15 DE JULIO
SE INICIA LA FIESTA PATRONAL
YA ESTÁ AQUÍ
NUESTRO
APÓSTOL
Danilo Sánchez Lihón
Entre inciensos,
cirios
y cantares.
César Vallejo
El Inter del Apóstol camino a la casa donde será velado
1. ¡Ya viene
el Apóstol!
A partir de hoy, 15 de julio, se inicia en
mi pueblo las novenas con el izamiento de la bandera de la fiesta del Patrón
Santiago el Mayor, El santo tutelar de la provincia de Santiago de Chuco.
Esta mañana hasta el corredor de la casa ha
llegado el estruendo del primer cohete que revienta en dirección de la plaza, y
cuyo estallido lo trae el viento sobre los techos apacibles y los muros
florecidos, dejando una nube blanquecina sobre el cielo azulino; y una emoción
de honda felicidad embarga nuestras almas.
Y es que está saliendo de la iglesia la
procesión el “inter” del Apóstol, que es traído al domicilio del novenante
donde se lo vela en un altar levantado en plena calle; y que simula un barco, o
un campanario, o una torre alucinada.
O si no el altar imita un barco, un avión, o
una nave espacial iluminada, que se lo contempla desde lejos como una ilusión
que exorciza las sombras aciagas de la noche. Pero ahora es todavía de día.
– ¡Ya viene el Apóstol! –Se desespera, llevando
y trayendo algo, nuestra mamá:
– ¡Todavía falta llenar del arco la canasta
de flores! –Se apura en decir mi tía Miguelina.
2. Sus leves
espinas
La reventazón de los cohetes se sucede
ahora uno tras otros, indicando que la misa en la iglesia ha terminado y ya
sale a la plaza la comitiva que trae al taitito Santiago, a velarlo en el altar
levantado al frente de la casa del novenante en la parte alta del pueblo.
Ya llegan más nítidos los sones rasgados de
la banda de músicos, con clamores que traspasan las paredes y se cargan de
todos los aromas, sabores y melancolías.
Retazos de vibraciones de trombones,
trompetas y clarinetes que se empapan de la fragancia de las malvas, clavelinas
y mostazas que crecen en alguna grieta de los muros o en alguna ranura donde se
ha apretado algún terrón insólito de arcilla entre teja y teja de las
techumbres.
Se contagian los sones de las tubas y
saxofones, de los retintos y los tambores, del misterio de los cactus que los
dueños siembran encima de las paredes por el gusto arisco, pero al final dulce,
de que tunas, chumbos y arrayanes entresaquen sus leves espinas.
3. Nos
mira
Los sones desgarrados de la banda de
músicos se colman del aroma de los alcanfores que sobresalen de una y otra
huerta ensimismada.
Y nos estremecemos de la devoción a lo
sagrado en nuestras vidas y que aletee sobre nuestras casas viejas y empobrecidas,
pero al final arrobadas, lo divino con la fiesta que así ha llegado.
Porque nuestra alma aquí nació ungida y
asombrada por alguna flecha mortal de lo sagrado que nos atraviesa, y que es
honda hasta lo imperceptible, con que se alivian nuestros pesares y se alientan
nuestras alegrías ilusiones en esta existencia asombrada.
– ¡Ayuden que ya viene el Apóstol! –Implora
mi madre.
Sobre la mesa se extienden los papeles de
cometa y de crepé, de colores azules, lilas, amarillos, verdes, rojos. Y el frasco iluso, contemplativo y pasmado de
la goma arábiga que nos mira y clama igual que mamá:
– ¡Apúrense!
Las bandas de músicos pasan bajo los arcos
4. ¿Qué
hago?
Hacia un flanco, recostado a la pared, el
arco recién hecho de frescos carrizos que aún rezuman su savia, amarrados con
sunchos y que aún huele en su tersura al manantial donde creciera y que ahora
aparece forrado de papeles iridiscentes.
Todos nos ponemos apurados a pegar las
últimas guirnaldas, coronas y cadenetas, mientras mi madre termina de forrar la
canasta que se llenará de pétalos multicolores y que colgará al centro y en lo
alto del arco para derramarse cuando el Apóstol pase.
Por eso, la canasta estará unida a una pita
que jalaremos cuando pase la comitiva con el “inter”, que es portado en una
base plana entre los brazos del novenante.
– ¿En qué ayudo, tiita? –Dice entrando
Amelia, mi prima rozagante.
– ¡Gracias hijita! ¡Une esos adornos y anda
pegándolos a los costados del arco donde los carrizos aún están descubiertos!
5. En una
subida
empinada
Rosita y Sofía aparecen con las flores
recién cortadas, entre las cuales hay alhelíes, claveles y azucenas.
– Tienen que dejarlas en pétalos sueltos,
para que no vaya a golpear la cara del taitito.
– Y tú, hijo, anda cavando los huecos en la
calle donde hundir los parantes.
– Ya mama.
– Hazlos hondos, para que el arco no se
caiga cuando lo rocen las personas.
Pronto el viento nos trae sobre los tejados
la melodía ya pareja de la banda de músicos, prueba de que la procesión está a
la vuelta de la esquina.
La novena del Patrón para este día es en la
casa del señor Mariños, tres cuadras más arriba de la nuestra.
Queda en una subida, tan empinada que allí
casi siempre se resbalan y caen las cargas de los pollinos cuando suben o
bajan.
Pasan cantando y bailando las kiyayas
6. Con un hato
de avellanas
Cuando salgo con el pico y la barreta, la
calle es un bosque ya enfilado de arcos que cada familia ha plantado delante de
sus casas esperando el paso del Apóstol.
Los cohetes revientan ya más cerca y los
compases de la banda de músicos cada vez colman más y más con sus acordes
nuestros corazones.
Sacamos entre todos el arco y aparece mi
padre, subiendo por la calle. Él nos ayuda a ponerlo de pie apisonando la
tierra a los costados.
Luego, lo primero que vemos aparecer en la
esquina es a un señor alto y con terno, a quien todos llaman, el “Cuto Andrés”,
siempre rodeado de niños y con un hato de avellanas que coge entre sus brazos
como a un ramo de flores.
Le dicen “Cuto”, porque le faltan varios
dedos, por los cohetes que han explosionado entre sus manos.
Con la otra mano sorbe un cigarro que tiene
entre los labios, del cual saca bocanadas de humo encendiendo en su punta un
rubí intermitente que fulgura en la vastedad de la calle.
El Apóstol entre pétalos de flores
7. Luego
de un
resplandor
Entrecierra los ojos.
Coge con los dedos el canuto donde se
aprisiona la pólvora del cohete, como si cogiera un pajarillo. Pega otra vez
una chupada al cigarro y lo aproxima a la mecha de la avellana.
Con el cohete aún entre los dedos y el
chorro de chispas que echa hacia abajo, y hacia atrás, el Cuto apunta al cielo.
La parvada de chiquillos corre hacia los
costados, tapándose los oídos.
Un sonido que raspa el aire se eleva raudo
hacia el cielo, haciendo salir asustadas a una que otra avecilla que han tejido
sus nidos entre la cercha de los tejados.
Luego el resplandor de un estruendo estalla
en el firmamento.
Es una explosión leve por lo alta que se
pierde entre los cerros.
Una nubecita blanca se pinta allá arriba en
él añil del cielo y no sé qué ilusión se abre también en nuestros corazones.
8. El dolor
y la esperanza
Así empieza hoy día la fiesta que durará
hasta el primero de agosto, día de la segunda procesión del Santo Patrono, que
concluirá con la subida a su altar en la parte céntrica de su iglesia, donde
pasará todo el año observando con gesto benevolente y compasivo el devenir de
su pueblo.
Mientras, otra vez los cohetes disparejos
revientan en el cielo con un estruendo que el eco de los cerros reproduce,
trayendo la fragancia de las parvas de trigo que se esparcen por todos los
contornos.
Sonido que nos convoca, nos llena de
regocijo y, a la vez, nos colma de honda tristeza; cuando dejan una estela
blanca como una motita de algodón que pronto se esfuma en el añil del cielo.
¡Ya es la fiesta! Que se hace con ingenua
unción por todo lo que la vida tiene de amable y aciago; como de gracia a veces
ni siquiera reconocida.
Como de dolores que nuestra alma lleva
atravesados como dardos espinosos de las pencas con que nos reciben todos los
caminos. Pero si todo es así, la fiesta es la flor del maguey que sobresale con
el mensaje que todo, todo nos une; y que al dolor se sobrepone la esperanza de
que también estamos hechos.
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