3 DE JULIO
HOY CUMPLE AÑOS
MI HERMANA ROSA ANDREA
EL NACER
DE
LA VIDA
Danilo Sánchez Lihón
1. Dando
alaridos
Cuando vino al
mundo mi hermana Rosita, yo tenía cinco años y mi hermano Juvenal siete. Es la
tercera de una familia de once hermanos.
Para darla a luz
mi madre daba tantos gritos esa madrugada en la habitación del segundo piso
donde la atendían que creíamos temblando, y sacudidos como ramitas por una
tempestad, que mi madre se moría.
Decían los mayores
que entraban y salían del cuarto del segundo piso en donde la atendían que el
hijo, o la hijita que iba a salir del vientre de mamá, se le había atravesado
antes de nacer.
Eran las dos de la
mañana que en mi aldea es noche cerrada, cuando a hurtadillas y trepidando de
frío veíamos cómo mi abuela, mis tías y mi padre la sentaban en la cama.
Y luego le
amarraban unas frazadas en torno a la cintura abultada, la alzaban y sacudían
en vilo, en el aire para que la criatura bajara.
Y ella dando unos
alaridos que a Juvenal y a mí nos estremecían y hacía que nos castañetearan los
dientes.
Luis, Rosa Andrea, Jaime con Rondín, Mirta y Juvenal
2. Con toda
el alma
Por eso, nos
llevaron casi desnudos y en ese frío glaciar hacia una habitación más lejana,
que era una sala lóbrega, solemne y sin luz, por cuyo umbral sentíamos que
ululaba el viento.
¿Para qué mi padre
nos confinó allí? A fin de que no nos asustáramos con ese padecimiento tremendo
y atroz, ni gimoteáramos como lo veníamos haciendo ya hacía rato.
Pero ya enclaustrados
en ese sitio y a oscuras no podíamos permanecer tranquilos.
Salíamos gateando
a tientas y subíamos hasta la mitad de la escalera para escuchar y saber lo que
seguía sucediendo.
Y ver si algo
podíamos hacer para aliviar tanto sufrimiento del ser que nos dio la vida.
Permaneciendo en las gradas heladas en donde tiritábamos no solo de frío sino
de miedo y pavor de que le pudiera suceder algo a nuestra adorada mamá.
A quien queríamos
y queremos con toda nuestra alma. Mientras oímos el ajetreo de las personas a
esa hora pavorosa en que reinan las sombras que se han apoderado del mundo.
La primera de la izquierda, desfilando como escolta del colegio
3. El suspiro
de todos
Y cuando ni un
solo susurro ya se escuchaba, ni del reino animal ni del reino vegetal, ni de
los seres humanos que deambulaban conmovidos, apurados y estupefactos, en la
grada del escalón casi desnudos nos encontró papá, arrodillados en esos maderos
titubeantes.
Y con un resondro
otra vez nos hizo bajar, obligándonos a permanecer en la sala sobre un tosco
cuero de venado que había al pie de la mecedora. Pero de tanto temblar
resultábamos fuera del pellejo y rodando en el suelo a cuál más gélido: el piso
o ese cuero.
Ahí nos encogimos
chocando diente con diente, al punto que yo tenía que sostener mi mandíbula
inferior con las manos para no oír tanto ese ruido de cristales que temía que
se iban a romper.
Hasta que
escuchamos en esa noche tupida e inmensa el llanto límpido, terso y cálido de un
recién nacido.
Era una nota
dulce, diáfana y entrañable que lo sentí como un rapo de luz y de salvación en
ese cataclismo, borrasca o tempestad. Era un llanto cariñoso, absoluto y total,
tal y como ahora es mi hermana Rosita.
Rosa Andrea Sánchez Lihón
4. Alguien
había nacido
Y todo se hizo luz
en ese instante que parecía fatal. Todo lo iluminó ese llanto intenso en la
noche intrincada y llena de pavor. Resaltaba ese gemido de la creación sobre
todas las voces, apuros, alarmas y temores del universo. Como si todos los
demás sonidos se hubieran apagado, humillado y arrodillado reverentes ante ese
triunfo de la vida, en donde ahora solo sobresalía aquel sollozo como un
absoluto.
Que, pese a que
era llanto, era como si repentinamente hubiera salido el sol. O amaneciera. O
como se abriera alguna puerta en el infinito. O estallara algún fenómeno en el
espacio estelar.
Rato después es
que escuchamos el suspiro de todos, y ruidos de utensilios. Era que alguien
había nacido y era que mi madre se había salvado.
Entonces yo
recostado en mi hermano me puse a llorar, pero hondamente y sin quejidos. Eso
sí, bañado en lágrimas y con temblores incontrolables de mi cuerpo. Embargado
por un hondo sentimiento, no sé si de alegría o de pena por el misterio de la
vida, confundido y límpido como a veces suelo llorar. Con suspiros hacia
adentro; solo para el fondo de mi corazón que lo siento sufrir, aunque no se lo
pueda notar desde afuera.
Rosa Andrea Sánchez Lihón
5. Como
una flor
Ahí fue que
Juvenal no sé si sabiendo que yo lloraba y para consolarme, porque él
presintiera que algo me podía pasar, aunque no veía mis lágrimas ni podía
escuchar mis quejidos, o quizá solo por querer curiosear, me dijo:
– ¡Yo, hermanito,
voy a ver qué pasa! Y luego te vengo a contar.
Yo me quedé en esa
sala tenebrosa y él subió gateando otra vez por la escalera. Se demoró un rato
grande en que empezaron a darme miedo los retratos de los abuelos y bisabuelos
ya difuntos que pendían de las paredes de esa sala.
Pero después
volvió, cayendo hacia abajo como alguien que se desprendiera de un árbol, ya de
regreso, para decir feliz y rozagante:
– Nos ha nacido una hermanita, linda como
una flor.
– ¿La has visto?
– A ella no, pero
todos la miraban.
Tuvo alma para
hacer aquella imagen literaria. Y, yo me pregunto hasta ahora, ¿cómo él allí
mismo adivinó que se llamaría Rosa? Porque eso dijo: como una flor.
Rosa Andrea Sánchez Lihón
6. Avivar
el fuego
Y por eso hasta
ahora quedo yo todavía sorprendido de lo que dijo Juvenal, y del nombre que
lleva mi hermana, que es a su vez el nombre de mi abuela, la mamá de mi mamá,
quien fue la partera esa noche y quien fue la primera que la sostuvo a mi
hermana y la recibió en sus manos y después en sus brazos.
Ya los dos en la
oscuridad de la sala nos abrazamos de contentos en esa noche tensa, enmarañada
y llena de correrías y de voces. Y nosotros tirados en ese suelo y en esa
oscuridad abismal.
Recién a esa hora descubrió
papá que estábamos casi desnudos en ese frío helado, apenas con trusa y bivirí,
tal y cómo nos habían acostado y sacado de la cama.
Ya arropados
salimos al corredor contiguo donde se había armado un fogón restallante a cuya
vera, y ahora sí bien arropados, nos sentaron.
Allí la Mechita ya
contenta avivaba el fuego con leña seca que calentaba unas ollas preparando
caldo de gallina para mi mamá y todos quienes estaban despiertos. Después se soasaron
choclos. Y pronto nos servían en pocillos humeantes mates de panizara,
manzanilla y toronjil.
Rosa Andrea Sánchez Lihón
7. Tan débil
y tan fuerte
Y no sé en cuántas
ollas más, se preparaba infusiones de hierbas que alivian y sanan aplicados
como cataplasmas a las parturientas.
Recuerdo tanto el
rostro sudoroso y de contento de La Mechita, quien toda su vida fue empleada
del hogar en la casa de mi abuela Rosa, tras las candelas altas, vivas y
agitadas del fogón, que es el signo de lo que es la vida cuando se la asume en
lo que es ayudar, condolerse y ser solidarios.
Eran tan alegres
sus lágrimas confundidas con las llamas amarillas y chisporroteantes de la leña
eran tan alegres y cariñosos sus ojos por vida que se había salvado, que
espantaban las sombras pavorosas que se apretujaban arrojadas hacia el alrededor.
Así nació mi
hermana Rosita, quien para nosotros es una segunda madre, al menos para mí, pese
a que sea menor mío. Y aunque mi mamá, que esa noche parecía tan indefensa,
siga viendo por nosotros, ¡es ella la que está pensando en qué me falta, qué me
agobia o qué me aqueja, que en verdad es mucho. ¡Pero que, si alguien lo sabe
en parte, es ella!
Pero, ¿cómo es la
vida, ¿no? ¡Tan débil y titubeante! Como también: ¡tan fuerte, tan intensa y
valerosa!
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