6 DE JUNIO
ESTAMPAS DE TIERRA ADENTRO
PARVAS
Y ESPIGAS
DE JUNIO
Danilo Sánchez Lihón
Porque en aquel alero
regábamos ilusos una flor
cuyo nombre nos entristecía,
cuál era: “No me olvides”.
1. Llano
o ladera
En el mes de junio, en mi
comarca se barren, al lado de cada terreno de cultivo, las parvas alistándolas
a recibir el grano de trigo, de arveja y lenteja.
Y se entretejen haces
de rastrojos nuevos y se arman las chozas que se alzan a su vera y en su
contorno, durmiendo ahí la familia, o los niños, que van a la cosecha.
Que es como dormir a
campo traviesa, pero bajo techo. Cuidando que en la noche no lleguen hasta ese
lugar los animales que destrozarían las gavillas recién cortadas y traídas
desde los campos, sea que queden en el llano, en ladera o en terreno empinado.
Donde después de la
siega han quedado con sus tallos erigidos hacia el cielo, pero desolados en la
tierra donde quisieran volar, pero adonde les sujetan todavía las raíces.
2. ¿No
saben?
Mustios de ya no tener
en su copa las espigas ni las vainas con sus frutos repletos.
Esto digo, dándome
cuenta que mis alumnos me observan sin entenderme, mirándome con desconcierto,
habiéndome dejado que yo me explaye a mis anchas, pero sin ellos entender
nada.
– ¿Algo pasa? –Les pregunto.
– Sí, profesor. ¿Qué es
una parva?
– ¿No saben lo que es
una parva?
– No, profesor.
– Y, ¿han visto frutos
de trigo, de cebada o de avena en sus espigas?
– Tampoco, profesor.
3. Rumor
del bosque
Entonces me siento en
mi pupitre desolado como los rastrojos después de haber sido segados sus
frutos, arrepentido también de mi larga perorata.
– Pero, díganos ¿qué es
una parva, profesor, porque en verdad sí nos interesa saber?
Ante esta nueva indagación
nuevamente me quedo asombrado y estupefacto. En verdad, sumergido en la
evocación.
Mientras esbozo mi
respuesta se entrecruzan por mi mente todos los paisajes y, sobre todo, las
fragancias.
Como también el aleteo de
las aves que rondan las sementeras; y del viento y hasta del rumor del bosque
acompañado de los trinos de todos los pájaros.
4. Campos
sembrados
Y me sonrío levemente
pensando que recién en este punto descubro la razón para que se armen las
chozas en los contornos de las parvas.
Y cuál es sentir las
fragancias de los tallos recién cortados y la exhalación de la vida vegetal
que al ser cosechada emiten sus mayores perfumes.
Y demoro en contestar,
mientras vuelven a pasar por mi recuerdo y por el revés de mis ojos, las
nubes, las colinas y los campos sembrados.
Como las flores de los
prados y las cercas colmadas de tunas y magueyes con sus ramas como cabezas de
violines en donde se posan los jilgueros.
5. El reino
de los olores
– Las parvas –digo
lentamente absorbiendo el aire colmado de aromas y sabores–, son explanadas
que se hacen en lo más saliente de una colina y en lo más empinado de un
predio, en donde sople el viento.
Hasta ellas se cargan los atados de espigas
que luego de la trilla se las ventea para separar la hojuela que cubre el
fruto tierno, sea el trigo, la cebada, la arveja, la lenteja o el frejol.
En la parva sobre todo
inunda el reino de los olores de las gavillas recién cortadas, de los tallos y
las plantas inmoladas y de la fragancia de los alcanfores que el viento
arrebata.
También son lugares de
amplia visión y encantado descanso, para mirar hacia lo alto y hacia lo
profundo de la hondonada.
6. Original
Y radiante
Cerca de la parva se
alza la choza para en ella servir la comida y librar del sol al hijo tierno.
Y la cual por la noche
se convierte en atalaya.
¡Yo, felizmente, he
velado en ellas sin poder dormir por la luz de las estrellas!
Al evocarlas se agolpan
en mi alma las vivencias de mi infancia.
Y el asombro que
produce el cielo tachonado, hasta el punto de no haber sitio dónde clavar una
aguja que no estuviera cubierto de luceros.
Donde uno siente estar
en el centro del estallido de la creación, que se da en un silencio cósmico, y
en donde solo la tierra canta.
Mientras todo reposa
para nacer de nuevo hacia un día propicio, original y radiante.
7. Colinas
Y bajíos
Siempre hay en ellas,
en las parvas, los ojos cristalinos de una niña que a través de ti mira la
lejanía.
En cuyo gesto tierno y
compasivo hay la cuna de un niño dormido que quizá sea muy pronto el día en
que se despierte.
Niña con labios rojos
de sangre. Pura como una azucena y fresca como una fruta aún en el árbol.
O, más bien, como un
hondo manantial, luz y neblina de las altas montañas.
Con una falda y una blusa que se extienden desde lo
alto del cielo hasta la profundidad del río que a la luz de la luna se lo ve
como una hilacha de plata.
Una niña a partir de
quien se siembran las flores del campo, y se extienden las colinas y bajíos en
lontananza.
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