sábado, 22 de agosto de 2020

22 de agosto. Día del Folclor. / La danza del Quishpi Cóndor.

22 DE AGOSTO 
DÍA DEL FOLCLOR 

LA DANZA 
DEL QUISHPI 
CÓNDOR 

Danilo Sánchez Lihón 


Danza del Quishpi Cóndor en Santiago de Chuco


1. El cóndor 
de esta mojiganga 

Por eso, esta danza conmueve y estremece, tanto por el dios que en ella está implícito, y que va adelante o atrás en su anda en la procesión del mes de julio y que se esconde sin estar cuando la danza va por los caminos, como conmueve por el otro oculto en el cóndor. Y que en este caso ellos dos se involucren y se reten en un baile enmascarados.

El uno adorado y que va en su anda cubierta de flores, y el otro mimetizado en el cóndor ya no aéreo sino como un ser de tierra. que acompaña en la procesión al santo cristiano; como se da, en el caso de Santiago de Chuco, acompañando al Apóstol Santiago el Mayor, el peregrino y Patrón de mi provincia

Y quien va mimetizado en el cóndor es Catequil, limpiando el camino con su “bola” u ovillo para que pase el anda de aquel, al compás de la banda de músicos junto a la cual se esfuerzan en acompañar lisiados y tullidos como es también el cóndor de esta mojiganga. ¿Qué contradicción brutal es esta? ¿El cóndor barriendo el sendero, hecho de tierra, cascajo y polvo, del dios cristiano doliente y pesaroso?

 

Danza del Quishpi Cóndor en Santiago de Chuco


2. El mundo

y la vida

 

¿No hay aquí una estrategia cultural del mundo andino, insumiso, irredento y misterioso? Sí. El Quishpi Cóndor es lo que está más allá de lo que se ve. Que oculta y aparenta. Es el laberinto en nuestras almas que esconden un tesoro. Es un conjuro, un sortilegio y una adivinanza. Vale por lo que representa. Por lo que no es, y sí es.

Por lo menos, se pone de manifiesto en ella una sabiduría, un acto piadoso y de la más absoluta compasión: la de un dios ayudando al otro dios, sufrido y que padece, como es el caso del dios cristiano que no está en la danza sino afuera en la fiesta que se da en plazas y calles, o en la procesión.

Aquel dios feliz pero derrotado, ayudando a encontrar su camino al representante oficial, que es una divinidad del dolor; sin dejarse engañar. Aparentando ser ignaro, salvaje y sucio; esclavo a la vez, pero en el fondo ayudándole a alcanzar al otro dios su sitial. Socorriéndole en encontrar su camino, a resolver el problema de cómo afrontar el mundo y la vida.


 

Danza del Quishpi Cóndor en Santiago de Chuco

3. Piedra

que inaugura

 

La supervivencia hasta ahora de la danza del Quishpi Cóndor nos da un mensaje grande para el Perú actual, necesario para su esperanza y utopía social.

Y cuál es que perviven, están vigentes, apenas camufladas, pero translúcidas, nuestras raíces y más caras esencias.

Es esta danza una expresión heroica de la resistencia cultural en la vía de nuestra liberación.

Dentro de esta perspectiva, el hecho de que perviva es, de por sí ya un hecho asombroso en el siguiente sentido: el de una montaña que se convirtió en una piedra mimetizada en el camino.

Es, a su vez, el pedrusco o el terrón de polvo hecho candela, que puede convertirse, en cualquier momento, en promontorio, en roca que funda y en piedra que inaugura otra vez una cordillera señera.

Y en fuego que incendia.


Danza del Quishpi Cóndor en Santiago de Chuco



4. Es una

adoración

 

Y este es un hecho heroico.

 Porque debemos reconocer no solo el heroísmo que se da en los campos de batalla sino en nuestros hechos culturales.

Porque mantener vivo a un dios no es simple ni fácil. Y frecuentemente en ello se nos va también la vida.

Así, el Quishpi Cóndor es la presencia de una fuerza ancestral para no perder el hilo de nuestra identidad, pendiente de construir y hacerla vigente aquí, ahora y siempre.

Es heroísmo no protagónico sino oculto, de quien se mimetiza, se sumerge en un sueño, en una visión y en una adoración, cauta y silenciosa.

Quien va oculto en la danza del Quishpi Cóndor es el dios Catequil mimetizado en un cóndor no rozagante sino desplumado.

 

Danza del Quishpi Cóndor en Santiago de Chuco

5. Nieves

eternas

 

Pero, ¿por qué? Por las características que tiene el cóndor.

El cóndor es de todos los climas y de todos los aires. Duerme en los andes, desayuna a la orilla del mar, almuerza en la Amazonía.

Y cena en la zona yunga antes de recogerse a dormir en los picachos nevados de la cordillera andina que los antiguos peruanos llamaron Pariacaca.

El cóndor domina el espacio, domina el mundo. Es el rey. No conoce fronteras geográficas ni límites telúricos.

Trasmonta todos los territorios: abarca los bosques y los desiertos, los roquedales y los sembríos; las nieves, los pajonales y los mares.

Vive en las cordilleras escarpadas, cerca de las nieves eternas, en las rocas y en los farallones alzados a pico sobre el pavor y el asombro, sobre el estupor y el miedo.


 

Danza del Quishpi Cóndor en Santiago de Chuco

6. Alza

el vuelo

 

El cóndor es solitario como especie, austero y gélido, tiene alma de roca y de piedra, pero a la vez de cielo cristalino, tal y cómo es el Perú.

La mirada del cóndor es vasta y profunda. Atalaya las cumbres, se eleva sobre otras miradas, abarca amplios horizontes.

Y luego agudiza sus ojos en el lugar en que quiere fijarlos, casi siempre para atacar. Tiene amplitud, profundidad y praxis.

Y escoge los sitios donde vive por su altura y abruptuosidad. No comparte su hábitat con otras especies.

Jamás el cóndor es domesticado. Puede permanecer cautivo, pero no acepta la condición de ave de corral.

Si se lo deja libre en cualquier momento se lanza al espacio abierto, y alza el vuelo.



Vista panorámica de Santiago de Chuco

 

7. Nuestra

esperanza

 

La danza del Quishpi Cóndor es el recipiente de una cosmogonía, de un cuerpo de creencias y de visiones del mundo.

Y de fe en la vida, simbolizada no en un tótem: el cóndor, sino en un rito: la presencia delante de algo y detrás de todo.

Sentimos con ella que debe de haber herencias, legados, puentes, tan hondos y atroces como este.

Que debemos estar atentos y conscientes de nuestras raíces. Y estar fuertemente sujetos y enlazados para mirar los abismos.

Y ahí sostenernos y hasta extasiarnos, para saber quiénes somos. Y a admirarnos en el hondo legado y ancestro que cada uno de nosotros representa.

Al final, nos muestra que en el fondo de cada uno de nosotros habita palpitante una esperanza.

 

Todas las fotos:

Jaime Sánchez Lihón


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