28 DE JULIO
FIESTAS PATRIAS DEL PERÚ
LA AMO
Y DEFIENDO
CON MI VIDA
Danilo Sánchez Lihón
1. Túpac
Amaru
Delante de mí dieron muerte atroz y cruenta a mi esposa, a mis hijos, a
mis parientes y amigos más cercanos, entrañables y queridos.
Desde la parte posterior de mi cerebro introdujeron tres clavos
ardientes que salieron por mi boca en castigo por los tres bandos de libertad
que proclamara desde los campanarios de las iglesias aldeanas.
Ataron mis manos y mis pies a cuatro caballos. Espolearon hacia las
cuatro esquinas de la plaza, en estampida y con espuelas que resonaron en las
baldosas de la plaza.
Mis miembros no se rompen, sino que resisten. Se tensan las cuerdas y me
sacuden en el aire, dando de espaldas y de cráneo contra el suelo.
– ¡Arrepiéntete! ¡Di que ya no la amas! –Es su reclamo y su gritería.
– ¡La amo con toda mi alma! Más allá incluso de todo tormento y que todo
se torne polvo, cascajo y ceniza. ¡La amaré eternamente!
– ¡No demoremos más! No podremos arrancar sus miembros halándolo.
Cortémoslo a pedazos. Es imposible que se arrepienta. Entonces:
¡Descuartícenlo!
–Y así lo hicieron.
2. Micaela
Bastidas
Reventaron mi boca a patadas.
Sentí coágulos de sangre en mi lengua. Y borbotaba espuma por la
comisura de mis labios.
Me arrastraron por la plaza, vi torturar y morir a Hipólito, mi hijo y
principales parientes, hombres y mujeres.
Me subieron al cadalso. Intentaron cortar mi lengua y no lo pudieron.
Se detuvieron un momento. Y rojos de ira me preguntaron:
– ¡Dinos! ¿La sigues amando?
– ¡Sí, la amo! ¡Y jamás podré
negarlo! No la olvidaré nunca en el confín de los tiempos. ¡La amaré
infinitamente!
– ¡Ahórquenla! ¡Mátenla! ¡Síganle dado de puntapiés en los senos, en el
sexo y en el vientre!
Y esta vez al no poder ajustar mi cuello el garrote, los verdugos
halaron desde atrás una soga que pasaron por mi cuello.
– Dinos: ¿Aún la amas? –Preguntaron
cuando mi cuerpo cayó al suelo. Se rieron y me asestaban patadas en todo el
cuerpo.
– ¡Sí! –Modulé en mi recuerdo y con
mi boca ya desvaneciente, cuando ya todo era luz, porque mi corazón estaba
intacto, ardiendo y con amor imperecedero.
– ¡Sí, la amo! –Grito.
3. José
Olaya
Con las mismas redes con que yo pescaba en el mar me ataron de manos y
pies y me suspendieron en el aire bamboleándome y dándome de golpes en las
paredes de la celda, y después soltándome desde lo alto y dando en el suelo.
Me flagelaban con vara y azote a fin de que denuncie a quienes me habían
entregado las cartas que llevaba a los patriotas, nadando en la noche y a
oscuras desde Chorrillos hasta Chucuito, donde hasta hoy se alza la fortaleza
del Real Felipe, en el Callao, donde se ubicaba el cuartel general de Sucre.
Con una tenaza arrancaron a fuego limpio las uñas de mis manos y pies.
Me cortaron los pulgares de mis manos con un cincel, y al ver que resbalaba lo
hicieron con un hacha.
Y seguían exigiendo:
– ¡Di que no la amas! ¡Habla!
– Si mil vidas yo tuviera, las mil
vidas las entregaría por mi patria. La amo, con toda mi alma
– ¿Cuál Patria? ¿Si ella aún no
existe? ¿Si apenas es un sueño?
Y les contesté:
– Existe en mi alma y en los sueños de mis hermanos que luchan por
romper sus cadenas. ¡Viva la libertad!
4. María Parado
de Bellido
Soy una anciana de más de 60 años. No soy blanca, ni esbelta, ni bella.
Soy indígena y no hablo castellano. Soy quechua hablante. Eso sí con una gran
ternura, devoción y piedad en el alma.
Me han torturado y me van a fusilar como dice el bando que han leído y
han pegado en cada esquina de la plaza y calles de Huamanga:
– “Para escarmiento y ejemplo por haberse rebelado contra el Rey de
España y el Viso Rey y Señor del Perú”.
Pudieron arrojarme toda su infamia a mí y hubiera sido infinitamente
menos mi dolor, pero han masacrado a mis hijos y a mis nietos.
Quieren que yo delate a quienes como yo anhelamos una patria hermosa. Yo
les he dicho:
– “Yo dicté esa carta en que advertía a los patriotas que abandonaran el
pueblo de Quilcamachay, porque para allá se dirigía el asesino de Carratalá.
Pero no voy a decir jamás a quién la dicté así me crucifiquen, ni estoy aquí
para informar a ustedes sino para sacrificarme por la causa de mi patria y la libertad”.
“¡Viva el Perú libre e independiente!” Grité mientras me mataban.
5. Miguel
Grau
Me dijeron:
– Tienes hijos pequeños qué educar.
Tienes una mujer bella y cariñosa a quien amparar.
– Sí.
– Tu buque es apenas un cascarón de
huevo de alcatraz frente a los nuestros acorazados que son inexpugnables.
¡Salva tu vida! ¡Sé prudente! ¡La vida es lo más valioso!
– Aunque la diferencia es abismal
entre mi barco y los suyos mi deber de marino es defender los mares y suelos de
mi patria.
– Niégate a salir en tu barco. Aduce
que es irracional pelear en estas condiciones y circunstancias. Que hay que ser
realistas. Rebélate contra tu mal gobierno. Tienes todas las de ganar.
– Amo al Perú, su promesa y su
destino
– ¿Y quién va a sostener una lucha así, si es tan grande la diferencia
en armamento, soldados, tecnología, finanzas?
Les respondí:
– Yo la sostendré. La causa de mi
pueblo es sagrada.
– ¡Apunten! ¡Disparen! –Oí decir.
Estalló la torre de mando de mi nave, El Huáscar. Yo y mis compañeros salimos
hecho astillas de fervor por el aire.
6. Leoncio
Prado
Se apostaron al pie del lecho donde yacía herido, sin siquiera poder
pararme, con la pierna hecha astillas.
– ¿La amas?
– He caminado arenales, montañas,
selvas; he cruzado ríos caudalosos a fin de defenderla en los campos de batalla.
– Te vamos a fusilar.
– Soy comandante y me corresponde
ser fusilado en la plaza de Huamachuco. Y por mi grado debo ser quien dé la
orden de disparo.
– Lo primero denegado; lo segundo
concedido.
– Servidme una taza de café y al tercer golpe que yo de con la
cucharilla en el plato, disparen.
Las balas después de atravesar mi corazón y mi frente continuaron
incrustándose en las piedras del muro. Y los esbirros siguieron preguntando:
– ¿Aun la amas?
– ¡Sí! –Dije–. ¡Y jamás dejaré de
amarla! ¡La amo con toda mi vida! ¡Y
ahora con mi muerte más que nunca!
– ¡Sigan disparando! ¡Continúen! ¡No cesen de dispararle!
7. Javier
Heraud
Desde las orillas del río y desde una barca que se acerca disparan con
balas dun-dun con que se cazan fieras en los bosques, y mientras cruzábamos las
aguas del río Madre de Dios, frente a Puerto Maldonado.
Primero agujerearon la camisa blanca que yo izaba como bandera al
viento. Luego mataron al boga que se había introducido en el agua para que las
balas no le cayeran.
Después se acercó un peque-peque repleto de hombres armados que nos
perseguían.
Sin nada qué hacer empecé a comer naranjas que guardaba en mi bolsillo,
mientras disparaban a diestra y siniestra.
Cuarenta perforaciones se contaron en mi cuerpo desnudo y ya apacible en
el suelo de cemento.
– Te perdonamos si reniegas y la maldices. –Me dijeron antes.
Y respondí:
– La amo y la defiendo con mi vida.
– ¡Matadle otra vez! –Gritaron y yo
lo escuché desde aquí, desde el río, contemplando árboles y flores y escuchando
el trino de los pájaros.
8. Luis
de la Puente Uceda
Me subieron a un avión, con una cuerda atada a uno de mis pies y el otro
extremo atado a un ladrillo que tenía un hueco al centro por donde atravesaba
la soga.
Mis manos quedaron maniatadas con una cadena pesada en la espalda.
– Te vamos a arrojar al mar si no desistes de ella. –Me advierten.
Los miro.
– Dinos que no la amas.
No respondo, prefiero guardar silencio. Pienso en mi tierra y en mi
infancia en Santiago de Chuco, una comarca rodeada de maizales, campos
sembrados de trigo y colinas cubiertas de anís y azucenas.
– ¡Habla!
– La amo con toda mi alma. Y la amaré
por siempre. Y por toda la eternidad hasta el fin de los tiempos.
No fue necesario arrojarlo al mar, sino que lo hicieron en la Cordillera
Blanca de los Andes, transparente e impoluta donde su corazón iluminado sobre
la nieve se convirtió en una bandera inmarcesible.
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