lunes, 20 de julio de 2020

20 de julio. El hombre llega a la luna, 1969. / Alumbra la luna esta noche.


20 DE JULIO
EL HOMBRE LLEGA A LA LUNA, 1969

ALUMBRA
LA LUNA
ESTA NOCHE

Danilo Sánchez Lihón





Luna!
Alocado corazón celeste.
César Vallejo


1. Su luz
nívea

Es de noche.
La luna repentina emerge por la cumbre de los cerros, enorme, intensa y plena, con una luz radiante.
Y bajo su blancura fantasmal todo se calma y sume en arrobado silencio. Todo se asusta y sumerge en un hondo misterio.
Quizá por lo tupidas e intrincadas que han sido hasta hace unos instantes las sombras del universo.
Y hoy se revela como si recién naciera todo, como si recién se inaugurase la naturaleza intocada, núbil y fantasmagórica.
Y nosotros dos sentados primero a oscuras en la escalera que sube de la cocina al mirador, ¿te acuerdas?, guardamos de improviso profundo y ungido silencio.
– Tengo miedo. –Me dices.
– ¿De qué, acaso?
– ¡De lo hondo que es el mundo! ¡Se siente como un abismo!
– Sí. ¡Y de lo mínima que en él es la vida! 




2. Espigas
de trigo

Y, de estar asombrados, la luna ya está posada con su luz nívea en el borde del tejado. Y de allí baja hacia el piso de tierra, aún sin tocarnos, alumbrando después las patas de la mesa y las sillas vacías.
Y luego, poco a poco, va subiendo por el fogón ya apagado. Trepa ahora a la hornilla de fierro. Y deja nítida la leña yerta y a medio quemar.
Y sube iluminando las paredes de adobe donde están colgadas las ollas quietas en sus clavos.
– Siento frío. –Dices. Y me conmueve la delgadez de tu espalda
Cuando ya la luna se desliza ya por tu falda de bobos con greca y guirnaldas verdes y azuladas amarillas y rojizas, sobre el raso blanco de lino entretejido.
Ahora ya se posa en tus rodillas y en mis pies desamparados. Y después va subiendo por tu regazo y tus brazos que se azoran con su resplandor blanquecino.
Entonces tú extiendes tus manos, dejando que las alumbren primero por el dorso, luciendo como palomas dormidas. Y luego, con las palmas hacia arriba, como queriendo que allí la luna enrede sus pasos y su traje de novia desvelada.



3. Se buscan
nuestras manos

Tú entonces, alzando tu rostro encantado, y mirando más allá de los aleros, los pilares y cumbreras de los techos, exclamas:
– ¡Hagamos que la luna sea eterna esta noche!
Y siento cómo tu cuerpo levemente se estremece, haciendo temblar el travesaño de la escalera en el cual estamos ambos sentados.
Mientras, la luna boga sigilosa entre las nubes. Ladra un perro en la hondonada. Se oye un rebuzno lejano, y el piido de alguna avecilla súbitamente despierta en la enramada.
Sin pensarlo se buscan nuestras manos y se quedan entrelazadas sobre tu vestido de flores azoradas.
Primero haciendo una torre, una mano posada encima de la otra. Y luego haciendo un techo sobre otro techo, una colina sobre otra colina, una casa sobre otra casa. Y luego palma con palma, para después tejerse entre sí nuestros dedos.
Como un troje, o las gavillas atadas en una parva, o como un campo sembrado, como una colina de espigas de trigo crecidas y batidas por el viento.




4. Sobre
tu regazo

Entonces en ellas y por ellas, en tus manos y mis manos, se precipitan a chorros las cataratas inatajables de tu sangre y de mi sangre redimidas o suicidas.
Traspasándose por los bordes y las orillas de las dos pieles en un fragor desbocado.
Luego se voltean para quedar ambas boca arriba. Tu mano más pequeña encima de la mía.
Tu mano doblegada suavemente dentro de mi palma y luego de mi puño que la aprieta suavemente. Y allí se quedan, la tuya como una avecilla dormida mientras la luna boga allá arriba, ya malherida.
Y allí quietas pareciera que se quedan eternas como tú dijiste, ala con ala, boca con boca, vientre con vientre.
Luego se extienden horizontales y quedan otra vez una frente a la otra extenuadas exactamente, coincidiendo, yema con yema sobre tu regazo.
Y otra vez se pierden, se buscan y encuentran. Hacen un eje acorazonado en el centro y girando apuradas como si buscaran una salvación para las dos manos juntas. Y se agitan hasta la extinción de sus alientos y latidos.


5. Y,
¿tú?

Pronto la mía se aleja y la tuya se abraza hundiendo su pecho lo más profundamente que puede en mi pecho, todo en silencio.
Y tus dedos se clavan desesperados volteándose hasta el dorso. Y se quedan de cada uno las dos manos fundidas, bebiéndose juntas, una absorta en la otra; ambas extasiadas.
– Así, ¿quiénes somos ahora? –Me preguntas– Y, ¿quiénes éramos?
La luna ha girado tanto que solo se ve afuera desvaída en los tejados. Y otra vez nos han envuelto las sombras.
Tu mano entonces voltea hacia arriba como una copa o flor que ofrece sus corolas y sus pétalos. Y mi mano voltea hacia abajo para entrelazarse con la tuya. Y yo me inclino.
Todo para que ahora me rodeen desde lejos. Eternas e insomnes veladoras de mis sueños, como quisimos hacernos eternos esa noche.



6. Por hondos
senderos

Han pasado muchos años. Ahora yo regreso a la casa abandonada.
Aquí está la cocina.
Solo quedan rastros del fogón y la hornilla. Arriba siempre permanece el hueco del terrado impávido.
Esta es la escalera. Este es el callapo donde nos sentamos.
Tanto he recorrido el mundo. ¡Tanto he arriesgado y sigo arriesgando la vida por hondos senderos!
¡Hay tantos caminos hendidos bajo mis pies fugitivos! Y repentinamente ha salido la luna. Siempre la luna bogando arriba, como la eternidad a la cual aludiste aquella noche.
Ahora estoy nuevamente aquí a oscuras, en el mismo travesaño del tinglado que es la vida. Pero esta vez estoy solo.
Donde hace muchos años estuve contigo. Y soy yo quien siente frío.



7. ¡Y
ya amanece!

Pero ya la luna, desprendida del borde del alero, rueda silenciosa por el cielo.
Y otra vez te siento estar aquí, con la misma falda de bobos y grecas y de flores verde amarillas sobre el raso blanco de lino. Y la misma blusa. Veo que mis zapatos son otros. Y siento mi corazón lleno de heridas.
– Pero el candor –dices–, y la inocencia son las mismas. Por eso te he esperado en este sitio.
Y me extiendes otra vez tus manos sensitivas.
– ¡Pero tú estás muerta! –Me atrevo a decirte.
Entonces me miras desde una vasta distancia. Y desde una calma profunda.
– No te olvides; es hondo el mundo, y habitamos un abismo. Pero la sangre que palpita y se entrecruza palma con palma se vuelve eterna.
Vuelves a extender tu falda y te sientas.
Los nardos y las azucenas han elevado a lo alto del cielo sereno sus corolas abiertas. La luna luce más espléndida que nunca. ¡Y ya amanece!





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