9 DE JUNIO
EL “PRESBÍTERO
MAESTRO”
SE
TORNA MUSEO
CEMENTERIO
DE MI COMARCA
Muro y capilla del cementerio de mi comarca
Cavarán
los perros,
aullando,
un adiós.
César Vallejo
1. Repiques
fantasmales
El cementerio de mi añorada comarca, que es Santiago
de Chuco, es un altozano que ocupa la parte más alta de mi pueblo, adonde se
puede ir a pie. Porque hay cerca y lejanos otras partes altas pero empinadas,
como el cerro Quillahirca, y hacia allí la gente no suele caminar ni ir de
paseo.
El camino al panteón, como también lo llamamos allí, en
los años de mi infancia que es cuando más lo recuerdo, era de una belleza
solemne a partir de El Obelisco, cercado por una reja que antes estuvo en torno
a la pileta de la Plaza de Armas. Es un monumento dedicado a los gestores de la
fundación de mi provincia en el año 1900, como fueron Manuel Natividad Porturas
y Tomás Ganoza y Cavero, y que felizmente permanece allí hasta ahora.
Aunque antes el cementerio, lo sabemos por referencias,
estuvo situado en “La huairona”, que denominábamos así a la zona divisoria que
estaba ubicada entre la iglesia y el Campo Santo, que era un lugar silvestre al
frente del altar mayor de la iglesia y detrás del antiguo Municipio, en pleno
centro del pueblo, que era donde antes se enterraban a los muertos.
Pero se cuenta que debido a una epidemia se determinó su
actual ubicación en la colina más alta del lado sud-oeste del pueblo, y sobre
el temible Cerro Campana que solo sabe tocar por las noches sus repiques
fantasmales.
2. De ramajes
abiertos
Desde esa atalaya puede distinguirse nítidamente las
hondonadas de las dos cuencas que rodean a mi aldea nativa. Ellas son: la
cuenca del río Patarata, hacia un lado y, al otro, la cuenca del río Huaychaca;
abriéndose y divisándose desde ahí todo el panorama del pueblo, de sus bajíos y
hondonadas como de sus cerros y cumbres lejanas.
Por lo que felizmente los muertos se entierran ahí con
los ojos cerrados, porque si los tuvieran abiertos sería un dolor insoportable
y un inmenso sufrimiento estar enterrados y no poder mirar la belleza
insondable de esta parte del universo.
Y eso porque al dolor de morir se agregaría otro más inmenso,
cuál es el mirar desde allí la belleza del paisaje hacia todos los flancos.
Pero antes, incluso, el hacer ese camino prodigioso
para ser enterrado en la colina desde donde se ve humear todas las cocinas del
pueblo y se siente ahí, o uno se imagina, el aroma de todos los platos y
potajes que se preparan y se sirve en cada mesa.
3.
El alma
de
los vivos
Antes, cuando yo era niño, había a la vera de aquel
ancho camino filas de árboles de eucaliptos que se elevaban gemebundos detrás
de un cerco de pencas también de enorme tamaño.
Eran árboles centenarios, muy altos y de ramajes
abiertos en su copa. Como brazos que imploran al cielo, con las cortezas a
medio colgar en sus esbeltos troncos.
Y que lloraban, mañana, tarde y noche, compadecidos
del dolor de la gente, haciendo crujir sus maderas, y conduciéndonos por un
callejón que predisponía al recogimiento.
Los responsos cantados por el cura Manuel Rebaza,
vestido de capulla y llevando los monaguillos los estandartes, se hacían en El
Obelisco, agregando así más dolor en el alma del muerto, si es que algo siente.
Pero en el alma de los vivos sí es ineludible sentir
esa aflicción, porque recibimos la advertencia que al igual que el difunto que
estamos enterrando, a nosotros nos tocará en cualquier momento morir y ser de
la misma partida.
4. Filas
de piedra
Más arriba estaban “Las pozas”, que ahora ya no están,
y que era una especie de explanada donde se empozaba el agua cristalina sobre
un fondo de color marrón suave.
Con bordes amarillentos y nacarados que se extienden
en un leve oleaje por acción del viento que en aquel lugar sopla todavía,
haciendo que la superficie del agua se rice y se aduerma en la orilla que es de
arenisca blanca.
A partir de allí, hasta la entrada del Campo Santo, la
cuesta es un poco empinada y ya sin árboles, por donde los sones desgarradores
de la banda de músicos que acompañan a un féretro llegan y se extienden por
todas las techumbres de la comarca y de los campos aledaños.
La puerta es una reja de fierro con dos columnas de
adobe a los costados que rematan en un techo pequeño que semeja la forma de dos
torres. Las paredes del contorno siempre fueron bajas y son muros de tapia que
dejan ver sus filas de piedras, y hacia adentro las cruces.
5.
Cielo
y
tierra
En algunos sitios se han hecho portillos por el trajín
de quienes quieren entrar sin querer pasar por la puerta; que casi siempre son
los niños. O que son, algunas veces, personas mayores, cuando la puerta la
encuentran cerrada, y que cuando así ocurre la amarran con una cadena y de ella
penden no uno sino varios candados.
Un arco une por la parte superior las dos columnas de
adobes que se alzan a los costados de la puerta; teniendo al centro de aquel
remate una insignia en sobre relieve; y culminando hacia arriba se eleva una
corona de fierro hacia el firmamento que parecería querer significar la unión
aquí de cielo y tierra.
Después de cada columna amplían el frontis dos paredes
que parecen ser de adobe semejando en su ángulo remate superior a un perfil de
una casa con sus techos a dos aguas. A continuación de las paredes se ubican
dos grandes capillas, una a cada lado de la puerta de entrada. Las capillas
parecen pequeños templos, con sus torrecillas, una a cada lado.
Una de esas capillas pertenece, según dicen las
palabras en la parte superior y encima de su portada, a la familia Benites
Vargas. Y la otra, en palabras ya borrosas, perteneciente a la familia
Santa María Cueva.
6.
Fecunda
y
florece
Siempre me tentó tocar y palpar su cerradura y los
candados fríos colgados de sus armellas. Y siempre me sumergí imaginando en qué
sitio de la casa de sus dueños reposaban las llaves que abrían las puertas de
estos sepulcros, y cuál sería el ruido de sus goznes al abrirlos cada vez que
llegaba un nuevo catafalco.
Una inscripción al ingreso del camposanto quedó
imborrable en nuestros espíritus, puesta en la parte superior, de una de las
capillas, escrita en letras inclinadas de las cuales solo se había pintado las
sombras y no las letras mismas, en color negro, y que decía lacónicamente:
“Muerte;
sueño eterno, dolor profundo”.
El cementerio de mi comarca tiene la belleza de lo
transparente y la hermosura de lo que es luminoso, pese a que allí reposa la
muerte. Donde crecen las retamas, las clavelinas y las malvas, y por entre los
nichos y las tumbas sobresalen las mostazas.
El cementerio de mi comarca es una atalaya florecida
de retamas, donde todo fecunda y florece. Donde todo es tan hermoso que en él
no hay nada triste en su superficie.
El pueblo de Santiago de Chuco. Vista desde el cementerio
7.
Amatistas
y
rojos
Salvo cuando llega un entierro y se mira el rostro
enlutado de los deudos que evidencia que han llorado las dos largas noches y
los dos largos días que duran los velorios en mi comarca.
Triste es más bien extrañar aquí abajo ya habiéndonos
regresado del cementerio, triste es extrañar al ser querido que se ha dejado y
allí reposa, imaginando que en las noches bajo la lluvia y los relámpagos que
se desatan su cuerpo se entumece de frío.
Tanta belleza da dolor ciertamente, que sin duda se
acrecienta mirando hacia todo lado los campos sembrados y verdecidos, y al
frente los techos rojos y las paredes blancas de las casas.
Por donde sale el humo de las cocinas, y en lontananza
los bosques y las lejanías azulinas por donde se asientan otros pueblos y por
donde se elevan los cielos ora apacibles, ora desgarrados de azules, naranjas, amatistas
y rojos.
Los textos anteriores pueden ser
reproducidos, publicados y difundidos
citando autor y fuente
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Ediciones Capulí: capulivallejoysutierra@gmail.com
*****
DIRECCIÓN EN FACEBOOK
HACER CLIC AQUÍ:
*****
Teléfonos:
393-5196 / 99773-9575
Si no desea seguir recibiendo estos envíos
le rogamos, por favor, hacérnoslo saber.
No hay comentarios:
Publicar un comentario