El
pueblo donde yo nací es un lugar recóndito y hermoso, abrupto y profundo, y en
algunos, o muchos aspectos, difícil, insondable y un diáfano enigma.
Muy
complicado de llegar a él, en el sentido de su distancia, aislamiento y
soledad.
Donde
tenemos, al lado de su escabrosidad, ¡su cielo añil surcado por nubes blancas!
Y su limpidez en todo, especialmente en su gente.
Donde
sobresale el alhelí de sus huertos, colmados de manzanas que maduran sobre los
muros y tienden su dulzura hacia la calle entre rastrojos y cactus ariscos.
Es,
al mismo tiempo, un lugar del cual es difícil de apartarse y salir. Imposible
de dejar de amar e imposible de olvidar.
Del cual se quedan imborrables en el alma sus caminos, sus colinas cubiertas de flores, sus hondonadas inextricables, sus crepúsculos y amaneceres indescriptibles.
2. Grecas
y encajes
Con
sus flores extasiadas. Más aún aquellas que se asoman ingenuas o impenitentes
hacia los abismos y barrancos.
Y
las otras que brotan por entre las piedras y en las rendijas de las paredes,
para ofrecernos sus corolas y sus pétalos de matices estallantes.
Encandilados
de amar los ojos de sus niños, llenos de asombro y de ilusión, de candor y de
coraje.
Arrobados
ante la mirada transparente de sus mujeres, sin escollos ni barreras sino
francas, confiadas y fraternas,
Sus
faldas ribeteadas de cintas, grecas y encajes, representando flores, hojas y
frutos del campo. Y que recorren incansables los senderos.
3. Boga
imponente
Cómo
no identificarse con sus campos sembrados, con sus colinas bruñidas por el sol
que relumbra en las flores.
Cómo
no identificarse con las gamas de verdes y los techos ocres de sus viviendas que
se extienden por sus planicies.
Con
las cañas de mayo del lugar, que algunas son jugosas, heladas y dulces. Y con
sus panales de abejas, y con las mostazas que amarillan en sus praderas.
Cómo
no identificarse con el pan de sus mesas y que es un alimento sacramentado,
ritual y pueblerino.
Con
la luna que se desmaya dejando enredada su túnica azulada en las ramas de los
alcanfores. Y que ahora boga imponente en el cielo adamantino.
Cómo
no identificarse con la ternura de los labriegos que se tiempla y adelgaza en
la prueba y en el trance del trabajo, y frecuentemente del dolor.
4. Mi
pueblo
Yo
confieso: que, cuántas veces lo he anhelado, he sido otra vez en mi tierra el
niño aldeano que en el fondo soy.
Acogido
y aceptado entre ponchos y rebozos de la gente sencilla, a la cual quiero y con
quienes me abrazo total y plenamente.
Aquella
gente buena con quienes me solidarizo con sus expectativas, sus inquietudes y
hasta con sus impaciencias porque las situaciones cambien y mejoren.
Me
identifico con la limpidez de sus secretos. Con el amor furtivo de las muchachas
que escogen al varón fuerte, al duro e íntegro para el hogar y el trabajo.
Y
siento un total respeto a su pena, a su historia desgarrada que es también mi
historia, por ser mi pueblo y también el tuyo, mi querido hermano.
5. Nuestro
ser
Por
eso, es significativo que hacia él volvamos cada año, haciendo la travesía y
llegando hasta Santiago de Chuco en la caravana que año tras año realiza el
movimiento Capulí, Vallejo y su Tierra.
Porque
ello constituye el viaje a la raíz que somos hacia adentro, y hacia el árbol
que somos hacia afuera.
Y
es la proyección hacia el futuro que queremos ser. Y el vuelo hacia lo distante
y lo distinto. Hacia lo alto y hacia adentro. Es empinarse hacia la
transparencia y ahondar en la infinitud.
Esta
peregrinación, también denominada Telúrica de Mayo, es sumergirse en la entraña
de nuestro ser, para alcanzar a renovar nuestra identidad, aparentemente escondida.
Pero
más bien latente, soterrada y recóndita, donde Santiago de Chuco es fuente.
6. Al ver
venir
En
tal sentido, viajar a Santiago de Chuco es el testimonio de que apreciamos y
reconocemos que es en el ámbito interior del país en donde se encuentra lo
mejor de nosotros mismos.
Incluso,
que al interior del ser del hombre cabe toda la dinámica social, espléndida y
pujante. Como dentro de ella está lacerante el drama del retorno y del adiós.
Que,
en el fondo, y como claves secretas, está lo que somos, antes que externamente,
al ver venir a unos y marcharse e irse a otros.
Es
constatar cómo en nuestro propio ser se hace y deshace al mismo tiempo, con
grandeza y pesar, el mundo y la vida de afuera. Y de cómo decidimos.
Y de cómo en lo escondido de las casas, las calles y el paisaje está todo inscrito, en la intimidad del alma propia y de la gente.
7. Retos
y pruebas
Viajar
y llegar hasta su plaza es sentir al Perú profundo: a la lluvia que cae, al
risco que resiste y la pluma del alba que sobrevive a las tormentas. A la
pregunta y a la respuesta de quienes somos y que desde el fondo se eleva.
Erigiéndose
y desplomándose el enigma que nos habita en el fondo del ser y de nuestro
destino.
Es
importante y significativo conocer este mi pueblo, el perfil de sus montañas,
porque con el amor que él nos inspire propugnaremos el retorno de los hermanos
que se han ido.
Y
con la visión que conocer los pueblos añejos nos plantee, se nos hagan claros
los caminos, sus desafíos y las soluciones que avizoremos.
Retos
y pruebas en cuya forja pongamos nuestro empeño, dedicando lo mejor de nuestro
aliento y nuestra vida, por difícil que ello sea, en la construcción de un
orden nuevo en el Perú, que ha de ser aquello que nos salve y nos redima.
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