viernes, 21 de agosto de 2020

22 de agosto. Muere el hermano Miguel" de César Vallejo. / Tus cuatro gorgas, Miguel que ha muerto.

 21 DE AGOSTO

EL POEMA “A MI HERMANO MIGUEL"

DE CÉSAR VALLEJO

 

TUS CUATRO

GORGAS, MIGUEL

QUE HA MUERTO

 

Danilo Sánchez Lihón


 

 

Poeta César Vallejo



1. La ausencia

del hermano

 

El poema “A mi hermano Miguel” de César Vallejo es uno de los textos más abismales y representativos de la sociedad contemporánea al tratar el tema del desencuentro, del extrañamiento y la pérdida de la noción de lo que es ser hermanos.

Empieza con una invocación: “Hermano”, que suena limpia, pura y directa; porque es un vocablo hondo, nativo, en estado franco y original; desprovisto de todo ropaje, adorno y sutileza; y más bien suena íntegro y pleno.

Es seguro que la primera versión del poema “A mi hermano Miguel” fuera escrita en los primeros días de la llegada de César Vallejo al seno del hogar, entre la Navidad y el Año Nuevo de fines de 1915.

O, a más tardar, en los primeros días del año 1916, cuando llegó a su pueblo natal, donde la ausencia del hermano debió ser para él desgarradora, y junto a él nuevamente para todos los miembros de su familia, pero muy especialmente para César por la cercanía y el grado de confianza que siempre existió entre ambos.

 

El patio de la casa Vallejo



2. Todo

misterio

 

Ahora bien, y, en primer lugar, el asunto que inspira este poema coincide sustancialmente con el espíritu y los significados contenidos en el poema “Los heraldos negros” que da título general al libro que lo incluye, y donde se dice: “Hay golpes en la vida tan fuertes... Yo no sé!”

En el: “Yo no sé!” de César Vallejo están comprendidos precisamente esos golpes atroces, como sin duda fue para él la circunstancia de la muerte de Miguel Ambrosio, que “Abren zanjas oscuras / en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte...”, donde esa sola enunciación del: “Yo no sé!”, son tres palabras enfiladas como los maderos de una cruz donde yace o pende todo misterio.

De las tres palabras cuelgan elementos tan oscuros como puede ser el absurdo; o significados mayores como pueden ser los designios divinos; como también se condensan allí inexplicables acontecimientos personales que nadie sabe por qué le tocan a uno padecer.

Como igualmente gravita allí el devenir incierto de todo un pueblo, de una generación o de una raza. Y hasta de íntegros períodos de la historia humana.

 

La madre de César Vallejo



3. Dicho

así

 

Es tanto ese; “Yo no sé!”, que incluso alcanza a definir al hombre o al mundo. Caben en él momentos o trances aciagos, como la muerte de un hermano y caben también etapas decisivas, críticas y trascendentes de la humanidad.

Es portentoso cómo en tres palabras, y sobre todo en el tono y el contexto que el poema genera, puede caber algo tan íntimo y particular, como todas las incertidumbres y tinieblas colectivas.

Pero también, y ¡compulsivamente, se pueden avizorar esperanzas y una que otra certeza y hasta redención que nos incumbe a todos!

El “Hermano” con que se inicia el poema es casi un doble, un gemelo y tan cercano que constituye una soledad de dos, una soledad de todos juntos y la humanidad reunida. Dicho así, al desnudo, natural, desguarnecido, se siente; dado que basta con decirlo para que ya esté allí la caída cósmica, existencial y ontológica del “Yo no sé”.

 

La cocina de la Casa Vallejo



4. Amparo

y cobija

 

Pero paralelo a este hay otro poema de hogar muy cercano al que comentamos, y es el III de Trilce, donde cunde el aliento afligido y un compás bronco, donde se recuerda nuevamente a Miguel, pero rodeado allí de otra hermandad más simple, pero a la vez oscura, compleja y simbólica que suman, con Miguel, cuatro entrañables hermanos, quienes son: Aguedita, Nativa, Miguel y César.

Dice este poema en su simplicidad espeluznante, pavoroso en verdad, de almas en pena; de los mayores que ya se han ido, pero también de las vidas nuestras que se han quedado abandonadas, a oscuras, a pesar de todas las promesas que se configuran en el gemido: “Madre dijo que no demoraría”.

Porque es la soledad de cuatro niños que tratan de defenderse frente a los cielos anubarrados y a la noche obscura que llega, mientras el tiempo lacerante e implacable suena en el campanario marcado por un ciego, cuyo nombre es del pueblo en el cual tratamos de hallar amparo y cobija, pero en donde la muerte tenebrosa arrecia:


 El viejo campanario del pueblo de Santiago de Chuco. Pintura: Agustín Rojas


5. El todo

de cuatro

 

Las personas mayores

¿a qué hora volverán?

Da las seis el ciego Santiago,

y ya está muy oscuro.

Madre dijo que no demoraría.

Aguedita, Nativa, Miguel,

cuidado con ir por allí, por donde

acaban de pasar gangueando sus memorias

dobladoras penas,

Casi sin apartarnos nada del poema “A mi hermano Miguel”, en la densidad que aquí se teje, aparece una hermandad bajo el conjuro del número cuatro, que es además una cifra de un simbolismo cabalístico raigal para César Vallejo y toda la cultura andina.

Recordemos que el imperio incaico era Tahuan (cuatro) tinsuyo, esto es: el todo de cuatro. Esta hermandad constituye su escudo, su defensa y por así decirlo su refugio; clan o grupo a quien advierte: no vayan a sucumbir, no vayan a fallar; no vayan a irse:

No me vayan a haber dejado solo,

y el único recluso sea yo.

 

Techumbres de la casa de Vallejo



6. Como

niño indefenso

 

Porque lo único que nos puede librar de la muerte es la hermandad, para él y para nosotros. Lo único a lo cual podemos atenernos entre tanto misterio es a erigir cuatro muros y consolarnos hacia adentro.

Y esos cuatro hermanos cercanos en el afecto y en la intimidad entrañable son Aguedita, Nativa y Miguel. Pero, ¿qué ocurre si uno de esos muros cae? ¿Qué ocurre si ellos se extravían, si ellos se equivocan o si los demás tardan?

Si acaso los coge en sus redes el misterio o el vacío, como a los mayores que no llegan y que nos han dejado solos, entonces me quedaré solo, en la oscuridad y nadie me hallará.

Pudiera ser que mucho de su orfandad y frustración es cuando –aparte de sentir la fragilidad y posterior desaparición de sus padres– presiente que sus cuatro bastiones se derrumban.

Aguedita, Nativa y Miguel han quedado en la poesía como un grito lacerante, por un lado, y como una consigna, por otro. Quizá también como una súplica, un alarido o un gemido. Queja y reclamo por la orfandad en que se torna la vida y el derrumbe en que naufraga la casa.

 

Puerta de ingreso a la cocina en la Casa Vallejo



7. Tanto

es así

 

De allí que cuando Miguel muere y cuando a Aguedita y a Natividad algo les pasa, por lo menos en el poema él ya no los encuentra, le invade entonces la oscuridad definitiva y la desolación como niño indefenso que lo fue siempre.

Aguedita, Natividad, Miguel?

Llamo, busco al tanteo en la oscuridad...

Los cuatro hermanos, dos mujeres y dos varones, contándolo a él, son su milicia, su grupo de combate, su baluarte de solidaridad. O, por lo menos, su compañía en la oscuridad.

Y juntos defienden los cuatro flancos amenazantes como vigías de cada torre que da a la noche tenebrosa de los puntos cardinales.

Tanto es así que él había hecho su nomenclatura familiar dividiendo a los doce hermanos que fueron, de cuatro en cuatro: “los viejos”, “los mayores” y “los pequeños”, tocándole a él cerrar lazos y defensas con Aguedita, Nativa y Miguel.

 

El poyo en la Casa Vallejo



8. Llega

la noche

 

Fueron estos últimos hermanos de la descendencia Vallejo Mendoza, los inseparables en los juegos en la casa paterna, por los corredores, el zaguán, la cocina y el patio.

Fletando y echando a navegar barquitos de papel cargados de dulces en el pozo de agua, símbolo éste que vincula inmediatamente a la idea de aventura y de destino.

Por eso, cuando los mayores se demoran porque han muerto, porque la vida impone que así sea; y cuando ellos los hermanos no están, porque desaparecen y se esfuman, y se hace tarde, y llega la noche, se produce entonces el miedo, la angustia y el vacío.

Viene la cerrazón, la resquebrajadura y la brecha de la oscuridad que se abre ensanchando sus fauces y cubriendo con su amenaza al mundo entero. Y golpea broncamente aquel: “Yo no sé!”

 


El capulí en la casa de César Vallejo



9. Mendigos

de amor

 

Como hay otro poema, el XXIII de Trilce donde vuelven a aparecer los cuatro, ante la madre muerta, pero esta vez como cuatro “mendigos” de amor. Cuando dice:

Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos

pura yema infantil innumerable, madre.

Oh tus cuatro gorgas, asombrosamente

mal plañidas, madre: tus mendigos.

Las dos hermanas últimas, Miguel que ha muerto

y yo arrastrado todavía

una trenza por cada letra del abecedario.

En la sala de arriba nos repartías

de mañana, de tarde, de dual estiba,

aquellas ricas hostias de tiempo, para

que ahora nos sobrasen

cáscaras de relojes en flexión de las 24

en punto parados…

 

Vista panorámica de Santiago de Chuco



10. Rutas

redentoras

 

Y continúa el poema:

Tal la tierra oirá en tu silenciar

cómo nos van cobrando todos

el alquiler del mundo donde nos dejas

y el valor de aquel pan inacabable.

Y nos lo cobran, cuando, siendo nosotros

pequeños entonces, como tú verías,

no se lo podíamos haber arrebatado

a nadie; cuando tú nos lo diste,

¿di, mamá?

Y así vuelve a aparecer la casa, donde los niños esperan y adonde los mayores no regresan, como es también en la casa en donde ocurre el poema A mi hermano Miguel.

La casa que debemos cuidar porque es allí donde se abren zanjas oscuras de la poesía del poeta universal César Vallejo, cuya palabra a la vez que nos estremece nos señala cuáles son las rutas redentoras.

 

Fotos 4, 7, 8, 9 y 10

Jaime Sánchez Lihón

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