domingo, 23 de agosto de 2020

Como las huachuas de los pajonales. / Unidos para siempre.

COMO LAS HUACHUAS 
DE LOS PAJONALES 

UNIDOS 
PARA 
SIEMPRE 

Danilo Sánchez Lihón 





Y tú no encontrarás 
en mi alma a nadie. 
César Vallejo 

1. Entre 
las pajas bravas 

Las huachuas son garzas de las punas que viven al borde de las lagunas translúcidas, en lo alto de la cordillera y en las jalcas estupefactas.

Se las encuentra en el complejo de 92 lagunas alto andinas de Callacuyán, región donde el aire es frígido, la tierra es negra y arcillosa.

El suelo es húmedo, calado de chorrillos de agua delgada y plateada, que baja por todas partes entre los juncos y las pajas bravas.

A veces a las huachuas aún se las ve en un vuelo ceremonioso en el trayecto de Santiago de Chuco hacia Trujillo, o viceversa.

Cuando el sol alumbra la meseta en la jalca o puna, relucen a lo lejos, hieráticas y elegantes con su plumaje negro o blanco.

Jamás se ve una huachua sola sino en pareja, hembra y macho, en medio de los juncos o en lo alto de las rocas.

O en las islas de ichu al centro de las lagunas hialinas y extasiadas; o soleándose al fondo del verde oro de los pajonales.

 


2. Soledad

de dos

 

La imagen que dan es de soledad, la soledad de dos en compañía, que es la soledad expuesta e inocente del amor sublime.

Soledad de quienes han encontrado lo completo y cabal en dos fuentes, que son sus almas que dialogan entre sí.

Para quienes ya no hay nada fuera de sí mismos, ni lejos de su entorno, que pudieran anhelar.

Soledad del amor, o de la pasión de haberse encontrado los dos alientos, palpitaciones o corazones en el universo.

Y saberse el uno para el otro, unidos en la dimensión amorosa de la soledad.

¡Qué imagen la de las huachuas que siempre son dos, pero ya en uno!, en la inmensidad del paisaje ondulante e inacabable. ¡Y del cosmos ensimismado!

Se miran las dos vidas en silencio. Su gusto es estar la una al lado de la otra, latiendo y quizá modulando algún graznido que en el fondo es una canción de adhesión.

 


3. Hasta

la manera de errar

 

Porque jamás se separan. ¿En qué piensan las huachuas? No tienen manos, pero cuando aletean dejan que sus alas rocen entre sí. Porque existen, la una para la otra.

¿De alguna forma se dirán que se quieren? ¿De alguna manera expresarán que se extrañan?

En silencio quizá conjugarán musitando el verbo amar, o el verbo querer: Te quiero, me quieres.

¿O les bastará con el verbo ser, o vivir? ¡O con el verbo, también inmenso, que es compartir!

¿Les gustará mucho, a él y a ella, el gesto, el aroma, el brillo del plumaje del uno para el otro?

¡O bien la forma de su vuelo! ¡Y hasta cuando sueñan! Y hasta la manera de errar y equivocarse del compañero o compañera.

¿Sienten con emoción simple y vasta que han nacido, tal para cual?

 


4. Perdiendo

todo temor

 

Pensarán, y se estremecerán de pensarlo, ¿en qué harían si uno de ellos muriera o faltara algún día?

En ese caso, ¿cómo será el amanecer y el mediodía desolados? ¿Cómo serían las horas bajo la noche estrellada o el cielo sin estrellas? Si una de ellas se ausenta para siempre, ¿cuál sería su suerte? ¡O si una de ellas muere primero!

¿El nido sería, en ese caso, el nido? En eso, se escucha una detonación:

– ¡Pum!

Es un estruendo que ha retumbado en los aires y en todos los confines. Y que ha producido que se levante un revuelo y todo un estropicio de aves.

Y se queda el eco retumbando a lo lejos:

– ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! –Que repiten las montañas una y otra vez.

 


5. Lágrimas

de sangre

 

Ha sido un solo disparo en la inmensidad aparentemente deshabitada de la puna, que ha hecho que salgan volando hasta desaparecer jilgueros, avutardas y palomas; y hacia todos lados la correría y agitación de insectos y reptiles de colores fulgurantes es inmensa.

Pero una de las huachuas ha caído, fulminada por el balazo.

La otra ha volado hacía lo alto y lejos, por el susto. Pero pronto, perdiendo todo temor y dispuesta a ser sacrificada, regresa.

Grazna y aletea alrededor de su pareja muerta, sea la hembra o sea el macho.

Y de sus ojos brotan lágrimas de sangre, que la ciegan. ¡Llora sangre la huachua! ¡Es así, no sé cómo!

Esto lo sabe a ciencia cierta el cazador experimentado. Por eso, muerta una de ellas espera tranquilo, relajado e indiferente, hasta que venga la otra para hacerse de doble presa.

 


6. Aterida

y temblorosa

 

Y allí aprovecha, las piernas bien separadas afincadas en el suelo, como buen tirador que es, apuntando despacio, entrecerrando los ojos, y con un rictus de desprecio en la boca, cargada la faltriquera de balas, y a quema ropa dispara.

– ¡Pum! –Detonación que otra vez replican en el eco mil veces la tierra y el cielo.

Apenas a dos metros de distancia, descarga otra detonación que vuelve a perturbar de muerte a la Tierra.

Y allí quedan dos cuerpos juntos, que hacen más aterida y temblorosa la tarde, o la mañana.

Y es un misterio, que no se explica cómo llora sangre la huachua. No se explica tampoco cómo vence el temor acervo, estando su pareja muerta, para regresar cerca ya a la presencia del cazador, para quedar expuesta y a su alcance a fin de ser muerta. 




7. Amor

eterno

 

Si no la matan como ha ocurrido con su pareja, lo cual para la huachua que ha quedado sola sería el más cruel de los castigos y suplicios, persigue al cazador, reclamando con graznidos lastimeros ser inmolada; quien, por impaciencia, o quizá por compasión, voltea, alza el rifle y dispara:

– ¡Pum!

Y si no la mata, pronto a la huachua se la encuentra muerta en algún sitio de la inmensidad de la puna. ¿Quién la mató? ¡La pena! Porque ya era imposible que coma, o que vuele, o que se recoja a dormir, en algún nido. Por eso, se dejó morir de pena en lo más desolado del páramo.

Así las huachuas que son aves nos enseñan del amor mucho más de lo que sabemos y podemos los hombres, o de lo que vislumbramos o podemos hacer con nuestros actos. De allí que los pobladores del campo en estas zonas de jalca, cuando se unen o se casan, se juran entre ellos amor eterno con estas palabras:


Unidos para siempre, 
y sin separarnos jamás, 
como las huachuas 
de los pajonales.


 Todas las fotos:

Jaime Sánchez Lihón


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