1 DE JULIO
MES DEL APÓSTOL SANTIAGO
ÉL SIEMPRE
PASA POR ESTOS
CAMINOS
Son dos viejos caminos
blancos,
curvos.
César Vallejo
1. Camino
a “El Naranjo”
– ¡Oh, Dios mío! ¡Sálvanos!
Imploró mi madre al cielo. Yo, que iba a
sus espaldas, me eché a llorar cuando las aguas nos rodearon y estrellaron
contra las peñas bruñidas y lisas.
Mi padre había saltado del caballo en el
cual iba ya en medio del río, tratando de sostener a la burra y al saco de
trigo que la corriente había ladeado haciendo que el animal cayera.
Felizmente, en ese primer momento el
caballo que montábamos nos sacó a un lado. Mi madre apeándose se desembarazó
del manto que me sostenía a su espalda, dejándome en la orilla.
Y empezó a entrar para ayudar a mi padre,
pero las piernas se le doblaban con la avalancha, mientras él pudo gritarla:
– ¡No entres! ¡Elvira! ¡Por Dios, no
entres!
Trataba mi padre de levantar el costal a
fin de que el animal pudiera pararse, cuando una violenta cargada de agua lo
arrojó, desapareciendo en el torbellino.
Mi madre dio un grito y avanzó decidida por
el turbión, cuando escuchamos una voz desde lo alto del cerro, por el camino
arcilloso por el cual habíamos venido:
– ¡Elvira! ¡Espera! ¡Bajo a ayudarlos!
Ríos que en invierno se vuelven caudalosos
2. Y lo ayudó
a salir hasta
la orilla
Volvió a aparecer la cabeza de mi padre en
un recodo braceando y luchando para sostenerse a flote. El río, espeso y
marrón, empezaba a confundirse con las sombras de la noche.
La voz volvió a repetirse ya cerca, a
nuestras espaldas:
– ¡Pascual! ¡Resiste un momento!
Ahora lo podíamos ver. Era mi tío Manuel en
su caballo blanco, con su sombrero alón y su poncho casi amarillo.
Luego, a pleno galope, el caballo penetraba
en el río y se abría paso por el torrente salpicando las aguas arremolinadas
con sus robustos pechos.
Pronto estuvo al lado de mi padre.
Se bajó de la bestia en medio de las aguas,
lo buscó ya debajo del torrente y levantándolo lo sacó primero a la superficie
del agua y después lo ayudó a salir hasta la orilla.
En seguida volvió por la burra, la enderezó
colocando el costal sobre su lomo y la arreó hasta sacarla de la corriente.
Camino al molino
3. Hizo un
gesto
de cariño
La noche caía azulada y con lentitud.
Casi a oscuras nuevamente se abrió paso
entre las aguas, viniendo por nosotros. Bien agarrado a él, en las ancas de su
caballo blanco, me pasó primero a mí y luego a mi madre.
Así mi tío salvó de morir a mis padres y
salvó la burra y el saco de trigo que llevábamos para hacer harina en el molino
de piedra de “El Naranjo” en el temple de mi pueblo, en Santiago de Chuco.
Y se despidió diciéndonos:
– Cuando regresen el río ya habrá bajado.
– ¡Gracias tiíto Manuel, gracias! ¡Nos has
salvado de morir! –Le dijeron.
Él hizo un gesto de cariño y desapareció
envuelto por la noche.
Yendo despacio por el camino de piedras y
en medio de un bosque de eucaliptos, llegamos al molino, una casita de tejas
viejas al pie de una cascada de agua blanca que golpeaba los cimientos de roca
y musgo.
Danilo y Elvira
4. Será bueno
que se abriguen
Afuera de la casa pacían tranquilos
pollinos y caballos.
Cuando ingresamos al interior todo era
tibio y estaba alumbrado tenuemente por un candil.
– ¡Buenas noches! –Dijo mi padre.
– ¡Buenas noches! –Respondieron unas voces
desde la penumbra.
Y dirigiéndose al molinero mi padre le
habló:
– Aquí le traigo una carguita para que la
muela.
– ¡Cómo no don Pascual! Mañana a estas
horas de seguro ya lo estaremos moliendo. Mientras tanto será bueno que se
abriguen y duerman. Por aquí háganse una camita.
La habitación era de medio tamaño, ni
pequeña ni amplia. El techo más bien bajo, estaba cruzado por troncos añosos de
nogal.
Molinos al fondo de estas cañadas y entre boscajes
5. Sus ojos
se pusieron
tiernos
Había personas dormidas por los rincones,
cubiertas con sus ponchos y rebozos. Sólo una mujer y su hijo, despiertos a esa
hora, llenaban su harina desde una batea de madera pulida y redonda, colocada
en torno a dos inmensas piedras que al girar trituraban el grano que caía desde
una tolva como un chorrito de oro.
Afuera el río atronaba con sus cascadas y
remolinos. Ateridos de frío, a tientas nos hicimos en un rincón un lugar para
dormir, despertando sin querer a varias personas que esperaban su turno para
iniciar su molienda.
– ¡Elvira! ¡Pascual! –dijo una voz de mujer
desde las sombras. – ¿También han bajado a moler?
– ¡También! –Respondió mi madre sin pensar,
pero aguzando la vista exclamó:
– ¡Cómo estás Graciela, primita, qué
sorpresa! –Y allí los ojos de mi madre se le pusieron tiernos y contentos de
encontrar a alguien con quién acompañarse.
6. La señal
de la cruz
Era mi tía Graciela, hija de mi tío Manuel
Sánchez, quien vivía cerca de “El Naranjo”, el mismo que nos había salvado la
vida.
– Acomódense por aquí. ¡Qué tarde han
venido! ¿Han pasado ya por la casa?
– No. ¡Casi nos ahoga el río! –Le contó mi
madre–. La burra se resbaló y se ladeó la carga.
– ¡Tu papacito nos ha salvado! –le
agradeció.
Mi tía Graciela guardó silencio por un
instante, pero enseguida dijo con sorpresa en la voz:
– ¿Mi papá? No puede ser. Él está en
Trujillo. Hace una semana viajó. Nos ha avisado que vendrá todavía de aquí a quince
días. Seguro que para la fiesta va a llegar.
Mi madre clavó la mirada en la llama del
candil que daba la sensación de apagarse. Sentí que un estremecimiento hizo
temblar a mi padre al cual estaba yo recostado. Mi madre hizo la señal de la
cruz moviendo sus labios.
– ¡Era él! –Fue lo único que dijo mi padre.
Santiago Apóstol, peregrino y caminante
7. Él siempre
pasa
por estos
caminos
Un silencio solemne nos embargó a todos. La
humedad de mi ropa empezaba a serme pesada.
– Con perdón don Pascual, –intervino el
molinero–, ¿cómo era y cómo estaba vestido el señor que los salvó?
– Tenía barba en punta como mi tío Manuel y
su poncho era amarillo, su sombrero alón y su caballo era completamente blanco,
de un blanco lustroso.
– ¡Ah! ¡Es el Patrón Santiago! ¡Es el
taitito bendito! –Concluyó, completamente seguro de lo que decía.
– Se apeó en medio de la corriente,
–hablaba como hechizado mi padre–, y... es cierto... ¡el agua ni lo doblaba!
– ¡Ya se va a su fiesta en el pueblo! –Dijo
el molinero haciéndose una cruz.
– ¡Dónde sea nos protege nuestro viejito! –Dijo
mi madre llorando.
– ¡Ya está cerca su fiesta, por eso está
viniendo! –Dijo restregándose sus mejillas mi tía.
Y levantando sus ojos al cielo el molinero
agradeció:
– ¡Él siempre pasa por estos caminos!
El Apóstol ingresando a la plaza entre danzarines
Todas las fotos:
Jaime Sánchez Lihón
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