jueves, 16 de julio de 2020

16 de julio. Día del Preso. / Vallejo en la cárcel.


16 DE JULIO
DÍA DEL PRESO

VALLEJO
EN
LA CÁRCEL

 Danilo Sánchez Lihón


César Vallejo

1. La tercera
hora

He aquí el relato que hace Antenor Orrego de César Vallejo, A quien lo visita al siguiente día de haber sido capturado y encontrarse preso en la cárcel de la ciudad de Trujillo, el 7 de noviembre del año 1920. Refiere:
Habíanle recluido, separado de los otros presos, en una habitación semi oscura y astrosa. Un vaho pestilente y húmedo se desprendía de los muros y del piso. Me sacudió un vuelco angustiado, como si me hincaran el corazón con un hierro. Dolíame verle en condición tan desdichada y miserable. No pude contener las lágrimas.
Al vituperio y al sarcasmo verbal que antes suscitaron la originalidad y belleza de sus versos, ahora se unía, bajo el pretexto de una inculpación vulgar, no probada, el hecho físico del cautiverio, la opresión material y densa que se abatía sobre su cuerpo como cogido entre garras inexorables.
¿Había comenzado para el forjador incansable y prodigioso de tantas y bellas canciones, la agonía angustiosa de la tercera hora?...
Dentro del drama y descalabro que significa el que un ser querido, como lo es un amigo entrañable, se encuentre envuelto en una situación como esta, resaltamos estas palabras como lo opuesto a la penuria, a la miseria y mezquindad. Y resaltará siempre esta voz de la hermandad sincera, leal y consecuente como se probó en la dureza de los días siguientes; y que relumbran y que elevan la condición de los seres y las situaciones que con frecuencia nos atenazan.

Antenor Orrego

2. Roto
el corazón

Y prosigue en su testimonio Antenor Orrego:
El prisionero estaba abrumado por la desdicha, sentíase infamado y cubierto de ignominia. Sabía que en la calle tenía enemigos frenéticos que harían todo cuanto les fuera posible para perderlo.
En la desolación de su rostro pálido y afilado en sus rasgos más característicos, se adivinaba la intensidad de su desesperación. Reverberaba en todo su semblante un tenue resplandor que difuminaba un tanto sus facciones como si mirase su efigie a contraluz…
Sus ojos estaban impregnados de una insondable tristeza. Transido de congoja, casi roto el corazón de pena, salí a la calle. Desde el día siguiente todos los amigos del Poeta nos pusimos a trabajar para librarlo de la prisión.
Ahora bien, una cosa es la referencia o alusión y otra cosa es la realidad ordinaria, desoladora, precaria y con frecuencia atroz. Un plano es lo literario de este capítulo judicial de Vallejo con ribetes hasta apasionados, y otra dimensión es el tedio, la morriña y el sentir pasar las horas amargas, vergonzosas y sin esperanzas ni salvación posible que se vive cuando se está preso.

César Vallejo


3. El rumor
de afuera

Porque he sentido la sombra de César Vallejo en la misma celda donde él estuvo 112 días preso, cuando en el 13 Encuentro Internacional Capulí, Vallejo y su Tierra del año 2012, realizado de forma itinerante en Lima, Trujillo y Santiago de Chuco, fuimos guiados por el Dr. César Alva Lescano y el escritor liberteño Blasco Bazán Vera a conocer la antigua cárcel de Trujillo y especialmente la celda en donde estuvo recluido César Vallejo
Funcionaba aledaña a ella, y por donde tuvimos que entrar el día que lo visitamos, un anexo del Colegio Nacional San Juan, en la segunda cuadra del Jr. Pizarro, más exactamente en el predio que figuraba con el número 241 de esa calle. Venciendo cercos de alambres de púas y oxidadas rejas pasamos a un lugar sórdido, húmedo y oscuro, de pasillos y galerías de ladrillos desnudos y lacerantes, de garfios retorcidos y de aldabas despiadadas, con gruesos barrotes en estrechas ventanas e implacables claraboyas hacia el vacío o la nada.
Ambiente mísero, cruel e inhumano; ruin, desastroso y repulsivo; mala entraña, atroz y desesperante en la tarde muriente. Ambiente tétrico, infestado, pavoroso; con algo sutil que se percibe desde esa celda, y que aún peor desgarra el alma, cuál es el rumor de afuera de la calle por donde pasan los autos; detrás o al fondo de estos muros insufribles, el rumor de los destinos de afuera sueltos, ingenuos, abiertos.

Rejas de la cárcel de Trujillo. Foto de Hermes Torres

4. En
esta celda

Me tocó ingresar a la celda en donde César Vallejo estuvo encerrado 112 días con sus noches. Y me vi con toda mi humanidad a solas y a cuestas en esa celda. Distinguí grabado en la pared un grito de auxilio como un aullido en el abismo. Que allí seguramente todavía está y que dice: “Ampárame Virgen de la Puerta”. ¿Quién lo escribió? ¿Qué mano clamó desesperado este ruego? Y se me agolpó mi infancia.
Cuando presidía el retrato lloroso de la Virgen de la Puerta el dormitorio de mis padres en Santiago de Chuco por la devoción infinita que le depara mi madre, junto a la fe en el Apóstol Santiago, Patrón de mi pueblo, de quien también fue devoto César Vallejo.
Y se me desgarró el alma, más aún por otro detalle que debió ser doloroso como un cuchillo que tasajeara una herida, o tal vez como un estigma para César Vallejo, cual es que lo único que se divisa de allí hacia el infinito y, estirándonos un poco hacia lo alto, y a través de un retazo que hay allí de ventana es la torrecilla del remate de la cúpula de la iglesia de Santo Domingo que se erige a media cuadra de distancia de esa cárcel, en plena esquina junto a la Parroquia de San Pedro Mártir.
Escribió César Vallejo en esta celda, que hoy me oprime, el poema XVIII de Trilce, que dice:

María de los Santos Mendoza, madre de César Vallejo


5. Entre mi dónde
y mi cuándo

Oh las cuatro paredes de la celda.
Ah las cuatro paredes albicantes
que sin remedio dan al mismo número.
Criadero de nervios, mala brecha,
por sus cuatro rincones cómo arranca
las diarias aherrojadas extremidades.
Amorosa llavera de innumerables llaves,
si estuvieras aquí, si vieras hasta
qué hora son cuatro estas paredes.
Contra ellas seríamos contigo, los dos,
más dos que nunca. Y ni lloraras,
di, libertadora!
Ah las paredes de la celda.
De ellas me duele entretanto, más
las dos largas que tienen esta noche
algo de madres que ya muertas
llevan por bromurados declives,
a un niño de la mano cada una.
Y sólo yo me voy quedando,
con la diestra, que hace por ambas manos,
en alto, en busca de terciario brazo
que ha de pupilar, entre mi dónde y mi cuándo,
esta mayoría inválida de hombre.
En donde en esos ladrillos reconoce a su madre que no sabemos si feliz o lamentablemente ya no vivía, quien había muerto dos años antes. Porque no sé qué hubiera sido peor para él, que viviera o ya no estuviera, como sucedía en ese momento.

 
Ingreso al cementerio de Santiago de Chuco


6. El pueblo
sencillo

César Vallejo estuvo recluido aquí sin esperanzas, pues no se le acusa de faltas ligeras, que tienen una solución a la vuelta de la esquina, sino que el atestado en el cual se lo envuelve es de crímenes gravísimos, involucrado en los cuales se pasan años de años encarcelados. ¿De qué se le acusa? Ah, ¡de hechos terribles, que bastaría una sola de estas imputaciones para sumir en la angustia, la desesperación y la desgracia al ánimo más recio, cualquiera sea el tipo de mortales como seamos nosotros.
Se le acusa de homicidio, incendio, saqueo y asonada. Son todos estos delitos nefandos, gravísimos y aterradores, todos ellos extremos, pero quizá el más grave sea aquel que su enunciado ahora no nos dice mucho, cual es asonada, que debe traducirse como terrorismo, subversión, atentado contra el estado o los bienes públicos. Y ello es por haberse destruido, en los sucesos desatados el 1 de agosto de 1920, las oficinas de correos y telégrafos, situada en la planta baja o primer piso de la municipalidad Provincial de Santiago de Chuco.
Son estos los crímenes que el juez ad hoc, Elías Iturri, encargado de investigar los sucesos ocurridos el 1 de agosto del año 1920 en Santiago de Chuco, imputa a César Vallejo quien era su compañero de aula en la Universidad Nacional de Trujillo, denunciándolo penalmente.

El corredor de abajo, en la casa de César Vallejo

7. Arde
Santiago

Por eso, también como en la vida de Cristo, en César Vallejo también hubo un Judas que formaba parte de su misma casa, con quien compartían las mismas horas de estudio y se cobijaban bajo el mismo techo. ¿Por qué esta acritud, deslealtad y falta de juicio histórico? Porque no había una enemistad ni animadversión manifiesta en el aula. ¿Entonces?
Elías Iturri lo hace por ser dócil al poder, a una directiva que le dan, por obedecer a consigna venida desde arriba. Porque Iturri fue un Juez ad hoc, hecho que constituye una aberración jurídica, dado que en Santiago de Chuco operaba un juez oficial quien hace un informe y levantamiento de cargos que no involucran para nada a César Vallejo. Pero el poder local quería que se involucre a los enemigos políticos de Carlos Santa María quien fue el denunciante. Sin embargo, César Vallejo no mencionó nunca a Iturri, porque él sí tenía conciencia histórica y no quiso que este personaje mendaz pase a la posteridad desde su boca. Ese es tal vez el máximo castigo que él le inflige, y con justa razón, de su parte.
Ahora bien, y para concluir, César Vallejo sufrió cárcel no por delitos de corrupción, ni por faltas en contra de la moral, ni por un vicio censurable, ni por algo que fuese propio de una conducta confusa o dolo ni equívoca, sino por todo lo contrario: por lucidez de conciencia social; por ponerse cívicamente al lado de su pueblo, a fin de defenderlo de la insania y del atropello de una gendarmería sublevada y de la impunidad del caciquismo local en los sucesos del 1 de agosto del año 1920, en los que literalmente ardió Santiago de Chuco.

 Fotos 6 y 7
Jaime Sánchez Lihón




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