo perdones; que ya no sientas encono, pero que lluevas por favor, y que trates
de no mojar el lugar donde vive ni el lecho donde reposa. –Le dijo el mono,
cansado de viajar.
La Lluvia lo
miró despreciativo, y le replicó con mal talante:
– ¡Ah! ¡Pide que
debo darle gusto ahora! –Contesta. Y mirándole al mono le advierte–. Dile a El
Día que él me amenazó, que tenía lista su flecha para abrirme la barriga.
¡Ahora que se arregle como pueda!
El Mono Martín
lloró entonces en su delante. Y desde entonces nunca más se le han secado las
lágrimas, ni de la nariz, ni de los ojos.
– ¡Abuelo! –Le implora–.
Si no vienes, toda la gente de la selva se va a morir, puesto que ya no quedan
muchos.
Y arrancó a
gemir el mono Martín, con ahogos, hipos y babas.
– Cálmate,
nieto. –Le dice la Lluvia que estuvo contemplándolo un rato.
8. Saltando
las ramas
– ¡Hip! ¡Hip!
¡Hip! –Lloraba el mono.
– ¡Cálmate
nieto! –Le ruega, porque el mono ya se ahogaba en gemidos y en suspiros.
– ¡Cálmate!
Pero más
chillaba el mono.
– Iré. ¡Iré!
–Dijo por fin–. Dile que iré.
Con esto recién
se fue calmando el otro.
– ¡Iré! Pero
para eso dile a El Día que me amenazó, que tendrá que realizar una prueba.
– ¿Cuál?
– Dar muerte a
la Boa Negra que mezquina el agua.
– ¡Eso es
imposible!
– Sólo así
bajaré. Además, dile que iré llevando toda mi gente para enseñarles a construir
sus casas y a techar de una vez el lugar donde viven.
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