21 DE AGOSTO
EL POEMA “A MI HERMANO MIGUEL"
DE CÉSAR VALLEJO
TUS CUATRO
GORGAS, MIGUEL
QUE HA MUERTO
Danilo Sánchez Lihón
Poeta César Vallejo
1. La ausencia
del hermano
El
poema “A mi hermano Miguel” de César Vallejo es uno de los textos más abismales
y representativos de la sociedad contemporánea al tratar el tema del
desencuentro, del extrañamiento y la pérdida de la noción de lo que es ser
hermanos.
Empieza
con una invocación: “Hermano”, que suena limpia, pura y directa; porque es un
vocablo hondo, nativo, en estado franco y original; desprovisto de todo ropaje,
adorno y sutileza; y más bien suena íntegro y pleno.
Es
seguro que la primera versión del poema “A mi hermano Miguel” fuera escrita en
los primeros días de la llegada de César Vallejo al seno del hogar, entre la
Navidad y el Año Nuevo de fines de 1915.
O, a
más tardar, en los primeros días del año 1916, cuando llegó a su pueblo natal,
donde la ausencia del hermano debió ser para él desgarradora, y junto a él
nuevamente para todos los miembros de su familia, pero muy especialmente para
César por la cercanía y el grado de confianza que siempre existió entre ambos.
El patio de la casa Vallejo
2. Todo
misterio
Ahora
bien, y, en primer lugar, el asunto que inspira este poema coincide
sustancialmente con el espíritu y los significados contenidos en el poema “Los
heraldos negros” que da título general al libro que lo incluye, y donde se
dice: “Hay golpes en la vida tan fuertes... Yo no sé!”
En el: “Yo
no sé!” de César Vallejo están comprendidos precisamente esos golpes
atroces, como sin duda fue para él la circunstancia de la muerte de Miguel
Ambrosio, que “Abren zanjas oscuras / en el rostro más fiero y en el lomo más
fuerte...”, donde esa sola enunciación del: “Yo no sé!”, son tres palabras
enfiladas como los maderos de una cruz donde yace o pende todo misterio.
De las
tres palabras cuelgan elementos tan oscuros como puede ser el absurdo; o
significados mayores como pueden ser los designios divinos; como también se
condensan allí inexplicables acontecimientos personales que nadie sabe por qué
le tocan a uno padecer.
Como
igualmente gravita allí el devenir incierto de todo un pueblo, de una
generación o de una raza. Y hasta de íntegros períodos de la historia humana.
La madre de César Vallejo
3. Dicho
así
Es
tanto ese; “Yo no sé!”, que incluso alcanza a definir al hombre o al
mundo. Caben en él momentos o trances aciagos, como la muerte de un hermano y caben
también etapas decisivas, críticas y trascendentes de la humanidad.
Es
portentoso cómo en tres palabras, y sobre todo en el tono y el contexto que el
poema genera, puede caber algo tan íntimo y particular, como todas las
incertidumbres y tinieblas colectivas.
Pero
también, y ¡compulsivamente, se pueden avizorar esperanzas y una que otra
certeza y hasta redención que nos incumbe a todos!
El
“Hermano” con que se inicia el poema es casi un doble, un gemelo y tan cercano
que constituye una soledad de dos, una soledad de todos juntos y la humanidad reunida.
Dicho así, al desnudo, natural, desguarnecido, se siente; dado que basta con decirlo
para que ya esté allí la caída cósmica, existencial y ontológica del “Yo no
sé”.
La cocina de la Casa Vallejo
4. Amparo
y cobija
Pero
paralelo a este hay otro poema de hogar muy cercano al que comentamos, y es el
III de Trilce, donde cunde el aliento afligido y un compás bronco, donde se
recuerda nuevamente a Miguel, pero rodeado allí de otra hermandad más simple,
pero a la vez oscura, compleja y simbólica que suman, con Miguel, cuatro
entrañables hermanos, quienes son: Aguedita, Nativa, Miguel y César.
Dice
este poema en su simplicidad espeluznante, pavoroso en verdad, de almas en pena;
de los mayores que ya se han ido, pero también de las vidas nuestras que se han
quedado abandonadas, a oscuras, a pesar de todas las promesas que se configuran
en el gemido: “Madre dijo que no demoraría”.
Porque
es la soledad de cuatro niños que tratan de defenderse frente a los cielos
anubarrados y a la noche obscura que llega, mientras el tiempo lacerante e
implacable suena en el campanario marcado por un ciego, cuyo nombre es del
pueblo en el cual tratamos de hallar amparo y cobija, pero en donde la muerte tenebrosa
arrecia:
5. El todo
de cuatro
Las personas mayores
¿a qué hora volverán?
Da las seis el ciego Santiago,
y ya está muy oscuro.
Madre dijo que no demoraría.
Aguedita, Nativa, Miguel,
cuidado con ir por allí, por donde
acaban de pasar gangueando sus memorias
dobladoras penas,
Casi
sin apartarnos nada del poema “A mi hermano Miguel”, en la densidad que aquí se
teje, aparece una hermandad bajo el conjuro del número cuatro, que es además
una cifra de un simbolismo cabalístico raigal para César Vallejo y toda la
cultura andina.
Recordemos
que el imperio incaico era Tahuan (cuatro) tinsuyo, esto es: el todo de cuatro.
Esta hermandad constituye su escudo, su defensa y por así decirlo su refugio;
clan o grupo a quien advierte: no vayan a sucumbir, no vayan a fallar; no vayan
a irse:
No me vayan a haber dejado solo,
y el único recluso sea yo.
Techumbres de la casa de Vallejo
6. Como
niño indefenso
Porque
lo único que nos puede librar de la muerte es la hermandad, para él y para nosotros.
Lo único a lo cual podemos atenernos entre tanto misterio es a erigir cuatro
muros y consolarnos hacia adentro.
Y esos
cuatro hermanos cercanos en el afecto y en la intimidad entrañable son
Aguedita, Nativa y Miguel. Pero, ¿qué ocurre si uno de esos muros cae? ¿Qué ocurre
si ellos se extravían, si ellos se equivocan o si los demás tardan?
Si
acaso los coge en sus redes el misterio o el vacío, como a los mayores que no
llegan y que nos han dejado solos, entonces me quedaré solo, en la oscuridad y
nadie me hallará.
Pudiera
ser que mucho de su orfandad y frustración es cuando –aparte de sentir la
fragilidad y posterior desaparición de sus padres– presiente que sus cuatro
bastiones se derrumban.
Aguedita,
Nativa y Miguel han quedado en la poesía como un grito lacerante, por un lado, y
como una consigna, por otro. Quizá también como una súplica, un alarido o un
gemido. Queja y reclamo por la orfandad en que se torna la vida y el derrumbe
en que naufraga la casa.
Puerta de ingreso a la cocina en la Casa Vallejo
7. Tanto
es así
De allí
que cuando Miguel muere y cuando a Aguedita y a Natividad algo les pasa, por lo
menos en el poema él ya no los encuentra, le invade entonces la oscuridad
definitiva y la desolación como niño indefenso que lo fue siempre.
Aguedita, Natividad, Miguel?
Llamo, busco al tanteo en la oscuridad...
Los
cuatro hermanos, dos mujeres y dos varones, contándolo a él, son su milicia, su
grupo de combate, su baluarte de solidaridad. O, por lo menos, su compañía en
la oscuridad.
Y
juntos defienden los cuatro flancos amenazantes como vigías de cada torre que
da a la noche tenebrosa de los puntos cardinales.
Tanto
es así que él había hecho su nomenclatura familiar dividiendo a los doce
hermanos que fueron, de cuatro en cuatro: “los viejos”, “los mayores” y “los
pequeños”, tocándole a él cerrar lazos y defensas con Aguedita, Nativa y
Miguel.
El poyo en la Casa Vallejo
8. Llega
la noche
Fueron
estos últimos hermanos de la descendencia Vallejo Mendoza, los inseparables en
los juegos en la casa paterna, por los corredores, el zaguán, la cocina y el
patio.
Fletando
y echando a navegar barquitos de papel cargados de dulces en el pozo de agua,
símbolo éste que vincula inmediatamente a la idea de aventura y de destino.
Por
eso, cuando los mayores se demoran porque han muerto, porque la vida impone que
así sea; y cuando ellos los hermanos no están, porque desaparecen y se esfuman,
y se hace tarde, y llega la noche, se produce entonces el miedo, la angustia y
el vacío.
Viene
la cerrazón, la resquebrajadura y la brecha de la oscuridad que se abre
ensanchando sus fauces y cubriendo con su amenaza al mundo entero. Y golpea
broncamente aquel: “Yo no sé!”
El capulí en la casa de César Vallejo
9. Mendigos
de amor
Como hay
otro poema, el XXIII de Trilce donde vuelven a aparecer los cuatro, ante la
madre muerta, pero esta vez como cuatro “mendigos” de amor. Cuando dice:
Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos
pura yema infantil innumerable, madre.
Oh tus cuatro gorgas, asombrosamente
mal plañidas, madre: tus mendigos.
Las dos hermanas últimas, Miguel que ha muerto
y yo arrastrado todavía
una trenza por cada letra del abecedario.
En la sala de arriba nos repartías
de mañana, de tarde, de dual estiba,
aquellas ricas hostias de tiempo, para
que ahora nos sobrasen
cáscaras de relojes en flexión de las 24
en punto parados…
Vista panorámica de Santiago de Chuco
10. Rutas
redentoras
Y
continúa el poema:
Tal la tierra oirá en tu silenciar
cómo nos van cobrando todos
el alquiler del mundo donde nos dejas
y el valor de aquel pan inacabable.
Y nos lo cobran, cuando, siendo nosotros
pequeños entonces, como tú verías,
no se lo podíamos haber arrebatado
a nadie; cuando tú nos lo diste,
¿di, mamá?
Y
así vuelve a aparecer la casa, donde los niños esperan y adonde los mayores no
regresan, como es también en la casa en donde ocurre el poema A mi hermano
Miguel.
La
casa que debemos cuidar porque es allí donde se abren zanjas oscuras de la
poesía del poeta universal César Vallejo, cuya palabra a la vez que nos
estremece nos señala cuáles son las rutas redentoras.
Jaime Sánchez Lihón
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