16 DE JULIO
DÍA DEL PRESO
VALLEJO
EN
LA CÁRCEL
1. La tercera
hora
He aquí el
relato que hace Antenor Orrego de César Vallejo, A quien lo visita al siguiente
día de haber sido capturado y encontrarse preso en la cárcel de la ciudad de
Trujillo, el 7 de noviembre del año 1920. Refiere:
Habíanle
recluido, separado de los otros presos, en una habitación semi oscura y
astrosa. Un vaho pestilente y húmedo se desprendía de los muros y del piso. Me
sacudió un vuelco angustiado, como si me hincaran el corazón con un hierro.
Dolíame verle en condición tan desdichada y miserable. No pude contener las
lágrimas.
Al vituperio y
al sarcasmo verbal que antes suscitaron la originalidad y belleza de sus
versos, ahora se unía, bajo el pretexto de una inculpación vulgar, no probada,
el hecho físico del cautiverio, la opresión material y densa que se abatía
sobre su cuerpo como cogido entre garras inexorables.
¿Había
comenzado para el forjador incansable y prodigioso de tantas y bellas
canciones, la agonía angustiosa de la tercera hora?...
Dentro del drama y descalabro que significa el que un ser querido, como
lo es un amigo entrañable, se encuentre envuelto en una situación como esta,
resaltamos estas palabras como lo opuesto a la penuria, a la miseria y
mezquindad. Y resaltará siempre esta voz de la hermandad sincera, leal y
consecuente como se probó en la dureza de los días siguientes; y que relumbran
y que elevan la condición de los seres y las situaciones que con frecuencia nos
atenazan.
Antenor Orrego
2. Roto
el corazón
Y prosigue en
su testimonio Antenor Orrego:
El prisionero
estaba abrumado por la desdicha, sentíase infamado y cubierto de ignominia.
Sabía que en la calle tenía enemigos frenéticos que harían todo cuanto les
fuera posible para perderlo.
En la
desolación de su rostro pálido y afilado en sus rasgos más característicos, se
adivinaba la intensidad de su desesperación. Reverberaba en todo su semblante
un tenue resplandor que difuminaba un tanto sus facciones como si mirase su
efigie a contraluz…
Sus ojos
estaban impregnados de una insondable tristeza. Transido de congoja, casi roto
el corazón de pena, salí a la calle. Desde el día siguiente todos los amigos
del Poeta nos pusimos a trabajar para librarlo de la prisión.
Ahora bien, una cosa es la referencia o alusión y otra cosa es la
realidad ordinaria, desoladora, precaria y con frecuencia atroz. Un plano es lo
literario de este capítulo judicial de Vallejo con ribetes hasta apasionados, y
otra dimensión es el tedio, la morriña y el sentir pasar las horas amargas,
vergonzosas y sin esperanzas ni salvación posible que se vive cuando se está
preso.
César Vallejo
3. El rumor
de afuera
Porque he
sentido la sombra de César Vallejo en la misma celda donde él estuvo 112 días
preso, cuando en el 13 Encuentro Internacional Capulí, Vallejo y su Tierra del
año 2012, realizado de forma itinerante en Lima, Trujillo y Santiago de Chuco,
fuimos guiados por el Dr. César Alva Lescano y el escritor liberteño Blasco
Bazán Vera a conocer la antigua cárcel de Trujillo y especialmente la celda en
donde estuvo recluido César Vallejo
Funcionaba
aledaña a ella, y por donde tuvimos que entrar el día que lo visitamos, un
anexo del Colegio Nacional San Juan, en la segunda cuadra del Jr. Pizarro, más
exactamente en el predio que figuraba con el número 241 de esa calle. Venciendo
cercos de alambres de púas y oxidadas rejas pasamos a un lugar sórdido, húmedo
y oscuro, de pasillos y galerías de ladrillos desnudos y lacerantes, de garfios
retorcidos y de aldabas despiadadas, con gruesos barrotes en estrechas ventanas
e implacables claraboyas hacia el vacío o la nada.
Ambiente mísero,
cruel e inhumano; ruin, desastroso y repulsivo; mala entraña, atroz y
desesperante en la tarde muriente. Ambiente tétrico, infestado, pavoroso; con
algo sutil que se percibe desde esa celda, y que aún peor desgarra el alma, cuál
es el rumor de afuera de la calle por donde pasan los autos; detrás o al fondo
de estos muros insufribles, el rumor de los destinos de afuera sueltos,
ingenuos, abiertos.
4. En
esta celda
Me tocó
ingresar a la celda en donde César Vallejo estuvo encerrado 112 días con sus
noches. Y me vi con toda mi humanidad a solas y a cuestas en esa celda.
Distinguí grabado en la pared un grito de auxilio como un aullido en el abismo.
Que allí seguramente todavía está y que dice: “Ampárame Virgen de la Puerta”.
¿Quién lo escribió? ¿Qué mano clamó desesperado este ruego? Y se me agolpó mi
infancia.
Cuando presidía
el retrato lloroso de la Virgen de la Puerta el dormitorio de mis padres en
Santiago de Chuco por la devoción infinita que le depara mi madre, junto a la
fe en el Apóstol Santiago, Patrón de mi pueblo, de quien también fue devoto
César Vallejo.
Y se me
desgarró el alma, más aún por otro detalle que debió ser doloroso como un cuchillo
que tasajeara una herida, o tal vez como un estigma para César Vallejo, cual es
que lo único que se divisa de allí hacia el infinito y, estirándonos un poco
hacia lo alto, y a través de un retazo que hay allí de ventana es la torrecilla
del remate de la cúpula de la iglesia de Santo Domingo que se erige a media
cuadra de distancia de esa cárcel, en plena esquina junto a la Parroquia de San
Pedro Mártir.
Escribió César
Vallejo en esta celda, que hoy me oprime, el poema XVIII de Trilce, que dice:
María de los Santos Mendoza, madre de César Vallejo
5. Entre mi dónde
y mi cuándo
Oh las cuatro paredes de la celda.
Ah las cuatro paredes albicantes
que sin remedio
dan al mismo número.
Criadero de nervios, mala brecha,
por sus cuatro rincones cómo arranca
las diarias
aherrojadas extremidades.
Amorosa llavera de innumerables llaves,
si estuvieras aquí, si vieras hasta
qué hora son cuatro estas paredes.
Contra ellas seríamos contigo, los dos,
más dos que nunca. Y ni lloraras,
di,
libertadora!
Ah las paredes de la celda.
De ellas me duele entretanto, más
las dos largas que tienen esta noche
algo de madres que ya muertas
llevan por bromurados declives,
a un niño de la
mano cada una.
Y sólo yo me voy quedando,
con la diestra, que hace por ambas manos,
en alto, en busca de terciario brazo
que ha de pupilar, entre mi dónde y mi cuándo,
esta mayoría
inválida de hombre.
En donde en esos ladrillos reconoce a su madre que no sabemos si feliz
o lamentablemente ya no vivía, quien había muerto dos años antes. Porque no sé
qué hubiera sido peor para él, que viviera o ya no estuviera, como sucedía en
ese momento.
Ingreso al cementerio de Santiago de Chuco
6. El pueblo
sencillo
César Vallejo estuvo recluido aquí sin
esperanzas, pues no se le acusa de faltas ligeras, que tienen una solución a la
vuelta de la esquina, sino que el atestado en el cual se lo envuelve es de
crímenes gravísimos, involucrado en los cuales se pasan años de años
encarcelados. ¿De qué se le acusa? Ah, ¡de hechos terribles, que bastaría una
sola de estas imputaciones para sumir en la angustia, la desesperación y la
desgracia al ánimo más recio, cualquiera sea el tipo de mortales como seamos
nosotros.
Se le acusa de homicidio, incendio, saqueo y
asonada. Son todos estos delitos nefandos, gravísimos y aterradores, todos
ellos extremos, pero quizá el más grave sea aquel que su enunciado ahora no nos
dice mucho, cual es asonada, que debe traducirse como terrorismo, subversión,
atentado contra el estado o los bienes públicos. Y ello es por haberse
destruido, en los sucesos desatados el 1 de agosto de 1920, las oficinas de
correos y telégrafos, situada en la planta baja o primer piso de la
municipalidad Provincial de Santiago de Chuco.
Son estos los crímenes que el juez ad hoc,
Elías Iturri, encargado de investigar los sucesos ocurridos el 1 de agosto del
año 1920 en Santiago de Chuco, imputa a César Vallejo quien era su compañero de
aula en la Universidad Nacional de Trujillo, denunciándolo penalmente.
El corredor de abajo, en la casa de César Vallejo
7. Arde
Santiago
Por eso, también como en la vida de Cristo, en
César Vallejo también hubo un Judas que formaba parte de su misma casa, con
quien compartían las mismas horas de estudio y se cobijaban bajo el mismo
techo. ¿Por qué esta acritud, deslealtad y falta de juicio histórico? Porque no
había una enemistad ni animadversión manifiesta en el aula. ¿Entonces?
Elías Iturri lo hace por ser dócil al poder, a
una directiva que le dan, por obedecer a consigna venida desde arriba. Porque
Iturri fue un Juez ad hoc, hecho que constituye una aberración jurídica, dado
que en Santiago de Chuco operaba un juez oficial quien hace un informe y
levantamiento de cargos que no involucran para nada a César Vallejo. Pero el
poder local quería que se involucre a los enemigos políticos de Carlos Santa
María quien fue el denunciante. Sin embargo, César Vallejo no mencionó nunca a
Iturri, porque él sí tenía conciencia histórica y no quiso que este personaje
mendaz pase a la posteridad desde su boca. Ese es tal vez el máximo castigo que
él le inflige, y con justa razón, de su parte.
Ahora bien, y para concluir, César Vallejo
sufrió cárcel no por delitos de corrupción, ni por faltas en contra de la
moral, ni por un vicio censurable, ni por algo que fuese propio de una conducta
confusa o dolo ni equívoca, sino por todo lo contrario: por lucidez de
conciencia social; por ponerse cívicamente al lado de su pueblo, a fin de defenderlo
de la insania y del atropello de una gendarmería sublevada y de la impunidad
del caciquismo local en los sucesos del 1 de agosto del año 1920, en los que
literalmente ardió Santiago de Chuco.
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